Noviembre 14, 2024

Pablo Neruda: trenes en la lluvia

 

Para José Luis D.G.

Por: Santiago Espinosa

 

 

Escribir sobre Neruda supone un desafío imposible. Por lo que significa su nombre en nuestros países. Porque no habría un poeta de nuestro tiempo (de pronto Ceslaw Milosz, o antes de ellos Pessoa y Rilke), con tantos registros y poemas definitivos.

Tenía razón Emir Rodríguez Monegal cuando decía que en cada libro Neruda producía una persona distinta, y publicó más de cincuenta. El propio poeta parecía percatarse de la situación, pues dice en algún sitio de su Estravagario: “De tantos hombres que soy, que somos,/no puedo encontrar a ninguno.”

Debemos leer en su conjunto al mejor de nuestros poetas. Hay un Neruda de los poemas de amor, nadie como él les disputó a las canciones populares la educación sentimental de un continente. Hay Neruda político, idolatrado o detestado con una fuerza plebiscitaria. Sólo hasta ahora, disipadas sus coyunturas más inmediatas, hemos recuperado estos poemas en su real dimensión.

Está el Neruda profeta americano, ineludible en su magnitud y algunas veces decepcionante. En todos los países se detuvo y de todos escribió, de todos abrió un nuevo territorio expresivo.

Neruda elemental y Neruda clásico, Neruda grandilocuente. Neruda perseguido por las dictaduras: su funeral fue el primer acto político contra Pinochet, pocos días después del Golpe militar. Hay un Neruda mal padre y cuestionado duramente por el feminismo. Malva, una novela de la holandesa Hagar Peeters, cuenta la historia desde la hija abandonada.

Existe un Neruda partidario y un Neruda secreto, escribiendo un poema místico sobre “El campanario de Authenay.”

Cada lector tendrá su lista, al lado de su propia vida. El Neruda de Residencia en la tierra, estudiado con fascinación en las carreras de literatura. El Neruda recuperado en las lecturas solitarias, abriendo una pequeña ventana en los poemas de Estravagario o La Barcarola.

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