Mayo 18, 2024

Delirio americano: Nuestros delirios y otros, peores

 

 

Ensayo presenta la historia de América Latina, desde 1898 en adelante, como un delirio permanente diverso y perjudicial.

El libro da lugar a preguntas como: ¿dónde se originaría nuestra vocación delirante? ¿Hay algún lugar del mundo que esté libre del delirio? ¿Es ese lugar —en caso de que exista— una singularidad?

 

Por Darío Oses

 

Los grandes ensayos que buscan descifrar qué es América Latina o cuáles son algunos de sus caracteres nacionales, son parte de la tradición cultural del continente. En esta línea hay aportes clásicos como el Ariel, de José Enrique Rodó; Radiografía de la pampa, y Muerte y transfiguración de Martín fierro, de Ezequiel Martínez Estrada; Raza cósmica, de José Vasconcelos; y  El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, entre otros.

Delirio americano es la más reciente indagación de este tipo, y se construye sobre la base de la crítica a la literatura, el arte y el discurso político identitarios, utópicos,  y anti norteamericanos del sub continente. Hace también una evaluación negativa del efecto que la conjunción de arte, literatura, política y poder ha tenido para nuestro desarrollo.

Granés condena a doctrinas como el airelismo, indigenismo, nuestroamericanismo, peronismo, priísmo, castrismo y guevarismo  «porque ninguna de estas mitologías, a pesar de sus buenas intenciones y de sus sueños salvadores, cohesionó a las sociedades ni las hizo prosperar».

El pensamiento desarrollista y la teoría de la dependencia de la Cepal, también quedan relegados en los rincones de lo equivocado y de lo inútil.

 

Contagiando al Occidente

Como el autor lo advierte, las últimas 60 páginas, de las más de 500 que tiene el libro, ilustran  «la manera en que  fenómenos típicamente latinoamericanos, como el populismo y el indigenismo, están afectando en la actualidad a las prácticas políticas y culturales de todo Occidente». Es decir, nuestro continente estaría exportando sus delirios y contaminando con estos factores de atraso a la pureza racional de Occidente. Esto es discutible. Nos parece que Occidente no necesita nuestros delirios porque tiene los suyos. Veremos esto más adelante.

Granés indica que este libro —de acuerdo con los intereses del lector— puede ser «un solo ensayo, tres tratados distintos, un manual de consulta» o el texto breve y final, es decir, las 60 páginas a las que acabamos de aludir.

Manual de consulta, sí es, porque despliega una cantidad impresionante de información histórica. También es un ensayo porque intenta depositar toda esa información en una propuesta central: la del mal que le han hecho a Latinoamérica los ensueños redentores de sus políticos y la confluencia de esos delirios con los de los creadores del arte y la cultura. Así por ejemplo el modernismo y la vanguardia habrían tratado de otorgar a cada país o a todo el continente «un símbolo identitario, una nueva fuente espiritual  que lo regenerara, un nuevo conjunto de valores que reconfigurara por completo a las naciones y al hombre y a la mujer americanos.».

Y este esencialismo identitario habría terminado por convertirse en una especie de prisión epistemológica.

 

Poetas, visionarios y políticos

Afirma el autor que el resultado de esta convergencia entre arte —cultura y política, ha sido diverso: «En México sirvió para crear una ficción nacional popular, en Brasil para impulsar la utopía modernizadora, y en Argentina para exacerbar el melodrama y el delirio personalista del peronismo».

La lectura de este ensayo sugiere que América Latina habría vivido delirando, al menos desde 1898 hasta hoy.

Granés inicia su libro con la  muerte del poeta José Martí, en el campo de batalla, durante la guerra para independizar a Cuba del agonizante imperio español. De ahí en adelante, dice el autor: “vendrían muchos poetas, visionarios y utopistas dispuestos a liberar el continente una y otra vez, eternamente, de los molinos de viento que lo atenazaban.”

La imagen de los molinos evoca inevitablemente al delirio de don Quijote, que en su afán de corregir injusticias y entuertos, deja las cosas peor de lo que estaban antes de sus acciones caballerescas. Esta parece ser una de las advertencias centrales de Delirio americano: Cuidado con  los políticos y artistas con delirios redentores. “Las consecuencias de sus acciones, los experimentos políticos, las revoluciones, las diversas versiones del nacionalismo y el populismo han sido perjudiciales para el desarrollo de las naciones y el bienestar de sus habitantes.”

Granés califica a poetas y políticos utopistas  de «altruistas y desmesurados», en su intento de «arrastrar a América Latina a mejores puertos, a tierras alumbradas por sus fantasías, y sus más extraordinarios, salvíficos y en ocasiones sangrientos delirios».

 

Los salvajes son ellos

Lo que el autor llama «el largo siglo XX» de América, comienza en 1898, cuando los Estados Unidos le arrebata Cuba y Puerto Rico a un imperio  español sumido ya en una decadencia terminal.

Entonces la intelectualidad latinoamericana empieza a darse cuenta de que el país cuya democracia y progreso había admirado durante el siglo XIX era una amenaza latente.

Aun cuando no lo dice Granés, creo que es pertinente esta pregunta: ¿Por qué América Latina demoró tanto en advertir el peligro Norteamericano? A mediados del siglo XIX, entre 1846 y 1848 los Estados Unidos se apropiaron por la fuerza de más de la mitad del territorio mexicano. Pero solo 50 años después, en 1898 empezó a nacer esta conciencia de nuestra distancia y diferencia con la América anglo.

En 1900, el uruguayo José Enrique Rodó, en su libro Ariel, fundó el arielismo, movimiento que construye una identidad continental cuyas virtudes cardinales son la espiritualidad, el idealismo y el humanismo, en oposición radical al materialismo y al mercantilismo de los norteamericanos.

Aparece entonces, y se reitera, la pregunta sobre el origen de la debilidad de  América Latina, frente a los Estados Unidos. En su momento el darwinismo social atribuyó la causa «de la pobreza, del caos y del subdesarrollo a los vicios de las razas india, negra y mestiza».

El arielismo contraatacó cuando el mexicano José Vasconcelos, en su libro Raza cósmica afirmó la superioridad de la humanidad americana, y su causa: el pluri mestizaje que conjuga los valores de todas las sangres del mundo.

Otra forma de autoafirmación identitaria fue la inversión de la polaridad de civilización y barbarie establecida por Sarmiento. Granés señala que escritores del 1900, como Vargas Vila afirmaban que los bárbaros no eran los latinoamericanos:

«…los salvajes eran ellos, lo descendientes de normandos, de piratas, de teutones y de los mendigos de Germania y Albión, ávidos invasores que habían metido sus garras y picos devoradores en América Latina».

Genial vuelta de la tuerca que nos hacía sentir superiores a los que nos consideraban inferiores.

Obsesiones identitarias

La identidad latinoamericana se buscó, entre otras partes, en el pasado. Para Granés, «el pasado heroico y sangriento de las naciones resultaba ser un magnífico aliciente para la imaginación poética, pero una pésima guía para la acción política.” Más adelante agrega: “El siglo XX empezaba atronar, y los poetas, voraces y vírgenes, corrían a torear sus relámpagos sin imaginar los demonios que invocaban».

De ahí en adelante gran cantidad de tendencias artísticas, literarias y políticas latinoamericanas van cayendo, en el texto de Granés, en la categoría de la ensoñación y el delirio. Es decir en la incapacidad de ver y procesar la realidad velada por la obsesión identitaria, a la que fueron sumándose otras obsesiones: el indigenismo, el antinorteamericanismo, los populismos, los nacionalismos, la exaltación de nuestra condición de víctimas, etc.

Es así como, dice el autor: «llegábamos a los años ochenta (del siglo XX)  exhaustos, rindiéndole una fidelidad absurda y masoquista a un conjunto de ideas obsoletas, crueles y tiránicas que los latinoamericanos parecíamos condenados a repetir como loros tropicales: la descolonización, el anti yanquismo, el enemigo interno, la pureza de las tradiciones, el líder telúrico, la legitimidad de la violencia».

Luego habla de intelectuales y artistas auto condenados a reincidir en los tópicos tercermundistas, en «los clichés de las víctimas, del explotado, del colonizado, el oprimido o, más recientemente, el epistmólogo de la Pachamama, el subalterno antiglobalizado, el albacea de los cuidados, el guardián de Abya Yala, el sabio sentipensante y toda esa fauna de personajes míticos y angelicales inventados —casi todos— en las hipercompetitivas, megacapitalistas, puritanas, globalizadísimas y nada pachamámicas universidades estadounidenses…».

En estos dos últimos párrafos se advierte cierta violencia en el lenguaje, la que señaliza el apasionamiento del autor respecto del tema que está tratando.

 

Los delirios norteamericanos

Quiero comentar que era difícil que en América Latina no prendiera y se arraigara, más que en otras partes del mundo, el anti norteamericanismo, al menos durante el siglo XX. En el XXI la sede mundial del anti yanquismo, se trasladó al mundo musulmán.

En 1898  USA se apoderó de Cuba y Puerto Rico. En Cuba, excluyó completamente a los mambises, que eran los patriotas que habían sostenido la parte más dura de la guerra contra España. A esto se sumó otra agresión al Tercer mundo: la anexión de Filipinas donde, una vez derrotado el ejército hispano, USA siguió en guerra para aplastar a los independentistas locales dirigidos por el guerrillero Emilio Aguinaldo.

Luego, aplicando la doctrina del Gran garrote, USA invadió una y otra vez a los países centroamericanos y caribeños, imponiendo dictadores sanguinarios y corruptos.

Después de la victoria en la guerra hispano estadounidense —anota Carlos Granés— «toda la región quedó bajo la tutela de una nueva potencia con apetitos imperiales. Puerto Rico pasó directamente a ser una colonia, y Cuba, después de unos años de ocupación, recuperó en 1902 su independencia bajo el chantaje de la Enmienda Platt (…) Haití fue ocupada entre 1915 y 1934,  y la República Dominicana, entre 1916 y 1924. Cuba, una vez más, entre 1906 y 1909, y Colombia sintió sus garras en 1903, cuando Panamá promovió su independencia con ayuda de los yanquis. En Nicaragua, también por disputas relacionadas con un hipotético canal, los marines derrocaron al presidente José Santos Zelaya en 1901. Era el preludio de la prolongada y abusiva ocupación que sometió al país entre 1912 y 1933, y que detonaría la primera revolución antiyanqui en América Latina».

Los marines invadían Honduras cada vez que estallaban conflictos que podían afectar a su producción bananera. En el Caribe colombiano, en diciembre de 1928 una huelga de los trabajadores de la famosa United Fruit Co. terminó con una masacre. Este suceso quedó en la memoria colectiva colombiana y en dos novelas: Cien años de soledad, de García Márquez, y La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio.

Comenta Carlos Granés que «si había una región del mundo donde pudiera arraigar el arielismo antisajón y toda suerte de experimentos vanguardistas destinados a alimentar el odio a los Estados Unidos y el amor por la patria», esa región era esta.

Muchas páginas más adelante comenta que lo único que consiguió balbucir el presidente norteamericano Richard Nixon cuando recibió la noticia de la victoria de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970, fueron unos improperios de grueso calibre. Luego dispuso US $ 10 millones para evitar que Allende asumiera el poder, intento en el que fue asesinado el general chileno René Schneider.

Es claro que el anti yanquismo obedece a una forma de relacionarse de USA con Latinoamérica y a situaciones concretas de abuso que se han venido reiterando a lo largo de la historia. No es posible calificarlo como un delirio porque el delirio es irrealidad. Aquí hay un ejemplo de cómo el magnífico despliegue historiográfico del libro de Granés, a veces queda fuera  del argumento central  del mismo.

Dice también el autor que «el odio al yanqui, justificado en tanto invasor y colonizador de América, se convertía en algo más: en el desprecio de la democracia…».

Esto puede explicarse porque la norteamericana fue una democracia racista y segregacionista, y hasta 1860, esclavista. Era una democracia con Ku Klux Klan y linchamientos de negros en los Estados del Sur. Era una democracia que tenía muy poco respeto por otras democracias y no vacilaba en derrocar a los presidentes hispanoamericanos que no se alineaban con USA. Era, además, y sigue siendo una democracia manejada en gran medida por los intereses del gran capital. Abraham Lincoln había pronosticado el advenimiento de «un período de corrupción de las altas esferas», en que el poder del dinero iría contra los intereses de las personas, hasta que la acumulación de la riqueza en pocas manos terminaría por destruir a la República. Y estos pronósticos se han cumplido.

 

El delirio de Occidente

El autor señala que «convertirnos en el continente de la alucinación arcaica estaba bien para las películas de Alejandro Jodorowsky, pero en la realidad suponía marginarnos de los avances científicos y tecnológicos, de los centros de decisión global y de los debates internacionales, de los mercados y las rutas de la economía».

No nos queda clara esta incompatibilidad. Tampoco cuáles son «las rutas de la economía». Desde luego estamos fuera de los centros de decisión globales, pero es por un problema de poder. El concepto de «alucinación arcaica» es poco preciso. En todo caso, creo que hay continentes cuyos delirios generaron perjuicios frente a los cuales nuestros delirios quedan como sueños de niños.

Latinoamérica tuvo que enfrentar aquel delirio norteamericano que es la Doctrina del Destino Manifiesto. Esta refleja la convicción —delirante desde luego—  de que USA era la nación destinada a expandirse inicialmente desde la costa atlántica hasta las del Pacífico, y luego a seguir anexando otros territorios, de acuerdo con las doctrinas expansionistas del almirante Alfred Mahan y con el respaldo de  «la Autoridad Divina».

En esa epopeya nacional que fue la conquista del oeste, los norteamericanos prácticamente exterminaron a la población indígena. Tal vez eso  los liberó el delirio indigenista latinoamericano.

Nos parece, además, que los Estados Unidos desarrollaron una industria del delirio: el cine, que fue tremendamente eficaz para promover su forma de vida y la fisonomía de sus héroes. Con ese delirio de celuloide y luego con el de la industria cultural, que incluye la música rock y otros grandes atractivos mediáticos, USA conquistó a los latinoamericanos. Creó circuitos especialmente para ellos, y promovió a galanes y galanas latinas, como Dolores del Río y Carmen Miranda a la que coronaron con sombreros recargados de ananás y otras frutas tropicales. Todos esos clichés colonizaron mediáticamente a Latinoamérica con más eficacia que los desembarcos de los marines.

Fascismo de segunda mano

Al leer el libro de Granés queda la sensación de que el delirio es un vicio o un lujo propio de América Latina, en circunstancias que los europeos venían delirando desde la época de las quemas de brujas.

El nacionalismo europeo desató los peores genocidios de la historia humana. En los años 30 del siglo XX casi toda Europa fue seducida por el fascismo y la xenofobia. Alguno de los delirios latinoamericanos que menciona Granés, venían de Europa, eran de segunda mano. Los presidentes  brasilero, Getulio Vargas, y argentino, Juan Domingo Perón contrajeron en el viejo continente sus deslumbramientos por el fascismo.

Hoy vemos cómo ha resucitado el delirios del filo fascismo en la ultra derecha europea, y en l supremacismo blanco de la era de Trump.

Los más grandes genocidios y abusos no solo en América Latina sino también en el Tercer mundo, no fueron provocados por delirios locales, sino por los delirios coloniales europeos.

Las doctrinas económicas liberales también tienen derivadas delirantes, como esa energía invisible llamada dinero, que viaja por todo el planeta a la velocidad de la luz, crea burbujas que explotan sembrando miseria, que corrompe a políticos y genera mafias y organizaciones criminales asociadas con su zona de sombra: el dinero sucio que se lava en territorios regidos por dignísimas democracias.

Creemos que Latinoamérica, como otras regiones del mundo tiene su propia complejidad cultural y no puede vaciarse de ella como condición para emprender procesos de modernización exitosos. Tampoco esas singularidades culturales tendrían que convertirse en una carga fatal.

Como sea, el libro de Granés está destinado a convertirse en un hito en el ensayismo latinoamericano. Además abre un campo  de estudio interesantísimo al incorporar el delirio en la historia política y cultural no solo de América Latina sino de todo el mundo occidental, donde el delirio, con el apoyo de la razón instrumental ha producido daños incalculables.

 

América, no invoco tu nombre en vano

América, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.

De Canto general, Pablo Neruda. 

 

Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina. Carlos Granés. (Buenos Aires, Editorial Taurus, 2022).

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