Noviembre 24, 2024

Poesía completa de Pablo Neruda. Tomo IV ( 1959 – 1968): La memoria biográfica.

La memoria biográfica de Neruda se imbrica con la memoria histórica

Su autobiografía también es el relato de cómo el poeta se sitúa en la historia contemporánea y de su búsqueda de personajes y lugares perdidos en el pasado.

 

En este cuarto tomo se incluye el libro Me­morial de Isla Negra, la obra más consistente de la vertiente autobiográfica de la poesía Neruda.  Con este libro el poeta celebró sus sesenta años, y lo definió como: «un relato que se dispersa y que vuelve a unirse, relato acosado por los acontecimien­tos de mi propia vida y por la naturaleza que continúa llamándome con todas sus innumerables voces».

 

Autobiografía e historia

Hasta el fin de sus días el poeta siguió desarrollando este impulso autobiográfico en su poesía. Así, los sucesos íntimos de su vida se imbrican con los de la historia, que en el período que comprende este tomo, está marcada por grandes conflictos de la Guerra Fría, como la guerra de Vietnam, que Neruda maldice  y por la Revolu­ción cubana que celebró con Canción de gesta (1960). Este  libro se considera una puesta al día de Canto general, publicado 10 años antes. Desde entonces la situación de América no había cam­biado mayormente: persistían los sátrapas, los Trujillos y Somozas, y el continente seguía siendo tierra ofendida. Pero el triunfo de la Revolución cu­bana cambiaba el panorama social y político, y Fidel Castro tomaba el relevo en la estirpe de los libertadores que venía desde Lautaro y Cuauhtémoc, pasando por  Martí, Recabarren y  Sandino.

En La Barcarola, (1967), Neruda construye otra de sus grandes secuencias poético autobiográficas. Esta vez lo hace como un viaje, junto a Ma­tilde Urrutia, por algunos momentos de la vida que am­bos compartieron. El recorrido por su historia personal se alterna con episodios intercalados en los que el poeta evoca a amigos entrañables como Rubén Azócar, a otros poetas y escritores como René Crevel, Cé­sar Vallejo y Rubén Darío, y a héroes populares como Joaquín Murieta, precursor de los guerreros libertarios del Tercer Mundo, y además emprende un viaje imaginario a otros planetas en el poema “El astronauta”.

Libro de poemas extensos, La Barcarola (1961)  se subdivide en «capítulos» en los que Neruda vuelve a algunos de sus grandes temas: la historia americana, los paisajes de Chile y las catástrofes naturales que sacuden al país. Se inicia con «La insepulta de Paita» un extenso poema a Manuelita Sáenz, la amante ecuatoriana de Simón Bolívar. Aquí, nuevamente confluyen la autobiografía con la historia: Neruda relata su viaje a Paita en busca de Manuelita. Pregunta por ella, nadie sabe, no la encuentra. La condición de insepulta equivale a la de irredenta. Un tono de similar pesimismo histórico tiene el «capítulo» «Elegía de Cádiz»: el poeta recorre el puerto del que salieron hombres y pertrechos para la conquista y colonización de América y solo se encuentra con «el tiempo moribundo».

 

Residencias en la tierra

En el poema, «Meditación sobre la Sierra Maestra», de Canción de gesta, Neruda recorre nuevamente su biografía, señala sus derrotas y también su esperanza en un nuevo socialis­mo de cuño latinoamericano.

En el libro Una casa en la arena (1966), que contiene parte de su mejor prosa poética, Neruda describe el paisaje físico y humano del balneario de Isla Negra, habla de su casa en ese lugar y de las colecciones que instaló ella. Cinco años antes había publicado Las piedras de Chile (1961), otro libro sobre el paisaje de Isla Negra escrito bajo la sugestión de las im­presionantes formaciones rocosas de aquel litoral.

En ese libro y en otros, Neruda fundó poéticamente los espacios que había construido para su residencia en la tierra, espacios que se proyectaban hacia los paisajes y escenarios míticos de su poesía: la infancia, el mar, la cordillera, el aire diáfano del litoral.

Así por ejemplo en Plenos poderes (1962) encontramos el poema «A la Sebastiana», la casa que Neruda compró en obra gruesa en Valparaíso. Desde su altura el poeta domi­naba la bahía del puerto. Es posible que la sensación de vivir en el aire que le trans­mitía aquella casa le haya dado la idea de Arte de pájaros (1966), libro que contiene dos secciones sobre aves reales y una tercera de­dicada a pájaros imaginarios.

Las manos del día (1968) es un libro oscuro cuyo leitmotiv es la con­fesión de culpa por no haber hecho cosas concretas, útiles, sencillas, como una escoba o una silla. Si en otros momentos de su obra, Neruda declara que el oficio del poeta debe ser tan humilde y necesario como el del panadero, aquí ya pone en duda la necesidad de su poesía:

Tal vez mejor hubiera / volcado en una copa / toda tu esencia, y haberla arrojado / en una sola página, manchándola / con una sola es­trella verde / y que solo esa mancha / hubiera sido todo / lo que escribí a lo largo de mi vida, / sin alfabeto ni interpretaciones: / un solo golpe oscuro / sin palabras.

Terminamos el recorrido por este cuarto volumen de la Poesía completa de Pablo Neruda con una mención de Cien sonetos de amor (1959), libro que pertenece, desde luego, a la vertiente de la poesía amorosa de Neruda, inseparable de su poesía autobiográ­fica. Este poemario celebra la plena realización del amor con su tercera esposa, Matilde Urrutia, a quien está dedicado.

Finalmente, en la sección de Obra poética dispersa, se ha incluido ma­terial inédito, como poemas festivos a escritores y escritoras chilenos e hispanoamericanos. Se agregan también los poemas que escribió Neruda para el libro Comiendo en Hungría (1965), que hizo junto a Miguel Ángel Asturias.

 

Antología

 

Mañana

I

Matilde, nombre de planta o piedra o vino,

de lo que nace de la tierra y dura,

palabra en cuyo crecimiento amanece,

en cuyo estío estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren navíos de madera

rodeados por enjambres de fuego azul marino,

y esas letras son el agua de un río

que desemboca en mi corazón calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera

como la puerta de un túnel desconocido

que comunica con la fragancia del mundo!

Oh invádeme con tu boca abrasadora,

indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,

pero en tu nombre déjame navegar y dormir.

De: Cien sonetos de amor

 

 

Nací para cantar estas tristezas,

meter la luz entre las alimañas,

recorrer la impudicia con un rayo,

tocar las cicatrices inhumanas.

Americano soy de padre y madre,

nací de las cenizas araucanas,

pues cuando el invasor buscaba el oro

fuego y dolor le adelantó mi patria.

En otras tierras se vestía de oro:

allí el conquistador no conquistaba:

el insaciable Pedro de Valdivia

encontró en mi país lo que buscaba:

debajo de un canelo terminó

con oro derretido en la garganta.

Yo represento tribus que cayeron

defendiendo banderas bienamadas

y no quedó sino silencio y lluvia

después del esplendor de sus batallas,

pero yo continúo sus acciones

y por toda la tierra americana

sacudo los dolores de mis pueblos,

incito la raíz de sus espadas,

acaricio el recuerdo de los héroes,

riego las subterráneas esperanzas,

porque, de qué me serviría el canto,

el don de la belleza y la palabra

si no sirvieran para que mi pueblo

conmigo combatiera y caminara?

Y voy por las Américas oscuras,

enciendo las espigas y las lámparas,

me niegan pasaporte los tiranos

porque mi poesía los espanta:

si me cierran la puerta con cerrojos,

llego, como la luz, por las ventanas,

si incendian contra mí los territorios

voy por los ríos y entro con el agua,

baja mi poesía hasta la cárcel

a conversar con el que me esperaba,

con el oculto estoy contando estrellas

toda la noche, y parto en la mañana:

arrecifes del mar no me detienen:

las ametralladoras no me atajan:

mi poesía tiene ojos de aurora,

puños de piedra y corazón con alas.

(…)

De  XV  “Vengo del sur” Canción de gesta.

 

 

La creación

 

Aquello sucedió en el gran silencio

cuando nació la hierba,

cuando recién se desprendió la luz

y creó el bermellón y las estatuas,

entonces

en la gran soledad

se abrió un aullido,

algo rodó llorando,

se entreabrieron las sombras, subió solo

como si sollozaran los planetas

y luego el eco

rodó de tumbo en tumbo

hasta que se calló lo que nacía.

Pero la piedra conservó el recuerdo.

Guardó el hocico abierto de las sombras,

la palpitante espada del aullido,

y hay en la piedra un animal sin nombre

que aún aúlla sin voz hacia el vacío.

 

De Las piedras de Chile

 

 

IV

No la encontraremos

No, pero en mar no yace la terrestre,

no hay Manuela sin rumbo, sin estrella,

sin barca, sola entre las tempestades.

Su corazón era de pan y entonces

se convirtió en harina y en arena,

se extendió por los montes abrasados:

por espacio cambió su soledad.

Y aquí no está y está la solitaria.

No descansa su mano, no es posible

encontrar sus anillos ni sus senos,

ni su boca que el rayo

navegó con su largo látigo de azahares.

No encontrará el viajero

a la dormida

de Paita en esta cripta, ni rodeada

por lanzas carcomidas, por inútil

mármol en el huraño cementerio

que contra polvo y mar guarda sus muertos,

en este promontorio, no,

no hay tumba para Manuelita,

no hay entierro para la flor,

no hay túmulo para la extendida,184

 

no está su nombre en la madera

ni en la piedra feroz del templo.

Ella se fue, diseminada,

entre las duras cordilleras

y perdió entre sal y peñascos

los más tristes ojos del mundo,

y sus trenzas se convirtieron

en agua, en ríos del Perú,

y sus besos se adelgazaron

en el aire de las colinas,

y aquí está la tierra y los sueños

y las crepitantes banderas

y ella está aquí, pero ya nadie

puede reunir su belleza.

 

De: «La insepulta de Paita», Cantos ceremoniales.

 

 

Oda para planchar

La poesía es blanca:

sale del agua envuelta en gotas,

se arruga y se amontona,

hay que extender la piel de este planeta,

hay que planchar el mar de su blancura

y van y van las manos,

se alisan las sagradas superficies

y así se hacen las cosas:

las manos hacen cada día el mundo,

se une el fuego al acero,

llegan el lino, el lienzo y el tocuyo

del combate de las lavanderías

y nace de la luz una paloma:

la castidad regresa de la espuma.

 

De Plenos poderes

 

La poesía

Y fue a esa edad… Llegó la poesía

a buscarme. No sé, no sé de dónde

salió, de invierno o río.

No sé cómo ni cuándo,

no, no eran voces, no eran

palabras, ni silencio,

pero desde una calle me llamaba,

desde las ramas de la noche,

de pronto entre los otros,

entre fuegos violentos

o regresando solo,

allí estaba sin rostro

y me tocaba.

Yo no sabía qué decir, mi boca

no sabía

nombrar,

mis ojos eran ciegos,

y algo golpeaba en mi alma,

fiebre o alas perdidas,

y me fui haciendo solo,

descifrando

aquella quemadura,

y escribí la primera línea vaga,

vaga, sin cuerpo, pura

tontería,

pura sabiduría

del que no sabe nada,

y vi de pronto

el cielo

desgranado

y abierto,

planetas,

plantaciones palpitantes,

la sombra perforada,

acribillada

por flechas, fuego y flores,

la noche arrolladora, el universo.

Y yo, mínimo ser,

ebrio del gran vacío

constelado,

a semejanza, a imagen

del misterio,

me sentí parte pura

del abismo,

rodé con las estrellas,

mi corazón se desató en el viento.

 

De Memorial de Isla Negra

 

 

Cisne

Cygnus melanchoryphus

 

Sobre la nieve natatoria

una larga pregunta negra.

De Arte de pájaros

 

 

El mar

El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana.

Los humanistas se preocuparon de los pequeños hombres que devoró en sus años:

No cuentan.

Ni aquel galeón cargado de cinamomo y pimienta que lo perfumó en el naufragio.

No.

Ni la embarcación de los descubridores que rodó con sus hambrientos, frágil como una cuna desmantelada en el abismo.

No.

El hombre en el océano se disuelve como ramo de sal. Y el agua no lo sabe.

 

De Una casa en la arena

 

 

II

Llegué porque me invitaron a una estrella recién abierta:

ya Leonov me había dicho que cruzaríamos colores

de azufre inmenso y amaranto, fuego furioso de turquesa,

zonas insólitas de plata como espejos efervescentes

y cuando ya me quedé solo sobre la calvicie del cielo

en esta zona parecida a la extensión de Antofagasta,

a la soledad de Atacama, a las alturas de Mongolia

me desnudé para vivir en el calor del mundo virgen,

del mundo viejo de una estrella que agonizaba o que nacía.

 

De «El astronauta», La Barcarola.

 

 

I

El culpable

Me declaro culpable de no haber

hecho, con estas manos que me dieron,

una escoba.

Por qué no hice una escoba?

Por qué me dieron manos?

Para qué me sirvieron

si solo vi el rumor del cereal,

si solo tuve oídos para el viento

y no recogí el hilo

de la escoba,

verde aún en la tierra,

y no puse a secar los tallos tiernos

y no los pude unir

en un haz áureo

y no junté una caña de madera

a la falda amarilla

hasta dar una escoba a los caminos?

Así fue:

no sé cómo

se me pasó la vida

sin aprender, sin ver,

sin recoger y unir

los elementos.

En esta hora no niego

que tuve tiempo,

tiempo,

pero no tuve manos,

y así, cómo podía

aspirar con razón a la grandeza

si nunca fui capaz

de hacer

una escoba,

una sola,

una?

 

De Las manos del día

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