Abril 26, 2024

“Faenar en la propia usina del lenguaje” Entrevista a Mario Ortega

 

Por Ernesto González Barnert

 

Mario Ortega nació en Sewell (Chile) en 1975. Ha publicado en Chile los libros de poemas La leyenda de la sangre (1995) y Animal roto (2000). Becado en 1997 por la Fundación Pablo Neruda. Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral, Santiago 1995 y Rafael Morales Universidad Carlos III de Madrid, 2003. Estudió Derecho en la Universidad Católica. El año 2002 inicia un largo período fuera del país. Tras realizar estudios de posgrado en Nueva York y Madrid, se retira durante cuatro años a un pueblo de la costa catalana, Tossa de Mar, para dedicarse intensivamente a la literatura. Se traslada luego a Barcelona en 2012, donde reaparece con su traducción de la novela El vengador de Thomas de Quincey, así como con su tercer poemario Nostos (2012). A partir de 2013 reside un año en México D.F., donde presenta en lugares como la UNAM y la Casa del Poeta. Publica en revistas literarias de Chile, España, Francia y Suiza, como la prestigiosa y centenaria “La Revue de Belles-Lettres”, traducido y presentado por Philippe Dessommes, profesor emérito de la Universidad de Lyon. De regreso a España por un breve tiempo, publica el libro de poemas, Tan sin tiento (2014). Posteriormente se va a vivir a Lyon, Francia. El año 2016, tras 14 años fuera, vuelve a Chile. Actualmente reside en Valparaíso.

 

 

 

¿Cómo fue crecer en Sewell?

 

Bueno, la verdad es que yo sólo nací en Sewell, pero crecí en Rancagua, por lo tanto, no conservo ni un solo recuerdo de Sewell. Pasé en Rancagua mi infancia y adolescencia, aunque toda mi familia es de Valparaíso. Mi padre solía repetir que sólo razones laborales lo vinculaban a la sexta región y nos recordaba constantemente que nosotros éramos de Valparaíso, que allí pertenecíamos. De hecho, hasta más o menos los 15 años, viajábamos al puerto prácticamente todos los fines de semana, y las vacaciones de verano las pasábamos allí casi completas. Eso me ha generado una sensación de permanente movimiento, de no echar raíces en ninguna parte, quizás explique mi constante necesidad del viaje y, entre otras cosas, no haberme sentido nunca definitivamente vinculado a Rancagua. Nacer desde tan alto para seguir buscando. Algo así como lo que dice Bob Dylan: “nací muy lejos de donde se supone debió haber sido, así es que voy de camino a casa”

 

 

¿Qué autores fueron centrales en tu “Educación sentimental”?

 

Hay dos vertientes ahí que son aparentemente opuestas pero se complementan en mi propia formación emocional. Una de ellas se la debo a mi mejor amiga en Chile, Alejandra Guerra, poeta ella también, quien desde más o menos los 17 años me hizo vivir intensamente el espíritu de su amado Walt Whitman, cuando salíamos a caminar sin rumbo y lo leíamos, incluso bajo la lluvia. Con los años, hemos vuelto a ese espíritu de profunda convicción en la aventura humana (incluso hay un proyecto con Alejandra), nutrido en mi caso con otro tipo de aproximación, una lectura más orientada por lo que dice Borges sobre Whitman. La otra vertiente fue la lectura a temprana edad de El Quijote, complementaria de la anterior, fundamental en esa indispensable lucidez para la épica de la desilusión y la ironía sobre la propia vanidad.

 

Por otro lado, Neruda fue para mí en su tiempo el gran poeta del amor, cómo no iba a serlo, con toda mi ingenuidad adolescente, pero Gabriela Mistral estuvo ahí siempre presente para templar esos desbordes, siempre fue maestra, incluso hasta hoy, iluminando el camino en la experiencia de la extranjería. Cortázar fue además un autor que me enseñó su lúdica lucidez y juventud, el juego cronopio, igual que Juan Emar y Macedonio Fernández. Vallejo y Beckett, por su parte, el rigor hasta casi el delirio. Ya con el tiempo, ya después de los 30, Thoreau y Robert Walser han sido para mí los grandes héroes haraganes de la soledad y la errancia, a tal punto que en cierto momento llegué a imitar su estilo de vida. Y por último, vino también por esos años a quedarse definitivamente la poesía de Luis Cernuda, de cuya solidez e integridad moral extraigo mis propias verdades: “ganando tu verdad con tus errores”, dice uno de sus versos.

 

 

¿Cómo ves tu poesía desde “La leyenda de la sangre (1995) pasando por “Animal roto”(2000), Nostos(2012), “Tan sin tiento”(2014) hasta “Selección de Poemas”, volumen descargable en tu Facebook? ¿Crees que los une un Arte poética? ¿Cuál serían esas vigas maestras de tu casa poética a tu juicio?

 

Salvo La leyenda de la sangre, mi primer libro, constituido exclusivamente por poemas de amor, bastante adolescente, escrito cuando apenas tenía 17-18 años, creo que efectivamente hay elementos comunes en todo el trabajo posterior. Aunque nunca se sabe, porque este año me ha dado por comenzar un proyecto donde confronto décimas de desamor con sonetos algo más que eróticos, por lo que el tema puede volver perfectamente a reintegrarse en mi obra.

 

Dicho esto, veo a Nostos como el núcleo central de cuanto he venido haciendo hasta ahora. Nostos es un libro que me tomó diez pacientes años de trabajo, de ahí también su extensión (200 páginas). Define una mirada y un periplo a la vez: la aproximación al mundo de los objetos cotidianos mediante una alta exigencia sintáctica y energía verbal; al mismo tiempo, un viaje por el hogar como espejo del recorrido que he hecho por distintos países. El confinamiento doméstico (tan de actualidad por estos días) y el desplazamiento exterior como experiencias intercambiables, cuyas escalas y dimensiones se influencian, alteran y potencian mutuamente. Nostos fue un periodo de total inmersión en el lenguaje. Como suelo decir: un entrar a faenar en la propia usina del lenguaje. Animal Roto de algún modo prefigura esa especie de épica y de física de partículas. Tan Sin Tiento fue por su parte escribiéndose casi a la par del último período de Nostos, como una forma de aliviarme de los rigores que me imponía su escritura, siguiendo su huella estilística, aunque soltando un poco más la mano. Tan Sin Tiento profundiza además en la temática y problemática identitaria, individual y colectiva, ya presente en Nostos, y le añade la crítica y el sarcasmo al sistema económico y político. Esto último es el eje de Oráculo de la Pantalla, libro aún inédito pero pronto a publicarse. Pese a su intencionalidad política, Oráculo… sigue en muchos de sus poemas la estela del exigente trabajo rítmico y sintáctico cuyo centro e intensidad mayor se encuentra en Nostos. Creo, por otra parte, que hay un poema en Nostos que podría considerarse como ejemplo de cierta arte poética, cierta visión de mundo común a todos los libros mencionados: “Reflexiones de un experto en cosmografía doméstica”. Es un poema que ha sido bastante celebrado y ha ido ganando cada vez más lectores.

 

¿Qué poema tuyo leerías hoy en un aula escolar?

 

Cualquiera de los poemas sobre objetos que recorren Nostos: un clavo, una moneda, una silla, etc.. Me ha pasado curiosamente que, pese a su aparente dificultad sintáctica, han tenido bastante aceptación entre los niños, tal vez por su musicalidad e intenso ritmo. Antes de comenzar a leer esos poemas, casi siempre hago la siguiente invitación: imaginen el objeto como ustedes quieran, de la manera que les parezca mejor. Yo les pongo la música de fondo. Hace unos años el gran Óscar Petrel me invitó a leer a una escuela rural en la Isla Maillén, en Chiloé, y los niños siguieron el juego, se entusiasmaron. También me pasó una vez en un recital cuando, finalizada la lectura, los hijos pequeños de una de las poetas invitadas se acercaron espontáneamente y me dijeron que les habían gustado mucho los poemas de objetos que leí. Me sentí el top de los tops, fue una maravillosa alegría

 

Con chicos ya más adolescentes leería el clásico “Reflexiones sobre un experto en cosmografía doméstica”, mencionado antes.

 

 

¿Cómo es tu relación con la escritura de Pablo Neruda?

 

Fui muy nerudiano en mi adolescencia y primera juventud. De hecho, mi primer libro La Leyenda de la Sangre, está plenamente en la órbita del amor nerudiano, aunque había otras lecturas por ahí, como Vicente Aleixandre por ejemplo. Con el tiempo, la influencia y el interés han ido decayendo considerablemente, hasta el punto en que se me hacen pesadas y hasta muchas veces monótonas ciertas lecturas de poemas de Neruda, incluso de Residencia en la Tierra. Cierta vez, viviendo en Barcelona, tomé un ejemplar de Canto General y lo iba abriendo y leyendo en diferentes partes y se me hizo muy empalagoso, me sentí muy distante de eso, aunque por estos días me he sorprendido leyendo con entusiasmo El Gran Océano. Creo además que es sintomático el hecho de que uno no ve entre los jóvenes de hoy, ni en Chile ni en España ni en México, que Neruda sea citado con frecuencia o se le vea como referente, y no creo que se deba sólo a su moralmente cuestionada figura. Algo hay ahí en el sentido de que Neruda es un poeta que parece no ir mucho con esta época, pese a la innegable maestría de poemas como Alturas de Machu Picchu y varios de Residencia en la Tierra, entre otros.

 

 

¿Viviste en México, Francia, EEUU, España, cómo te marcaron literariamente cada uno de esos periplos?

 

No soy mucho de reflejar en mi escritura los continuos viajes y residencias en otros países, no se me da espontáneamente. Aunque, por ejemplo, la estadía en EEUU sirvió para consolidar la escritura del extenso poema Zona Cero, central en la estructura de Nostos: una meditación a la vez sobre la tragedia de las Torres Gemelas y la muerte de mi padre ocurrida en 1999. Después, España fue el más prolongado e importante de mis períodos: los años de maduración literaria, ampliación de lecturas, la experiencia de museos y bibliotecas de primer nivel, mi amistad hasta hoy con Juan Mantaro, Fernando Barcia y Juan Gallo, poetas ellos casi secretos, con quienes en Madrid formamos el grupo Gravitaciones; y por supuesto el amor, el gran amor, fundamental en la dedicación casi exclusiva a la literatura durante los 4 años vividos en la costa norte catalana cerca de Francia, en un entorno de belleza única, donde pude dar forma a Nostos y Tan Sin Tiento, publicados finalmente en Barcelona y Madrid. Algo de ese entorno y del amor hay en ciertos poemas de ambos libros. Por su parte, gracias al poeta Rodrigo Flores a quien conocí en Barcelona, México fue la oportunidad de entrar en contacto con su potente medio literario, participar de lecturas y presentaciones, y generar un intercambio con poetas de allá que dura hasta hoy. La galería de personajes que conocí y las amistades que hice por allá, motivaron una sentida crónica que escribí para un medio mexicano, a pocos días de dejar el país. Francia finalmente fue trabar amistad con Philippe Dessommes, que tradujo en 2010 varios de mis poemas para la prestigiosa y centenaria revista La Revue de Belles-Lettres y a quien, hasta mi llegada a Lyon en 2015, no conocía en persona. Entre 2015 y 2016 pasamos con Philippe tardes enteras trabajando en la traducción al francés de Nostos, proyecto que espero se concrete en el futuro. Francia fue, además de obviamente aprender francés, una sorpresa absoluta con su gente, su modo de vida y su cultura, a la que veía muy distante de mis intereses. Por último, estuve también una temporada de cuatro meses en Biel, Suiza, el pueblo de Robert Walser, donde tengo familia y pude experimentar de primera mano el entorno en que vivió uno de los escritores más influyentes en mi propia experiencia. Pasarán los años y, mientras siga lentamente procesándolo, seguro que escribiré más cosas sobre la vida en todos esos países.

 

 

¿Qué le dice el abogado al poeta y el poeta al abogado?

 

Ejercí la abogacía poco más de 3 años desde mi egreso y nunca he vuelto a retomarla, pero lo que hay en común indudablemente entre ambos mundos es el activismo por los Derechos Humanos. Colaboré un tiempo en Madrid con Amnistía Internacional. Desde entonces he querido volver a ejercer el activismo pero, salvo casos puntuales, no ha sido posible de modo regular. Por tanto, el abogado le dice al poeta que no olvide nunca su compromiso con los Derechos Humanos, y el poeta le dice a su vez al abogado que tiene al menos algunas tareas ya hechas, como ciertos poemas sobre inmigración o la crítica feroz en verso al sistema económico o últimamente una extensa crónica un tanto poética sobre el reciente estallido social chileno. Y en ambos, por sobre todo, nunca renunciar a un tipo de vida que se ejerce como una resistencia y permanente crítica que jamás fomentará ni promoverá en su día a día la iniquidad y la rapacidad del sistema.

 

 

¿Por qué tradujiste una novela de Thomas de Quincey? ¿Qué cosas te interesaron de un escritor de la talla de De Quincey?

 

Vivía por ese entonces en Barcelona. Fue cuando conocí a Lucho Tapia, editor de Libros de la Vorágine, donde se publicó tanto “El Vengador” de De Quincey como mi libro Nostos. Ambos proyectos se dieron casi en paralelo, fueron parte de una aventura. Lucho mostró vivo interés por la publicación de Nostos y al mismo tiempo, como buen lector voraz que es, uno de los más sorprendentes que he conocido, sosteníamos largas conversaciones sobre literatura donde me iba hablando de sus proyectos y poco a poco fue convenciéndome de emprender una traducción. Había obras de tres autores en mente, a traducir por primera vez al español, lo cual fue un indudable estímulo: William Hazlitt, Ford Madox Ford y De Quincey. Opté finalmente por “El Vengador” de Thomas De Quincey debido a su prosa impetuosa y exuberante, pero al mismo tiempo analítica, algo atípico en lengua inglesa. Era todo un desafío imitar en español esa vorágine musical y pasional. Por otra parte, no sólo se trataba de una novela de terror, sino de algún modo uno de los antecedentes del relato policial que Poe desarrollaría más tarde. Me motivó además el análisis que hace Borges sobre el autor y también cierta afinidad de tono con Baudelaire. Por esos días me sumergí de lleno en otras obras de De Quincey hasta llegar a la magnífica traducción que hace Luis Loayza de “La Monja Alférez”, todo un prodigio estilístico, una maravilla. Y yo me dije entonces: quiero intentar algo así.

 

 

–¿Cómo vives la pandemia, el estallido, hoy en Santiago de Chile?

 

Actualmente vivo en Valparaíso. El estallido social me sorprendió en su epicentro mismo. Vivía entonces en Santiago, en Bellavista, a escasos 10 minutos de Plaza Dignidad. Estuve en muchas protestas, me impresionaban las notables pancartas y graffitis. Tomé nota prolijamente de muchos de ellos y luego los procesé e incorporé a una crónica que hice sobre esos días. El estallido fue una especie de reconciliación con Chile. Cuando me fui del país el año 2002, además de querer viajar, estudiar y vivir aventuras, había de fondo un resquemor y una rebeldía: tenía que hacer mi propia vida y dedicarme a escribir y leer, al margen de presiones familiares y sociales, de la cultura del exitismo, la apariencia, la posición social, el clasismo y la falta de empatía. Ya de regreso en Chile, la revuelta de Octubre de 2019 fue como hacer las paces con mi país. Una ilusión. Cierta esperanza.

 

La pandemia en mi caso tumbó planes de viaje a México. Pensaba comprar pasajes en abril y emprender rumbo en junio, pasar unos cuantos meses. Y aquí estamos aún, en Playa Ancha. Era mediados de marzo cuando a través de las clases online con mis alumnos de España me di cuenta de la real magnitud del problema, pues ellos me lo iban contando de primera mano. Decidí entonces dejar Santiago y mudarme a Valparaíso, cerca de mi madre. Época de decisiones y cambios repentinos. Desasosiego. Pero al mismo tiempo, durante estos meses me he desatado escribiendo, ha sido muy fructífero, aunque ahora, como a la gran mayoría de nosotros, me invade cierto cansancio.

 

 

–¿Qué le recordarías a los nuevos poetas, músicos, artistas del mundo flotante?

 

Creo que cada vez más necesitamos una ética del trabajo artístico en oposición al culto a la fama, el exitismo, las preseas, medallas, podios y pasarelas. Y esa ética consiste en transformarse lentamente en lo que uno hace, diluir el ego en ello, desaparecer quizás, por medio del trabajo metódico y detallado que extraiga el máximo de energía artística de la que uno sea capaz. Creo además, en este sentido, que deberíamos colaborar en explorar nuevos formatos para la difusión y memoria de lo mejor del arte, frente a la avalancha de información online que desinforma y fragmenta la atención, frente a la tecnología cada vez más orientada a la Inteligencia Artificial y frente al agotamiento del mercado y sus llamadas industrias culturales que, pese a ello, buscará el modo de seguir ofreciendo el arte sólo como mercancía.

 

–¿Cuál fue el mejor y el peor consejo que te dieron como poeta?

 

Nunca he tenido tutores o mentores literarios vivos, no recuerdo alguno, me hubiera quizás gustado tenerlos para que el camino fuera más acompañado y menos sacrificado. Por tanto, me he enfrentado a mi propio error. He ido ganando mi verdad con mis propios errores, como dice Cernuda. En ese sentido, yo creo que el peor consejo es el cuentito que uno se cuenta a sí mismo: la creencia o práctica de que esto de la poesía se trata de posicionarse a través del lobby y las estrategias cortesanas, hacer carrera, currículum, de ser reconocido, de configurar un personaje para la galería o las cámaras, el culto a la personalidad y su cara inversa, cuando no resultan las cosas: el culto a la marginalidad. En ambos casos, hay la consideración del poeta como una especie de superhéroe adolescente, sobre todo en países como Chile, algo muy de machitos por lo demás. En fin, que es necesario que no haya poeta sino poema. Y esto no quiere decir, por otra parte, que todo lo que uno escriba y todo lo que en general se escriba sea válido, el gran coro de voces individuales o colectivas, esa especie de trapicheo democrático que interpreta erróneamente a Lautréamont. No. Ahí viene la contrapartida, el gran consejo que siempre te demuestran los grandes a través de sus obras: leer, leer y leer, no para ser erudito, sino para cultivar el rigor con uno mismo. Someterse además al escrutinio de lectores avezados (cada vez más escasos), no de amiguetes o coleguillas consentidores. Y finalmente, eso que dijo Juan Marsé: “El esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor”. O la Mistral: “De toda creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño”. Ese esmero, ese rigor obstinado, es un profundo amor a tu propio arte.

 

 

–¿Qué autores, libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

 

“En busca del tiempo perdido” de Proust y las Comedias de Shakespeare han sido los grandes ejes de este año 2020. Es la tercera vez que acometo la lectura de Proust, comenzando cada intento desde cero. La última vez llegué al tercer tomo, y hasta el momento estoy igualando la hazaña. Espero finalmente triunfar, porque lo merece. Las Comedias de Shakespeare vienen acompañándome desde hace tiempo, pues tienen mucho que ver con mi escritura actual.

 

En torno a esas obras han ido proliferando lecturas variadas. Por ejemplo, comencé hace poco a leer “El tratado de los tres impostores (Moisés, Jesús, Mahoma)”, un panfleto antirreligioso notable, cuya leyenda data del siglo XII, pero cuyo texto impreso es del XVII, y que también se relaciona con mi escritura de hoy. He retomado además la física y la neurociencia (tengo cierta formación científica desde la universidad), a través de papers y artículos especializados que Leonardo Jiménez, amigo poeta y matemático de México, difunde en redes sociales. Y otra serie de lecturas: poemas de Anne Carson, Rusell Edson y Rafael Cadenas, la prosa de la Mistral, Sánchez Ferlosio, Foucault, la poesía política de Enrique Lihn, varios libros de amigos poetas, etc, etc, ah, y como siempre, pongo atención a los graffitis en los muros, donde a veces se encuentran verdaderas perlas

 

En cine me afano una vez más en un documental sobre la vida y extraordinaria hazaña del espía de la Segunda Guerra Mundial “Garbo” (Joan Pujol), que ideó una trama de espías y contraespías totalmente falsa, todo fruto de su imaginación, con la que finalmente logró engañar a los nazis. También está en absoluta sintonía con mi trabajo actual. Por último, me di el tiempo por fin de ver por primera vez esa belleza que es Viridiana, de Luis Buñuel. Y en música he estado profundizando en el universo Bob Dylan y sus extraordinarias letras.

 

 

–¿Un verso o frase que llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

Lo repito otra vez, de Luis Cernuda, y le añado: “Fuerza de soledad, en ti pensarte vivo, / Ganando tu verdad con tus errores”.

 

–¿Un libro que nunca has podido terminar de leer o soberanamente te aburrió?

 

Ya lo había insinuado: “En busca del tiempo perdido” de Proust. Y también el “Tristram Shandy” de Laurence Sterne. No porque me hayan aburrido, al contrario, sino porque me han faltado tiempo y momentos para prestarles la suficiente atención, que la exigen y merecen de sobra, a fin de disfrutarlos al máximo. Proust y Sterne son dos cimas que demandan unos buenos pulmones, pero que cuando llegas arriba, de seguro la recompensa es total.

 

Por el contrario, hay dos obras que me aburrieron y vienen del mismo autor: “La Vida Nueva” y “Zurita” de Raúl Zurita. Soberanamente no pude con ellos. Lo intenté de buena fe, de verdad, incluso dos veces con el primero, pero sólo pude llegar hasta la mitad en ambos libros. Página tras página, el mismo poema repetido hasta el cansancio, los mismos recursos, la excesiva fanfarria sazonada empalagosamente con infinitos gerundios. Puedo estar perfectamente equivocado, tal como me pasó hace tiempo con mis prejuicios hacia Cernuda, a quien ahora admiro. Por lo demás, siempre lo he dicho, Zurita es autor de tres obras maestras: “Purgatorio”, “Anteparaíso” y “Canto a su Amor Desaparecido”.

 

 

–¿Un libro que te hubiese encantado escribir?

 

Uno de los mejores que he leído y releído en los últimos 20 años: “El mismo mar” de Amos Oz. Una novela en verso, una bellísima historia, pero al mismo tiempo, una nueva forma de hacer poesía.

 

 

–¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?

 

Seguro suena políticamente muy correcto, aunque toda insistencia es poca: Gabriela Mistral y Violeta Parra. Creo, por un lado, que todavía queda por explorar a Gabriela Mistral (incluso más allá del ámbito de la literatura) como una de las más grandes intelectuales no sólo a nivel chileno, sino latinoamericano; con eso también conformaríamos una imagen cabal de ella como poeta. A su vez, hay que reconocer aún más la verdadera estatura literaria de Violeta Parra, profundizar en sus descollantes virtudes poéticas. Recién entonces, en ambos casos, podría uno hablar con verdadera propiedad de “poesía chilena”.

 

 

–¿A qué le temes?

 

A las entrevistas, ¡ja! No, es broma. Le temo al Desamor. Y no hablo de las relaciones de dependencia afectiva o la visión romántica. Hablo del profundo afecto, cuidado, atracción y respeto que pueda sentir una persona por otra u otras. Es decir, me refiero a la falta de eso, cuando las relaciones son de mero interés, conveniencia o costumbre estéril. Y a nivel social y político, cuando hay ausencia de empatía, respeto, sentido comunitario, colaboración y redistribución. A nivel grupal, el Desamor es desintegración.

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