Mayo 5, 2024

“Hasta que Bon Jovi cante Blaze of Glory en las Torres del Paine” Entrevista a Óscar Barrientos Bradasic

 

Por Ernesto González Barnert

 

No hay una patagonia, hay muchas, varias de las cuales las trata o sueña uno de los escritores capitales del extremo austral. Me refiero al escritor y docente universitario Oscar Barrientos (1974). Su último libro sigue enfrentando las más diversas empresas humanas, por desquiciadas o poéticas que sean, con el paisaje patagón y sus dificultades climáticas, con un decorado posmoderno o clásico, sin que dejen de ser tremendas y desmedidas historias donde Chile también se dibuja o desdibuja criticamente, acidamente, desde la provincia, el mestizaje, el acerbo croata, chilote, puntanerense donde lo estrafalario o ridiculo es parte de la normalidad y la anormalidad es la arena por la que cada historia de Barrientos Bradasic parece caminar o correr con un lenguaje cada vez más veloz y divertido sin perder peso mental ni poesía.

 

Te volcaste en tu nuevo libro Paganas Patagonias (Lom, 2018) a narrar con más desparpajo y acidez que nunca la Patagonia urbana sin perder tu mirada cáustica sobre los mitos fundacionales de la tierra austral? ¿Por qué crees necesario subrayar a Punta Arenas, su desmesura o sinrazón en tu último trabajo, por lo demás divertidísimo y eufórico, muchas veces en relación no chilena sino digamos occidental?

 

Punta Arenas fue colonia penal hacia 1845, un lugar donde llegaban los elementos que traían de la sobrepoblación penitenciaria de Santiago. Así que antes de las inmigraciones de croatas y suizos, llegaron presos políticos y delincuentes. Si nos vamos en la premisa foucaultiana que la normalidad es una especie de proyección del orden político y jurídico, es probable que tanto la cárcel, el siquiátrico, la escuela y la fábrica sean también reproducciones de ese modelo de dominación y en este caso, el extremo meridional puede entenderse, en un grueso bosquejo, como un epicentro donde conviven la locura, el confinamiento y quizás ciertos elementos carnavalescos. Nuestro Castillo de If es una naturaleza intimidante. El solo hecho de llegar hasta el extremo es parte de una odisea. Paganas Patagonias (Lom Ediciones, 2018) explora esa dimensión, pero no desde una postura clínica ni ajena, sino como parte participante de esa convivencia con personajes infrecuentes y excéntricos, es decir, fuera del centro. El doble de Bon Jovi, el Dr. Pc, Big Mouth, la castoridad, el constructor de marionetas embrujadas serían arquetipos de este espacio vivencial y también la monumentalidad del continente antártico y la evocación del legado de la ex Yugoslavia en la figura del mariscal Josip Broz Tito. Creo que era importante dar una lectura contemporánea a la gran aventura de habitar la Terra Australis Incógnita.

 

 

–¿Cómo es escribir y hacer literatura y cultura desde la Provincia, específicamente desde Punta Arenas?

Algunas veces, en el marco de conversaciones que hemos tenido con el Colectivo Pueblos Abandonados hemos coincidido casi todos en que se trata de lenguajes con improntas territoriales, me refiero a Chiloé, la Patagonia, el Valle de Elqui, el litoral, el Norte Grande. De ahí que subyace esa voluntad descentralizadora, pero no como una suerte de reclamo bobalicón por lograr la atención del centro. De partida, vislumbrar estos territorios lejanos del centro fuera de una concepción pintoresquista y ruralizante y entenderlas como ciudades, tanto desde su emplazamiento como desde su poderío simbólico. No estoy tan seguro que la vida cultural en Punta Arenas tenga todo el dinamismo que se deseara, pero hemos sido los propios artistas de la ciudad los que hemos contribuido en algo a ensanchar esos límites. Hay algunas tentativas interesantes. Como toda ciudad extrema cimentada sobre el influjo inmigratorio, nos obliga a repensar los tiempos, a mirar críticamente el pasado, a que nuestra obra también dialogue ciudadanamente con el presente y por supuesto, a vislumbrar la ciudad patagónica del futuro, un imaginario donde tanto el pos apocalipsis como la fundación podrían encontrar una solución estética. Huelga decir que me gusta vivir en Punta Arenas. Creo que algún día se valorará a los escritores que decidimos permanecer en nuestros espacios y producir desde ahí.

 

–¿En lo personal que es para ti escribir poesía en estos días de pandemia, estallido social, apruebo, corrupción, más allá de la mirada macro a los sucesos propios del extremo austral?

La literatura, en mi poética, es una manera de explorar el pensamiento desde el lenguaje, que va muy atenta al correlato que entrega la propia realidad. La pandemia ha sido como la irrupción de la muerte roja ingresando en los salones lujosos del príncipe Próspero (que es también el país neoliberal) y nos ha obligado a repensar todas nuestras relaciones humanas. Ha sido un año fatídico en ese sentido. Estos sucesos acaecieron a continuación del llamado “estallido social”, aunque me gusta más la expresión “rebelión popular”. Hay una responsabilidad gigantesca de la clase política que durante treinta años vendió la idea de progreso en una complicidad muy dudosa con el poder económico de las élites o la idea de un gobierno de expertos, todo esto pronunciado con bastante soberbia y parece que con poca memoria. Eso no fue más que una olla a presión. Fue la calle quien derribó aquellos cantos de sirenas, dejando al desnudo el teatro de utilería sobre el cual se emplazaba nuestro estatuto democrático, una sociedad basada en la herencia económica del pinochetismo, el abuso de las AFP, el conflicto en la Araucanía, la constitución de origen ilegítimo que finalmente expiró. Nuestra región ha vivido con entusiasmo el proceso de transformación social y política de los últimos tiempos.

 

–¿Cómo es tu relación con la obra nerudiana?

 

Neruda es un prodigio de la naturaleza, un poeta de versatilidad extraordinaria y de una capacidad de registros francamente descollante. Naturalmente hay zonas de su literatura que me gustan más que otras. Por ejemplo, el Neruda residenciario, que es tan desgarrador como luminoso, en ese compromiso inquebrantable que establece con la materia. Siempre vuelvo también a su etapa española que gravita entre el entusiasmo por el advenimiento de la República y la irrupción tanto de la Guerra Civil como del franquismo. Hay libros, fuera del canon nerudiano más hegemónico que disfruto mucho como por ejemplo Estravagario y La espada encendida, este último es el encuentro de una pareja pos apocalíptica, Rhodó y Rossía, en el extremo austral del mundo. Hay mucha gente que habla de Neruda, sin leerlo.

 

 

 

Tu obra anterior fue “Saratoga” (Emecé, 2018) donde se reúnen tus cuatro novelas que transcurren en el terrorífico, alucinante y grotesco Puerto Peregrino, donde un poeta Aníbal Saratoga, sobrevive, enfrenta, sufre con su precariedad melancólica y naturaleza alcoholica, aventuras, embates de un destino a la contra. ¿Seguirás o no Óscar dándole voz o se acabó Puerto Peregrino, Aníbal Saratoga?

Es un personaje que me acompañó durante muchos años y que protagonizó las novelas El viento es un país que se fue; Quimera de nariz larga; Carabela portuguesa y Dos ataúdes. La editorial Emecé, en un extraordinario esfuerzo, juntó en un solo volumen las andanzas del poeta dipsómano del fin del mundo, dada que estos libros estaban muy dispersos en términos editoriales. Agradezco de corazón la iniciativa. Sé, por algunas noticias siempre parciales, que es un personaje que ha concitado el cariño de ciertos lectores seguidores de las erráticas empresas de Saratoga, la mayoría de las veces como escudero de navegantes, ufólogos o seres sin brújula. Ahora, tratando de responder a tu pregunta, la verdad es que no sé si Saratoga vuelva a las pistas, aunque te puedo asegurar que yo sigo viviendo en Puerto Peregrino.

 

–¿Un poema o verso que te acompañe como mantra o guía en estos días aciagos?

Me ha hecho mucho sentido, por la elocuente dificultad de desplazarnos a través del territorio una prosa de Gabriela Mistral donde reflexiona que en otrora el viaje era un acontecimiento y que cierta modernidad hostigosa lo ha convertido en una rutina algo frívola. En uno de sus párrafos dice: “Viajan algunos ya con displicencia; en el ojo sin avidez, en la llegada a Niza como al patio de su casa, se reconoce que ése tiene ya volteada la bolsa de maravillas del caminar y querrá ya otra cosa, por ejemplo, los circos sin viento de la luna. Lástima de ricos que se han estropeado una fiesta más, a fuerza de sobajearla demasiado”.

 

–¿Qué poema tuyo leerías hoy a propósito del difícil momento que atravesamos como país en una sala de clases o cárcel llena de detenidos políticos por el estallido social?

Creo que el poema final de mi libro Égloga de los cántaros sucios (El Kultrún, 2004)

Ese día,
el dolor surgirá entre los adoquines
como un torrente que dispara al infinito
o sobre la sien del transeúnte.
La historia saldrá entre Bories y Colón
repartiendo los desechos de su martirio,
un fantasma redentor
-como quien recorre los castillos de Europa-
El estrépito de la violencia de clases
asumirá aquella metafísica intemporal de los catres viejos,
la mesa de madera, el pan untado con margarina
todo eso
que esperó pacientemente en los recovecos de la caverna.
Entonces, la muerte, sin señoríos ni osamentas
podrá ser increpada durante catorce noches de infortunio,
porque ese día los signos del huracán
prendidos a los dedos de la noche
llegarán al puerto donde los espera una revelación,
porque ese día escribirán la vida los tristes,
porque en ese instante ninguna deidad
con las alas empapadas de rocío y niebla
nos podrá arrancar del alma
las semillas que brotaron de nuestro pecho,
las aromáticas algas que surgieron
de esa interminable procesión al mar.

 

 

–¿Cómo ves el panorama literario actual? ¿Qué voces nos recomiendas leer de la escena chilena o mundial viva?

 

Siempre estoy tratando de leer, autores de todos los tiempos, en saltos temporales muy grandes y variopintos. Hay muchos escritores chilenos contemporáneos que recomiendo como Rosabetty Muñoz, Mario Verdugo, Alejandro Zambra, Matías Celedón, Juan Carreño, Cristian Vila Riquelme, Maha Vial, Marcelo Mellado, Juan Manuel Silva Barandica, Cristian Geisse, Cristóbal Gaete, Gianfranco Rolleri, Leonardo Sanhueza, Juan Cameron, Roxana Miranda Rupailaf, Verónica Zondek, Germán Carrasco, Daniel Rojas Pachas, Tomás Harris, Yuri Soria, Antonia Torres, Oscar Petrel, Claudio Maldonado y un colosal etcétera.

 

–¿Cuál fue el mejor consejo que te dieron como escritor o poeta?

 

No tengo tanta buena memoria para los consejos, ni soy muy bueno para darlos, dado que vengo también de una tradición literaria que siempre pone en duda la palabra, avizorándola como un soporte precario, a la manera del poema que Enrique Lihn hace sobre Rimbaud. Por lo demás, este es un país que en general desanima a la gente a escribir, a dedicarse al arte. Más que incentivos, está lleno de exhortaciones a desistir. Para mí fue súper importante un taller literario que dirigió Oscar Galindo cuando yo estudiaba en la UACH. De ahí, más o menos salió la Revista Ciudad Circular. Fue un gran entrenamiento en el oficio.

 

 

–¿Si nos pudieras nombrar algunos de esos libros que te marcaron, te hicieron el hombre de letras y cultura que eres? ¿Qué les guardas especial cariño y devoción?

Difícil pregunta porque dejaría afuera hartas cosas, pero no quiero evadir la respuesta. El Manual de Zoología Fantástica de Borges, La conjura de los necios de John Kennedy Toole; El lobo de mar de Jack London; La virgen y el gitano de D.H. Lawrence; El molino junto al Floss de George Eliot; El corazón de las tinieblas de Josep Conrad; El hombre que ríe de Víctor Hugo y la lectura de grandes poetas chilenos como Lihn, Díaz Casanueva, Gonzalo Rojas, Pablo de Rokha o Eduardo Anguita. También algunos dramaturgos universales notables como Alfred Jarry o August Strindberg. Todas fueron lecturas luminosas.

 

 

–¿Qué poetas, escritores, músicos, películas o series, artistas, te sedujeron intelectualmente esta temporada?

Durante este periodo he leído un montón de autores, en forma muy desordenada pero enfática. Por ejemplo la magistral novela de Horacio Castellanos Moya titulada Baile con serpientes; Diez planetas de Yuri Herrera; Walt Whitman Mall de Christian Formoso; Bajo el techo que se desmorona de Goran Petrovic; Técnicas para cegar a los peces de Rosabetty Muñoz; Baba Yagá puso un huevo de Dubravka Ugresic; Diálogo de desaparecidos de Enrique Lihn; La luz mala dentro de mí de Mariano Quirós; Una especie de zumbido en la cabeza de Eric Goles y Mala lengua: Un retrato de Pablo de Rokha de Álvaro Bisama.

En música, en general lo de siempre, pero he vuelto con mucho interés a compositores como el cubano Frank Delgado y el chileno Payo Grondona.

Estoy viendo la serie Bauhaus, una nueva era.

 

–¿Qué derecho o deber te gustaría consagrara la nueva constitución en tu calidad de catedrático universitario?

 

Los creadores en nuestro país tienen un escaso reconocimiento de su oficio. Chile es el país de las omisiones, de los olvidos y por supuesto del ninguneo. Que la dictadura fue un episodio brutal y despiadado de nuestra historia, es una verdad histórica. Habría que agregar que, en cierta medida, figuras culturales como Nino García, Alfonso Alcalde o Félix Maluenda, por dar algunos nombres de muchos, fueron víctimas de una democracia triunfalista y obtusa, que los castigó con la invisibilización. Escritores, artistas e intelectuales deben tener una validación y un reconocimiento como un trabajador más. Casi se podría hacer una especie de poema mayakovskyano y corrosivamente paródico exigiendo a los burócratas neoliberales que incorporen nuestras expresiones en los intereses y valores de la república.

 

–¿Qué proyectos escriturales o de gestión cultural estás llevando a cabo estos días? ¿Alguno poético?

Por ahora tengo en barbecho un libro de cuentos que duerme por ahora en el letargo del disco duro. En otro aspecto, realizo labores en la editorial de la Universidad de Magallanes.

 

–¿Un libro que nunca terminaste de leer?

El plan infinito de Isabel Allende. Se me hizo infinito.

 

–¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de vivir en Punta Arenas?

Son muchas las cosas que me gustan, desde muy domésticas como poder ir y volver del trabajo en diez minutos o el aire puro, hasta aspectos existenciales y filosóficos como la convicción de que se habita un territorio mítico, reseñado por cartógrafos y buscado por intrépidos navegantes. Naturalmente, el aislamiento y la lejanía son desventajas que trato de aprovechar como potencialidad, a la manera de esas llaves que aprendí cuando era más joven y hacía judo. Un escritor territorial es un judoka combatiendo contra un roble.

Pero el aislamiento es un dato real.

–¿Qué escritores de Punta Arenas nos recomiendas leer?

Rolando Cárdenas, Christian Formoso, Ramón Díaz Eterovic, Astrid Fugellie Pavel Oyarzún, Juan Pablo Riveros, Juan Mihovilovich, Alberto Aguilar, Niki Kuscevic, Miguel Bórquez. Viene además una generación joven muy vital y reveladora.

 

–¿Qué odia Aníbal Saratoga de Óscar Barrientos y Óscar Barrientos de Aníbal Saratoga?

Yo creo que se aman y como en todo amor se perdonan los defectos. Son discusiones viscerales que se convierten en canciones de marineros como a la cuarta copa de vino.

 

–Por qué crees que hay tantos Bon Jovi –jóvenes pistoleros–, en Punta Arenas?

Quizá porque somos una especie de Far West patagónico. Un lugar donde la desmesura tanto del paisaje natural como social observa la imitación en tanto acto sublimador. Algún día lograremos que el Bon Jovi magallánico cante Blaze of Glory en la base de las Torres del Paine. Espero estar ahí para verlo.

 

 

 

 

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