Mayo 6, 2024

Pablo Neruda: la biografía interior

 

Compartimos, a modo de adelanto, en estos 118 años del nacimiento del poeta Pablo Neruda, La biografía interior, un trabajo que se interna en el dialogo más profundo y lírico del poeta consigo mismo y su consciencia, que viene a completar cualquier mirada o atisbo al hombre y su obra, a través de sus escritos selectos. Sin duda, una biografía, donde el escritor, catedrático y director de la Biblioteca Pablo Neruda, Darío Oses, dará que hablar y será referente obligado para cualquiera que esté interesado en uno de los más grandes poetas del Siglo XX, en cualquier idioma.

Pablo Neruda: la biografía interior

Darío Oses

 

Introducción

 

1.- Parral: la ciudad, el poeta y la Colonia

 

Cuando se menciona la ciudad de Parral a menudo se lo hace con el adjetivo de “polvorienta”. A principios del siglo XX nació en Parral un célebre poeta y vivió ahí los años de su primera infancia. Aunque no tenía recuerdos de ese tiempo, de alguna manera percibió el polvo que se paseaba por el aire.

La tierra había quedado exhausta  con los cultivos intensivos de cereales, durante el auge de las exportaciones del siglo XIX, que llevaron el trigo chileno a través de la costa del Pacífico hasta California, y hacía lejanos mercados de ultramar como Australia.

Luego la tierra se destinó al cultivo de las vides. Por eso aquella ciudad  se llamó Parral.

El poeta nació el 12 de julio de 1904. Lo bautizaron con el nombre de Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basolato, por el que ya nadie lo recuerda porque se hizo conocido en todo el mundo como Pablo Neruda.

En Parral están sus orígenes y los de su imaginario poético, aun cuando él aseguró que de eso no recordaba nada.

Parral está en el centro de Chile. Más allá del país es conocida como la cuna  del poeta aquel, que en 1971 recibió el Premio Nobel de Literatura. Pero también porque diez años antes, en 1961, un ex miembro de las juventudes hitlerianas, perseguido en Europa por pederastía, con la colaboración de  un ex SS que se reinventó como traficante de armas, fundó allí una “Sociedad benefactora y educacional” más conocida como Colonia Dignidad. Esta funcionó durante muchos años en un territorio propio, al margen de la soberanía nacional, pero con apoyo de poderes locales. Fue una especie de relicto donde perduraron prácticas perversas del nazismo. Mientras al poeta su ciudad natal le negó durante muchos años el reconocimiento que merecía, la Colonia quedó exenta de impuestos y su poder la hizo por muchos años, intocable.

El poeta y la Colonia nunca se tocaron: eran los extremos de una polaridad que en el Chile del siglo XX fue haciéndose cada vez más tensa, hasta que explotó con un golpe militar que tenía innegables afinidades con la Colonia, y que destruyó al país en cuya construcción se había empeñado con ardiente paciencia el poeta.

La polvorienta ciudad de Parral tuvo así dos símbolos. El primero es una ciudadela cerrada y encerrada, una  especie de prisión en la que se cometía toda clase de abusos, y que podría ser metáfora del país que fue aislado y condenado por la comunidad mundial, a causa de los excesos del autoritarismo imperante. El otro es un poeta cuya obra fue alcanzando progresivamente  reconocimiento en todo el mundo al mismo tiempo que su entrega a causas humanitarias en favor de los refugiados, la exclusión de las armas nucleares y la paz en el mundo.

En este último párrafo hemos hablado de símbolos. El poeta como ser humano es mucho más complejo que sus dimensiones simbólicas. Han surgido distintos cuestionamientos a Neruda, que tiende a perderse en imágenes tópicas, en santificaciones laicas o en demonizaciones de distintos cuños.

Más adelante nos haremos cargo de esto.

 

2.- Los últimos días

 

El escritor y periodista José Miguel Varas relata en una de sus crónicas que hacia mediados de 1973,  Neruda, entonces recluido en Isla Negra con un cáncer ya muy avanzado, le pidió que fuera a verlo. La visita se postergó varias veces. Finalmente la fijaron para el 11 de septiembre por la mañana. Varas iba a llevar un dossier con información sobre las acciones de la International Telephon and Telegraph Company , ITT contra el gobierno del Presidente Allende. Con ese material el poeta pensaba escribir un artículo para el New York Times. También le llevaría los primeros ejemplares de la edición chilena, hecha por la Editorial Quimantú, del libro Canción de gesta, dedicado a la Revolución Cubana. Nada de eso fue posible. Recuerda Varas:

Escuché por última vez la voz de Neruda el 11 de septiembre alrededor de las 7 de la mañana, cuando lo llamé para decirle que había un golpe militar en marcha en Valparaíso (era lo que sabía hasta ese momento) y que parecía muy difícil que fuese a visitarlo aquel día.)

– Tal vez más tarde.

– Tal vez nunca – me dijo con voz fatigada.

Así fue.

 

Ese mismo día el poeta iba a recibir a Sergio Insunza, entonces Ministro de Justicia del Presidente Allende, quien le llevaría los borradores de los estatutos de la Fundación Cantalao. Este fue el último sueño micro utópico de Neruda, que había comprado un predio en Punta de Tralca para levantar ahí una ciudad de poetas, artistas y científicos. El proyecto Cantalao estaba en manos de la Corporación de Mejoramiento Urbano, CORMU. Se había entregado ya el financiamiento, estaba hecha la instalación de faenas y el poeta recibía con cierta frecuencia la visita de los arquitectos que le llevaban los planos.

Desde luego, esa mañana Sergio Insunza tampoco pudo llegar a Isla Negra. Estaba oculto puesto que por radio se transmitían con insistencia  órdenes de entregarse para todos los altos funcionarios del régimen recién derrocado.

Aquel 11 de septiembre comenzaron los días más extraños de la vida de Neruda. Se prolongaron hasta el 19 de ese mes cuando, al empeorar su salud, abandonó para siempre su casa de Isla Negra con destino a la Clínica Santa María de Santiago, donde murió el día 23.

Días extraños porque todo había cambiado drásticamente. Hasta hacía poco Neruda era un personaje público, un poeta celebrado que participaba en la lucha política del momento con artículos para la prensa y con las entrevistas que daba. Trabajaba también en sus memorias y en el proyecto Cantalao que ya mencionamos. Así, a pesar de las limitaciones que le imponía su estado de salud, estaba inserto en el acontecer diario y en una realidad en la cual se reconocía.

Y de pronto se encontró solo, como si hubiera despertado de un sueño pletórico de proyectos a una realidad vaciada de expectativas y promesas. Ya no había nada que esperar: sus utopías grandes y menores se clausuraban, todas las puertas estaban cerradas o entreabiertas a la nada. Quizás Neruda vislumbró esta situación en su enigmático poema “El sobrino de occidente”, cuando dice: “…se fueron todos, la casa está vacía. / Y cuando abres la puerta hay un espejo / en que te ves entero y te da frío.”

El fantasma del fascismo que había aplastado a Europa en los años 30 y los 40 ahora resucitaba ahí mismo, en su país, al lado de afuera de su casa y luego dentro de ella, cuando una patrulla militar procedió a allanarla mientras en el mar de Isla Negra navegaba un barco de guerra. Hasta hacía poco, eso solo podía pasar en pesadillas. Ahora la realidad había adquirido una textura de pesadilla.

Además, frente a esa situación no tenía nada que hacer: estaba postrado y dependía de un grupo de mujeres que lo cuidaban, lo mismo que en su lejana primera infancia, allá en Parral.

Reconstruir el estado de ánimo del poeta en ese momento, es difícil. Puede intentarse por la vía de la conjetura. También es posible la extrapolación de  otros momentos de su vida. Volodia Teitelboim describe la crisis interior que se produjo en Neruda cuando terminó de escribir la que tal vez sea la más maestra de sus obras, Residencia en la tierra:

         Se le producen largos hiatos. Silencios que no son equivalentes de la nada. Revelan algo que pasa por dentro. Él llega a dudar de sí mismo, de la literatura. Se siente de más. Percibe que las cosas han encontrado expresión por sí mismas y que él no forma parte de ellas ni tiene  poder para penetrarlas.

Algo de eso debió pasarle a Neruda en sus últimos días en Isla Negra. Sucesos catastróficos estremecían al país. Él había sido un actor importante en la historia reciente de Chile,  y ahora ya no tenía nada que hacer en ella. Estaba fuera del acontecer, no apto para la batalla: era un guerrero veterano, pero enfermo, inútil, desarmado.

Afuera estaba el mar al que había recreado en su poesía, pero ya no era ese magnífico mar al que él había cantado en su poema “El gran océano”. El mar, el cielo, el mundo se habían vaciado de la poesía con que él había enriquecido sus existencias. Ahora parecían lejanos, indiferentes, ajenos.

Si le creemos a la sensiblería popular del tango y el bolero, cuando termina un gran amor, y la persona amada abandona el sitio donde esa relación ocurrió, este lugar parece quedar vacío. Así pudo haber sido para el último Neruda la percepción del paisaje que tal vez se convirtió en una  leve pátina extendida sobre el vacío, después de la muerte del país al que el poeta había conocido y amado.

Quizás fue como si aquella realidad terrenal que lo deslumbró hubiera  sido fraudulentamente sustituida por la imperfecta proyección de una película en blanco y negro que apenas mostraba la superficie fenoménica de todas esas cosas en las que él había calado hondo con su poesía. Ahora estaba solo ante el movimiento mecánico de las olas, solo en un mundo despojado del misterio que él trató de descifrar con  su obra poética.

El mundo que antes le hablaba enmudeció, se desfondó de sentido y a cada momento aumentaba la distancia entre las cosas y la conciencia del poeta, dolorosamente excluido de un mundo del que una vez se sintió parte.

Tal vez en esos días adivinó también que  ya no pertenecía a una casa, a un paisaje, tampoco a un país ni a su historia, porque todo se había desvanecido o estaba siendo borrado para su reemplazo por escenografías burdas y desechables, por bandos militares, por arengas, por retórica patriotera, en la que se adivinaban la cultura basura que vendría.

Es posible que entonces lo único que podía ayudarle a conjurar el vacío fuera continuar trabajando en sus memorias, es decir continuar trabajando en la construcción de su propia biografía en ese momento en que todo se derrumbaba. No alcanzó a terminar este trabajo. Pero también es posible que al convocar sus recuerdos haya llegado hasta la parte medular de la memoria: la de las sensaciones que le produjeron algunos momentos de su vida. Él mismo había escrito que parte de su obra era escribir un gran poema cíclico de la sensación de cada día.

Por lo tanto esas sensaciones estaban ya en su poesía. Este libro pretende  buscarlas allí para intentar una biografía interior sin gran despliegue de datos duros, sin orden cronológico,  puesto que son sensaciones que recorren transversalmente  la vida de Neruda y con las que se van construyendo los principales motivos de su imaginario poético que por su coherencia, en algunos momentos, se convierte en una cosmovisión.

Este libro es, entonces, un intento de relatar cómo un poeta deslumbrado por el mundo y sus materias se acercó al misterio de ese mundo, y lo exploró a través de los simples actos de vivir y de sentir, y murió cuando se quedó solo en un mundo también muerto.

 

 

Pablo Neruda: la biografía interior, Darío Oses.

Derechos Reservados 2022, Darío Oses.

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