Mayo 19, 2024

El Berlín de Joseph Roth

 

Por Darío Oses

 

El Berlín de los años 20 es una de las ciudades más interesantes para la historia de la cultura urbana. No menor fue su importancia como motivo de creación artística, cinematográfica y literaria. Entre las novelas célebres que ocurren en ese Berlín más pagano que Babilonia, están: Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin; Tres camaradas, de  Eric María Remarque, y  Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, en la que se basó la famosa comedia musical Cabaret. Otro gran novelista, Joseph Roth, escribió más de 1.300 artículos que se publicaron en distintos diarios y que en conjunto deben ser la crónica más completa y la que contiene las observaciones más finas del Berlín de esos años.

Roth nació en el Imperio Austro Húngaro, en cuyo ejército prestó servicios durante la primera guerra mundial. Su novela La marcha de Radetzky trata del ocaso y la caída de este imperio. La destrucción de la patria natal fue un trauma que persistió durante toda su vida. Junto con Hermann Broch y Robert Musil, Roth se cuenta entre los más grandes novelistas de la Europa central en el siglo XX.

Estas Crónicas berlinesas rescatan algunas de los arículos sobre Berlín que Roth escribió para ganarse la vida, entre 1920 y 1933. Sus observaciones y reflexiones son acertadísimas. Así por ejemplo, al referirse a la bohemia berlinesa, más que de diversión habla del “alborozo industrializado” y de “la monotonía indescriptible de la vida nocturna internacional” derivada de una condición fatal de la naturaleza humana que “para divertirse, se ve obligada a recurrir a un material de entretenimiento externo”.

Habla también de la uniformidad de esta industria de la diversión. Descubre un tipo estándar del noctámbulo y de las bailarinas o vedettes: “Todas las camareras del mundo están hechas del mismo material  estético…” También están expuestas a las mismas leyes del desgaste: “Según el estricto reglamento, las bailarinas esbeltas como cañas, se van deslizando paulatinamente hacia los bajos fondos, a medida que aumenta su peso y su edad…”

De la fenomenología del trasnoche, Roth pasa a la de las pompas fúnebres. Cuando muere Friedrich Ebert, presidente de la Alemania republicana de 1925, escribe que  este Berlín insensible y utilitario “puso por un día cara de dolor e incluso de tragedia.”

La crónica sobre los grandes almacenes del Berlín de 1929 podría aplicarse a lo que es el mall del Santiago del siglo XXI. Dice Roth: “A la gente que soñaba con los grandes almacenes, grandes de verdad, solo le importaba sobrepasar en altura a los grandes almacenes más pequeños, de modo parecido a los velocistas de nuestro tiempo, que se van superando unos a otros…”

Observa Roth que las escaleras mecánicas de estos centros comerciales no suben ni bajan: solo dan vueltas, da lo mismo si son los artículos los que bajan hasta el cliente o si es el éste “el que sube hasta los artículos que lo esperan.”

La crónica titulada “El hombre de la barbería” sorprende porque muy tempranamente, en 1921, describe a un personaje que es el perfecto proto nazi: es un domingo de verano en la mañana en la barbería. Las tijeras suenan voraces, las navajas se deslizan sobre el cuero suavizador y luego van despejando la espuma de jabón en los mofletes del cliente. Entonces irrumpe el hombre. Es rubicundo, con un cuello de toro y dispuesto a la pelea. Habla. Alaba el nacionalismo de Hamburgo donde “se han empeñado en hacer propaganda para el Día de la Bandera”.

“Sus palabras llueven sin interrupción, crepitan y estallan – anota Roth -. Baterías, morteros, fusiles, fuego nutrido, todo eso sale de su laringe. Guerras mundiales roncan en su pecho (…) Es estricto consigo mismo para poder ser grosero con los demás. Corre para poder azotar a los demás. Fríe para poder asar a los demás. Quiere la guerra para ver cómo mueren los demás (…) Es mi enemigo de siempre.”

Doce años después, en 1933, Roth escribe la última de sus crónicas berlinesas, recopiladas en este libro. Ya no está en Berlín. Se ha ido a vivir a Viena. Él era judío. Los nazis llegaron al poder quemando libros. Su artículo se refiere a eso. Se titula “El auto de fe del espíritu”. Es un alegato contra la capitulación de “la Europa espiritual” frente lo que llama “el cabo prusiano”, y rastrea el origen de esta capitulación que encuentra en el momento en que el Segundo Reich de Bismark decretó la superioridad de la fuerza física, materialista y militar sobre la vida espiritual…” Entonces el cabo “fue proclamado y reconocido por el mundo como el prototipo de alemán, lo escritores se sintieron moralmente exiliados y proscritos. Detrás del cabo se encontraban el ingeniero que le suministraba armas, el químico que mejoraba el gas asfixiante  con el fin de destruir el cerebro humano e inventaba el Pyramidon para aliviar la migraña…”

Y luego, Roth vaticinaba: “…este Tercer Reich es el comienzo de la destrucción.”

Cuando se produce la anexión de Austria al Reich alemán, Roth abandonó Viena, recorrió varias ciudades europeas, y finalmente se estableció en París. Había sido uno de los más famosos escritores en la Europa de entre guerras, pero murió en mayo de 1939, en la pobreza y consumido por el alcohol. Su última novela La leyenda del santo bebedor trata de un clochard parisino, al que le ocurren milagros, y es un breve y original alegato contra los abstemios.

Durante la guerra todos sus familiares murieron en un campo de concentración, y su esposa, esquizofrénica, fue asesinada también por los nazis empeñados en el exterminio de los enfermos mentales.

Su profecía de que el Tercer Reich era la destrucción se cumplió en una medida que Roth tal vez nunca imaginó, aun cuando durante muchos años había estado auscultando la vida de aquel Berlín donde estaba incubándose el huevo de la serpiente.

 

 

Crónicas berlinesas,  de Joseph Roth. (Barcelona, Editorial Minúscula, 2007).

 

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