Por Ernesto González Barnert
Recomiendo la serie Succession [2018-2023], en HBOmax. Obra maestra a la cual llegué gracias a muchos que la recomendaron en Facebook y no se equivocan. Acá vemos una panda de cuatro hijos ricos, mimados, revolotear alrededor del patriarca fundador de un conglomerado de empresas de comunicación y entretención luchando por su interés, suceder su lugar en el poder, contar con el favoritismo en desmedro de los otros hermanos y el reconocimiento del mismo padre de su valía y capacidad de ser desalmado ante las circunstancias, por mantener el éxito y poder.
Una serie que detrás del decorado de la autoridad del dinero gira alrededor de una disfuncional familia en 4 temporadas y 39 capítulos que me hace recordar a Zygmunt Bauman, en “Vida líquida”, cuando sostiene que la existencia actual es devoradora, en el que más temprano que tarde cada uno de nosotros se vuelve objeto de consumo, incluso de sí mismo, seas un pobre diablo o magnate.
Sin duda, se extraña en el mundo de los ricos y ésta nueva religión del dinero que nos domina y gobierna en las esferas públicas y privadas, la figura del dandi, de los siglos anteriores, para contrarrestar desde dentro esta nueva religión globalizada, el misterio de su potestad y autoridad, en este mundo.
Para mí esta serie es de lo mejor del último tiempo, con cierta base de comedia dramática y perfume de absorbente de thriller, porque va barajando, con excelente pulso, la idiotez, indecencia y deshumanización de la elite y la riqueza, la capa más alta de la ideología neoliberal capitalista de mercado desregularizado, sin control suficiente del Estado o de los Estados en el mundo. Sin duda, la joya“crítica” de la temporada que sabe remarla en contra, darle palos a todos [mojados o no, los que se venden y no tanto, en esta nueva fe] Así esta misa gira alrededor de la ideología actual y triunfante en el que todos nos insertamos y que domina sin contratiempos el aquí y ahora, con su carga totalizadora, grabándose la campeona absoluta por sobre el totalitarismo nazi o soviético, imponiéndose, queramos o no, a todos, sin distinción de ninguna especie o clase, bajo las estrategias del miedo, la ignorancia histórica y el egoísmo, la idiotez del individualismo y el desprecio necio por la cosa pública. Seamos parte del 1% más rico o del 99% más pobre, la religión del dinero, se impone claramente como la medida de todas las cosas, incluso en el amor.
También se me ocurre decir que esta serie nos recuerda y provoca al señalarnos claramente que no vivimos en un mundo civilizado, ni arriba, ni abajo. Somos una pseudo civilización, camino a la destrucción de la especie, que dejó de evolucionar desde la bomba atómica contra civiles, disgregada de valores y sentido[s] humanos, peor que cualquiera vivida anteriormente en la historia del hombre por su capacidad de autodestrucción. No se equivoca nuestro Premio Nobel, el trovador, Bob Dylan, cuando canta sobre ésta época: “El hombre ha inventado su propio fin.” Esa es la gracia de estos días. El canto de sirena que se oye detrás de nuestra elite, los locos, la política, los mercenarios, las ovejas heridas y el lobo hambriento. Mientras tanto saca la ganancia de lo que puedas manda el evangelio actual. Claramente vivimos una barbarie tecnológica dirigida por tecnócratas que reserva para sí un punto de quiebre inhumano con lo que cada uno tiene de bestia o de humano en su corazón condescendiente, anestesiado, cobarde y bruto a la nueva fe de estos días donde ya ni siquiera la vida es el mayor milagro y misterio sino una mercancía de uso. Por eso repito eran importantes los dandis, porque tenían ese desprecio a los ricos de su propia clase, sostenían displicentes una mirada aleccionadora, a la bajeza de estos ricos sin escrúpulos, con respecto al valor de lo humano en la ecuación arbitraria de la sobrevivencia, que hacían estos mercanchifles, que no dudan comerciar incluso en el templo, con lo sagrado y el misterio, destruir la poesía de las cosas, la consciencia de la vida.
“Succession” también trabaja muy bien la obtención del poder por el poder mismo, vaciado de cualquier eufemismo o meritocracia, para reflexiones como tiempo, gloria, amor, felicidad, bien, justicia, mérito. Esas viajas palabras que comienzan a descascararse de la pared de nuestra consciencia y que nos salvaguardaban del caos y la destrucción, las alas con que el señorío, golpea nuestro aliento sagrado y profundo. Hoy somos todos el loco Hamlet, después de arrebatarle a Yorick el cráneo que es nuestro teléfono inteligente en la mano, sin más preguntas o respuestas, señoría.