Abril 20, 2024

Nancy Cunard: Esa diosa rebelde y olvidada

Bellísima, carismática, inteligente, Nancy Cunard pudo ser reina de Inglaterra, pero prefirió vivir en el epicentro de su propio desenfreno.

Fue musa y amante de algunos de los más grandes artistas y escritores del siglo XX. También de un jazzista negro, lo que le valió amenazas de muerte del Ku Klux Klan. La llamaron loca y degenerada.

Se entregó grandes causas como la lucha contra el fascismo. Denunció la situación desesperada en que vivían cientos de miles de refugiados después de la derrota de la República en la guerra civil española.

Neruda escribió de ella: “Pesaba 35 kilos cuando murió. Solo era un esqueleto. Su cuerpo se había consumido en una larga batalla contra la injusticia en el mundo. No recibió más recompensa que una vida cada vez más solitaria y una muerte desamparada.

 

Nancy fue una figura central en la vida artística e intelectual europea entre los años 20 y 40.  El poeta Harold Acton afirma que ella “inspiró a la mitad de los poetas y artistas de los años 20”, los que vieron en ella la Gioconda de la época.

Se convirtió en un icono del París de los 20, como lo fueron Hemingway, Scott y Zelda Fitzgerald, y Gertrude Stein.  Nunca escribió su biografía, pero esta quedó encriptada en las obras de escritores que a veces fueron sus amantes. La retrataron dos chilenos radicados en Europa: Manuel Ortiz de Zárate y  Álvaro “Chile” Guevara. También lo hicieron Oskar Kokoschka, y Eugene Mc Cown. La fotografiaron, entre otros,  Man Ray, y  Brancusi la llevó a la escultura.

En ella se inspiraron las protagonistas de las novelas Danza de sátiros, Esas hojas estériles y Contrapunto,  de Huxley; Blanche o el olvido y El coño de Irene, de Luis Aragón; Rendición incondicional, de Evelyn Waugh, y El sombrero verde, de Michael Arlen,  llevada al cine, con Greta Garbo en el papel principal. Nancy aparece también en dramas como Pañuelo de nubes, de Tristán Tzara, y La sonrisa de la Gioconda, de Huxley. Samuel Beckett la nombra muchas veces en  Esperando a Godot. Por último, Nancy se asoma en grandes poemas como los Cantos, de Ezra Pound.

Ella misma fue una notable poeta, pero en su tiempo el personaje era tan potente que eclipsó a su obra. Hoy nadie la recuerda ni a ella ni a su poesía. Sin embargo su figura debería ser un emblema en este momento, en que en que vuelve la lucha contra la xenofobia, el machismo, el neofascismo y el supremacismo blanco.

 

Rumores sobe el padre

Nancy fue hija única de dos inmensas fortunas. Su padre, Bache Cunard, heredó una de las más grandes navieras del mundo: Cunard Lines, ( dueña del Titanic).  Su madre, Maud Burke,  multimillonaria norteamericana, se instaló en la alta sociedad inglesa y hasta en el círculo íntimo de Eduardo VIII y Wallys Simpson. Maud fue amante del arte, de la literatura y de muchos hombres, entre ellos del escritor George Moore, al que todos conocían como G. M.

Se rumoreaba que Moore era el verdadero padre biológico de Nancy. Para salir de dudas,  ella le pidió que se lo aclarara. G. M. le contestó que no lo sabía y le sugirió que se lo preguntara a su madre.  De cualquier forma, Nancy encontró en Moore a su verdadera figura paterna: fue el mejor compañero de su infancia solitaria, relegada al rincón de los niños y entregada a institutrices desalmadas.

 

¿De qué escapaba Nancy?

Según su biógrafa Lois Gordon, esos primeros años dejaron en Nancy una huella imborrable.  El que emprendiera “un proyecto creativo tras otro” y se involucrara en causas sociales y humanitarias, casi siempre perdidas, junto con sus viajes agotadores y  sus amoríos conflictivos y extenuantes, revelaban “una desesperada y frenética soledad.”

 

Pero hubo otros traumas

Uno de sus amigos, Raymond Michelet advirtió que muchas veces la animaron a escribir la que podía haber sido su riquísima autobiografía, pero Nancy nunca lo hizo. Era incapaz de revisitar su pasado porque ella vivía en una fuga permanente: “siempre quería estar en otra parte” – apunta Gordon-. Siempre atraía a otros amantes. Michelet pregunta “¿de qué escapaba Nancy Cunard?  Concluye la biógrafa:

Cada relación renovaba la esperanza de encontrar la devoción amorosa de la que se había visto privada siendo niña y cada una, a su vez, se convertía en repetición de las decepciones de su infancia. En este aspecto, sus necesidades emocionales  venían a ser un pozo sin fondo.

Su amiga Mary Hutchinson se preguntó también ¿qué buscaba esa Nancy siempre descontenta e insatisfecha? Sabía mantener una fachada, “pero detrás de ella se adivinaba algo turbador.” Como apunta Gordon sus amigos “creían que había sido  la combinación de su talento creador con la libertad social y moral predominante en la época lo que la condujo, igual que a otros, al alcoholismo, la locura y la desesperación.”

De todos los escritores que la celebraron, solo tres: Becket, Aragón y  Neruda se preocuparon por ella hasta el final.

 

La reina

Nancy, podría haber sido reina, lo que no sabemos es por cuánto tiempo habría soportador ese papel. Lo cierto es que el príncipe de Gales, que después asumiría el reinado de Inglaterra con el nombre de Eduardo VIII, fue cautivado por la belleza de Nancy. La invitaba a bailar en las fiestas de la aristocracia británica de 1914 y después en las de los años 20. También le hizo regalos espléndidos. Pero ella lo encontró inculto y aburrido.

Sobre aquella temporada de Londres, la última antes del estallido de la Gran Guerra que duró hasta 1918, Nancy expresaría su tedio “cuando un baile sucedía a otro hasta tres o cuatro por semana y los rostros de los militares, al girar, se me antojaban tan estúpidos como su insulsa conversación entre las hortensias que adornaban la cena.”

Mucho después de aquellos bailes, Eduardo VIII  abdicó porque no estaba dispuesto a renunciar a Wallys Simpson.

La rebelión de Nancy contra su familia y su clase comenzó cuando ella constató que su madre tenía un amante, el director de orquesta Thomas Beecham. Entonces ella sintió que eso le daba el derecho de hacer lo que le diera la gana. Con su gran amiga Iris Tree formaron la “Camarilla corrupta”, un grupo de artistas y escritores bohemios, entre los que se encontraba Álvaro “Chile” Guevara, cuyas manos finas y sensibles y cuyo rostro pálido impresionaron a Nancy.  Sus bailes terminaban con paseos de madrugada.  En una ocasión la policía detuvo a Iris y Nancy por bañarse a esas horas en una pileta pública. Richard Aldington las calificó de “cínicas y de ilimitada promiscuidad.”

 

Volodia Teitelboim escribió:

Nancy abominó de las convenciones sociales y sexuales y pagó un precio cruel por su revuelta. Observaba a su alrededor. Cuando la veíamos en Chile mirando con sus perforantes ojos azules nuestro pequeño mundo marginal, nos surgía una duda: ¿Quién es? ¿Qué es esta mujer? Irradiaba un hechizo, pero también algo maldito e inasible.

 

Y más adelante agrega:

 

Su imagen es la de un fantasma novelesco y romántico que se ha paseado entre las dos guerras, la última de esas mujeres exquisitas, agentes de la condenación, dotadas de voz desfalleciente, que hacía agonizar a los hombres.

 

 

Amantes que agonizaron

Es cierto que Nancy inspiró amores desafortunados en hombres que, como Luis Aragon, le exigían esa exclusividad que no cabía en su manera de amar. En Venecia él la amenazó con suicidarse. Ella le dijo que lo hiciera. Él se fue al hotel donde tomó una cantidad de somníferos, pero no murió. Después escribiría: “En mi vida hubo una mujer, que era muy bella, con la que viví varios años, y con la cual yo no estaba hecho para vivir.”

Según Teitelboim,  Aldous Huxley intentó liberarse de la pasión desgraciada que sentía por Nancy, desplazándola a la no menos desdichada relación de su alter ego Walter con Lucy, en la novela Contrapunto. En esa obra, Huxley describe así a esa  Lucy que era Nancy:

Ella no quería aquella profunda ternura que es una capitulación de la voluntad (…) Ella quería ser ella misma, Lucy Tantamount, con pleno dominio de la situación, disfrutando conscientemente hasta el último límite, dándose al placer sin consideración hacia nada y hacia nadie; libre no solo económica y legalmente, sino también emotivamente, emotivamente libre de admitirlo o rechazarlo. De echarlo así como lo había admitido, en cualquier momento, cuando le diera la gana.

 

Según diversos testimonios ella reafirmaba persistentemente su autonomía con ciertas prácticas rituales de su independencia, como la de abandonar intempestivamente a un amante para irse con el desconocido que tuviera más a mano. Desde luego, con esto ofendía las sensibilidades masculinas y hacia sufrir a los hombres. Es fácil caer en la tentación de asimilarla a estereotipos misóginos, como el de la mujer fatal, el demonio femenino de la perversidad, la viuda negra y otros por el estilo. Pero Nancy estaba más allá de todo eso. Tal vez se encuentre más cerca del arquetipo mitológico de la diosa: la mujer de muchos rostros, cuyo misterio es tan irreductible como fascinante. Sí, era la Gioconda que sonríe de los inútiles empeños que hacen los hombres por descifrarla. Había en ella cierta perversidad que, como veremos más adelante, se transformó alquímicamente en un desborde de afanes por socorrer a los sufrientes y desvalidos.

 

Su depravada santidad

 En algunos de sus poemas, Nancy insinúa que la causa de su promiscuidad sexual está en los traumas de la guerra. Más de una vez recordó el breve y gran amor que tuvo en 1916 con el oficial Peter Broughton. Duró 5 días. Después él murió en el frente. Iris Tree recordaría  que lo que en esa época la unía con Nancy era la alternancia entre el desenfreno de las fiestas, con las tardes tristes en las que se filtraba el remordimiento por seguir con vida mientras miles y miles morían en las trincheras.

Ambas participaban en actividades de beneficencia para recaudar dinero para la guerra. Nancy  encontró, además, otra forma de luchar contra a muerte: tenían sexo con soldados que luego irían que exponerse a la mutilación o a la muerte. Era su manera desesperada por compensar con amor los estragos tanáticos de la guerra. De ahí el carácter redentor que Willim Carlos Wiliam le atribuye a la sexualidad de Nancy.

 El poeta y médico norteamericano William Carlos William fue  uno de esos admiradores que no llegaron a la categoría de amantes. Pero sí convirtió a Nancy en su musa. La definió como: “…uno de los fenómenos más importantes de este mundo”, y como una mujer que se acerca a la santidad por la vía del desenfreno: “aquella espiga alta y rubia hecha mujer, cuya mente que yo sepa, no enturbió nunca la bebida, se mantenía encendida hasta los huesos ¿Han hecho otra cosa los mártires?”

Y agrega: “era inviolable en la virginidad del acto puro. Nunca la ví bebida; supongo que quizás nunca estuvo completamente sobria.” Y más adelante: “Con su libertinaje afirmaba una auténtica castidad mental que nadie conseguía turbar.”

En su autobiografía, William afirma que  nunca se sintió atraído sexualmente por Nancy ni por su amiga Iris. Lo impedía  el hecho de que ellas “rezumaban sufrimiento” “junto con una depravada santidad”:

 La depravación era su oración, su ritual, su ejercicio rítmico. Negaban el pecado estereotipándolo en sus propios cuerpos, desollándolo para que no saliera sucio sino puro.

 

La otra Nancy

Rafael Osuna alega  que hay quienes se documentan sobre Nancy Cunard solo en las ficciones que inspiró, y que de esa forma hacen de ella un personaje “novelesco y romántico, vanguardista y desdibujado.” Advierte que por esa vía reducen a Nancy al estereotipo de la mujer bohemia y extravagante, que se entregaba a toda clase excesos. Se omite, en cambio a la Nancy llamada a las grandes causas humanitaria de su época, a la mujer que luchó contra el racismo y contra el fascismo que en los años 30 se apoderó de Etiopía y de España.

La transición hacia esa otra Nancy se inicia en 1928, en Venecia, cuando conoce la jazzista  de color Henry Crowder. Aquel amor fue tan tormentoso como los  que tuvo con otros amantes, pero fue el más largo de su vida y el que produjo un cambio decisivo en ella.

La relación de Nancy con Crowder causó un escándalo que llenó las portadas de la prensa sensacionalista en Inglaterra y en los Estados Unidos. La madre de Nancy le redujo a casi nada la mensualidad que le daba, de modo que ella tuvo que empezar a trabajar. Se propuso producir un libro sobre a cultura africana en diversas regiones del mundo. Para hacerlo viajó junto a Crowder a Cuba, Jamaica y a los Estados Unidos. Como en Nueva York no los recibían en hoteles para blancos, fueron a vivir en Harlem. El  KKK la amenazó de muerte:

 

         …hemos apelado al Departamento de Trabajo de Estados Unidos para que la deporten por loca, depravada, miserable y degenerada … Por su descaro habría que atarla a una estaca y quemarla viva…

 

El racismo supuraba todo su morbo en otros anónimos que recibió:

 

         Usted es un baldón para la raza blanca …O deja de dormir con un negro o aténgase a las consecuencias. Es un ultimátum. No solo vamos por usted sino también por su amante negro.

 

Nancy sintió la segregación en carne propia y se empeñó en la lucha contra el racismo. Entonces realizó  el mayor de sus proyectos editoriales, el monumental libro Negro, con 200 artículos y 150 colaboradores.

 

Los chicos de Scottosboro

En 1933 en Alabama ocurrió el caso  de los llamados “chicos de Scottsboro”. Un grupo de nueve negros menores de edad, fueron acusados de violar a dos mujeres blancas en un tren. Estuvieron a punto de ser víctimas de esa práctica punitiva bárbara que era el linchamiento. Después se los sometió a una parodia de juicio, con jueces racistas y prácticamente sin defensa. Las supuestas víctimas no acusaron a los chicos. Una de ellas declaró ante los tribunales que no habían sido violadas. Pero al parecer para los jueces era inconcebible que si nueve negros y dos blancas viajaban  en un mismo vagón no hubiera habido violación.  Así es se los condenó a morir en la silla eléctrica. Grandes personalidades como Albert Einstein, Thomas Mann y Máximo Gorki, entre otros, pidieron justicia para los chicos. Hubo apelaciones a los máximos tribunales norteamericanos y la ejecución se postergó. Finalmente no los ejecutaron, pero los hicieron pasar buena parte de sus vidas en cárceles inmundas. Uno de ellos recibió de un gendarme un disparo en la cara y quedó con daño cerebral perpetuo. Otro se escapó de la cárcel  en 1948 para morir dos años después. Otro se suicidó en 1943. Otro fue indultado en 1976, después de pasar 45 años en prisión.

Nancy se convirtió en acitivista incansable en favor de los chicos. Escribió artículos que llegaron a todo el mundo a través de la agencia de noticias Asocciated Negro Press. Organizó todo tipo de actividades para reunir fondos para la defensa. Preparó un estudio  muy bien documentado, Scottsboro and other Scottsboros, en el que expone los pormenores del caso, y cita al escritor John Dos Passos, cuando escribe: “Lo único que poseen los blancos pobres del Sur es el sentimiento de superioridad sobre los negros. Para ellos un linchamiento es una especie de carnaval.”

Había comenzado el momento de la vida de Nancy marcado por su compromiso total con las grandes causas humanitarias del mundo.

 

                                                                                                    Darío Oses

 

 

En la segunda parte de este artículo abordaremos su lucha contra el fascismo en Etiopía, que fue invadida por Mussolinni, y en la Guerra civil española, donde entabló una gran amistad con Pablo Neruda. No se lo pierda.

 

Bibliografía

 

Gordon, Lois, Nancy Cunard

 

Hernando, Alberto, “Nancy Cunard y el malditismo femenino” Letras libres

 

Neruda, Pablo, Confieso que he vivido, Memorias.

 

Osuna, Rafael, Pablo Neruda y Nancy Cunard

 

Teitelboim, Volodia, Neruda.

 

 

Vals

 

Yo toco el odio como pecho diurno,

yo sin cesar, de ropa en ropa vengo

durmiendo lejos.

No soy, no sirvo, no conozco a nadie,

no tengo armas de mar ni de madera,

no vivo en esta casa.

De noche y agua está mi boca llena.

La duradera luna determina

lo que no tengo.

Lo que tengo está en medio de las olas.

Un rayo de agua, un día para mí:

un fondo férreo.

 

No hay contramar, no hay escudo, no hay traje,

no hay especial solución insondable,

ni párpado vicioso.

Vivo de pronto y otras veces sigo.

Toco de pronto un rostro y me asesina.

No tengo tiempo.

No me busquéis entonces descorriendo

el habitual hilo salvaje o la

sangrienta enredadera.

No me llaméis: mi ocupación es esa.

No preguntéis mi nombre ni mi estado.

Dejadme en medio de mi propia luna,

en mi terreno herido.

 

De: Pablo Neruda, Tercera residencia

 

 

 

 

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