Mayo 18, 2024

Poesía completa de Pablo Neruda.Tomo III: En el mundo de las Odas.

El tercer tomo de la Poesía Completa de Pablo Neruda reúne sus cuatro libros de odas y uno de sus poemarios más lúdicos y desconcertantes: Estravagario.

A principios de 1954, el año de su cumpleaños n° 50, Neruda anunció que estaba escribiendo un poemario muy distinto de toda su obra anterior. «Un libro lleno de alegría y de sencillez» dijo, y adelantó su título: Odas elementales.

En su afán de hacer una poesía que llegara a toda la gente, Neruda inició una serie que, comenzando con Odas elementales, se prolongó en otros tres volúmenes: Nuevas odas elementales, Tercer libro de las odas y Navegaciones y regresos.

 

La poesía es como el pan

El poeta comenzó a escribir sus odas en 1952 cuando Miguel Otero Silva, director del diario El Nacional de Caracas, le pidió que colaborara semanalmente con un poema. Neruda aceptó con la condición de que esas poesías no aparecieran en la sección cultural sino en la de crónica. El poeta apunta:

«Así logré publicar una larga historia de este tiempo, de las cosas, de los oficios, de las gentes, de las frutas, de las flores, de la vida, de mi visión, de la lucha, en fin, de todo lo que podía englobar de nuevo en un vasto impulso cíclico de mi creación».

Fue así como después de escribir su monumental poema americano, Canto general, Neruda bajó de las alturas épicas y telúricas, y con el verso breve y el lenguaje cotidiano de las odas intentó realizar un proyecto a la vez sencillo y desmesurado: un inventario poético del mundo.

En 1952 el poeta declaraba:

«…sabemos que la poesía es como el pan, y debe compartirse con todos, los letrados y los campesinos, por toda nuestra vasta, increíble, extraordinaria familia de pueblos.

Propuso, como ejemplar, la figura, la del poeta panadero, en la que insistirá en distintos momentos de su vida, entre ellos aquel en el que recibe el Premio Nobel.  Entonces dice:

A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo que no se cree dios».

En el poema «El hombre invisible», que es el pórtico a las Odas elementales, aparece la figura del poeta que asume la voz de todos:

Yo quiero / que todos vivan / en mi vida / y canten en mi canto […] No puedo / sin la vida vivir, / sin el hombre ser hombre.

Como hace notar René de Costa, Neruda, en este momento, fue parte de un movimiento innovador de la literatura. Nicanor Parra y los poetas beats «habían sacado a la poesía de su finura tradicional. Neruda la tornó humilde y la orientó hacia el pueblo […] La sencillez le dio a Neruda una nueva grandeza».1

 

«Un doloroso estado de conciencia»

En 1958, cuando aún no había terminado el proyecto innovador de las odas elementales, Neruda inauguró otra etapa de su creación poética con el   libro Estravagario.

Este nuevo impulso poético comienza a gestarse en 1956, cuando  Nikita Kruschev lee ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, un informe donde se reconocen los crímenes de Stalin. En sus memorias el poeta anotó:

«La íntima tragedia para nosotros los comunistas fue darnos cuenta de que, en diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía razón. A esta revelación que sacudió el alma, subsiguió un doloroso estado de conciencia…».

Neruda no abandonó su compromiso político, pero su poesía cambió: dejó atrás el tono profético y las certidumbres absolutas. En Estravagario inaugura una poesía en la que busca «otros lenguajes, otros signos» para conocer el mundo: una visión ambivalente y antidogmática. Se declara «cansado de las estatuas». Abjura de lo pesado y lo monumental y lo cambia por lo lúdico y lo cotidiano.

 

Cuando solo la lluvia te espera

El «doloroso estado de conciencia» que siguió a la revelación de los crímenes de Stalin, se advierte también en las odas. En 1959 aparece Navegaciones y regresos, el cuarto libro de la serie. Si en los tres anteriores el tono es de satisfacción, esperanza y regocijo, en este último aparecen seres derrotados, cosas rotas y objetos en desuso.

En uno de los poemas de este libro Neruda relata un viaje de regreso al Sur de su infancia, en 1958: donde antes lo esperaban «las manos y la miel» ahora solo encuentra el vacío:

«Ya no hay más techo, mesa, copa, muros, en lo que fue mi geografía / y eso se llama irse, no es un viaje. / Irse es volver cuando solo la lluvia, / solo la lluvia espera».

Este es un momento complejo en la creación y en la vida del poeta. Un estado de ánimo nostálgico parece tender un velo sobre sus certezas y su optimismo histórico de ayer. Esta tensión reaparecerá en su autobiografía poética, Memorial de Isla Negra, que se incluye en el tomo IV de esta colección.

 

Antología

 

(…)

No puedo

sin la vida vivir,

sin el hombre ser hombre

y corro y veo y oigo

y canto,

las estrellas no tienen

nada que ver conmigo,

la soledad no tiene

flor ni fruto.

Dadme para mi vida

todas las vidas,

dadme todo el dolor

de todo el mundo,

yo voy a transformarlo

en esperanza.

Dadme

todas las alegrías,

aun las más secretas,

porque si así no fuera,

cómo van a saberse?

Yo tengo que contarlas,

dadme

las luchas

de cada día

porque ellas son mi canto,

y así andaremos juntos,

codo a codo,

todos los hombres,

mi canto los reúne:

el canto del hombre invisible

que canta con todos los hombres.

 

De “El hombre invisible”, Odas elementales

 

 

Oda al tomate

La calle

se llenó de tomates,

mediodía,

verano,

la luz

se parte

en dos

mitades

de tomate,

corre

por las calles

el jugo.

En diciembre

se desata

el tomate,

invade

las cocinas,

entra por los almuerzos,

se sienta

reposado

en los aparadores,

entre los vasos,

las mantequilleras,

los saleros azules.

Tiene

luz propia,

majestad benigna.

Debemos, por desgracia,

asesinarlo:

se hunde

el cuchillo

en su pulpa viviente,

es una roja

víscera,

un sol

fresco,

profundo,

inagotable,

llena las ensaladas

de Chile,

se casa alegremente

con la clara cebolla,

y para celebrarlo

se deja

caer

aceite,

hijo

esencial del olivo,

sobre sus hemisferios entreabiertos,

agrega

la pimienta

su fragancia,

la sal su magnetismo:

son las bodas

del día,

el perejil

levanta

banderines,

las papas

hierven vigorosamente,

el asado

golpea

con su aroma

en la puerta,

es hora!

vamos!

y sobre

la mesa, en la cintura

del verano,

el tomate,

astro de tierra,

estrella

repetida

y fecunda,

nos muestra

sus circunvoluciones,

sus canales,

la insigne plenitud

y la abundancia

sin hueso,

sin coraza,

sin escamas ni espinas,

nos entrega

el regalo

de su color fogoso

y la totalidad de su frescura.

 

De: Odas elementales

 

Oda a la cebolla

 

Cebolla,

luminosa redoma,

pétalo a pétalo

se formó tu hermosura,

escamas de cristal te acrecentaron

y en el secreto de la tierra oscura

se redondeó tu vientre de rocío.

Bajo la tierra

fue el milagro

y cuando apareció

tu torpe tallo verde,

y nacieron

tus hojas como espadas en el huerto,

la tierra acumuló su poderío

mostrando tu desnuda transparencia,

y como en Afrodita el mar remoto

duplicó la magnolia

levantando sus senos,

la tierra

así te hizo,

cebolla,

clara como un planeta,

y destinada

a relucir,

constelación constante,

redonda rosa de agua,

sobre

la mesa

de las pobres gentes.

 

Generosa

deshaces

tu globo de frescura

en la consumación

ferviente de la olla,

y el jirón de cristal

al calor encendido del aceite

se transforma en rizada pluma de oro.

 

También recordaré cómo fecunda

tu influencia el amor de la ensalada,

y parece que el cielo contribuye

dándote fina forma de granizo

a celebrar tu claridad picada

sobre los hemisferios de un tomate.

Pero al alcance

de las manos del pueblo,

regada con aceite,

espolvoreada

con un poco de sal,

matas el hambre

del jornalero en el duro camino.

 

Estrella de los pobres,

hada madrina

envuelta

en delicado

papel, sales del suelo,

eterna, intacta, pura

como semilla de astro,

y al cortarte

el cuchillo en la cocina

sube la única lágrima

sin pena.

Nos hiciste llorar sin afligirnos.

Yo cuanto existe celebré, cebolla,

pero para mí eres

más hermosa que un ave

de plumas cegadoras,

eres para mis ojos

globo celeste, copa de platino,

baile inmóvil

de anémona nevada

 

y vive la fragancia de la tierra

en tu naturaleza cristalina.

 

De: Odas elementales

 

 

Pido silencio

Ahora me dejen tranquilo.

Ahora se acostumbren sin mí.

 

Yo voy a cerrar los ojos.

 

Y solo quiero cinco cosas,

cinco raíces preferidas.

 

Una es el amor sin fin.

 

Lo segundo es ver el otoño.

No puedo ser sin que las hojas

vuelen y vuelvan a la tierra.

 

Lo tercero es el grave invierno,

la lluvia que amé, la caricia

del fuego en el frío silvestre.

 

En cuarto lugar el verano

redondo como una sandía.

 

La quinta cosa son tus ojos,

Matilde mía, bienamada,

no quiero dormir sin tus ojos,

no quiero ser sin que me mires:

yo cambio la primavera

porque tú me sigas mirando.

 

Amigos, eso es cuanto quiero.

Es casi nada y casi todo.

 

Ahora si quieren se vayan.

 

He vivido tanto que un día

tendrán que olvidarme por fuerza,

borrándome de la pizarra:

mi corazón fue interminable.

 

Pero porque pido silencio

 

no crean que voy a morirme:

me pasa todo lo contrario:

sucede que voy a vivirme.

 

Sucede que soy y que sigo.

 

No será pues sino que adentro

de mí crecerán cereales,

primero los granos que rompen

la tierra para ver la luz,

pero la madre tierra es oscura:

y dentro de mí soy oscuro:

soy como un pozo en cuyas aguas

la noche deja sus estrellas

y sigue sola por el campo.

 

Se trata de que tanto he vivido

que quiero vivir otro tanto.

 

Nunca me sentí tan sonoro,

nunca he tenido tantos besos.

 

Ahora, como siempre, es temprano.

Vuela la luz con sus abejas.

Déjenme solo con el día.

Pido permiso para nacer.

 

De Estravagario

 

Escrito en el tren cerca de Cautín, en 1958

 

Otra vez, otra mil vez retorno

al Sur y voy viajando

la larga línea dura,

la interminable patria custodiada

por la estatua infinita de la nieve,

hacia el huraño Sur donde hace años

me esperaban las manos y la miel.

 

Y, ahora,

nadie en los pueblos de madera. Bajo

la lluvia tan tenaz como la yedra,

no hay ojos para mí, ni aquella boca,

aquella boca en que nació mi sangre.

Ya no hay más techo, mesa, copa, muros

para mí en la que fue mi geografía,

y eso se llama irse, no es un viaje.

Irse es volver cuando solo la lluvia,

solo la lluvia espera.

Y ya no hay puerta, ya no hay pan. No hay nadie.

 

De  Navegaciones y regresos

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