Recordamos al poeta Erick Pohlhammer, fallecido esta semana, con esta singular crónica donde narra sus encuentros con Pablo Neruda. El texto fue publicado el último día del año 2000 en el desaparecido diario El Metropolitano. «Tú vas a ser un poeta importante» le vaticinó el Nobel al futuro Premio Pablo Neruda 1993.
Por Erick Polhammer
Me presenté. Mi nombre es tal y tal, escribo poemas también, me sé de memoria el “poema veinte”, pero yo fui el que escribí en el muro de bloques de piedra frente a su casa este verso: “puedo escribir los versos más tristes esta noche pero prefiero salir a bailar a una discotheque”.
Esta página resume mis tres únicos encuentros, no con el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, sino con la persona despojada de su mito. Los tres ocurren en la misma mancha del paisaje: Isla Negra. Desde el balcón, atalaya desde la cual Pablo Neruda miraba el vasto océano insondable, “de lo sonoro el mar acusa”, el misma que al antipoeta Nicanor Parra le hace decir “el mar me parece pésimo”, de ese mismo balcón desde el cual el turista que pasa a la Fundación Neruda contempla hoy una acróbata gaviota de pinta colocolina, asombrado de la maravilla de sentirse plenamente libre, se ve la roca donde vi haciendo pipí a Neftalí por primera vez. Y ése fue mi primer encuentro con él. Una persona educada, simple, natural, con las mismas necesidades de evacuar su orina como cualquier persona normal. Te dije:
-¿Y está malo el baño en su casa?
-No, salí a dar una vuelta. Mucho intelectual en mi casa.
Me presenté. Mi nombre es tal y tal, escribo poemas también, me sé de memoria el “Poema veinte”, pero yo fui el que escribí en el muro de bloques de piedra frente a su casa este verso: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche pero prefiero saiir a bailar a una discotheque».
Había leído el graffiti, con enojo, pero le entré en gracia, y me invitó a su casa, hoy Religión Neruda (me soplan suave, al oído: Fundación, no Religión).
Un miércoles 5 de febrero volvía verlo. Era mi cumpleaños. Cumplía 15 años. Ese verano ganamos el campeonato de taca-taca del litoral central, a cuatro manos junto a Carlos Wilson, que es igual a Harrison Ford, y cuyas primas, que odiaban a Pablo Neruda —no sé el motivo (ellas son nativas de Isla Negra) —cada vez que pasaban bajo el mentado balcón inmortal y veían al poeta en el balcón, le gritaban «¡Pablo Neruda!». Con ademán presidencial, batiendo la palma de la mano, con el dorso hacia fuera, el vate, sintiéndose halagado, respondía entusiastamente el saludo, reacción mecánica natural, por así decir, de un ídolo homenajeado por tres bellas fans felices. Lo que la sonajera marítima impedía oír al vate era la contrarréplica que decía así: «iHuevas peludas!».
Ese miércoles Pablo Neruda, uno de los cinco mejores poetas de todos los tiempos a mi juicio -después de Salvatore Adamo, Domenico Modugno, T.5 Eliot, Rubén Marcos y Alfonsina Storni-, trabajaba afanosamente en Estravagario. Apenas entro a su alcoba, rica en caracolas de mar, con sincera modestia artística me dice “¿puedo leerte un verso? iuno solo! A ver qué opinas tú”. No sé por qué suscito siempre tanta confianza en los grandes artistas. Con Enrique Lihn me pasaba lo misma. Me leía horas la Estación de los Desamparados. Yo no entendía nada, pero me gustaba. El verso, que recitó con tono nerudiano fue éste, que me conmueve, by the way: “¿Se va la poesía de las cosas o no la puede condensar mi vida?” te dije: “Opino que la poesía no se va nunca de las cosas, por la sencilla razón de que la poesía no está en las cosas, está en uno. Es uno el que no la condensa”. Asombrado de mi asertividad exclamó: “Tú vas a ser un poeta importante”. Tras cartón yo le dije que a mi juicio nada era importante y que todo era interesante. No, si lo pasábamos bien con Pablo Neruda.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento de los ojos de una novia que tuve que me dejó por un ingeniero comercial (que era un tipo práctico, y fue campanero mío del Grange School, quien ya no está entre nosotros porque murió de un infarto cerebral -vivía corriendo), en esos ojos fusileros vi que la belleza estaba en el ojo del contemplador.
Paso a mi tercer y último encuentro con el obrero de Machu Pichu: «Del aire al aire como una red vacía/ lba yo entre las calles y la atmósfera». Fue cortito. Nuevamente pipiaba en émula roca, la misma roca. La gente cree que las rocas no sienten. Nada más vulgar que orinar contra las rocas. Sólo cuando vi Amadeus entendí el doble estándar, por así decir, del hombre-artista. Véanla. Quizá Leo Caprile es picante como animador de tele al mediodía, y, como poeta, es mejor poeta que el mismo Pablo Cernuda, o Pablo Cornudo, como le decía la Paty.
-Oiga vate meón -le dije- si no es na water la roca.
-Sí sé -dijo-, pero me vino a ver Nicanor Parra. Tuve que huir.
-Sí pero péguese la orinadita antes de escaparse, pos poeta, con qué cara le anda haciendo odas a las rocas después ante la página en blanco…
Encuentros con Neruda por Erick Pohlhammer. / El Metropolitano (Santiago, Chile)- dic. 31, 2000, p. 62