Mayo 20, 2024

«El lenguaje de los nudos» (Crónicas de David Bustos)

 

Compartimos un fragmento del libro homónimo de Crónicas de David Bustos, destacado escritor y guionista chileno recientemente aparecido por la Editorial Aparte del norte de Chile.

En la costa las olas contienen un sortilegio que, al observar detenidamente, son nudos cargados por el flujo de corrientes marinas que se desatan y atan, una y otra vez, hasta llegar disipadas e inofensivas. El rizo de las olas contiene un secreto lenguaje, aunque creemos repetitivo siempre es distinto en su intensidad. Como dice la poeta Blanca Varela, «lentos círculos, infinitas islas en un mar interior que giran sin pérdida ni ganancia».

El nudo también es una medida de velocidad creada en el siglo XVI. Consistía en una placa de madera con forma de arco, que llevaba en uno de sus extremos un peso que la hacía flotar en posición vertical, amarrada a una cuerda larga y fina con nudos equidistantes. Entonces, por medio de un reloj de arena, el marinero lanzaba la «corredera» y se medía la velocidad del barco. En el mundo de la navegación, no solo los nudos de la mencionada fórmula de medida existen, sino que además un sinnúmero de técnicas de amarre.

El antropólogo escocés James Frazer[1] aseguraba que en distintas partes del mundo había ciertas resistencias a los nudos, por ejemplo, en situaciones especiales como los matrimonios, nacimientos y muertes. En los nacimientos se creía que el nudo podía retardar el parto creando un obstáculo en el cuerpo de la madre. En Bangladesh, casi en la frontera con Birmania, en el puerto de Chittagong existe la tradición que cuando una mujer no puede parir, la partera ordena abrir por completo todas las puertas y ventanas, se descorchen las botellas y se desaten las vacas del establo. Se da la orden, en estos casos críticos, de libertad general no solo a los animales, sino que también a los objetos inanimados. Existe la creencia de que este método es infalible para propiciar el parto.

Dentro de la historia de los nudos hay un aspecto maléfico que se manifiesta en enfermedades y toda clase de desgracias. En el Corán hay una alusión a estos males cuando «se sopla en los nudos». Este pasaje se refiere a las mujeres que practican la magia haciendo nudos de cuerda para después escupir y soplar sobre ellos. Aunque muchas veces se dice también que para deshacer un nudo hay que soplarlo, la imagen de “soplar un nudo” es enigmática en su ambivalencia, un truco de mago que seguramente esconde serias motivaciones. Incluso en las églogas de Virgilio se alude a la hechicera que, para vencer y atraer a su amado mediante conjuros, anuda tres veces tres cordones de diferentes colores.

Recuerdo que de niño, cuando en el barrio detectábamos un perro que estaba por defecar, anudábamos nuestros meniques impidiendo de esta forma que el perro pudiese hacer sus necesidades. También cuando hacíamos promesas y no deseábamos cumplirlas, de manera oculta, cruzábamos nerviosamente los dedos.

Esta situación de amarre o entrecruzamiento puede ser una salvación para un escalador en aprietos, en lo alto de una cumbre, como puede ser un trágico destino para un ahorcado. Nudos que salvan o que asesinan, nudos como señales de ruta, nudos nerviosos en la espalda, nudos que se desatan con un soplido en pleno acto de magia o que aseguran nuestro calzado.

 

 

[1] Influyente antropólogo escocés en las primeras etapas de los estudios modernos sobre magia, mitología y religión comparada. El mayor cuestionamiento a su obra La rama dorada es que su tesis no está suficientemente probada, pese a lo cual impresiona la capacidad de Frazer de relacionar distintos mitos y rituales de diversas culturas que parecen abonar muy seriamente la idea de que magia, ciencia y religión no marchan por caminos distintos.

 

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