Mayo 19, 2024

Colombia: en busca del deportista perdido

 

Por Andrés Felipe Escovar[1]

 

En Colombia, el éxito es el nombre de una cadena de almacenes. A fines de mayo pasado, denunciaron que, en el interior de uno de sus locales, en Cali, la policía torturó a manifestantes. Días después, el ciclista colombiano Egan Bernal ganó el Giro de Italia (una de las tres grandes competencias mundiales del ciclismo de ruta, en un circuito semejante en su significación al de los grand slams en el tenis). Posteriormente, lo entrevistaron en la revista gubernamental del país; el escenario que dispusieron para el vídeo contó con una placa en donde aparecía el logo del almacén y el nombre del deportista. Cuando le preguntaron por el paro, el muchacho, como lo advierte el periodista Camilo Téllez, balbuceó; no supo qué contestar, quizá porque estaba a favor de lo que ocurría en las calles, pero tenía la presión de que uno de sus patrocinadores era esa cadena de almacenes que, con el vídeo donde él habla, buscaba levantar una imagen que iba a pique.

El éxito, en Colombia, además de ser el nombre de una cadena de almacenes, es la palabra recurrente que enarbolan las autodenominadas personas de bien. Ellas suben imágenes en las que exaltan el esfuerzo individual, el sacrificio y la obligación de ser feliz para lograr darle algún sentido a la vida. Los demás, los que no son como ellos, es decir, los fracasados, son responsables de lo que les ocurre: el sistema les da oportunidad a todos y basta con levantarse muy temprano y trabajar. Esa moral del trabajo como herramienta de superación tiene como uno de sus principales sustentos a los deportistas colombianos: hombres y mujeres casi siempre pobres que lograron salir del foso de su desgracia en virtud de su sacrificio y de no quejarse. Al respecto, Jacobo Hidalgo afirma:

-En varias de las manifestaciones realizadas por los ciclistas en redes sociales uno identifica ese mensaje camuflado. Se encuentran expresiones del tipo “no destruyamos, construyamos”, “unámonos por nuestro país”, “hay que seguir trabajando para que Colombia salga adelante”, etc.

Y es que el trabajo denodado, que sirvió de eslogan para ese expresidente que hablaba con diminutivos y afirmaba con orgullo que la última película que vio fue El llanero solitario, cuando tenía ocho años, impacta en el hecho de inculpar al desempleado porque no trabaja o no se las rebusca.

Los deportistas son entrampados por los medios de propaganda gubernamental. Las palabras dubitativas de Bernal en aquella entrevista fueron una excepción en su forma de contestar -y, pese a ello, mucho más hábil que las de algunos de sus colegas que incurren en plegarias por la autoridad y en una división casi evangélica entre los buenos y los malos-: esas redadas hacen que hasta los más reticentes se involucren en alguna proclama política, casi siempre cercana a lo que plantean los partidos de gobierno.

Jacobo Hidalgo afirma que los deportistas suelen no opinar “por miedo a perder patrocinios con algunas marcas. Ya se han visto casos en Colombia, como el del nadador Jorge Iván del Valle, a quien le retiraron sus patrocinios por manifestarse firmemente contra hechos de corrupción” pero, a este motivo se suman otros como “la falta de empatía que genera el privilegio. Los ciclistas del World Tour suelen manifestarse poco incluso ante los problemas y falencias del deporte en el contexto nacional: falta de carreras y organización, malos pagos, dopaje, etc”.

Y es que, salvo casos concretos como los de la ciclista de BMX Paola Parra -que levantó ante las cámaras una nota, en la plataforma de salida de una competencia, pidiéndole explicaciones al gobierno de Colombia por la represión acaecida durante las manifestaciones-, la mayoría de las figuras que ocupan las primeras planas de las noticias deportivas e incluso de la farándula dicen algo. En los mejores casos, incurren en apreciaciones acomodaticias para quedar bien con todos, los acerca a lo que algunos reggaetoneros y demás músicos populares han expresado en las redes.

Sin embargo, Camilo Téllez no cree que lo que ocurra sea simple apatía. Él explica la renuencia de los deportistas para hablar de política porque, en primer lugar, no tienen por qué hacerlo, pero, además, si lo hacen, corren riesgos que sobrepasan los intereses comerciales y tienen su explicación en la dinámica propia de la guerra en Colombia:

-Hemos tenido mucho miedo de tener posiciones políticas porque nos hemos matado por eso.  En Colombia podemos reducir todo y ese miedo del deportista tiene que ver con un tema de violencia simbólica, por eso es respetable que no se pronuncie.

La búsqueda de un deportista que tome partido con respecto al movimiento popular que se gesta en diferentes lugares del país, responde a esa esperanza que se atisbó en el horizonte con la firma de los acuerdos de paz con las FARC: desde ese momento se erosionó la verdad de que es mejor no “confesar” una filiación política adscrita a algún grupo de izquierda pues ello implica una sentencia de muerte y el rechazo por parte de una matriz de opinión que propala la creencia de que los comunistas toman sangre de bebés y convierten, a través de argucias propias de la “ideología de género”,  en maricas a todo aquél que otrora era un semental que preñaba a docenas de mujeres.

Puede que pasen algunos años más para que aparezca una figura con una posición explícita. Alguien como Maradona es impensable en un escenario donde “ser de izquierda” es una condena de muerte, como lo advierte Téllez. Además, toda esa pretendida posición “apolítica” de los deportistas, se refuerza con los relatos hechos en gran parte de la prensa dedicada a cubrir el espectáculo del deporte.

En Colombia, los narradores deportivos- casi todos ellos con cortes de pelo parecidos a los de la “gente de bien” y los militares, cuando aún no están calvos- hacen su aporte: hacen catequesis sobre los valores de la patria, el trabajo y la familia durante sus monólogos matutinos de análisis futbolísticos y otros se autodenominan poetas para exaltar el fluir de los ríos y la imponencia de las montañas y hacer un símil con el carácter de esos deportistas brotados de las “entrañas de la tierra”. Son, en esa instauración de historias deportivas, los puntales para tejer narraciones con un final de superación personal que refuercen ese sentido común que hace que los niños se aferren a un balón o una bicicleta y naturalicen el maltrato y la privación de sus derechos pues estos deben “ganarse a punta de trabajo”.

Son esos pocos “héroes” deportivos los que confirman la regla instaurada por las personas de bien: el sacrificio da sus frutos; los vendedores ambulantes, los que deben dormir en las calles y los que huyen de sus lugares porque algún “emprendedor” los obliga a venderles su pedazo de territorio a cambio de una suma exigua, son unos perezosos que no tienen claro el sentido de la oportunidad: ellos jamás podrán tener un éxito, aunque, si se quejan, la policía los puede encerrar en alguno.

 

 

[1] Andrés Felipe Escovar es escritor colombiano, Master en Análisis del discurso en la UBA y Doctorando en el Centro de Estudios Superiores de México y centroamérica -CESMECA- de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

Crédito Ilustración: Anbilli

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