Mayo 20, 2024

Entrevista a Xavier Oquendo Troncoso: ¡Estamos luchando porque el Encuentro Internacional Poesía en Paralelo Cero, pueda seguir!

 

Por Ernesto González Barnert

 

Conversé con el Poeta, Periodista y Doctor en Letras, Xavier Oquendo Troncoso [Ambato, 1972], del Ecuador, durante el mes de abril. Él es una de las voces más activas y representativas del país y claramente de latinoamérica a través de su lectura crítica y atención editorial, además del Festival de Poesía Paralelo Cero. Un apóstol del mundo de lo que le toca la fibra y despliega con claridad conceptual, belleza lírica y picor periodístico espejeando y sensibilizando una voz de mirada prístina y lúdica en las contemplaciones del viaje interior y exterior de la vida por este loco planeta azul y sus tópicos, la disciplina poética, sus afectos, a los 50 años [El año de la mutualidad del yo, como celebraba Enrique Lihn también este cumpleaños n°50 con el libro A partir de Manhattan.]. Pero volvamos a este gran poeta, –amigo de Jorge Enrique Adoum, por nombrar a otro maestro ecuatoriano quien fue secretario de Neruda y colaboró tanto en su obra–…  con más de una docena de libros y después encuéntrense con poemas como «Sed», «Una sola voz», «Otra oportunidad», el fragmento «De tanto hacer crepúsculo» o «De cómo el poema está prostituido por el poeta que no quiere escribir, pero escribe», amén de tantísimos poemas más, que vengo atesorándolos en la libretita oscura del corazón.

 

—¿Qué asunto literario te quita el sueño en estos días?

—Seguir adelante el Encuentro Internacional de Poesía «Paralelo Cero» 2022. Lo hemos organizado por 13 años con fondos públicos, sobre todo. Y este año nos los quitaron. Estamos luchando porque el Encuentro pueda seguir y estamos haciendo muchas cosas para conseguirlo, pero es muy difícil. Además, la época en que vivimos lo ha vuelto aún más complicado. Espero que lo podamos hacer este año. Será un reto enorme.

Estoy también con un libro «terminado» bajo el brazo que estoy esperando que salga la luz y tenga lectores. Es mi cuaderno de poesía número 12 y justo en el año que cumplo 50, entonces me entusiasma mucho.

 

—¿Me gustaría seguir esta conversación conociendo, primero que todo, diez libros esenciales en tu educación sentimental y por qué… Libros –ya sea en verso o prosa–, que de alguna manera sientes dialogan con tu obra y apuntalan la vida?

—Es una pregunta difícil y siempre cambiante. Siempre que me preguntan por una lista de libros y autores, pienso en los que no he incluido y me da una pena bárbara, pero vamos adelante con ello:

  • Poemas humanos de César Vallejo es uno de mis libros más amados de poesía siempre
  • La llama doble de Octavio Paz es un ensayo al que regreso mucho casi siempre. Es tremendamente poderoso para justificar la vida, el erotismo y la muerte también. Y la belleza.
  • Amo las poéticas completas de Cernuda: La realidad y el deseo y la de Gil de Biedma: Las personas del verbo. Creo que son dos poetas a los que sigo mucho por su sentimentalidad tan singular.
  • La Obra completa de Juan Gelman. Es mi poeta favorito de la lengua española. Su ingenio y sus formas únicas para enaltecer la lengua son verdaderamente unas proezas literarias.
  • Cien años de soledad de García Márquez: debo reconocer que por más que quiera, no he leído una obra brutalmente completa como esta. Y tan encantadora y tan repleta de color y de formas. Es como vivir una atmósfera total.
  • Muchos de los cuentos extraños de Borges como El Aleph, las Ruinas Circulares, El Libro de Arena. Son perturbadores y tan intensos y llenos de una realidad ficcionada que apasionan.
  • Todos los cuentos de Julio Cortázar. Sigo leyéndolo con verdadera entrega. Su obra es inabarcable para unas pocas lecturas. Su lenguaje estaba tan rico y tan inmensamente repleto de lenguaje poético.
  • La poesía ecuatoriana de la generación del 60. Los grandes poetas de Ecuador que inician con un par de poetas de la generación anterior: César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum y continúan con las voces enormes de Euler Ganda, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón Vera, Rubén Astudillo y Astudillo, Ileana Espinel, Ana María Iza.
  • La Obra poética de la colombiana Piedad Bonnett que me parece de una finura y de un dolor controladísimo y hermoso.
  • La Obra poética completa de Miguel Hernández y Federico García Lorca. Su música, su color, su dolor, sus formas.

El orden no es preciso, es solo un orden del recuerdo.

Es importante hacer notar que solo he citado obras escritas en nuestra lengua. No me atrevería a poner en la lista libros en otros idiomas que no domino.

 

—¿Un verso o poema que te ayudó como un mantra a sobrellevar los días más duros de la pandemia?

—«Quiero escribir, pero me sale espuma» de César Vallejo. Me encanta repetirlo en mis clases, en mis talleres. Es un tremendo verso para inducir.

 

—¿Qué libro nunca terminaste de leer y no te arrepientes?

—El Ulises de James Joyce y muchos otros más. Recuerdo bien el del Joyce por ser tan famoso y tan pertinente para entender la literatura contemporánea, pero no he podido moverme de las primeras 10 páginas. Ha pasado lo mismo con algunas novelas de Faulkner o con el mismísimo Dostoiewski o con los ensayos Dantescos de Borges. Son cosas muy poderosas para un alma simple.

 

—Si tuvieras que definir tu trabajo poético, que va desde «Detrás de la vereda de los autos» en 1993 a las recopilaciones antológicas de tu obra de estos últimos años ¿Cuál sería esa arte poética? ¿Esa línea de flotación entre lo que es o no es un poema según tu mirada?

—Bella y tremenda pregunta.

Creo que mi arte poética se parece a la de Borges: «Mirar el río hecho de tiempo y agua/ y recordar que el tiempo es otro río». Me encanta la poesía que comunica, la que se deja en brazos del lector, la que es moldeable y resistente en el oído, en el ritmo, en la fluidez. No me gusta la poesía sin alma, la que no dice nada, la que no tiene directa comunicación con el lector, la que es presuntuosa, críptica, inentendible. La poesía que queda es siempre la que le dice cosas al lector y que permanece en la memoria y en el tiempo como una especie de música conceptual.

 

—¿Un poema tuyo que leerías hoy?

—Quisiera leer los inéditos, pero casi no lo hago, porque tengo miedo encontrarme, en medio de la lectura, con unos hierros tremendos. Me gustaría leer el poema «La música» que publiqué en 2017 en una plaquette en Nueva York y que habla de la figura de mi padre y su melomanía infinita. Amaba la música: el baile, los discos, los cantantes.

 

–¿Cómo es, a grandes rasgos, el proceso creativo, la cocina literaria detrás de un libro de poesía tuyo?

 —Es un poema largo, que casi no puedo leer en las lecturas de poesía por el tiempo.

 

–¿Qué cosas del Encuentro Internacional de Poetas Poesía en Paralelo Cero te gratifican más en estos años?

—El haber acercado a mi país a la poesía de los otros países. El haber relacionado a muchos poetas con los nuestros, que siempre han estado fuera del mapa, han sido siempre inéditos. La poesía ecuatoriana ha sido siempre silenciosa. Y el Encuentro Paralelo Cero ha conseguido mover estos hilos de lo oculto.

 

–¿Cuál es el sentimiento que en tu caso te empuja a escribir poesía? ¿ha sido siempre el mismo?

—Fue, desde que la descubrí, una especie de refugio para dejar a un lado mi timidez, mis miedos, mis inutilidades, mis prejuicios. La poesía fue y es el campo donde soy feliz, donde puedo estar a gusto siempre, todo el tiempo. Mi vida en conciencia es siempre con la poesía, por la poesía, para la poesía, pero esto no es una hipérbole, si no una realidad total. Así ha sido mi vida desde los 14 años.

 

–¿Cuándo tomaste la decisión de ser poeta?

—A los 14 años un profesor me dijo que escribía poesía y no canciones cursis. Aunque eran poemas horribles, malísimos, detestables, pero me había embarcado en el oficio. Además muy temprano también me di cuenta que debía ponerme el nombre de la “profesión” de poeta para creérmelo, sin ser pretencioso. Pero el arquitecto o el médico necesitan ser llamados por su profesión, el poeta también, es lo que creo. El oficio por escribir poesía era mucho más tormentoso en la primera y segunda juventud. Hasta los 27 años, más o menos, escribía casi todos los días, con una obsesión demoledora. Después llegó la gestión por la poesía, los viajes, las ediciones, mi labor por los libros, y ya divide el alma de la poesía en varias partes.

 

–¿Cómo dialogan el profesor de letras, el periodista, el editor y escritor dentro tuyo… qué se dicen o qué se callan cuando domina uno u otro… o funcionan armónicamente…?

—Esta pregunta es justo lo que trate de responderte ya en la anterior.

Todos mis oficios desembocan en la poesía. En esa cosmovisión cargada de vida: es decir, para mí, la poesía no es solo el hecho poético o el producto del poema, si no la vida: el caminar, el comer, el hablar, el transcurrir, el discurrir, el amar. Es como un lugar obsesivo. Con lo que no es poético desde una dimensión amplia, me aburro, me sofoco, no me siento bien. La fiesta, el humor, la amistad, el amor todo tiene que estar en y con la poesía, caso contrario me es imposible vivir en armonía.

 

–¿Cómo es tu relación con la obra de Pablo Neruda?

—He adorado siempre la poesía de Neruda. Me gusta mucho su fidelidad absoluta con el universo poesía: su enorme fluidez, su cadencia, su atmósfera metafórica, su altísima lírica ha sido mi compañera siempre. Adoro sus poemas de juventud, sus poemas de amor son verdaderos y de un altísimo oficio. Amo también su relación con los objetos, con las cosas, con todo sustantivo. Y su época surrealista es muy hermosa y muy influyente.

Tuve la fortuna de conocer muchísimo a Jorge Enrique Adoum, quien fue su secretario en los años 50 por unos tres años. Él me contó muchísimo de Neruda y de cómo era de influyente su tremenda obra y su enorme actitud política y estética.

Neruda es uno de los nombres más importantes y básicos de la poesía en español. Siempre pienso que es el único o casi el único poeta que en nuestra lengua no tiene poemas inéditos. Me sé muchos versos de él y siempre los llevo conmigo en la vida.

 

–¿A qué le temes?

—A la muerte dolorosa. A algunos roedores. Algunos insectos. A algunos seres humanos. Al exceso de estupidez. Al poder. Un poco también a la vejez.

 

–¿Qué es lo que más detestas del oficio poético?

 —Detesto nunca estar seguro de un poema. Y de siempre encontrarle algo a un texto para cambiarlo en una edición futura. Es un trabajo interminable, eterno y que parece que mutara, que no se deja poner punto final. Es terrible, aunque en eso radique también su hermosura.

 

–¿Qué le dirías a un poeta que se inicia en la disciplina?

—Que escriba mucho. Que no pare de leer y de conocer a los poetas. Que adquiere muchos libros de poesía, que se sienta feliz frente a un oficio que parece un universo. Que lo disfrute mientras puede: mientras la poesía le permite estar en esa atmósfera. La poesía es un oficio de resistencia y es muy fuerte saber en verdad que la poesía no es una cuestión de buenas intenciones. La poesía no permite estar mucho tiempo de aficionados, como los deportes. Hay que entrar en ella y no salir, muy a pesar de los otros poetas, que siempre estarán vigilando a sus contemporáneos.

 

–¿Cuál es tu visión de la poesía ecuatoriana actual?

—La poesía ecuatoriana en la actualidad está bastante visualizada a nivel hispanoamericano. Se han hecho algunas antologías y ediciones de libros en países de América y Europa y se han reivindicado muchas voces que en su tiempo permanecieron inéditas o sin el reconocimiento.

Desde el caso del gran poeta César Dávila Andrade a quien tuve la suerte de editarlo en Visor Libros, hasta una serie de Antologías sobre la poesía contemporánea del Ecuador en traducciones al Italiano, al Inglés, al Portugués, una serie de autores publicados en las principales editoriales de poesía de nuestra lengua. Los poetas ecuatorianos han sido muy bien recibidos en la crítica actual. Han ganado premios importantes, han sido bien recibidos con los más importantes festivales del mundo, en fin, ha sido un tiempo muy importante para nuestra poesía.

 

–¿Qué compañeros de ruta, ecuatorianos o extranjeros, te interesan y por qué?

—Creo mucho en la poesía de mi generación, además de los poetas que me antecedieron generacionalmente. Mi maestro fue Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926-2009) y luego tuve otros figuras importantísimas de la poesía ecuatoriana que he leído con enorme placer y que me han enseñado muchísimo: Euler Granda, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Ileana Espinel, Iván Oñate, entre muchos otros. Luego, en mi generación he estado siempre acompañado de poetas muy buenos y de gran poder como el boliviano Gabriel Chávez Casazola, por ejemplo.

Muchas poéticas actuales me gustan: en España, por ejemplo, adoro la obra diversa de Maria Angeles Martinez o de Raquel Lanseros. Poetas más jóvenes del Ecuador también me interesan muchísimo. He hecho mucho trabajo con talleres y he seguido muy de cerca procesos poéticos muy importantes. Hay muchísima poesía importante en esta época.

 

–¿Una canción que te gustaría haber compuesto?

—Adoro las canciones. Me siento tan pequeño cuando oigo a Serrat contar épicamente una historia en los 4 minutos que dura su canción o la maravilla brutal de los versos de Silvio Rodríguez. Allí siento que es totalmente verídico aquello de que un lector quiera haber escrito lo que otro siente y dice. Ese es el milagro de la poesía, de la música, del arte.

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