Septiembre 19, 2024

Los días extraños: un poeta que murió con su mundo

Por Darío Oses (1)

 

El escritor y periodista José Miguel Varas, recuerda que Neruda, enfermo y recluido en su casa de Isla Negra, le pidió que lo visitara. Convinieron en la fecha: sería el 11 de septiembre de 1973. Varas iría acompañado por el escritor Fernando Alegría, y entre otras cosas debía llevar un dossier con información sobre las acciones de la International Telephone and Telegraph Company, ITT contra el gobierno del Presidente Allende. Con ese material el poeta planeaba escribir un artículo para el New York Times.

Ese mismo día Neruda recibiría también a Sergio Insunza, entonces Ministro de Justicia, con quien revisaría los borradores de los estatutos de la Fundación Cantalao. Este fue el último sueño utópico de Neruda, que había comprado un predio litoral en Punta de Tralca para levantar ahí una ciudad de escritores y artistas.

Nada de eso ocurrió.

Varas escuchó por última vez la voz de Neruda ese 11 de septiembre alrededor de las 7 de la mañana, cuando lo llamó para decirle que había un golpe militar en marcha por lo que no podría ir a verlo ese día.

—Tal vez en otra ocasión— sugirió V.

—Tal vez nunca— contestó el poeta con voz y así fue.

Desde luego el ministro Insunza tampoco pudo llegar a Isla Negra. Estaba oculto porque por radio se transmitían con insistencia bandos que ordenaban entregarse a todos los altos funcionarios del régimen recién derrocado.

Así, aquel 11 de septiembre comenzaron los días más extraños de la vida de Neruda, que permaneció en Isla Negra hasta el 19 de ese mes cuando, al empeorar su salud, dejó atrás al mar que amaba, y abordó la ambulancia que lo llevaría hacia la capital, de la que había escrito:

La triste ciudad de Santiago extiende piernas polvorientas, se alarga como un queso
y desde el cielo puro y duro
se ve como una araña muerta…(2)

Lo internaron en la Clínica Santa María, donde murió el 23 de ese mismo mes. El poeta había vivido situaciones difíciles como el estallido de la guerra civil española, en 1936, y después la clandestinidad, la persecución y el exilio bajo el gobierno de Gabriel González Videla. Pero la ruptura más brutal de su existencia se produjo en los últimos 12 días de su vida.

Neruda llegó a ser un personaje connotado, reconocido, combatido y celebrado en todo el mundo. En 1973, a pesar de su enfermedad, participaba en la lucha política del momento con artículos y declaraciones para la prensa.  También con un libro de batalla: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, de poca sustancia poética pero de eficacia combativa Por último trabajaba en sus memorias, junto con el poeta Homero Arce. Quería publicarlas en 1974 con ocasión de su cumpleaños 70.

A pesar de las limitaciones que le imponía su estado de salud, estaba inserto en el acontecer diario e involucrado en una causa en la que se jugaba el destino de un proyecto político y social que venía desarrollándose desde 1938, cuando el Frente Popular ganó las elecciones presidenciales con Pedro Aguirre Cerda. A lo largo de 35 años ese proyecto tuvo avances y retrocesos, pero en el último año del gobierno de la Unidad Popular, su fututo se veía ya incierto.

El asunto es que de pronto el poeta se encontró como si hubiera despertado de un sueño pletórico de proyectos a una realidad vaciada de expectativas y promesas. Ya no había nada que esperar: sus utopías grandes y menores se clausuraban, todas las puertas estaban cerradas. Quizás Neruda había adivinado que algo como esto iba a pasar, hacía ya 12 años, cuando escribió su enigmático poema “El sobrino de occi-dente”, para el libro Cantos ceremoniales, y en el que dice:

…se fueron todos, la casa está vacía.
Y cuando abres la puerta hay un espejo
en que te ves entero y te da frío (3).

La casa de Isla Negra donde celebró sus cumpleaños, las fiestas patrias y muchas otras ocasiones, ahora parecía deshabitada: solo quedaba el recuerdo fantasmal de comensales que coparon su mesa o se deslizaban con las copas en las manos, entre los mascarones que habían viajado por todos los mares del mundo. El presidente Allende, que lo visitó a principios de febrero, ahora estaba muerto.

Neruda conoció de cerca al fascismo que aplastó a casi toda Europa en los años 30 y 40. Escribió testimonios poéticos como “España en el corazón”, y luego cantos triunfales a las batallas que aplastaron al nacismo en el frente este. Pero los fantasmas de la derrota de la España republicana resucitaban ahora, ahí mismo, en su país, al lado de afuera de su casa y luego dentro de ella.

Una patrulla militar allanó la casa de Isla Negra mientras en el mar, frente a la playa, navegaba un barco de guerra. Hasta hacía poco, eso solo podía ocurrir en pesadillas. Ahora la realidad adquiría, para el poeta, un carácter de pesadilla.

Neruda vio por televisión el bombardeo de la Moneda, que inevitablemente ha de haberle recordado el bombardeo del 7 de noviembre de 1936, que presenció en Madrid.

Días después, ya en su agonía, delirando gritaba: “¡Los están matando!” y tal vez ese grito sonó como un eco del “¡Venid a ver la sangre por las calles!” de su poema “Explico algunas cosas”.

Neruda fue un gran activista en la lucha de los artistas e intelectuales contra el fascismo. Ahora ya no podía hacer nada. Estaba postrado y dependía de un grupo de mujeres que lo cuidaban, lo mismo que en su lejana primera infancia, en Parral, cuando varias mujeres se hicieron cargo de él, luego de que a los dos meses de edad quedó huérfano de madre.

Para reconstruir el estado de ánimo del poeta en ese momento se puede recurrir a conjeturas construidas sobre la base de uno de sus personajes. Hernán Loyola, alude al “ánimo de abatimiento, abulia y obsesión”, en que queda en un momento del relato el narrador-protagonista de la novela breve El habitante y su esperanza, (4)  así como su estado de indecisión e inmovilidad en el que no puede hacer más que soportar “miserablemente el paso del tiempo” (5).

También es posible la extrapolación de otros momentos de su vida. Volodia Teitelboim describe la crisis interior que se produjo en Neruda cuando terminó de escribir la que tal vez sea la más maestra de sus obras, Residencia en la tierra. Entonces llegó a dudar tanto de él mismo como de la literatura, sentía que las cosas habían encontrado su propia expresión y él ya no era parte de ellas ni tenía la capacidad de penetrar en su misterio.

Algo de aquella parálisis del personaje de El habitante… ha de haberle ocurri-do, y mucho de esa sensación de distancia del mundo debió apoderarse nuevamente de Neruda en septiembre de 1973. Es que a lo largo de su vida había construido una cosmovisión poética y vivía dentro de ella. Su fascinación por el mundo terrenal se advierte a lo largo de toda su obra. Siendo niño descubrió el orden del mundo natural en el bosque nativo. Luego, con su poesía, indagó en la armonía con que podía construirse el orden social y humano. Ahora todo orden se derrumbaba y toda armonía se iba disipando en la medida de que ardía el palacio de gobierno y cárceles y estadios se llenaban de prisioneros.

Afuera estaba el mar que había recreado en su poesía, pero ya no era ese magnífico mar del que le hablaban sus mascarones de proa y al que le cantó en su poema “El gran océano”. Mar, cielo y tierra se habían vaciado de poesía. Se diluía también el contenido poético presente en las promesas tal vez quiméricas de aquellos años en los que proliferó una gama de movimientos de emancipación.

Si le creemos a la sensiblería popular del tango y el bolero, cuando termina un gran amor, en el ánimo de los amantes se instala la ausencia como una especie de presencia fantasmal del o de la amante que ha partido. Para el último Neruda, el paisaje tal vez se redujo a una leve pátina que iba esfumándose y adquiriendo la textura del recuerdo, mientras desaparecía también el país que había conocido, amado y al que había cantado. Al mismo tiempo se esfumaba esa armonía de la vida gracias a la cual las hojas de los árboles sabían que debían suicidarse en cuanto se sentían amarillas.

Quizás fue como si aquella realidad terrenal que lo deslumbró hubiera sido fraudulentamente sustituida por la imperfecta proyección de una borrosa película en blanco y negro que apenas mostraba la superficie fenoménica de todas esas materias cuyas profundidades él había explorado.

El movimiento de las olas se hacía monótono, mecánico; el mundo se había despojado del misterio que el poeta trató de descifrar con su obra.

Ese mundo que antes le hablaba enmudeció, se desfondó de sentido y a cada momento aumentaba la distancia entre las cosas y la conciencia de aquel poeta dolorosamente excluido de los territorios a los que una vez perteneció. Su casa, los paisajes y la historia de su país se desvanecían para ser reemplazados por la retórica del bando y la arenga militares, y por escenografías desechables, y todo eso ya anunciaba el aluvión de cultura basura que vendría.

El país que moría era, en gran medida, el que construyeron los poetas, los maestros y maestras, las y los científicos y profesionales que hicieron que la cultura, en Chile, alcanzara un desarrollo muy superior al que se podía esperar de una nación con su desarrollo económico.

Es posible que el poeta haya sido visitado por las representaciones que se hicieron de su persona, como la del joven provinciano cuya obra va ganando reconocimiento en su país, luego en el mundo de habla hispana, y finalmente en todo el orbe. También la del héroe que, protegido por su pueblo, logra evadir la persecución política policial, y la del poeta que se identifica con el pueblo hasta el punto en que su poesía llega a convertirse en la voz del colectivo humano, lo mismo que la de Whitman, de Mayakowsky y de Nazim Hikmeth. A esto se han de haber sumado las imágenes derivadas de las descalificaciones tópicas que se hicieron de Neruda: las del comunista burgués, del cortesano de Stalin, o el poeta semi gangsteril, protegido por la pandilla de sus amigos incondicionales, etc.

Todas esas caricaturas revelaban su carácter reduccionista mientras la complejidad del personaje se manifestaba por última vez antes de esfumarse para siempre, porque en esos días todo se desvanecía y para el poeta la única evidencia era la de la cercanía de su muerte y la muerte de su mundo.

El poeta eliminó el texto lleno de optimismo que tenía como cierre de sus memorias, y que en su parte final dice:

Tengo la confianza más absoluta en que la fraternidad, la claridad y la paz regirán los destinos de esta época que ha comenzado a conversar con el cielo (6).

Matilde explicó que después del golpe él cambió este texto por un capítulo en honor del presidente Allende.

Al eliminar ese escrito, el Neruda estaba clausurando el optimismo que hasta entonces había tenido respecto del porvenir y que manifiesta en los dos últimos párrafos del discurso con el que agradeció el otorgamiento del Premio Nobel en Estocolmo:

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así la poesía no habrá cantado en vano( 7).

Y en el acto con que se celebró su regresó a Chile, a fines de 1972, terminó diciendo:

Salud, chilenas y chilenos, compañeras y compañeros, amigos y amigas, gracias por la amistad, por el cariño, por el reconocimiento que otros nuevos poetas con el tiempo recibirán también de ustedes.

Porque la vida, la lucha, la poesía, continuarán viviendo cuando yo sea solo un pequeño recuerdo en el luminoso camino de Chile.

Gracias porque ustedes son el pueblo, lo mejor de la tierra, la sal del mundo (8).

Hay que preguntarse si ese optimismo era verdadero. Porque mostrar pesimismo en ese momento equivalía a infundir desaliento y avivar un fatalismo que ya comenzaba a manifestarse, junto con la convicción de que el golpe era inevitable.

El pesimismo se había manifestado hacía tiempo en lo que se ha llamado la “vertiente apocalíptica” de la poesía nerudiana y que se encuentra en tres libros: Fin de mundo (1969), La espada encendida (1970) y 2000 (1974) (9).

Nos parece que el optimismo histórico de Neruda era sincero, pero que se alternaba con momentos de pesimismo. A pesar de que creía en el proyecto de la Unidad Popular, estaba seriamente preocupado por el destino de su país, y en varias ocasiones lo manifestó.

Así por ejemplo, en una entrevista que dio en Isla Negra, el 24 de febrero de 1973, y que se publicó en la revista Siempre! Presencia de México, el 14 de marzo de ese año, el poeta dijo: “Mi temor es que se pueda repetir la guerra española. Los elementos están en el tapete”.

Sin embargo, muestra optimismo sobre los resultados de ese posible conflicto, cuando en la misma entrevista dice:

… no hay que olvidar que Hitler y Mussolini murieron en circunstancias ca- lamitosas y que nuestros fascistas criollos serían bastante locos si se lanzaran en Chile a una aventura semejante. Sabemos que están apoyados por grandes sectores internacionales, pero esos sectores norteamericanos acaban de perder una guerra. Si quieren perder otra, qué vamos a hacerle…

Dos meses después, en mayo de 1973, al hablar por cadena de televisión, sobre los peligros de enfrentamiento en Chile, Neruda evocaba el suceso histórico que había sido más doloroso para él:

…fui testigo de muchos de los sucesos y episodios más desgarradores de nuestro tiempo en España. La guerra civil instigada por el fascismo que dominaba en Alemania y en Italia dejó un millón de muertos y medio millón de españoles en el destierro. El odio y la muerte malograron más de una generación florida de jóvenes españoles y no dejó una casa sin un crespón de duelo, ni una familia sin un hijo, hermano o padre en la cárcel o en el destierro.

Está claro que el poeta temía la recurrencia de las calamidades sociales. Él creía en que la historia humana progresaba, tal vez lentamente pero con ardiente paciencia, hacia su propia perfección. Y ahora se encontraba con que la historia volvía sobre sí misma, con el eterno retorno de la guerra, con la reincidencia en el aplastamiento. En su obra Neruda había manifestado su confianza en un destino de paz y fraternidad para todos los pueblos. Más de una vez esta confianza se tambaleó, como en 1956, cuando el Partido Comunista de la Unión Soviética reconoció los crímenes y abusos que había cometido Stalin. Luego, entre 1968 y 1969, en su libro Fin de mundo, su poesía se paseó por el horror de la guerra atómica, y por el desastre ecológico, al

que todavía no se le daba gran importancia.

Sin embargo, cierra este libro diciendo:
Pero algo debe germinar,
crecer, latir entre nosotros: hay que dejar establecida la nueva ternura en el mundo.
Me morí con todos los muertos, por eso pude revivir
empeñado en mi testimonio
y en mi esperanza irreductible. Uno más, entre los mortales, profetizo sin vacilar
que a pesar de este fin de mundo
sobrevive el hombre infinito (10).

No tenemos cómo saber si la “esperanza irreductible” de Neruda habría sobre- vivido a las consecuencias que tuvo el golpe de estado de 1973. Tampoco podemos saber, en caso de que el poeta hubiese vivido unos años más, cómo habría reaccionado frente a la destrucción del proyecto de ampliación progresiva de la democracia social chilena, proyecto que iba aparejado con el desarrollo de una sólida ética ciudadana. Ni cómo se habría manifestado frente a la caída de los regímenes socialistas.  Ni si hubiera podido vivir en un mundo en el que todo queda entregado al mercado, y en el que sectores enteros de las ciudades quedan bajo el poder de bandas de narcos, y en que hay más plástico que tierra, en que arden los últimos bosques del mundo, se derriten los hielos polares, se extinguen miles de especies vegetales y animales, y donde se impone la idolatría del consumo y en el plano cognitivo el imperio de la post verdad. Es difícil que el poeta hubiese podido aclimatarse a un cambio tan radical del mundo y acomodarse a este tiempo. Tal vez el trauma del hombre que sobrevive a su propio mundo es peor del que muere con él.

Es posible que Neruda supiera al menos algo de lo que iba a suceder, porque en su poesía de principios de la década del 60 del siglo XX ya profetizaba lo que todos empezaríamos a perder:

La arena que perdimos, la piedra, los follajes, lo que fuimos, la cinta salvaje del nonato se van quedando atrás y nadie llora:
la ciudad se comió no solo a la muchacha que llegó de Toltén con un canasto claro de huevos y gallinas, sino que a ti también, occidental, hermano entrecruzado,
hostil, canalla de la jerarquía,
y poco a poco el mundo tiene gusto a gusano
y no hay hierba, no existe rocío en el planeta (11).

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(1) Darío Oses (Santiago, 1949). Escritor, guionista y crítico literario. Magíster en Estu- dios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Ha publicado, entre otros libros, Rockeros celestes (1992), Machos tristes (1992), El viaducto (1994), La bella y las bestias (1998), 2010: Chile en llamas (1998) y Elige tu pasado (2016). Actualmente trabaja como director de biblioteca y archivos de la Fundación Neruda. Ha hecho la edición de libros como Cartas de amor de Pablo Neruda (correspondencia inédita con Matilde Urrutia) (2010), Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos de Pablo Neruda (2014), y una edición ampliada con textos inéditos de Confieso que he vivido, (2017). Asimismo, en colaboración con Mario Verdugo, preparó la edición de Poesía completa de Pablo Neruda (2018 – 2021) para lo cual se hizo una revisión de distintas ediciones de la obra del poeta, así como de originales de sus poemas.
(2) “Contraciudad”, Estravagario (1958). En: Neruda, Pablo. Obras completas. Tomo II: De Odas elementales a Memorial de Isla Negra. 1954-1964. Edición de Hernán Loyola. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 1999: 721.
(3) “El sobrino de occidente”, Cantos ceremoniales (1961). En: Neruda, Pablo. Poesía completa, T. IV (1959- 1968) Colonia: Seix Barral 2020: 176.
(4) Publicada en 1926, El habitante y su esperanza es la única novela de Neruda.
(5) Loyola, Hernán. Neruda, la biografía literaria. Santiago: Editorial Seix Barral, 2006: 224.
(6) Inédito, original en Archivo de la Fundación Pablo Neruda.
(7) “Discurso de Estocolmo”. En: Neruda, Pablo. Obras completas. Tomo V: Nerudiana dispersa II. 1922-1973. Edición de Hernán Loyola. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 2002: 376 – 377.
(8) “Discurso del Estadio Nacional”. En: Neruda, Pablo. Obras completas. Tomo V:
Nerudiana dispersa II. 1922-1973. Edición de Hernán Loyola. Barcelona: Galaxia Gutenberg
/ Círculo de lectores, 2002: 341.
(9) 1974 es la fecha de la publicación de este libro, que es parte de la llamada “poesía póstuma”, de Neruda.
(10) “Canto”, Fin de mundo (1969). En: Neruda, Pablo. Poesía completa. Tomo IV (1969- 1974). Colonia: Seix Barral, 2020: 149.
(11) “El sobrino de occidente”, Cantos ceremoniales (1961). En: Neruda, Pablo. Poesía completa. Tomo IV (1959-1968). Colonia: Seix Barral, 2020: 176.

Publicado originalmente en: ANALES DE LITERATURA CHILENA. Año 24, junio 2023, número 39, 259-266 . ISSN 0717-6058. https://ojs.uc.cl/index.php/alch/article/view/63569/50765

 

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