Noviembre 7, 2024

«Oda a las cosas» de Pablo Neruda

 

Tras el proceso poético que Neruda había iniciado en Canto General (1950), publica en la década de los cincuenta, Las Odas Elementales (1954), que se continuarán después en Nuevas Odas Elementales (1956), Tercer Libro de Odas (1957) y Navegaciones y Regresos (1959). Acá encontramos un Neruda en plena madurez poética, que busca abarcar la vida y la mirada de los hombres sobre el mundo a través de la observación ecuánime de las cosas sencillas, naturales, comunes y que no siempre se asocian al sentimientos trascendente o espiritual mayor del hombre en su paso por la tierra. Así con poemas de mediana extensión va tejiendo una red lúdica, profunda y variada de los pequeños milagros y tesoros heterogéneos al alcance de la mano que acompañan nuestra vida en este loco planeta azul.

Se dice que la causa a estos poemas está en la invitación de Miguel Otero Silva, director del periódico de Caracas «El Nacional» para una colaboración semanal de poesía. El aceptó a condición de que esta colaboración no formara parte del suplemento literario, sino que la colocaran en las páginas dedicadas a crónicas.

Escribe Pablo Neruda: «Así logré publicar una larga historia de este tiempo, de sus cosas, de los oficios, de las gentes, de las frutas, de las flores, de la vida, de mi posición, de la lucha, en fin, de todo lo que podía englobar de nuevo en un vasto impulso cíclico mi creación».

 

Compartimos con ustedes este videopoema realizado por Rainbook.

 

 

Oda a las cosas

Amo las cosas loca,
locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro
las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo
todas las cosas,
no sólo
las supremas,
sino
las
infinita-
mente
chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso
es el planeta,
lleno
de pipas
por la mano
conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo
lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro
sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas
cosas
puras
ha construido
el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas
maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo
todas
las cosas,
no porque sean
ardientes
o fragantes,
sino porque
no sé,
porque
este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños
tesoros
olvidados,
los abanicos en
cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos
que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque
es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río
irrevocable
de las cosas,
no se dirá
que sólo
amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo
amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.

 

Videopoema:

 

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