El tercer tomo de la Poesía Completa de Pablo Neruda reúne sus cuatro libros de odas y uno de sus poemarios más lúdicos y desconcertantes: Estravagario.
A principios de 1954, el año de su cumpleaños n° 50, Neruda anunció que estaba escribiendo un poemario muy distinto de toda su obra anterior. «Un libro lleno de alegría y de sencillez» dijo, y adelantó su título: Odas elementales.
En su afán de hacer una poesía que llegara a toda la gente, Neruda inició una serie que, comenzando con Odas elementales, se prolongó en otros tres volúmenes: Nuevas odas elementales, Tercer libro de las odas y Navegaciones y regresos.
La poesía es como el pan
El poeta comenzó a escribir sus odas en 1952 cuando Miguel Otero Silva, director del diario El Nacional de Caracas, le pidió que colaborara semanalmente con un poema. Neruda aceptó con la condición de que esas poesías no aparecieran en la sección cultural sino en la de crónica. El poeta apunta:
«Así logré publicar una larga historia de este tiempo, de las cosas, de los oficios, de las gentes, de las frutas, de las flores, de la vida, de mi visión, de la lucha, en fin, de todo lo que podía englobar de nuevo en un vasto impulso cíclico de mi creación».
Fue así como después de escribir su monumental poema americano, Canto general, Neruda bajó de las alturas épicas y telúricas, y con el verso breve y el lenguaje cotidiano de las odas intentó realizar un proyecto a la vez sencillo y desmesurado: un inventario poético del mundo.
En 1952 el poeta declaraba:
«…sabemos que la poesía es como el pan, y debe compartirse con todos, los letrados y los campesinos, por toda nuestra vasta, increíble, extraordinaria familia de pueblos.
Propuso, como ejemplar, la figura, la del poeta panadero, en la que insistirá en distintos momentos de su vida, entre ellos aquel en el que recibe el Premio Nobel. Entonces dice:
A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo que no se cree dios».
En el poema «El hombre invisible», que es el pórtico a las Odas elementales, aparece la figura del poeta que asume la voz de todos:
Yo quiero / que todos vivan / en mi vida / y canten en mi canto […] No puedo / sin la vida vivir, / sin el hombre ser hombre.
Como hace notar René de Costa, Neruda, en este momento, fue parte de un movimiento innovador de la literatura. Nicanor Parra y los poetas beats «habían sacado a la poesía de su finura tradicional. Neruda la tornó humilde y la orientó hacia el pueblo […] La sencillez le dio a Neruda una nueva grandeza».1
«Un doloroso estado de conciencia»
En 1958, cuando aún no había terminado el proyecto innovador de las odas elementales, Neruda inauguró otra etapa de su creación poética con el libro Estravagario.
Este nuevo impulso poético comienza a gestarse en 1956, cuando Nikita Kruschev lee ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, un informe donde se reconocen los crímenes de Stalin. En sus memorias el poeta anotó:
«La íntima tragedia para nosotros los comunistas fue darnos cuenta de que, en diversos aspectos del problema Stalin, el enemigo tenía razón. A esta revelación que sacudió el alma, subsiguió un doloroso estado de conciencia…».
Neruda no abandonó su compromiso político, pero su poesía cambió: dejó atrás el tono profético y las certidumbres absolutas. En Estravagario inaugura una poesía en la que busca «otros lenguajes, otros signos» para conocer el mundo: una visión ambivalente y antidogmática. Se declara «cansado de las estatuas». Abjura de lo pesado y lo monumental y lo cambia por lo lúdico y lo cotidiano.
Cuando solo la lluvia te espera
El «doloroso estado de conciencia» que siguió a la revelación de los crímenes de Stalin, se advierte también en las odas. En 1959 aparece Navegaciones y regresos, el cuarto libro de la serie. Si en los tres anteriores el tono es de satisfacción, esperanza y regocijo, en este último aparecen seres derrotados, cosas rotas y objetos en desuso.
En uno de los poemas de este libro Neruda relata un viaje de regreso al Sur de su infancia, en 1958: donde antes lo esperaban «las manos y la miel» ahora solo encuentra el vacío:
«Ya no hay más techo, mesa, copa, muros, en lo que fue mi geografía / y eso se llama irse, no es un viaje. / Irse es volver cuando solo la lluvia, / solo la lluvia espera».
Este es un momento complejo en la creación y en la vida del poeta. Un estado de ánimo nostálgico parece tender un velo sobre sus certezas y su optimismo histórico de ayer. Esta tensión reaparecerá en su autobiografía poética, Memorial de Isla Negra, que se incluye en el tomo IV de esta colección.
Antología
(…)
No puedo
sin la vida vivir,
sin el hombre ser hombre
y corro y veo y oigo
y canto,
las estrellas no tienen
nada que ver conmigo,
la soledad no tiene
flor ni fruto.
Dadme para mi vida
todas las vidas,
dadme todo el dolor
de todo el mundo,
yo voy a transformarlo
en esperanza.
Dadme
todas las alegrías,
aun las más secretas,
porque si así no fuera,
cómo van a saberse?
Yo tengo que contarlas,
dadme
las luchas
de cada día
porque ellas son mi canto,
y así andaremos juntos,
codo a codo,
todos los hombres,
mi canto los reúne:
el canto del hombre invisible
que canta con todos los hombres.
De “El hombre invisible”, Odas elementales
Oda al tomate
La calle
se llenó de tomates,
mediodía,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las mantequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
víscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día,
el perejil
levanta
banderines,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra,
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura.
De: Odas elementales
Oda a la cebolla
Cebolla,
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.
Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.
También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada,
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta
en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.
De: Odas elementales
Pido silencio
Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.
Yo voy a cerrar los ojos.
Y solo quiero cinco cosas,
cinco raíces preferidas.
Una es el amor sin fin.
Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.
Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.
En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.
La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
porque tú me sigas mirando.
Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.
Ahora si quieren se vayan.
He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.
Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.
Sucede que soy y que sigo.
No será pues sino que adentro
de mí crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.
Se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.
Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.
Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.
Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.
De Estravagario
Escrito en el tren cerca de Cautín, en 1958
Otra vez, otra mil vez retorno
al Sur y voy viajando
la larga línea dura,
la interminable patria custodiada
por la estatua infinita de la nieve,
hacia el huraño Sur donde hace años
me esperaban las manos y la miel.
Y, ahora,
nadie en los pueblos de madera. Bajo
la lluvia tan tenaz como la yedra,
no hay ojos para mí, ni aquella boca,
aquella boca en que nació mi sangre.
Ya no hay más techo, mesa, copa, muros
para mí en la que fue mi geografía,
y eso se llama irse, no es un viaje.
Irse es volver cuando solo la lluvia,
solo la lluvia espera.
Y ya no hay puerta, ya no hay pan. No hay nadie.
De Navegaciones y regresos