Noviembre 22, 2024

Nancy Cunard: Esa diosa rebelde y olvidada (2da parte)

 

por Darío Oses

 

La dama en el infierno

 

En los años 30, Nancy, la mujer fatal, la sirena seductora de los 20, rompió una vez más con los estereotipos en los que trataban de aprisionarla, y se entregó por entero a luchar contra el fascismo

Fue testigo de algunos de los momentos cruciales de la guerra civil española. Siguió a los cientos de miles de derrotados que huían de las tropas de Franco  y visitó el infierno en que vivían los españoles internados en los campos de refugiados en Francia.

 

Más allá de su libertad para vivir como le diera la gana, y a pesar de que los principales hechos de su vida tuvieron cobertura mediática, Nancy Cunard será siempre un misterio. El poeta Raymond Michelet en un retrato que hace de ella a los 35 años, anota que  Nancy llevaba varias vidas paralelas, nunca se detenía para mirar atrás: “Ella tenía que extraer de cada momento todo lo que pudiera darle. Nancy ardía como una llama.” Pero de pronto ese ardor que antes era caótico se dirigió hacia dos grandes movimientos humanitarios de su tiempo: el anti racismo y el anti fascismo

Los amores de Nancy  con el jazzista de color Henry Crowder, marcaron ese punto de inflexión en la vida de ella. Fueron también el momento álgido del desafío a su clase y la renuncia a los privilegios que ella le prodigaba. Neruda recuerda que “sus argumentos en defensa de los negros fueron como garrotazos en la cabeza de lady Cunard (su madre) y de la sociedad inglesa.”

 

Henry me hizo

Mucho tiempo después de su ruptura  con Henry Crowder, y al enterarse de su muerte, Nancy comentó: “Henry me hizo… y así soy. “ Y reiteró: “Henry me hizo, se lo agradezco.” Como lo advierte su biógrafa Lois Gordon, “Crowder fue el origen de la adhesión de Nancy a diversas causas humanitarias a las que se entregó con la devoción de una cruzada.

Entonces ella dejó de tener tres o cuatro vidas paralelas y dirigió su prodigiosa energía hacia el activismo anti racista. Luego, la invasión italiana a Etiopía, en1935, y el estallido de la Guerra civil española, en 1936, la llevaron a un compromiso total con los valores  humanos conculcados por el fascismo.

El dictador Benito Mussolini, empeñado en construir una Italia imperial, heredera del imperio romano, movilizó un formidable ejército con aviones, carros blindados y artillería, para invadir Etiopía, el único país del África Negra que había conseguido mantener su independencia. La fuerza expedicionaria italiana era el ejército europeo más poderoso que hasta entonces había operado en África. Para las poblaciones de origen africano de todo el mundo, Etiopía, una de las naciones más antiguas del planeta, era  símbolo de la riqueza de la cultura negra. Nancy escribió: “…si Inglaterra ayuda a Mussolini, habrá levantamiento en las colonias británicas, porque Mussolini no solo lucha contra Etiopía sino contra todos los negros del mundo.”

A pesar de la resistencia que ofreció el precario ejército etíope, la guerra fue un aplastamiento brutal en el que los fascistas italianos usaron armas proscritas, como los gases tóxicos.

 

Un alarde de cinismo sobrehumano

En octubre del 35, la Sociedad de Naciones condenó la invasión e impuso la prohibición de vender a Italia  una lista de mercaderías necesarias para la guerra. Sin embargo, se excluyó de esa lista al petróleo. Años después Mussolini le confesó a Hitler que sin petróleo habría tenido que retirar a su ejército de Etiopía.

En marzo del 36 las tropas de Hitler entraban en la zona desmilitarizada de Renania, violando el impunemente el tratado de Versalles.

En junio de 1936 la Sociedad de Naciones revocaba todas las sanciones  a Italia y reconocía su dominio sobre Etiopía que pasó a llamarse Abisinia. Nancy estuvo presente como reportera en esa sesión. La describió como un acto repugnante y “un alarde de cinismo sobrehumano.” De Ginebra se fue a Addis Adeba, la capital etíope, desde donde informó sobre los padecimientos de la población civil, expuesta a los bombardeos fascistas.  Asimismo describió batallas como la de Lkemti en la que los “saqueadores italianos” arremetieron contra los nativos  con aviones desde los que arrojaban bombas de gas venenoso, y luego,  por tierra, con metralletas, fusiles y granadas de mano.

 

El primer capítulo de la guerra mundial

En julio del mismo año el ejército español, bajo el mando de Francisco Franco, y con  ayuda militar de la Alemania nazi y de la Italia fascista, se sublevaba contra el gobierno legítimo de la República. Se iniciaba así la guerra civil española.

En agosto Nancy partió como corresponsal a Barcelona, desde donde manda un despacho en el que advierte que la pasividad de las potencias mundiales frente a las agresión fascista en Etiopía, había permitido que esta situación se repitiera en España. Concluía con un comentario profético: “La traición a Etiopía será el primer capítulo de la próxima guerra mundial.”

En los años 30 en toda Europa cundían los partidos filo fascistas. Incluso en Inglaterra, Oswald Mosley, amigo de Maud Cunard, la madre de Nancy, había creado en 1932, el partido Unión de fascistas británicos. Asimismo Eduardo VIII, que luego de abdicar al trono pasó a ser duque de Windsor y gobernador de las Bahamas, no ocultaba sus simpatías por la Alemania nazi.

Nancy llegó a Barcelona en el mes siguiente al del comienzo de la guerra. Como dijo ella misma, España la poseyó por completo. Enviaba noticias de primera mano a varios medios de difusión. Se movió entre Barcelona y Madrid pidiendo a los conductores de camiones que la llevaran. Fue a los campos de batallas y estuvo  la primera línea de fuego, donde otros reporteros no llegaban. Además su sensibilidad le permitía percibir   cosas que otros pasaban por alto. Por ejemplo, el contraste entre la belleza de las plazas de Barcelona y los rincones donde se amontonaban basuras pobladas de ratas. Fue testigo también de la partida al frente de contingentes de soldados, la mitad de los cuales eran menores de hasta 13 años. Los despedían sus madres, entre banderas rojas y bandas militares. En Madrid encontró a miles de mujeres, procedentes de los alrededores arrasados por la guerra, que llegaban a refugiarse a la ciudad. La conmovió ver que los milicianos se dedicaban a salvar decenas de miles de obras de arte y de libros valiosos de museos y bibliotecas amenazados por los bombardeos, para trasladarlos a Ginebra.

Una de las preocupaciones de Nancy era que Franco había obligado a los moros de las guarniciones coloniales africanas, a unirse a su ejército y enfrentar a los republicanos, en cuyas filas había afroamericanos enrolados principalmente en la Brigada Abraham Lincoln. Así, era posible que pelearan negros contra negros, con el agravante de que los del bando franquista, debían luchar junto con los alemanes, que los despreciaban y hubieran preferido reducirlos a la esclavitud.

 

Cunard y Neruda

En España los permisos de estada para los extranjeros se daban solo por tres meses, por lo que Nancy debía viajar a Francia donde tenía su residencia, para luego volver a España. En uno de esos regresos, participó en el segundo Congreso Internacional de Escritores en apoyo de la República. Entonces conoció a Pablo Neruda.

Volodia Teitelboim anota:

 

 …en el verano y otoño de 1936, en su primer viaje a España durante la guerra civil, Nancy Cunard contrajo dos amistades que se mantuvieron largamente. Una, con Ángel Goded, portero del Hotel Majestic de Barcelona. Y otra con Pablo Neruda (…)

 

Ella encontró al plebeyo cónsul chileno infinitamente más interesante que el cónsul de Gran Bretaña. Lo sintió un ser caluroso que amaba la compañía, la buena mesa, el vino. Nancy lo fascinó y la presentó  acto seguido  a sus amigos, los poetas españoles. Nancy a los cuarenta causó en ellos el mismo efecto que produjo a los treinta sobre los surrealistas.

 

Mister Dárdapo tipógrafo

 

En 1927 ella había comprado una casa de campo en  Réanville, Normandía, donde instaló una prensa manual belga. Era una antigüedad, fabricada hacía dos siglos, pero funcionaba perfectamente. Con ella Nancy inauguró su propia editorial, Hours Press, donde hacía exquisitas ediciones, trabajadas a mano. Diez años después, en esa misma imprenta, ella y Neruda trabajarían en la edición de una serie de plaquettes de poesía, con el título de Los poetas del mudo defienden al pueblo español. Lo que se ganara con sus ventas iría a los fondos de ayuda a la República española en guerra.  

 

Nancy tenía experiencia en trabajos de imprenta. Neruda no. Recuerda el poeta:

 

Yo me puse por primera vez a parar tipos y creo que no ha habido nunca un cajista peor. Como las letras p las imprimía al revés, quedaban convertidas en d por mi torpeza tipográfica. Un verso en que aparecía dos veces la palabra párpados resultó convertido en dos veces dardapos. Por varios años Nancy me castigó llamándome de esa manera. “My dear Dardapo…” solía comenzar sus cartas desde Londres. Pero la publicación salió muy decorosa y alcanzamos a imprimir seis o siete entregas. Aparte de poetas militantes, como González Tuñón o Alberti o algunos franceses, publicamos apasionados poemas de W. Auden, Spender, etc.

 

Esos caballeros ingleses no sabrán nunca lo que sufrieron mis dedos perezosos componiendo sus versos.

De cuando en cuando llegaban de Inglaterra poetas dandys, amigos de Nancy, con flor en el ojal, que también escribían poemas antifranquistas.

En febrero de 1937 apareció el primer número de Los poetas del mudo defienden al pueblo español, cuyo segundo título anunciaba: Dos poemas por Pablo Neruda y Nancy Cunard. Estos poemas eran “Canto sobre unas ruinas” de España en el corazón, de Neruda, y “Para hacerse amar”, de Cunard.

 

La derrota y sus miserias

 

En la fase final de la guerra Nancy ofreció sus artículos al influyente diario inglés Manchester Guardian. Fue la única periodista que permaneció en Barcelona hasta el momento de la caída de la ciudad en manos de Franco. Sus reportajes son testimonios directos del terrible éxodo de medio millón de españoles, entre los que vio mujeres parturientas, niños que no encontraban a sus padres, ancianos, heridos que ayudaban a otros heridos, soldados ciegos, todos tratando desesperadamente de pasar a Francia por  los Pirineos.

Los textos de Nancy fueron escritos desde el dolor, porque ella siguió a esa peregrinación atroz, que avanzaba penosamente bajo la lluvia y la nieve. Sus artículos transmiten las sensaciones de frío, de hambre, de cansancio y también el desamparo de toda esa gente que en la frontera, después de largas esperas a la intemperie, eran recibidos con malos tratos y posteriormente internados en campos de refugiados que, cuando Francia cayó en poder de Hitler, recibirían también a judíos en tránsito hacia  el exterminio.

En uno de sus artículos, transcritos por Lois Gordon, Nancy señala que aquella marea humana estaba formada muy mayoritariamente, en alrededor de un 80 por ciento, por mujeres, y además por bebés, viejos, lisiados y gran número de soldados heridos: “  Todos los refugiados, sin excepción, se encuentran en condiciones espantosas (…) Las familias se disgregan, a veces los hombres se quedan rezagados y dicen a las mujeres que sigan adelante, los niños lloran, una niña valiente lleva una muñeca tan grande como ella.”  Por añadidura, los aviones de Franco  ametrallaban   a todos los que circularan por las carreteras.

Además de sus despachos de prensa, Nancy hizo cuanto pudo por buscar comida para los refugiados. Todo lo que conseguía lo llevaba en un camión a la gente. Después, a través de algunos diarios ingleses, consiguió que se crearan, con las contribuciones de los lectores, fondos para mandar alimentos a los refugiados.

Nancy visitó también los campos donde estaban los republicanos. La disciplina era aun extrema si se hubiera aplicado al peor criminal de la sociedad-comentó. En Argelés había entre 72 mil y 95 mil soldados no solo españoles sino también de las brigadas internacionales,  durmiendo a la intemperie, en la arena húmeda, sin ningún tipo de atención para los heridos, sin letrinas, con las heridas infectadas. A veces los mismos soldados amputaban algún miembro gangrenado de sus compañeros. No tenían más ropa que la que llevaban puesta desde que salieron de España. El hedor era insoportable. Las raciones de comida, mínimas. No tardaron de declararse epidemias de tifus, sarna, disentería y neumonía.

En su búsqueda desesperada de una solución para el problema, Nancy  consideró que al menos algunos refugiados podrían trasladarse a las colonias francesas del norte de África: Argelia y el Marruecos francés. Se embarcó junto con 2.300 españoles hacia Orán en dos barcos británicos. Al llegar les pusieron todo tipo de dificultades, pero después de largas esperas y tramitaciones los recibieron.

Luego todas sus esperanzas se volcaron hacia América. El gran horizonte que se abría para los refugiados era México. También, en menor medida Chile, y aquí vuelve a encontrarse con Neruda que contra el viento y las mareas de la prensa y los políticos de derecha, trabajaba en Francia para  llevar a su país a más de dos mil refugiados en el barco Winnipeg.

Nancy acogió a todos los refugiados que pudo en su casa de  Normandía. Se preocupó especialmente de los artistas e intelectuales españoles  internados en los campos, que no eran pocos, puesto que la mayor parte de los trabajadores de la cultura habían adherido a la República.

Este enorme esfuerzo deterioró su salud, y tuvo, además, un costo adicional.

 

Neruda escribió:

 

No ha habido en la historia intelectual una esencia para los poetas tan fértil  como la guerra española. La sangre española ejerció un magnetismo que hizo temblar la poesía de una gran época.

 

Para Nancy  las heridas que le dejó esa guerra fueron demasiado profundas. Nunca pudo restañarlas. Permanecieron abiertas,  no solo en  su poesía, sino en su vida. La retirada de los derrotados, con todas sus penurias, la agonía de los refugiados en los campos de concentración en Francia, fueron para ella un descenso al infierno, y no consiguió recuperarse de eso.

Uno de sus biógrafos, Hugh D. Ford la visitó a principios de los años 60. Le llamó la atención que ella siguiera tan furiosa contra el fascismo como lo había estado en 1936. Comentó que era impresionante ver tanta pasión en esa mujer ya frágil, de 65 años, que por décadas había continuado defendiendo una causa que la mayor parte de sus camaradas de los años 30 habían olvidado.

La escritora Solita Solano, amiga de Nancy, escribió que sus más grandes esfuerzos y sus peores decepciones se relacionaban con el triunfo del franquismo, que por lo demás, se mantuvo en España hasta 1975, es decir, 6 años después de la muerte de Cunard.

 

Darío Oses

 

No se pierda la tercera parte y final de esta serie sobre Nancy Cunard

Lea aquí la primera parte de este artículo

 

Bibliografía

Buot, Francois, Nancy Cunard

Ford, Hugh, Nancy Cunard, great poet, indomitable rebel 1896 – 1965.

Gordon, Lois, Nancy Cunard

Hernando, Alberto, “Nancy Cunard y el malditismo femenino” Letras libres

Neruda, Pablo, Confieso que he vivido, Memorias.

Osuna, Rafael, Pablo Neruda y Nancy Cunard

Teitelboim, Volodia, Neruda.

 

Brevísima antología

 

Canto sobre unas ruinas

 

Esto que fue creado y dominado,

esto que fue humedecido, usado, visto,

yace -pobre pañuelo- entre las olas

de tierra y negro azufre.

Como el botón o el pecho

se levantan al cielo, como la flor que sube

desde el hueso destruido, así las formas

del mundo aparecieron. Oh párpados,

oh columnas, oh escalas!

Oh profundas materias

agregadas y puras: cuánto hasta ser campanas!

cuánto hasta ser relojes! Aluminio

de azules proporciones, cemento

pegado al sueño de los seres!

El polvo se congrega,

la goma, el lodo, los objetos crecen

y las paredes se levantan

como parras de oscura piel humana.

Allí dentro en blanco, en cobre,

en fuego, en abandono, los papeles crecían,

el llanto abominable, las prescripciones

llevadas en la noche a la farmacia mientras

alguien con fiebre,

la seca sien mental, la puerta

que el hombre ha construido

para no abrir jamás.

Todo ha ido y caído

brutalmente marchito.

Utensilios heridos, telas

nocturnas, espuma sucia, orines justamente

vertidos, mejillas, vidrio, lana,

alcanfor, círculos de hilo y cuero, todo,

todo por una rueda vuelto al polvo,

al desorganizado sueño de los metales,

todo el perfume, todo lo fascinado,

todo reunido en nada, todo caído

para no nacer nunca.

Sed celeste, palomas

con cintura de harina: épocas

de polen y racimo, ved cómo

la madera se destroza

hasta llegar al luto: no hay raíces

para el hombre: todo descansa apenas

sobre un temblor de lluvia.

Ved cómo se ha podrido

la guitarra en la boca de la fragante novia:

ved cómo las palabras que tanto construyeron,

ahora son exterminio: mirad

sobre la cal y entre el mármol deshecho

la huella -ya con musgos- del sollozo.

 

De España en el corazón, Pablo Neruda.

 

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