Mayo 20, 2024

Pablo de Rokha: retratos, autorretratos y máscaras

 

Por Darío Oses

 

Según el último de sus biógrafos, Álvaro Bisama, Pablo de Rokha fue «un escritor furioso al que nadie supo leer muy bien, porque él mismo era una vanguardia privada, un ejército de sí mismo y la fábula de una genealogía”. Más adelante agrega que  “fue el patriarca de su propio clan y avanzó por su época como una bola de demolición, rompiendo y perdiendo todo a la vez mientras escribía una obra que lo instalaría como uno de los cuatro grandes de la literatura chilena del siglo XX…».

A estas aproximaciones  podrían agregarse muchas otras. Por ejemplo que su obra fue una fervorosa celebración de la vida y al mismo tiempo un furibundo alegato contra el mundo; también que su existencia fue la fluctuación de muchas cuerdas paralelas, entre la comedia y la tragedia, entre el fracaso y los amagos de éxito, entre la procreación de muchos hijos y libros, y la inevitabilidad de la muerte y del olvido. Al final, como apunta Bisama «se quedó solo y puso fin a su vida en 1968 cuando nada tenía mucho sentido porque todo lo que había conocido ya no estaba y no le quedaban fuerzas para aguantar lo que viniese».

El libro se abre con la escena en la que De Rokha navega dormido por los mares australes. Despierta en medio de una tempestad. Sale a cubierta con su amigo Mario Ferrero. Le notifica que no tienen más remedio que suicidarse antes de que se los lleve el mar. Le pasa a Ferrero una pistola chica y él se queda con la impresionante Smith & Wesson, regalo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, la misma con la que se mataría años después. El capitán de la nave los invita a su cabina. Sirve whisky. Les dice que esos temporales son parte de la rutina naviera. «Nadie va a morir por ahora», subraya el  marino, como si adivinara que el suicidio solo quedaba aplazado.

Bisama intenta hacer el retrato de De Rokha sobre una especie de tela donde se han venido construyendo los muchos rostros del personaje. En esta especie de palimpsesto, el  mismo De Rokha ha dejado sus auto representaciones más conocidas como la del Pantagruel canavalesco.

Acota el biógrafo que hay muchos cuentos en los que el poeta se convierte «en una anécdota narrada por otros», en «una silueta que atraviesa pueblos abandonados, mercados y cocinerías, salones de té, chinganas, construcciones de adobe que han sobrevivido a terremotos». En cuanto a sus auto representaciones literarias, hace notar que uno de sus personajes, Raimundo Contreras:

… es otra de las máscaras de De Rokha. Es un artefacto narrativo, una máquina autobiográfica. Es la vida que rechazó pero de la que tuvo que inventarse una voz; es el mundo que abandonó y al que solo pudo volver abrazando sus restos sin nostalgias, escribiendo como si se moviese en las ruinas de una lengua secreta.

Bisama aborda también la ineludible guerrilla literaria. Señala que el libro Neruda y yo, de De Rokha sea, acaso «la diatriba más brutal de un escritor a otro jamás publicada en Chile». Escribe:

…Neruda y yo adquiría el tono de un monólogo cerrado sobre sí mismo. Pero el volumen era también su propia historia de la literatura chilena, su modo de comprender y ajustar cuentas con un sistema que quería olvidarlo, leyéndolo como una figura anacrónica y violenta (…)

Una forma de abordar la literatura chilena de esos años, es a través conflictos y enemistades irreconciliables. Pero al menos hubo gestos —aunque débiles— de conciliación.

Así por ejemplo, con ocasión de la muerte de De Rokha, Neruda declaró que lo había visitado en el hospital donde pasó varios meses, y que entonces tuvieron conversación. En el poema «El enemigo» Neruda dice:

Hablamos en la claridad/ de un medio día pululante (…) / Yo creo/ que adentro de él iba el silencio/ que no podía compartirse (…)  Allí estábamos cada uno/ con su certidumbre afilada/ y endurecida por el tiempo/ como dos ciegos que defienden/ cada uno su oscuridad.

De Rokha escribió: «Yo soy como el fracaso total del mundo». Pero para cada una de sus auto representaciones hay una contra auto representación: no, no todo en su vida fue fracaso: junto a su esposa, Winétt, viajaron por casi toda América, en una embajada cultural, dando recitales con gran cantidad de público. En Washington grabaron sus poemas para la Biblioteca del Congreso. En 1962 De Rokha recibió el Premio Nacional del Pueblo en un gran homenaje popular en la comuna de San Miguel. En 1965 ganó el Premio Nacional de Literatura. En 1966 fue nombrado  Hijo ilustre de Licantén. Su nombre, quedó situado entre los grandes de la poesía chilena. Fue acogido en la China de Mao. Pero estos éxitos ocurrían casi al mismo tiempo que  los sucesos dolorosos, principalmente de su vida familiar.

 

Mala lengua/ Un retrato de Pablo de Rokha. Álvaro Bisama. 2020. Santiago, ed. Alfaguara.

 

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