Mayo 21, 2024

Apuntes sobre un libro prohibido y una de las mayores epopeyas de la América moderna

 

Por Darío Oses

 

La hazaña de la llamada «Columna Prestes» no tiene parangón en la historia social, política y militar del siglo XX en América Latina. Hoy está olvidada, pero entonces llevó a su protagonista, Luis Carlos Prestes, a convertirse en un figura mítica y redentora de los pueblos que en el Brasil seguían viviendo como en la época de la esclavitud. Reviso esta hazaña a la luz de El caballero de la esperanza. Vida de Luís Carlos Prestes. Jorge Amado. Ciudad de México. Fondo de Cultura Económica, 2021.

Pablo Neruda recibió la invitación para concurrir a un acto en homenaje al dirigente comunista Luis Carlos Prestes, que salía en libertad después de 9 años en prisión. Sería el 15 de julio de 1945 en el Estadio de Pacaembú, de San Pablo, Brasil.

El poeta anotó en sus memorias:

Ningún dirigente comunista de América ha tenido una vida tan azarosa y portentosa como la de Luis Carlos Prestes. Héroe militar y político de Brasil, su verdad y su leyenda traspasaron hace mucho tiempo las restricciones ideológicas, y él se convirtió en una encarnación viviente de los héroes antiguos.

Neruda era el único invitado extranjero, y aceptó de inmediato.
Cuando llegó al estadio de Pacaembú, quedó sobrecogido por la multitud que lo llenaba. Leyó un poema que había escrito para esa ocasión. A pesar de que estaba en español, la multitud aplaudía después de cada verso. Recuerda el poeta:

Aquellos aplausos tuvieron profunda resonancia en mi poesía. Un poeta que lee sus versos ante ciento treinta mil personas no sigue siendo el mismo, ni puede escribir de la misma manera después de esa experiencia.

El libro que ahora comentamos es una de las más completas biografías de Luis Carlos Prestes. Fue escrita con el talento narrativo de Jorge Amado cuando vivía exiliado en Argentina. Su primera edición es de 1942. Desde entonces ha agotado más de veinte ediciones.

El camino de la liberación

La llamada «Columna Prestes» es, como escribe Jorge Amado:

… la mayor hazaña militar de un pueblo, la mayor epopeya de la América moderna, la más pujante, dramática y densa de vida. Un joven genial, general de 26 años, traza en el mapa los nuevos caminos de una raza y marca, con los pasos profundos de sus soldados, los senderos dela liberación de Brasil.

Entre el 29 de octubre de 1924 y el 3 de febrero de 1927, la Columna Prestes recorrió 25.000 km, el doble de la larga marcha china que a mediados de los años 30, permitió al ejército revolucionario de Mao Zedong, reagruparse para luego triunfar sobre las fuerzas de Chiang Kay Shek.

La Columna Prestes recorrió selvas, montes y desiertos. Los cerca de mil hombres que la integraban iban mal armados, peor vestidos, sucios, cansados y hambrientos. Aun así derrotaron a dieciocho generales al mando de fuerzas numéricamente muy superiores, bien pagadas, mejor alimentadas y equipadas por el gobierno.

Marchaban con las barbas, el pelo crecido y calzando alpargatas. Se mimetizaron con el pueblo. Parecían cangaceiros, es decir, bandidos rurales, y profetas. Escribe Jorge Amado:

…atravesando Brasil por dentro, entraban en contacto con la realidad del país y veían cuánto más extensa y profunda y dolorosa era la miseria del pueblo…

La columna redentora

En un momento el objetivo de marchar a Río de Janeiro y derrocar al presidente, pasó a segundo plano. Dijo Prestes:

Lo que teníamos a la vista, principalmente, era despertar a las poblaciones del interior, sacudiéndolos de la apatía en que vivían sumergidos, indiferentes a los destinos del país, sin esperanzas de cualquier remedio a sus males y sufrimientos.

En esa marcha los hombres de Prestes destruían los documentos ilegales por los que los grandes terratenientes habían usurpado tierras que pertenecían a los campesinos; liberaron a presos inocentes, y a hombres y mujeres sometidos a distintas formas de esclavitud. Jorge Amado habla de la justicia que imponía Prestes al «rasgar los libros de impuestos abusivos lanzados contra las poblaciones pobres»; al «soltar a los presos inocentes»; al «quemar procesos monstruosos», y al «destruir los troncos, las palmatorias y los collares de fierro». Jorge Amado alude aquí a los troncos que se levantaban en lugares públicos para azotar a esclavos, y a instrumentos de castigo y tortura denominados palmatorias y collares de fierro, que se seguían usando contra los campesinos.

Todos sabían que cuando la Columna se fuera aparecerían otra vez la injusticia y la opresión de los poderosos. Pero Prestes iba dejando una esperanza mesiánica: la de que regresaría, y esta vez la justicia se quedarían para siempre.

Fue así como en la memoria de todos esos pueblos oprimidos, Prestes se convirtió en un héroe legendario.

Enfermeras y amantes

Las mujeres hicieron también un aporte de primera importancia a la Columna. Las llamadas vivandeiras cocinaban para la tropa, con lo poco que encontraban, les daban amor y les curaban las heridas.

Famosa fue la bruja, tía María, «negra, vieja, reseca, de ojos brillantes». Antes de las batallas, se paseaba desnuda entre las ametralladoras revolucionarias invocando a los dioses africanos de las macumbas, para que protegiera a los soldados Esa mujer que parecía dominar poderes infernales se convirtió en la peor amenaza para las fuerzas del gobierno.

Fue hecha prisionera en la batalla de Piancó. Sus captores quisieron obligarla a cavar su propia tumba. Ella se negó. Entonces la torturaron hasta matarla.

Jorge Amado recuerda a otras mujeres, como a Herminia, una austríaca, que desde Viena se fue a Brasil, donde se convirtió en la enfermera de la Columna y se enamoró del teniente negro Firmino. Albertina la más hermosa de todas insistió en quedarse con su amado, herido, que ya no podía seguir a la Columna. La tropa gobiernista los degolló a los dos.
Sobre todas estas mujeres, escribe Jorge Amado:

Atravesaron ríos y escalaron montañas. Lucharon como hombres, muchas murieron como héroes. Nacieron niños en la travesía, el amor iluminó las noches de la Columna (…) en las noches sin estrellas, sin luna, solo de fantasmas y apariciones, en toda la marcha de la columna, los ayes de amor se elevaron a los cielos…
Finalmente, agotados, hambrientos y ya casi sin munición, los hombres de la Columna cruzaron la frontera con Bolivia y pidieron refugio en ese país. Después Prestes se exilió en la República Argentina.

La hija que nació en la cárcel

Prestes regresó a Brasil en 1935, donde recibió los títulos de «Caballero de la esperanza» y presidente honorario de la progresista Alianza Nacional Libertadora. Cuando esta fue perseguida y declarada ilegal, Prestes recibió una condena a 16 años y ocho meses de prisión, en tanto su esposa, Olga Benario, con seis meses de embarazo, era deportada a la Alemania nazi.

La embarcaron en un carguero alemán. El viaje demoró un mes, en «un sótano infecto, sin aire, sin luz». En Alemania la Gestapo la internó en la prisión de Barnimsrtrasse. Allí, a fines de noviembre de 1937, nació su hija, Anita Leocadia Prestes Benario, a la que Olga pudo amantar hasta la mañana de1 21 de enero de 1938, cuando la entregaron a la abuela, Leocadia Prestes que había impulsado una campaña internacional para rescatar a su nieta. Olga fue trasladada al campo de Revansbrück, donde inició una vida de trabajos forzados, que fue la última etapa de su existencia.

En su libro Jorge Amado indica que, con el estallido de la guerra la familia perdió contacto con Olga, a partir de mayo de 1941. Según el historiador E. J. Hobsbawm, Olga Benario murió en un campo de concentración nazi.

En 1943, Pablo Neruda estaba en México cumpliendo las funciones de Cónsul General de Chile. En junio de ese año muere en la capital mexicana Leocadia Felizardo de Prestes, madre de Luis Carlos Prestes quien entonces estaba prisionero en Brasil. Ella había recorrido medio mundo para conseguir la liberación de su pequeña nieta y también la de su hijo.

El general Lázaro Cárdenas, ex presidente de México le pidió al dictador brasilero Getulio Vargas que liberara temporalmente a Prestes para que asistiera a los funerales de su madre, ofreciéndose él mismo como garantía. Vargas se negó.

El 18 de junio, en los funerales de la señora Leocadia, Neruda leyó el poema «Dura elegía», que como el mismo lo dice «empezaba sobriamente», pero «a medida que continuaba iba haciéndose más violento para el dictador brasilero». Y agrega: «Lo seguí leyendo en todas partes y fue reproducido en octavillas y en tarjetas postales que recorrieron el continente». (Ver el poema completo)

El gobierno brasilero elevó una protesta formal contra Neruda, y el canciller chileno calificó el hecho como muy grave. El poeta respondió que las consideraciones humanitarias estaban por sobre las disposiciones de la burocracia consular. En sus memorias anota: «Terminé por fatigarme y un día cualquiera renuncié para siempre a mi puesto de cónsul general».

Un libro prohibido

Jorge Amado escribió este libro en el exilio, en Argentina. Lo publicó en mayo de 1942 en la editorial Claridad de Buenos Aires. En Brasil fue prohibido y circuló en forma clandestina. Como el mismo autor lo señala: «…aparecieron copias mecanografiadas e incluso en un facsímil fotográfico» y agrega que estos ejemplares no fueron propiedad de nadie: circulaban de mano en mano y para referirse al libro los brasileros usaban nombres como Vida de San Luis, Vida del rey Luis, y Las travesuras de Luisito. Más tarde las ediciones del libro también fueron quemadas y prohibidas por el gobierno de Perón, en Argentina.

En Brasil pudo publicarse solo en 1945, luego de la promulgación de un decreto de amnistía para los presos políticos. Después del golpe militar de 1964 el libro regresó a la clandestinidad hasta 1979.

Para la hija del héroe, la historiadora Anita Leocadia Prestes, este es un libro indispensable para quienes aspiren a escribir una Historia del Brasil y contribuye a la mejor comprensión de una época de la historia brasilera, y, nosotros agregaríamos, de la historia de la América latina.

Prestes del Brasil
(1949) (del libro Canto general)

Brasil augusto, cuánto amor quisiera
para extenderme en tu regazo,
para envolverme en tus hojas gigantes,
en desarrollo vegetal, en vivo
detritus de esmeraldas: acecharte,
Brasil, desde los ríos
sacerdotales que te nutren,
bailar en los terrados a la luz
de la luna fluvial, y repartirme
por tus inhabitados territorios
viendo salir del barro el nacimiento
de gruesas bestias rodeadas
por metálicas aves blancas.

Cuánto recodo me darías.
Entrar de nuevo en la alfandega,
salir a los barrios, oler
tu extraño rito, descender
a tus centros circulatorios,
a tu corazón generoso.

Pero no puedo.

Una vez, en Bahía, las mujeres
del barrio dolorido,
del antiguo mercado de esclavos
(donde hoy la nueva esclavitud, el hambre,
el harapo, la condición doliente,
viven como antes en la misma tierra),
me dieron unas flores y una carta,
unas palabras tiernas y unas flores.

No puedo apartar mi voz de cuanto sufre.
Sé cuánto me darían
de invisible verdad tus espaciosas
riberas naturales.
Sé que la flor secreta, la agitada
muchedumbre de mariposas,
todos los fértiles fermentos
de las vidas y de los bosques
me esperan con su teoría
de inagotables humedades,

pero no puedo, no puedo

sino arrancar de tu silencio
una vez más la voz del pueblo,
elevarla como la pluma
más fulgurante de la selva,
dejarla a mi lado y amarla
hasta que cante por mis labios.

Por eso veo a Prestes caminando
hacia la libertad, hacia las puertas
que parecen en ti, Brasil, cerradas,
clavadas al dolor, impenetrables.
Veo a Prestes, a su columna vencedora
del hambre, cruzando la selva,
hacia Bolivia, perseguida
por el tirano de ojos pálidos.
Cuando vuelve a su pueblo y toca
su campanario combatiente
lo encierran, y su compañera
entregan al pardo verdugo
de Alemania.
(Poeta, buscas en tu libro
los antiguos dolores griegos,
los orbes encadenados
por las antiguas maldiciones,
corren tus párpados torcidos
por los tormentos inventados,
y no ves en tu propia puerta
los océanos que golpean
el oscuro pecho del pueblo.)
En el martirio nace su hija.
Pero ella desaparece
bajo el hacha, en el gas, tragada
por las ciénagas asesinas
de la Gestapo.
Oh, tormento
de prisionero! Oh, indecibles
padecimientos separados
de nuestro herido capitán!
(Poeta, borra de tu libro
a Prometeo y su cadena.
La vieja fábula no tiene
tanta grandeza calcinada,
tanta tragedia aterradora.)

Once años guardan a Prestes
detrás de las barras de hierro,
en el silencio de la muerte,
sin atreverse a asesinarlo.

No hay noticias para su pueblo.
La tiranía borra el nombre
de Prestes en su mundo negro.

Y once años su nombre fue mudo.
Vivió su nombre como un árbol
en medio de todo su pueblo,
reverenciado y esperado.

Hasta que la libertad
llegó a buscarlo a su presidio,
y salió de nuevo a la luz,
amado, vencedor y bondadoso,
despojado de todo el odio
que echaron sobre su cabeza.

Recuerdo que en 1945
estuve con él en São Paulo.
(Frágil y firme su estructura,
pálido como el marfil
desenterrado en la cisterna,
fino como la pureza
del aire en las soledades,
puro como la grandeza
custodiada por el dolor.)
Por primera vez a su pueblo
hablaba, en Pacaembú.
El gran estadio pululaba
con cien mil corazones rojos
que esperaban verlo y tocarlo.
Llegó en una indecible
ola de canto y de ternura,
cien mil pañuelos saludaban
como un bosque su bienvenida.
Él miró con ojos profundos
a mi lado, mientras hablé.

 

Dura elegía
(Del libro Tercera residencia)

Señora, hiciste grande, más grande a nuestra América.
Le diste un río puro de colosales aguas:
le diste un árbol alto de infinitas raíces:
un hijo tuyo digno de su patria profunda.

Todos lo hemos querido junto a estas orgullosas
flores que cubrirán la tierra en que reposas,
todos hemos querido que viniera del fondo
de América, a través de la selva y del páramo,
para que así tocara tu frente fatigada
su noble mano llena de laureles y adioses.

Pero otros han venido por el tiempo y la tierra,
señora, y le acompañan en este adiós amargo
para el que te negaron la boca de tu hijo
y a él, el encendido corazón que guardabas.
Para tu sed negaron el agua que creaste,
el manantial remoto de su boca apartaron.
Y no sirven las lágrimas en esta piedra rota,
en que duerme una madre de fuego y de claveles.

Sombras de América, héroes coronados de furia,
de nieve, sangre, océano, tempestad y palomas,
aquí: venid al hueco que esta madre en sus ojos
guardaba para el claro capitán que esperamos:
héroes vivos y muertos de nuestra gran bandera:
O’Higgins, Juárez, Cárdenas, Recabarren, Bolívar,
Martí, Miranda, Artigas, Sucre, Hidalgo, Morelos,
Belgrano, San Martín, Lincoln, Carrera, todos
venid, llenad el hueco de vuestro gran hermano
y que Luis Carlos Prestes sienta en su celda el aire,
las alas torrenciales de los padres de América.

La casa del tirano tiene hoy una presencia
grave como un inmenso ángel de piedra,
la casa del tirano tiene hoy una visita
dolorosa y dormida como una luna eterna,
una madre recorre la casa del tirano,
una madre de llanto, de venganza, de flores,
una madre de luto, de bronce, de victoria,
mirará eternamente los ojos del tirano
hasta clavar en ellos nuestro luto mortal,

Señora, hoy heredamos tu lucha y tu congoja.
Heredamos tu sangre que no tuvo reposo.
Juramos a la tierra que te recibe ahora,
no dormir ni soñar hasta que vuelva tu hijo.
Y como en tu regazo su cabeza faltaba
nos hace falta el aire que su pecho respira,
nos hace falta el cielo que su mano indicaba.
Juramos continuar las detenidas venas,
las detenidas llamas que en tu dolor crecían.
Juramos que las piedras que te ven detenerte
van a escuchar los pasos del héroe que regresa.

No hay cárcel para Prestes que esconda su diamante.
El pequeño tirano quiere ocultar su fuego
con sus pequeñas alas de murciélago frío
y se envuelve en el turbio silencio de la rata
que roba en los pasillos del palacio nocturno.
Pero como una brasa de centella y fulgores
a través de las barras de hierro calcinado
la luz del corazón de Prestes sobresale,
como en las grandes minas del Brasil la esmeralda,
como en los grandes ríos del Brasil la corriente
y como en nuestros bosques de índole poderosa
sobresale una estatua de estrellas y follaje,
un árbol de las tierras sedientas del Brasil.

Señora, hiciste grande, más grande a nuestra América.
Y tu hijo encadenado combate con nosotros,
a nuestro lado, lleno de luz y de grandeza.
Nada puede el silencio de la araña implacable
contra la tempestad que desde hoy heredamos.
Nada pueden los lentos martirios de este tiempo
contra su corazón de madera invencible.

El látigo y la espada que tus manos de madre
pasearon por la tierra como un sol justiciero
iluminan las manos que hoy te cubren de tierra.
Mañana cambiaremos cuanto hirió tu cabello.
Mañana romperemos la dolorosa espina.
Mañana inundaremos de luz la tenebrosa
cárcel que hay en la tierra.

Mañana venceremos.
Y nuestro Capitán estará con nosotros.

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