Noviembre 21, 2024

Víctor Jara, 90 años: Un poeta y un ruiseñor

 

Por Pablo Orellana

 

Volodia Teitelboim, el muchacho perenne, nos decía que la forma primigenia de la expresión más conmovida del ser humano es el canto. Que, en las antípodas, así como en la prehistoria de la voz lírica, el dolor o la alegría salían del cuerpo para decir en rumores destemplados lo que después se revelará cifradamente, palabra por palabra, vaciando el secreto costal del lenguaje. ¿Un paso en el curso de la inteligencia humana? No, en absoluto. ¿Misterio de la expresión del alma en búsqueda de la técnica para alcanzar la belleza? Quizá.

En otro momento, así me lo narró de primera fuente el poeta Fernando Quilodrán, Patricio Bunster, amigo y camarada de Víctor Jara, entró en el debate sosteniendo que la primera manifestación exhortando un sentimiento, un estremecimiento, no fue el verbo, sino que: «al principio fue el gesto». Esto fue lo que sentenció Bunster corrigiendo atrevidamente la palabra de Dios.

Sonido y movimiento, canto y baile, acuñan con precisión la solución para declarar, en umbral, quién fue Víctor Jara.

Como cantor y autor de su música, como actor y director teatral; gesto y música forman la ecuación magnífica de un hombre luminoso.
Hace 90 años Víctor Jara nació en medio de un tiempo convulso, expectante a cada momento, y al alcance de grandes acontecimientos. 1932 es el año en que la Gran Depresión toca fondo en nuestro país, y en medio de esa coyuntura un reducido y extravagante movimiento cívico-militar proclama la República Socialista de Chile y que puso fin al mal gobierno de Juan Esteban Montero. La intentona revolucionaria de la Republica Socialista de Chile duraría solo unos días. Aldous Huxley publicó ese año 1932 Un mundo feliz, que anuncia una humanidad confundida, el germen distópico.

Es la época del auge de los Frentes Populares, de la irrupción del fascismo por Europa, del estallido de la Guerra Civil Española y el bombardeo a Guernica. Víctor nació en la trastienda de la Segunda Guerra Mundial, no obstante, en nuestro país la cosa parece ir por buen rumbo; en 1938 gana las elecciones presidenciales el candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda. Detrás de esta candidatura, la cultura navegaba en la poderosa Alianza de Intelectuales de Chile y ella la tripulan los mayores cultores de entonces. A poco andar, en los primeros años de la década del 40, se fundan el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, el Ballet Nacional, la Orquesta y el Coro Sinfónico de Chile. Mientras que en la literatura exponían sus mejores obras la Generación del 38. Violeta Parra canta y guarda en su memoria los cantos ceremoniales de una larga tradición. Es el momento preciso para escarcear en las propias raíces.

Tal es el tamaño del momento en que Víctor vino al mundo.

 

Neruda y Víctor: el arte al servicio del pueblo

 

Es un tiempo en que la creación artística y el compromiso político no se concebían como absolutos disociados, más bien, por el contrario, se advertía como necesario tomar una posición y despreciar el arte «despolitizado». Víctor Jara asume una posición, recoge el llamado de Neruda, cuando hacia fines de los años 50, cuándo ingresa a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, y a pesar de no haber registro de la fecha exacta, es, con toda seguridad, el momento en que Víctor decide ingresar a las Juventudes Comunistas.

Ya entonces, el Partido Comunista contaba con un grueso contingente de artistas e intelectuales, en prácticamente todas las disciplinas. Esta adhesión caudalosa puede entenderse en lo que Luis Corvalán formula en junio de 1963: «la incorporación y la militancia de los artistas y escritores a nuestras filas sólo tiene una exigencia categórica: su actitud revolucionaria en política y no la adhesión a una escuela estética».

Refiriéndose a Incitación al Nixinocidio, Neruda diría al periodista hispano-mexicano Luis Suárez en 1973: «Ese es un libro político y panfletario para poner los puntos sobre las íes en muchas cosas… He sido —agrega— toda mi vida la persona menos sectaria y soy el anti dogmático por excelencia. Creo en el realismo y en el irrealismo y estas dos leyes son fundamentales en la creación artística. El que suprime el realismo se aleja de la vida y llega a ser un espectro flotante, y el artista que se niega al sueño y al misterio naufraga a la mitad de la calle». Es que es en el camino de la libertad creadora y creativa donde confluyen todas las almas.

Aun así, Víctor recibiría duras críticas desde «adentro», en particular sobre sus obras «El Aparecido» y «El derecho de vivir». La primera por estar inspirada y dedicada al Ché Guevara, al que conoció durante una gira en Cuba y cuya muerte le conmovió profundamente, y de quien, en ese momento, los comunistas chilenos criticaban duramente por abandonar Cuba y largarse en una empresa revolucionaria «aventurera» que fracasaría y que terminó en su sacrificio. Y la segunda, por incorporar el estilo «rock» usando guitarra eléctrica y batería, lo que para algunos significaba un guiño a la moda propagada por el imperialismo yanqui. Absurda estrechez. En 1969 Víctor Jara adaptó y dirigió el «Viet Rock», musical de Megan Ferry, para el ITUCH. Y no por nada, el año 2013, la revista Rolling Stone en una nota titulada «15 Rock & Roll rebels», lo seleccionó como uno de los 15 músicos de rock más rebeldes de todos los tiempos junto a Kurt Cobain y Marilyn Manson.

Lejos de sentirse agredido, Víctor Jara asume más y más tareas militantes; dentro del Comité Central de la «Jota», en las campañas electorales o como integrante de delegaciones de las Juventudes Comunistas al extranjero. En 1969, dos acontecimientos unen al poeta y al ruiseñor. Primero, el 20 de julio se celebra el cumpleaños 65 de Neruda con un gran acto en el Teatro Caupolicán, Víctor canta ante el conmovido y feliz Neruda. Luego, el 30 de septiembre a las 18:30 horas, en la sede del PC en calle Teatinos 416, se da a conocer la noticia de que Neruda a sido proclamado por su partido como candidato presidencial. Allí, al instante se agolpa una muchedumbre, Neruda saldrá a decir unas palabras, estallan fuegos artificiales, banderas, antorchas, y al son del grito «¡Neruda, Neruda, el pueblo te saluda!», en antesala al poeta, Víctor canta «Plegaria a un labrador».

El 5 de diciembre de 1972, a su regreso al país luego de recibir el Premio Nobel de Literatura, se rinde tributo al poeta en el Estadio Nacional. Allí se congregaron delegaciones venidas de todo el país. El acto cultural tuvo un despliegue no visto antes, a gran y a pequeña escala. Hubo discursos laudatorios. A nombre del gobierno, habló el comandante en jefe del Ejército y ministro del Interior, el general Carlos Prat, puesto que Allende estaba en una imprescindible gira, la que tuvo como centro su alocución en la sede de las Naciones Unidas. Por cierto, luego, el más esperado, el Nobel. Neruda habla poco de su galardón y de su poesía. Le preocupa de sobremanera la situación política que atraviesa el país, y a ello se refiere. Este homenaje estuvo dirigido por Víctor Jara y Patricio Bunster. Fue la última aparición pública del poeta.

 

Muere el poeta. Mataron al ruiseñor

 

El 20 de septiembre, en su habitación de la Clínica Santa María, Neruda se entera del asesinato de Víctor Jara. Matilde Urrutia estaba en Isla Negra, recogiendo cosas indispensables para el inminente viaje a México. Suena el teléfono en la Isla, es Neruda, le pide a Matilde que por favor regrese de inmediato a Santiago. Relata Matilde en sus memorias: «Pablo estaba muy excitado, me dice que habló con los amigos y que es increíble que yo no sepa nada de lo que pasaba en este país. “Están matando gente —me dice—, entregan cadáveres despedazados. La morgue está llena de muertos, la gente está afuera por cientos, reclamando cadáveres. ¿Usted sabe lo que le pasó a Víctor Jara? Es uno de los despedazados, le destrozaron sus manos” -y, más delante- “El cadáver de Víctor Jara despedazado. ¿Usted no sabía esto? ¡Oh, Dios mío! Si esto es como matar un ruiseñor, y dicen que él cantaba y cantaba, y que esto los enardecía” Y, con insistencia, me volvía a decir lo mismo», concluye Matilde. Posiblemente Neruda cerraba los ojos y oía el canto de Víctor Jara a través de su «Poema XV» musicalizado.

Víctor Jara murió por lo que vivió, por defender la alegría, la esperanza de los pobres, la belleza para los humildes. Resistió el golpe junto a los suyos en la Universidad Técnica del Estado hasta ser conducido al Estadio Chile, que valía decir «ser conducido a la muerte».

El día 23 de septiembre de 1973, poco después de haber enterrado a Víctor en la soledad más honda, Joan Turner se enteró de la muerte de Pablo Neruda y de que sus funerales se celebrarían el 25 de septiembre. Decidió ir. Era un desafío al dolor y al peligro. ¿Por qué?: «Supe que no estaba sola, supe que aquél era también el funeral de Víctor y el de todos los compañeros asesinados por los militares (…) Tuve una vívida conciencia de que tenía una responsabilidad hacia ellos y hacia Víctor», confiesa Joan en su libro Un canto truncado.

Es durante este cortejo que acompañaba el cuerpo sin vida de Neruda que de escucha vocear a todo pulmón los nombres de Pablo, de Allende y Víctor Jara. Hernán Loyola, en su testimonio sobre este episodio recogido en el libro El funeral vigilado, de Sergio Villegas, relata muy bien ese instante:

«Los soldados rodeaban la plaza que queda frente al cementerio. Estaban a la vista. Yo creí que era cosa de segundos la descarga de metralleta cuando alguien de gran vozarrón empezó a gritar:
—¡Compañero Pablo Neruda!
Y todos contestamos:
—¡Presente!
Se repitió el grito dos o tres veces y las respuestas crecían en fuerza, pero de pronto el grito fue:
—¡Compañero Víctor Jara!
Y a todos se nos quebró la voz porque era la primera vez que se nombraba a Víctor en público denunciando su asesinato.
—¡Presente!»

La enorme capacidad creadora y humana de Víctor Jara, la belleza de su obra que lo hace tan enorme, sideral (el astrofísico soviético Nikolai Stepanovich Chernykh descubrió, el 22 de septiembre de 1973 en Crimea, un asteroide que orbita nuestro sistema solar y lo bautizó con el nombre de Víctor Jara), que impulsan contrariamente todavía el intento por desvestir el sentido de su creación, por engarzar su obra en la tribuna de «los mejores autores de nuestro folclore», reduciendo, secuestrando la función rectora de su arte, que significa: «Yo no canto por cantar».

Algo de esto grafica el crítico Juan de Luigi, en 1951, sobre la muerte de Winétt de Rokha, al decir: «A la manera de los críticos académicos se querrá separar su obra de la lucha, la sangre, el sudor, la tragedia. Buenas tácticas para matar la obra y darle el volumen de un animal embalsamado en la sala de un museo. Pero queda el pueblo para el que escribe y para el pueblo no valen embalsamientos cuando lo que para ellos se ha creado ha encontrado en él la expresión de lo suyo (…) pero no cesa la tragedia de los artistas; ha cesado el silencio sepulcral, pero ha comenzado la lucha y ella es sin piedad; el artista es la parte más vulnerable, más dolorosamente humana, más fácil de hacer sangrar y hacer sufrir en la línea de batalla; es la que más blanco presenta a la venganza inmediata, la tortura».
Lejos de los azares, la necesidad del arte popular es la alta síntesis del «hombre creador», en ella no corre la belleza como un misterio reservado a unos pocos, los privilegiados se siempre, sino que desfila prístina, verdadera, colectiva.

Víctor Jara, al igual que Neruda, «tomó su lugar de combate en la vida y en el arte, lo mismo que el pueblo lo toma en la vida y en el trabajo». Por eso no es para nosotros un «señor de la agonía», por eso no nos quedamos con su martirio. Reivindicamos su sonrisa como parte inseparable de su lucha. Su muerte nos indigna y rebela, su canto nos ilumina el camino.

Y hoy, y como siempre, en la mirada transparente de las niñas y niños sencillos y humildes de Chile, desde el fondo, se asoma el río caudaloso que saldrá de sus pupilas para brillar en el arte y en la vida, para decir como un rugido de mar que esta es la patria de Violeta Parra y Gabriela Mistral, la de un poeta y un ruiseñor. Y en ellos, Víctor Jara y Pablo Neruda están presentes.

 

 

Víctor Jara… jueves 30 recital .Fuente: Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile Códigos BN: MC0019281

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