Por Roberto Contreras
Hay cosas sin importancia que me preocupan, y como una clave secreta busco revelarlas o cuando menos avizorar una respuesta, posible, como todos los espejismos de verdad que me rondan tanto en el desvelo como la hora inconsciente de la ducha, el cortex visual en que se abre el mundo como una revelación. Si no tuviera el tiempo que tengo, y este ocio no oradara la rutina, pareciera no quedarme otra más, entre estas cuatro paredes, que exorcizar los demonios de la máquina laboral, dejando parte del día –teletrabajo mediante– al descreído que soy en teorías de la percepción para apostar todavía a más distanciamiento, con lo que tengo más a mano, mis libros, y acaso solo por hoy llevar la contra a Bolaño, cuando declara: “es una obsesión: compro libros y ni siquiera los leo. Los acaricio. Y tengo muchos libros y tengo algunos libros que no he leído y que no voy a leer jamás, pero los compro y de vez en cuando los ojeo. Y me gusta tenerlos cerca”, comienzo a hacer una lista para ir (re)leyéndolos mientras dure la pandemia. Con todo es un hecho que, durante este confinamiento, no los ordenaré y sí, siguiendo los pasos de Perec con sus clasificaciones, me contentaré con moverlos, desplazarlos, cambiarlos de lugar, porque una biblioteca no se ordena, sino que se desordena. De ahí que asalten ciertas dudas, me espeten algunas interrogantes, desplegadas como las piezas de un rompecabezas: las caras de sus autores reptando desde las solapas, las contraportadas o solo desde el imaginario, mirándome de frente.
17 de abril de 2020
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¿Es una condición de quien lee o escribe, el tener que usar anteojos?, ¿todos los escritores llevan lentes?, ¿los escritores y escritoras pueden, debido a su ocupación, ser cortos de vista?
Arlt no usaba lentes.
Rojas no usaba lentes.
Droguett no usaba lentes.
Carver no usaba lentes.
Perec no usaba lentes.
Lispector no usaba lentes.
Camus no usaba lentes.
Beckett no usaba lentes.
Cheever no usaba lentes.
Ribeyro no usaba lentes.
Pizarnik no usaba lentes.
Bombal no usaba lentes.
Seferis no usaba lentes.
Baudelaire no usaba lentes.
Bukowski no usaba lentes.
Mistral no usaba lentes.
Tampoco usa la Nothomb, ni Baricco, Auster, Houellebecq, mucho menos Vila-Matas, llevan lentes. Menos Monterroso o Arreola usaron lentes. No recuerdo haber visto alguna foto de Quiroga con anteojos, pero tendría que confirmarlo. Pasa lo mismo con Neruda, Paz, Rulfo, Fuentes, pero no así con Pacheco, que debía su cara al marco de sus anteojos. Pauls nunca usará lentes, al igual que Forn, cuestión que, en cambio, no ocurre con Fresán o Tabarovsky, que debieron usarlos de sus adolescencia.
A Cortázar lo recuerdo sin lentes, pero basta con buscar fotos suyas de los ’80, o en adelante, y aparece siempre con lentes. Lo mismo que con guayaberas, barba abundante y pelo largo. Pero el Cortázar joven nunca usó anteojos.
Onetti sí usaba lentes, decía haber perdido su visión desde muy pequeño, al leer escondidas dentro de un desvencijado clóset y, luego de estudiante, al hacer la rabona, arrancándose en las cimarras a leer en la antigua y mal iluminada biblioteca pública. Pessoa también usaba lentes, tiene además en la voz de Alberto Caeiro un verso que parece justificarlo: “Pensar es estar enfermo de los ojos”. La cara de Brecht es con lentes. Monsiváis llevaba unos lentes que daban forma a su cara, con unos ojos pequeños tras los cristales, que sostenidos en su maciza nariz, parecen representar el rostro de un ratón de biblioteca. Me pasa casi lo mismo con Hesse. Tabucchi usaba lentes. Chéjov, sale en casi todas las fotos con lentes. Me ocurre con Marguerite Duras, que además de aparecer con su cigarro encendido, salvo solo en algunas fotos con anteojos, pero no es algo general entre sus imágenes. Pavese, Canetti y Kavafis, usaron lentes. Los del poeta griego, por lo demás, son muy característicos del tipo Quevedo (otro que también los usaba en pleno Barroco). Capote, Bradbury y Joyce usaron lentes. Se dice que la hipermetropía de este último (incapacidad para ver los objetos de cerca) pudo haber sido uno de los motivos de su innovación literaria, tanto en el flujo y ritmo, como en lo referido a la ausencia de signos de puntuación en su prosa. No los veía, ni le importaban. Entre las chilenas que releo, repaso los retratos de Marta Brunet y Ester Huneeus –Marcela Paz–, ambas usaban lentes fotocromárciso, vistas como gafas oscuras, resultan algo perturbadoras ahora, pero de seguro corresponderían a la moda de su época.
También está Cercas que usa lentes, al igual que Muñoz Molina. Aira usa lentes. Piglia también llevaba lentes, un marco refinado en las fotos más recientes, todas notables e hilarantes, como sesiones de aumento, ya sea mirando por una lupa o luneta, como también en otras en las que aparece mostrando el dedo de en medio, a la altura de su aguileña nariz, que destacan sus dos grandes ojos de lechuza poblados de pobladas cejas. Levrero usaba lentes, unos de gruesos cristales, que parecen selfies adolescentes con barba hirsuta y camiseta sudadera, en distintos lugares de su casa. Leí una entrevista donde su esposa afirmaba que para Jorge (nombre de pila de Mario Levrero) los lentes tenían un valor especial. Padecía hipermetropía en un ojo y miopía en el otro, o sea con uno veía muchísimo y con el otro casi nada. “Los lentes –agrega ella– eran parte de su vestimenta y además lo protegían del mundo exterior, como lo hacían las camisas de manga larga que usaba siempre hiciera frío o calor”.
Bolaño fue un escritor con lentes. Al menos desde su juventud en el DF se le puede ver usando unos por muchos años, creo haber aumentado unas fotos de esas, y descubrir una reparación en una de las patitas laterales. Bolaño poeta y vago, recuerdo que decía su tarjeta de presentación. La historia de sus lentes concluye con un hecho específico, cuando para la conmemoración de los diez años de su muerte, fueron expuestos en una vitrina del Centro Cultural de Barcelona, varios pares de anteojos, marcos semejantes, que parecen la evolución de su propia vida, ¿solo de escritor?
Benjamin, Foucault, Ginsberg, Sartre, siempre llevaron lentes. Estos dos últimos, unos notoriamente gruesos, muy comunes de gente miope. Sartre en 1973 quedó completamente ciego. A sus 4 años había perdido el ojo derecho (de allí su estrabismo). A los 77 años, su ojo izquierdo sufrió una trombosis venosa, dijo: “Mi oficio de escritor está destruido, ya no sirvo para nada, no puedo leer lo que escribo. No sé qué hacer”. De ahí solo empeoró, con el sabido desenlace en 1980.
El caso de Creeley es semejante, pues también siendo niño se quemó el ojo izquierdo con una brasa de carbón. En esta lista puede contarse, por un lado, como un escritor sin lentes (no tengo claro si alguna vez se fotografió con un parche), pero siempre aparece con la cicatriz expuesta, y ya en sus últimos registros sale llevando lentes, lo que atenúa el impacto de su párpado constreñido, sonriente con su melena, en las fotos de juventud.
Hay una foto muy inquietante de Enrique Lihn, leyendo algunos recortes de diario en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, donde aparece con lentes, unos negros, y mira atentamente al camarógrafo que parece haberlo sorprendido. Lihn permanece expectante, como si no quisiera o no pudiera bajar la vista, hasta que éste haga su foto y se retire. Aunque aparezca con lentes, Lihn no usaba lentes. Tampoco Parra los usaba, o al menos las primeras ocho décadas (periodo que compone la mayoría de sus fotos) nunca se le vio con lentes; otra es tener cien años y muy probablemente estar aquejado de presbicia, cuyo origen griego es “anciano” o “vista cansada”, y usarlos de vez en cuando. Ni Teillier ni Millán, usaron lentes. Entre mis escritores más cercanos, Díaz Eterovic usa lentes, y Azócar, luego de dejar de verlo por algunos años, ahora me lo encontré llevando anteojos. Bertoni solo a veces sale con lentes en algunas fotos. A Lira, como a Bolaño, no podría imaginármelo sin lentes. Me pasa lo mismo con Wacquez y Donoso.
El listado cierra con algunas rara avis, Sabato, que usaba lentes y escribió “Informe sobre ciegos”, lo mismo que Saramago, con sus gruesos lentes, publicó “Ensayo sobre la ceguera”. Borges, quien no escribió un texto abiertamente sobre la visión, quedó ciego. Piglia, en sus prestigiosas charlas sobre Borges en la televisión pública argentina, advierte que la capacidad de estilo en Borges fue destruída cuando se quedó ciego en 1953, porque desde entonces no pudo leer sus propios manuscritos. Así que el Borges oral, más que el Borges por escrito, es el que terminó quedando. Sus textos son su propia tradición y la visión futura, la de un ciego, como una luz que destella y nos encandila. En las fotos finales de Borges este aparece con una acentuada ptosis palpebral derecha –el ojo caído–, debido al probable desuso. Son los retratos, con o sin bastón, de un no vidente por antonomasia.
Aunque estas notas hablan del uso de lentes, de la lucha contra la ceguera, debo aclarar que me operé de la vista a comienzos del 2014, después de usar desde los cinco años anteojos, porque en el año 2009, un oftalmólogo del Club de Leones, me advirtió que al paso que avanzaba mi miopía podría perder la vista. ¡Ciego! Más que pensar que dejaría de leer, el problema fue que yo era un escritor sin obra. Un lector sin libros. Me quedan pocos años para publicar los archivos Word que tengo en mi computador, pensé.
21 de abril de 2014.
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¿Quién tendrá?, ¿dónde se hallarán?, ¿quién habrá escondido o recuperado, junto al maletín con inéditos, los anteojos de Benjamin en Portbou?
23 de abril de 2014.
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Kafka tampoco usaba lentes.
Madrugada, 24 de abril de 2014.
(Entradas de “Cuatro ojos” – novela inédita)