Noviembre 24, 2024

Harmonium celeste: «Las cábalas del sueño» de Olga Acevedo

 

Por Jessica Sequeira

Arcaico, oracular y paradójico, inspirado en estudios de filosofía oculta pero destinado a un público más amplio no familiarizado con estos corrientes, este poemario de Olga Acevedo, originalmente publicado por Editorial Nascimento en 1951 y ahora reeditado, llega como una invitación a mirar hacia atrás a las preocupaciones metafísicas más amplias de la poesía chilena. Aquí se puede encontrar semejanzas a obras como La visión comunicable de Rosamel del Valle, Oniromancia de Winétt de Rokha, los poemas invocadoras de Teresa Wilms Montt y varias obras de Gabriela Mistral, particularmente Desolación.

Un epílogo muy útil de Manuel Naranjo Igartiburu ubica el libro en el contexto de un movimiento del período hacia “el retorno de lo sagrado”, con su remitificación del mundo y su idea de filosofía perenne. Igartiburu recurre a figuras como Henry Corbin, Mircea Eliade, René Guenon, Ananda Coomaraswamy, Aldous Huxley y George Steiner para armar sus ideas, y también ofrece información biográfica sobre el poeta. Ella era particularmente cercana a Gabriela Mistral, una “amiga-discípula” de la poeta de Elqui. En una carta Mistral le escribió: “Usted, como yo, quiere mucho a su Buda, pero no suelta la mano de N.S.J.C., y tiene un furioso internacionalismo, pero es sólo Chile lo que le rezuma del corazón.” Además de conocer figuras literarias de la época (incluso Neruda), Acevedo estaba profundamente interesada en la teosofía y los rosacrucianos, y estudió yoga con Ramacharaka de la Gran Jerarquía Blanca en India.

La biografía es fascinante, pero tiene sus límites. Al centrarse en la idea de lo sagrado, Igartiburu también nos brinda un camino hacia Acevedo más allá del lente fácil de su vida o de la categoría de “literatura de mujeres”, que suele ser esencialista u incompleta para entender lo que hace una escritora. Centrándose en un análisis cuidadoso de la obra, describe el interés de Acevedo en la poesía por “su antigua capacidad mágico-sacramental de re-unir lo mundano y lo divino”, y señala las formas en que la estructura formal de sus textos refleja las etapas de una iniciación oculta. El tiempo sagrado es muy importante para ella también, y en este texto encontramos frases como “Pensamientos a medio cubrir, pasos quebrados como pocillos sin objeto, mantos deshechos por el tiempo, creo que este es el atrio solemnísimo, la celeste cámara sagrada y el final de un Mahayuga.” (El Mahayuga es una unidad del tiempo sagrado hindú.)

Igartiburu señala el uso de símbolos de Acevedo: en sus primeras obras, prefiere la montaña sagrada de ascensión e iniciación, más tarde la imagen de la madre tierra, y en sus obras maduras, el “gran Arquitecto” también llamado Isis. El uso creativo de diferentes nombres para Dios es una rasgo de Acevedo, y en estas poemas finales llega a sugerir que esta divinidad puede ser una fuerza andrógina.

Para Acevedo, un símbolo no puede explicarse, pero debe representarse una y otra vez a través de la iniciación de la poesía, como en la música. A través de su obra, se descubre el profundo interés oculto en una idea de restitución, de unir al mundo en la plenitud y la armonía de la estructura musical. En las últimas líneas de Las cábalas del sueño leemos: “La luz viene del Oriente, oh hermano. Cantemos ya, que el terror se sepulta en plena noche y apunta en los mundos subterráneos profundos, la nueva música celeste y el nuevo resplandor de la esperanza.” En obras posteriores nos deja con otras imagenes, como el “gran harmonium celeste” de Los himnos.

Este pequeño volumen bien editado hace que el lector quiera buscar la edición completa de las nueve obras de la autora, recién editada el año pasado por María Inés Zaldívar (Ediciones Universidad Católica).

 

(Komorebi Ediciones, 2019)

 

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