Septiembre 22, 2024

Homero Arce y Pablo Neruda: Una amistad total

 

Homero Arce descuidó su propia vida por su devoción a Neruda. Solo lo engañó por celos, para mantenerlo alejado de Laura Arrué, uno de los grandes amores juveniles del poeta.

 Varios amigos de Neruda; García Lorca, Miguel Hernández, Alberto Rojas Giménez, Nancy Cunard,  terminaron sus vidas en forma trágica. Fue también el caso de Homero Arce y de su mujer, Laura Arrué.

 

En su poema «Arce», Neruda agradece a Homero Arce «…porque has vivido mi propia vida cual si fuera tuya…» En efecto fue un amigo fiel y un secretario  servicial por casi cincuenta años. Más de una vez sacó de apuros al joven Neruda cuando este vivía en la pobreza. Por eso el Vate le agradeció también «por aquel dinero que me diste/ cuando no tuve pan…» .

Fue una amistad de toda la vida y tan grande que en un momento Neruda se comprometió a no entrar en la casa de Arce, porque supo respetar sus celos.

 

El secuestro de Laura

Uno de los amores de juventud de Neruda fue Laura Arrué, admirada por su belleza y cierta semejanza con Greta Garbo, una de las grandes divas del cine. Laura, que estudiaba en la Escuela Normal, conoció a Neruda en 1921, el mismo año en que este llegó a Santiago. Él le escribió estos versos que permanecieron inéditos hasta que ella publicó sus memorias, Ventana del recuerdo, en 1982:

Tan pequeña la niña taimada / es un ramo de frutas de otoño / el viento la dobla en mis brazos / juguete de lentos metales / a sus ojos emigran los pájaros / el país desolado de mi alma /  la tiene como una bandera.

Cuando obtuvo su título de profesora normalista, ella se fue a trabajar a Peñaflor, donde Neruda la iba a ver. La familia se alarmó y para ponerla a salvo del poeta se mudaron a San Fernando en 1925. Neruda, desesperado, se puso de acuerdo con ella que aceptó escaparse de su casa e irse con él. Con la complicidad del novelista Eduardo Barrios y en el automóvil de éste, Neruda fue a buscarla el día y hora que habían convenido, pero a última hora ella se arrepintió.

 

Cartas de amor perdidas

Neruda no la olvidó. Antes de partir a asumir sus misiones consulares, fue a despedirse de ella y le prometió que le escribiría, cosa que hizo durante su estada en oriente, a partir de 1927. Pero sus cartas caían en manos de Homero, que aprovechando su condición de funcionario de Correos interceptó y  escondió toda esa correspondencia amorosa porque él también estaba perdidamente enamorado de Laura.

Neruda, inquieto porque no recibía respuesta de Laura  decidió ingenuamente dirigirse a Homero para saber de ella. Le escribió:

… has visto en este último tiempo a Laurita Arrué? Si es así, sé un ángel y dime qué es de ella. No me escribe hace meses. Si no las has visto serías tan bueno como para encontrarla y escribirme con detalles lo que está haciendo (…) sin necesidad de mostrarle esta carta.

Por su parte Laura, al no recibir noticias de Neruda fue olvidándolo  y después,  al saber que éste se había casado en Batavia aceptó casarse con Homero.

Años después, en 1939, Laura se enteró del secuestro de las cartas de Neruda y furiosa llegó hasta ruptura  con Homero. Pero después se reconciliaron y para ponerle fin a ese asunto ella quemó las cartas que habían precipitado la discordia.

Laura Arrué fue uno de los grandes amores de Neruda, pero a ella no le dedicó poemas en su autobiografía poética, Memorial de Isla Negra, como lo hizo con Albertina Azócar (Rosaura), Teresa León (Terusa), Delia y Matilde. Quedó fuera del cánon de las amadas del poeta. Esto se debe, sin duda, a que sabía lo sensible que este tema era para Homero.

 

El mejor de los hombres

En todos los otros planos, Arce fue incondicional de Neruda. También era poeta, pero solo accedió a publicar su propia y admirable poesía cuando este se lo propuso y le ofreció ilustrar su libro Los íntimos metales. Tal vez esa sea la única vez que Neruda trabajó de ilustrador y no lo hizo mal. Este libro, además, fue traducido al portugués por Thiago de Melo quien fue el editor.

Como advierte la misma Laura Arrué, Arce no fue un funcionario a sueldo, sino un desinteresado y leal amigo de Neruda que vivió «siempre atento a sus necesidades, resolviéndole infinidad de problemas para que el Poeta dispusiera de más tiempo para su creación».

La amistad entre Homero Arce y Pablo Neruda fue tal vez la más persistente, la más sólida y la más larga en las vidas de ambos. Comenzó a mediados de los años 20 y solo terminó con la muerte de Neruda, en 1973 después de la cual «seguía dedicándole (como para acercar su presencia) su cariño, su tiempo, como lo hiciera en la vida del poeta y amigo» anota Arrué. Así, olvidándose una vez más de sí mismo, escribió  Los libros y los viajes. Recuerdos de Pablo Neruda. Luego de terminarlo declaró que por fin iba a dedicarse a ordenar sus papeles y a escribir sus propias cosas. Pero ya era tarde.

Es extraño que dos poetas de  caracteres muy distintos hayan entablado una amistad tan entrañable. Es posible que cada uno de ellos valorara en el otro las virtudes de las que carecía y que le habría gustado tener. En una de sus cartas desde oriente, en 1931, Neruda se declaraba «negramente ingrato con el mejor de los hombres: Homero Arce.».

En sus Recuerdos… Arce anota:

«En 1925 conocimos a Pablo Neruda. Iba por las tardes a la Plaza de Armas, el lugar más céntrico de Santiago en esos años, y allí lo esperábamos para hablarle de una revista, Arte Nuevo que pensábamos publicar un grupo de incipientes poetas».

 

Bohemio a medias

Neruda, que  había llegado a Santiago en 1921, vivió el fervor de esos años de desacato libertario. Fue un diurno estudiante universitario que por las noches se convertía en poeta bohemio. Con un grupo de amigos, entre los que estaban Alberto Rojas Giménez, Ángel Cruchaga, Rosamel del Valle, Diego Muñoz, Tomás Lago y Rubén Azócar, entre otros, recorría bares y tabernas, como el Hércules y el Jote, y cabarets como el de la Ñata Inés y el Zeppelin. En esas reuniones, como apunta Volodia Teitelboim, «se dijeron por primera vez en Chile los nombres de Marcel Proust y James Joyce». A esa camaradería artística se unía Homero Arce. Muchos años después, ya en la década de los 60, Neruda lo recordaría fraternalmente, en su Memorial de Isla Negra:

De interminables días / y páginas nocturnas/ surge Homero / con apellido de árbol/ y nombre coronado/ y sigue siendo así, madera pura / de bosque, de pupitre / en donde cada veta / como rayo de miel hace la túnica / del corazón glorioso / y una corona de cantor callado / le da su nimbo justo de laurel.

Homero era un bohemio a medias. Se retiraba temprano de aquellos boliches por dos razones: era el único que tenía un trabajo con salario y con horario. Y además, porque solía dejar pagada la cuenta en el monto en que estaba cuando él se iba. Así, mientras más temprano se fuera más barato le salía. Al boliche llamado El Jote iban cayendo poco a poco los comensales y cada cual pedía el plato que podía pagarse. Los que no tenían un solo peso, pedían lo más económico: guatitas, en el entendido que alguien podía invitarlos. Seguramente el que terminaba pagando las guatitas era Homero.

 

El palomo postal

A lo largo de toda su obra y de sus cartas Neruda está haciendo alusiones a Homero y este aparece y reaparece en momentos importantes de la vida del Vate. Así por ejemplo, en París, en septiembre de 1965, Neruda escribe un Soneto a Homero Arce, que después se incluirá en el poemario de Arce El árbol y otras hojas. Este Soneto comienza así:

Homero, en la verdad de tu diamante/  hay un fulgor de piedra y firmamento, / porque tiene razón el caminante / cuando descubre el mundo en su aposento. / De tanta estrella pura eres amante / y con tanta grandeza estás contento / que solo con tu corazón cantante / vas descubriendo tu descubrimiento.

En el prólogo del libro 44 poetas rumanos traducidos por Pablo Neruda, este apunta:

Durante más de un mes de invierno en mi casa, frente al océano frío y las inmensas migraciones de pájaros, me acompañaron asiduamente en la traducción de la poesía rumana los poetas Homero Arce y Ennio Moltedo.

Doy gracias a mis dos amigos. Mucho me sirvió la sabiduría y el empeño de cada uno.

En carta a Volodia Teitelboim, Neruda le anuncia la llegada a Francia de Homero Arce, a mediados de 1972:

Homero, como palomo postal, aterrizó en La Manquel. Estamos trabajando diariamente en las memorias (…) Homero y yo nos divertimos bastante y nos celebramos con entusiasmo.

Este mismo hecho, memorable porque era la primera vez que Arce salía de Chile, fue celebrado por Neruda con el poema «Llegó Homero», incluido en el libro Defectos escogidos:

H. Arce y desde Chile. Señor mío, / qué distancia y qué parco caballero: / parecía que no, que no podía/ salir de Chile, mi patria espinosa, / mi patria rocallosa y movediza. / De allí hasta acá, formalmente ataviado / de corbata y planchado pantalón, /atlántico llegó, después de todo / sin comentar la heroica travesía / en un avión repleto, / el pasajero de primera vez.

En otra carta a Volodia Teitelboim, fechada en París, a comienzos de octubre de 1972 sobre su regreso a Chile, Neruda dice:

… te ruego tomar en cuenta también que quiero irme directamente de Pudahuel a Isla Negra, para preparar mi discurso con la ayuda de Homero que viajará conmigo.

 

Arce y Matilde

En fin, fueron amigos totales, uno necesitaba al otro y este otro necesitaba que el otro lo necesitara a él. Por eso después de la muerte de Neruda Arce quedó en una especie de orfandad y de vacío.

El 8 de enero 1975  le escribió a Matilde una tarjeta que dice:

Homero Arce saluda atentamente a su distinguida y no olvidada amiga Matilde Urrutia de Neruda y agradece en su persona la determinación de la Sucesión de cancelarle los fondos que le fueron asignados por el poeta (Q.E.P.D.) y que se hallaban pendientes, los que ahora destinará a financiar la publicación del libro de memorias que está escribiendo y ya por terminar con recuerdos de 50 años al lado del poeta.

Con sus deseos porque la tranquilidad y la paz la acompañe, le reitera sus agradecimientos y atentos saludos. Homero Arce.

 

Esta tarjeta, encontrada entre los papeles de Matilde viene a matizar la historia que se construyó sobre la ruptura total de Matilde con Arce. Ella en sus memorias relata que luego de volver a Isla Negra, después de los funerales de su esposo, convocó a Homero para trabajar en las Memorias, gran parte de las cuales Neruda le había dictado. Anota  que Homero «estaba pensativo, triste y también muy golpeado por la muerte de su gran amigo».

Víctima del miedo que entonces afectaba a gran cantidad de chilenos, indicó que era necesario sacar el último capítulo de las Memorias. Matilde entonces le retiró su confianza, pero más tarde comprendió perfectamente lo que pasaba: «El miedo, el horrible miedo, transforma el alma de los hombres, y es casi natural que eso pase.».

El miedo aquel se justificaba: el fin de Homero fue trágico. El 2 de febrero de 1977 un grupo de desconocidos lo forzaron a subir a un auto donde  le dieron una golpiza brutal que le produjo lesiones de gravedad. Murió cuatro días después. Como no hay otros motivos, porque Arce era un hombre benévolo y pacífico, esta acción se atribuye a la reconocida amistad que tuvo con Neruda.

Laura Arrué recuerda que en su mesa de noche quedó un libro abierto en su última lectura. Era un párrafo de Séneca sobre la brevedad de la vida.

Laura también tuvo un fin trágico: fue en 1986 cuando la ola de protestas que se había desatado en Santiago contra la dictadura de Pinochet, provocaba apagones en la ciudad. Entonces Laura, para alumbrarse,  encendió una vela que accidentalmente produjo un incendio en el que ella murió quemada.

Se dice que por la  vieja máquina de escribir Olivetti  de Arce pasó buena parte de la obra del Vate, incluyendo sus Memorias. También hay testimonios, como los de Luis Alberto Mansilla y Germán Marín según los cuales algunas veces Homero hacía aportes propios a los poemas que Neruda le dictaba, versificando por su cuenta o eliminando y agregando adjetivos. Cuando terminaba el dictado, Neruda le daba una mirada y casi siempre aceptaba la versión mecanografiada por Arce.

En los textos de Neruda quedaron recuerdos de sus dictados a Homero:

La Medusa se quedó pues con ojos al noroeste y el cuerpo grande se dispuso como en su proa, inclinado sobre el océano. Así, tan bien dispuesta, la retrataron los turistas de verano y se las arreglaba para tener con frecuencia un pájaro sobre la cabeza, gaviotín errante, tórtola pasajera. Nos habituamos todos los de la casa, agregándose también Homero Arce, a quien dicté muchas veces mis renglones bajo la frente cenicienta de la estatua.

Esta es la breve historia de una larga amistad de dos poetas. Podría decirse que uno vivió a la sombra del otro, pero el poeta que proyectaba esa sombra necesitaba tener el auxilio del otro para que su estatura se hiciera cada vez más grande.

Darío Oses.

 

Bibliografía

Arrué, Laura,  Ventana del recuerdo.

Cardone, Inés María, Los amores de Neruda.

Neruda, Pablo, Obras completas. Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores. Edición de Hernán Loyola.

Teitelboim, Volodia, Neruda.

 

Brevísima antología de temas afines

 

Soneto a Homero Arce

Homero, en la verdad de tu diamante

hay un fulgor de piedra y firmamento,

porque tiene razón el caminante

cuando descubre el mundo en su aposento.

De tanta estrella pura eres amante

y con tanta grandeza estás contento

que solo con tu corazón cantante

vas descubriendo tu descubrimiento.

Cuántos te ven y no conocen cuánto

conoces tú, y no saben el encanto

de tu tranquilidad en movimiento.

A tu lado es pequeño el arrogante,

es pobre el rico, y es tu honor constante

ser secreto y sonoro, como el viento.

 

Escrito en París, el 19 de septiembre de 1965, luego incluido en el libro El árbol y otras hojas.

 

Arce

De intermitentes días

y páginas nocturnas

surge Homero con apellido de árbol

y nombre coronado

y sigue siendo así, madera pura

de bosque y de pupitre

en donde cada veta

como rayo de miel hace la túnica

del corazón glorioso

y una corona de cantor callado

le da su nimbo justo de laurel.

Hermano cuya cítara impecable,

su secreto sonido,

se oye a pesar de cuerdas escondidas:

la música que llevas

resplandece,

eres tú la invisible poesía.

Aquí otra vez te doy porque has vivido

mi propia vida cual si fuera tuya,

gracias, y por los dones

de la amistad y de la transparencia,

y por aquel dinero que me diste

cuando no tuve pan, y por la mano

tuya cuando mis manos no existían,

y por cada trabajo

en que resucitó mi poesía

gracias a tu dulzura laboriosa.

 

Pablo Neruda, Memorial de Isla Negra

 

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