Mayo 9, 2024

Capítulo 2: Últimos días del poeta

 

 

Por Darío Oses

 

La muerte, que con el golpe militar se extendía por todo el país, también se paseaba por la casa de Neruda en Isla Negra. Matilde recibía llamados del extranjero donde circulaba la noticia de que Pablo Neruda había muerto.

Circulaba también una hipócrita declaración de Pinochet a Radio Franco Luxemburguesa RT: «Pablo Neruda no está muerto y es libre —decía el general, y  luego aseguraba su respeto por el “anciano poeta, premio Nobel de literatura, a quien todos amamos, pues es un valor nacional».

Mientras tanto, para el poeta aislado y enfermo, el mundo iba convirtiéndose en una pesadilla. Matilde tenía problemas hasta para conseguir a alguien que fuera a ponerle una inyección. La casa de Isla Negra fue allanada por una patrulla militar. El oficial a cargo entró intempestivamente al dormitorio del poeta y como no encontró qué decirle, le preguntó si tenía armas: «Muchas —contestó Neruda desde su cama—. Esta casa está llena de libros».

Esa casa había sido escenario de grandes celebraciones, entre ellas las de fiestas patrias. Pero ese 18 de septiembre de 1973 fue triste: «Llegaron algunos amigos —escribe Matilde— (…) Las noticias que traían de Santiago eran alarmantes; nuestros amigos estaban escondidos o presos y muchos muertos. Yo me daba cuenta de que Pablo recibía todas esas noticias como si fueran puñales que se adentraban en su carne».

En la tarde el poeta entró en un estado febril. Se hizo necesario trasladarlo a Santiago. El 19 por la mañana se despidió para siempre  de su casa de Isla Negra y partió con Matilde en ambulancia. Lo internaron en la Clínica Santa María, donde pudo recibir algunas visitas.

En la Clínica el poeta siguió trabajando en sus memorias. Desde su cama dictaba párrafos que mecanografiaba su secretario, el  poeta Homero Arce.

Las casas de Santiago y Valparaíso fueron vandalizadas. No se trataba propiamente de saqueos. El afán principal fue el de la destrucción de libros, de obras de arte  y objetos valiosos como un inmenso reloj situado en el salón de La Chascona, al que desatornillaron cada una de sus ruedecillas y desmontaron piezas que esparcieron sobre los pisos y el patio. Era la fobia fascista a la cultura, expresada por Goering en su famosa declaración: «Cuando me hablan de cultura saco mi pistola».

La Chascona quedó sin un vidrio sano. Hubo un intento de incendiarla. Ardieron los árboles menores del jardín, lo que alertó a los vecinos que llamaron a los bomberos. Una de las cosas  que hizo más daño fue la obstrucción de la acequia que corría por el jardín. Ese curso de agua había maravillado a Neruda cuando junto a Matilde compró el terreno donde construirían la casa. Ahora agua y barro lo inundaba todo. Más tarde Matilde fue reconstruyendo poco a poco la casa, hasta dejarla habitable para ella. La Sebastiana, en cambio, quedó clausurada.

El profesor Hernán Loyola indica que  «en vista de las dificultades para la atención médica y de la destrucción de su casa en Santiago, Neruda aceptó una invitación del gobierno de México para trasladarse a ese país». El día 20, el embajador Gonzalo Martínez Corbalá,  transmitió esta invitación, que incluía a Matilde.

Según relata en sus memorias, Matilde partió a Isla Negra a buscar algunos libros y otros objetos que el poeta quería llevar. Cuando estaba allá recibió una llamada de Neruda pidiéndole que regresara inmediatamente. Ella siempre había tratado de ocultarle la verdadera gravedad de la situación, pero al regresar, comprobó que él se había enterado de todo, y su alteración podía tener resultados fatales.

El avión en que debían viajar llegó al aeropuerto de Santiago el sábado 22, fecha acordada para el viaje. Pero cuando el embajador llegó a la Clínica, para irse con a embarcar junto con sus invitados, Neruda le comunicó un intempestivo cambio de planes: quería viajar el lunes 24.

—Comprendí que aquí estaba todo lo que él amaba—escribe Matilde  agregando que celebraba la decisión del poeta de quedarse en Chile. Estaba claro el verdadero sentido de su postergación del viaje.

En alguna ocasión Neruda dijo que el poeta tiene dos obligaciones sagradas, que son las de partir y regresar, y le daba un valor especial al regreso. Podía adivinar que ese viaje a México sería sin regreso, y prefirió quedarse para siempre en su país.

 

Pablo Neruda en Isla Negra
Fotografías Archivo Fundación Pablo Neruda
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