Mayo 19, 2024

“Confieso que he vivido” Entrevista a Zenaida M. Suárez Mayor

 

Por Ernesto González Barnert

 

Desde su encierro en Peñalolén, a donde se mudó a inicios de este año 2020 para estar más cerca del colegio de su hijo, la académica Zenaida Suárez respondió unas preguntas en una conversación a propósito del estado actual de las letras en Chile, a poco de cerrar el coloquio de reflexión sobre el Premio Nacional, con destacados escritores, que organizó en conjunto con la Universidad de los Andes.

 

¿Cómo estás viviendo el encierro?

 

Ufff! Qué pregunta, ¿Por dónde empiezo? Sola, separada de mi hijo y con la sensación de que ahora que no gasto tiempo en desplazamientos ni voy a eventos literarios ni me reúno con mis amigos tengo menos tiempo y más carga que nunca. Algunos días son realmente duros y se hace necesario mirar a alguien a los ojos, tener con quién reír o llorar; incluso con quién discutir, pero debemos cuidarnos y estamos todos en una situación similar (amenazados por el mismo bicho, quiero decir); aunque yo soy del grupo privilegiado que puede quedarse en casa trabajando; es más, que tiene trabajo.

De todos modos, eso es en lo concreto, porque la verdad es que este confinamiento me ha ayudado mucho a nivel emocional porque me he sentido muy acompañada por la gente a la que quiero (cosa que no se habría revelado de manera tan preclara en situaciones “normales”) y hasta he recuperado amistades perdidas. El trabajo de autoconocimiento también ha sido intenso, hay cosas con las que ya no voy a transar después de esto y, claro, todo eso no puede quedar en nada, debo valorarlo o no habrá servido en absoluto esta pesadilla del Covid-19.

Además, he redescubierto mi encanto por la música clásica y he hecho el ejercicio de desplazar a un segundo plano toda lectura que no estuviera relacionada con el trabajo (leo por placer, pero solo cuando deseo hacerlo realmente) y, en los momentos de ocio, soy verdaderamente ociosa, miro al techo, tomo una copa, pienso… por ejemplo, de repente me pongo a cocinar el almuerzo del día siguiente a las once la noche y no hay drama en ello.

 

A propósito de lo que dices de los grupos privilegiados, en Chile, las diferencias sociales son muy marcadas ¿cómo ves ese asunto desde tu experiencia española?

 

En Chile, la distancia ideológico-vital entre la clase dirigente y la masa (“los de abajo”, que diría Mariano Azuela) es tan abismal que parece imposible, a día de hoy, que haya alguien que pueda gobernar para todos los chilenos. Y es que no hay un Chile, así, homogéneo, hay varios Chile que se niegan y se desconocen entre sí. De hecho, las declaraciones del exministro de salud de hace unas semanas sobre su desconocimiento de las necesidades de las poblaciones, no solo son indignantes y muestran una falta de criterio y compromiso claros, sino que nos ayudan a catalizar la enorme desidia y el ostracismo que nos lidera como nación-estado. No puede ser que alguien que ha jurado trabajar por su país no tenga idea de lo que en su país sucede, ¡no puede ser!

Hay cosas que a mí me tocan muy de cerca de este Chile, porque aunque en la España democrática post`78 se logró acortar la brecha de la desigualdad con políticas sociales que aún hoy nadan a contracorriente por seguir vigentes, precisamente mi experiencia es canaria, que no olvides que es una periferia, y me tocó vivir la infancia en los primeros años de esa democracia, donde aún estaba instalada la lógica franquista.

 

Pero probablemente no fue una infancia como la que viven muchos de nuestros pobladores, ¿no?

 

Al contrario de lo que mucha gente piensa, yo vengo de abajo, de muy abajo. Fui hija ilegítima en esa España que aún no entraba en democracia en el año en que nací -Franco había muerto unos meses antes y todo era incierto-, criada por unos abuelos muy tradicionales hasta los 12 años y, de ahí, devuelta a mi madre, una mujer de valores muy diferentes a los de sus padres a la que me costó mucho entender, pero de la que aprendí, al menos, la importancia de ser uno mismo a pesar de todo.

Fue una época muy dura porque pasé de ser la protegida de una familia media canaria a ser la cabeza de familia, cuidadora de mi hermano, cuatro años menor que yo, que llevaba la casa hasta que mi mamá llegaba de su trabajo (limpiando habitaciones de hotel) bastante tarde. Vivíamos en unas chabolas, en medio del ambiente hostil del contrabando de heroína y la prostitución que lideró las poblaciones en los años ´80, de espaldas al mundo, y, aunque mi madre logró convertir nuestro sucucho en una casita de muñecas, no teníamos recursos; por ejemplo, no teníamos más luz eléctrica que la que nos proporcionaba un motor generador que solo encendíamos por las noches porque tampoco había plata para comprar bencina muy a menudo. Recuerdo muchas mañanas que, mientras íbamos saliendo de la zona -las cuarterías, se llamaba- para ir al colegio nos paraba la policía nacional para pedirnos la identificación ¡Imagínate, 11 y 7 años debíamos tener mi hermano yo! y nos humillaban haciendo vaciar nuestras carteras para ver si estábamos haciendo de mulas. Hoy, ese lugar no existe más que en mi memoria pero, cada vez que lo recuerdo, siento una profunda pena por todos los que quedaron atrapados entre sus fauces y orgullo del esfuerzo que hizo mi madre por sacarnos de allí.

Luego, las cosas fueron mejorando y mi mamá armó una familia con mi padrastro, a quien siempre quise como un padre y de cuyo matrimonio con mi madre nació mi hermana pequeña, 22 años menor que yo. (risas) Mucha gente de mi pueblo cree que ella es mi hija y fui muy cuestionada en su momento por haber sido madre a tan temprana edad ¡y soltera! ¡jajajajaja! la gente es así, en todos lados se cuecen habas.

El resto de la historia depende más de mí misma y de mis acciones: estudié Delineación en un instituto técnico del Estado porque no tenía plata para pagar una carrera, pero cuando terminé estaba cansada de hacer planos de casas y sabía que aquello no era lo que querría hacer el resto de mi vida, así que me preparé y entré a Filología hispánica en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria cuando ya tenía 23 años. Durante cuatro años de la carrera (que duró 5) compaginé mis estudios y actividades extracurriculares con mi trabajo en McDonalds y dormía una media de 3 horas diarias ¡Me enfermé, me volví neurótica y llegué a pesar 38 Kilos! Mis padres sintieron tanta lástima de mí que en cuanto pudieron me echaron una mano y el último año pude sortear la vida con su ayuda y algo de los ahorros que había logrado juntar, hasta que me licencié a fines de 2004.

Fue entonces cuando decidí, como buena kamikaze, venir a Chile a estudiar el Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad Austral, en Valdivia, y empezó otra época muy precaria, pero tan feliz que jamás la cambiaría por nada del mundo. De hecho, recuerdo que una vez estuve a punto de rendirme y le dije al decano, que en ese entonces era Óscar Galindo, actual rector de la UACh: “me vuelvo a Canarias, los sueños no son para los pobres” (jajajaja ahora me río de mi intensidad) . Al día siguiente me consiguió un trabajito dentro del Servicio de publicaciones y pude continuar por un tiempo más hasta acabar el semestre.

 

¿Y por qué a Chile?

Ah! Pero bueno, esa historia la conoces bien. Yo siempre estuve maravillada con la obra de Mistral, desde que la conocí en la Universidad, y de su estela llegué a Neruda, que en ese momento no me impactó mucho; y luego a Huidobro, que me voló lo cabeza con su paracaídas; y de él a Bombal, que además cerró un bello círculo con la poesía lorquiana. Vine a Chile totalmente decidida a hacer mi tesis de Magister sobre “Trenzas” de María Luisa Bombal, pero, bueh! Ya sabes, a poco andar, tropecé con Juan Luis Martínez y caí de cabeza entre las calles Gauss y Lobatchewsky (risas).

 

Pero a partir de ahí fue todo a mejor, ¿no?

 

Bueno, depende de cómo se mire. A nivel académico, fue un trampolín, siento que todo el esfuerzo, las ganas y el cariño que puse en lo que hacía detonaron mi mal llamada “suerte” actual, que claramente no tiene nada de suerte, es un camino trazado desde cero, a pulso. Sin embargo, a nivel humano, en realidad fue el inicio de una separación de mi núcleo, que hoy me hace ser una especie de ente dividido, como todos los migrantes, que ya no pertenece del todo a su lugar de origen y que nunca va a pertenecer del todo a su lugar de adopción. Como ves, siempre he estado entre dos aguas (risas)… Ahora pienso en Jodorowsky, que me diría: ¡estupideces, la patria no existe! ¡Existe el mundo!

 

Pero te doctoraste, hiciste tu postdoc en la Chile y entraste a trabajar a la Universidad de los Andes.

 

Uy, sí, pero todo eso que te quedó en una sola frase fue otra fase muy intensa, larga y dura; y lo que hoy se refleja es que el cuestionamiento no termina y, quizá, no terminará nunca. Mira, de pequeña fui “la huacha”, después, mientras estudiaba “la rubia” (o sea, la tonta); cuando llegué a Chile, “la extranjera” y ahora “la Opus Dei”… siempre he tenido que cargar con estereotipos que me han hecho mucho daño; sobre todo cuando esos estereotipos me obligan a hacerme cargo de asuntos que no me competen, como la historia de Chile. Yo no puedo hacerme cargo de la historia, yo me hago cargo de lo que en mi propia historia depende o ha dependido de mis actos, con mis circunstancias, con mis ideales e incluso con mis contradicciones. Sin embargo, vivimos en una era negacionista que deriva de la hiperconectividad. Es más importante cómo desmarcarse de algo para que nos defina en oposición a lo otro que enfrentarnos a nosotros mismos y tratar de definirnos en nuestra individualidad. En realidad es una falta de autoconocimiento y un miedo a ello, porque no queremos que nos juzguen por ser distintos y queremos sacar tajada de todo.

Me refiero concretamente a mi trabajo en la Universidad de los Andes porque en los últimos años “Elite” y “Opus Dei”, es lo que ven muchos en mí. Me parece tan reduccionista esa mirada. Muchos lo usan como una invitación para juzgar cada cosa que hago y digo, como una licencia para dudar de mí, pero ¿sabes qué? Mi trabajo en la Universidad de los Andes está basado en mi profesión, no en mis creencias religiosas, que las tengo (no soy atea ni agnóstica, tampoco formo parte del Opus Dei, pero del mismo modo que nunca juzgo a nadie por con quién se va a la cama al terminar el día, sino por lo que es conmigo y por lo que produce para el mundo, quiero que a mí se me juzgue por lo que hago, por cómo me comporto con los demás, por lo que produzco para el mundo, que es crítica literaria). Mucha gente no sabe, además, que yo trabajo en la Universidad de los Andes porque gané concurso público; un concurso al que se presentaron muchas personas de distinta procedencia, pero lo gané yo. En términos cristianos, ahora sería el momento de decir que Dios concede las batallas más duras a sus mejores soldados ¿no? Además, la elite está muy lejos de mí, aunque yo misma me reconozca dentro de los grupos sociales privilegiados, lo hago desde un lugar muy apartado de ese espacio.

Es como cuando ajustician moralmente a Neruda por el caso de su hija o lo endiosan por el caso del Winnipeg; o como cuando al principio de su trayectoria juzgaban a Roxana Miranda por su condición, según algunos “entendidos”, de falsa huilliche… ante eso yo siempre tomo versos de ambos y digo: “Confieso que he vivido”, “que le mentí a la inocencia / y golpeé a la ternura” […] “y confieso, que no me arrepiento”.

 

¿Qué opinas, como profesora e investigadora de literatura, sobre el papel de la literatura y el arte en estos tiempo de pandemia?

 

Te respondo con una pregunta ¿No te parece evidente cómo se ha notado la importancia del arte en este tiempo? ¿Quién no ha echado mano a un libro, a un disco (playlist, digamos) o a retomar alguna virtud/gusto dormido/a como pintar, escribir, cantar e incluso cocinar. Es un tiempo para eso, sin olvidar que hay mucha gente que depende de nosotros, hay mucha acción social por hacer, pero los momentos de introspección nos llevan al arte y eso es innegable.

 

¿Qué libros recomendarías leer durante este tiempo aciago?

En este minuto tan aciago no me atrevo más que contestar qué es lo que yo he leído, creo que es muy intenso todo y cada persona estará conectando con un tipo de escritura.

Yo, por ejemplo, por mi trabajo, he revisado toda la narrativa chilena en los últimos meses; por mi investigación he estado revisitando a Martínez, a Zurita, a Breton y a Jarry; pero por placer he retomado la lectura de los amigos; te he releído a ti, a H.H., a Amanda Durán, a Álvaro Agurto, a Clemente Riedemann, a Paula Ilabaca, a Mirka Arriagada, a Margarita Bustos, a Tamym, a Pablo Paredes, a Omar Lara, a Hugo Mujica (uffff a Hugo tuve que dejarlo de lado porque me generó un viaje místico muy intenso). Si tuviera que recomendar, en líneas generales, recomendaría leer a los escritores chilenos actuales y, por encima de todo, poesía chilena.

¿Y música?

Creo que es tiempo de boleros, de música de autor, de redescubrir a los clásicos en ciertas horas del día; en otras, de pop, pop rock y, aunque no soy muy fan, a veces hay momentos para la cumbia.

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