Septiembre 20, 2024

Un mundo infeliz. La parte inmunda del mundo del dinero

 

La conversión del dinero en poder y luego el poder en dinero está llevando a la formación de invisibles imperios privados

 

 Por Darío Oses

 

Hasta hace poco el término cleptocracia no aparecía en el diccionario de la RAE. Las situaciones inéditas de este tiempo han puesto en circulación neologismos como este, que alude a las instituciones y gobiernos en los que se han hecho prácticas comunes el robo, el soborno, la evasión de impuestos y el blanqueo de dinero. La corrupción de estas instituciones y de los organismos destinados a fiscalizarlos, más  un sistema gansteril de asesinatos, extorsiones y amedrentamientos, hace que la mayor parte de esos delitos queden impunes.

 

Este libro, cuyo autor es corresponsal del Financial Times desde 2014, es un trabajo notable en profundidad y extensión, que muestra el panorama actual de esta cleptocracia que no tiene fronteras, aunque se instala en ciertos territorios cuyos bancos garantizan el anonimato del cliente, en paraísos fiscales y en algunos países de gobiernos altamente corruptos.

El libro da cuenta, además, de la formación una tecno cleptocracia, integrada por especialistas en los métodos más sofisticados para constituir sociedades pantalla para blanquear dinero, entre otros. Asimismo, muestra la proliferación de agencias privadas que prestan servicios principalmente de información a la cleptocracia, y de organizaciones criminales que entregan otra clase de servicios, vinculados desde luego con su especialidad.

 

Robad, robad que algo siempre queda

En quinientas páginas esa obra despliega una cantidad  impresionante de información. Tiene, en parte un estilo de novela. Hay un personaje que es el héroe trágico que articula la historia. Es Nigel Wilkins, jefe de cumplimiento  normativo de la sede de un banco suizo en Londres, y luego de la Autoridad de conducta financiera, que es el órgano regulador de la City de Londres. Desde estos cargos lucha contra la cleptocracia, usando a veces sus métodos. Es así como roba los secretos de un banco suizo y los guarda celosamente en cajas rojas.

Al parecer no hay medios más eficaces para penetrar en los datos ocultos de la cleptocracia que los que ella mima usa: le debemos a los hackers  desenmascaramientos de personajes que ponen sus fortunas en paraísos fiscales.  Gracias a eso hemos conocido la otra cara de algunos de nuestros honorables compatriotas.

Nigel veía con sus propios ojos, «en los folios que tenía en sus cajas rojas, los archivos en los que constaba de dónde procedía el dinero, a dónde había ido y los disfraces que se había puesto». Entonces se da cuenta de que el secreto financiero escondía “la mayor estafa del mundo” y que los banqueros que ofrecían este anonimato propiciaban «el expolio de las arcas públicas» en todo el planeta.

Burgis citando a Nigel señala casos de gobernantes y altos cargos de naciones que eran cómplices y clientes de la cleptocracia y que existe «una maquinaria que garantizaba que ellos o quienquiera que los sucediera, pudieran seguir transformando el poder en dinero y largarse con él» porque «la máquina estaba corrupta y al mismo tiempo corrompía».

Por eso es que el poder de la información que tenía Nigel era muy limitado. La cleptocracia  sabe cómo blindarse y así quedar a salvo de los ataques que vienen desde la parte honesta del mundo.

Los efectos criminales de la corrupción cleptocrática son a veces criminales. Es el caso de gobernantes africanos que llegan al poder con elecciones amañadas, que financian con la cesión a los clepto operadores, de inmensos recursos minerales y agrícolas de sus naciones. Esto, en países de extrema pobreza, se traduce en hambre  para los habitantes.

 

El oro de Moscú

El libro examina también el importante aporte a la cleptocracia del derrumbe de la URSS. Burgis afirma que en 1990 se preparó un plan para esconder la fortuna del régimen soviético, antes de que los que llegara al poder se quedaran con ella. El destino serían países occidentales que tuvieran  lo que la cleptocultura  denominaba «un sistema  tributario laxo».

Fue así como el tan mentado «oro de Moscú» que en esta ocasión era  el dinero del partido y que algunos calcularon entre  mil y cincuenta mil millones de dólares –  abandonó el  «imperio moribundo».

Dice Burgis: «La transición hacia el capitalismo iba a abrir un insólito agujero de gusano». Los negocios que se abrían en la ex URSS prometían pero estaban enrarecidos por el narcotráfico, crímenes, sobornos, blanqueo de capitales y extorsión. Uno de los nuevos empresarios, Serguei Mijailov, para dar cuenta de lo que era el ambiente comercial de entonces decía que «su mayor éxito en los negocios era seguir vivo». Los gánsteres  imponían su estilo en el mundo empresarial, y se estrenaba una nueva clase, la del delincuente capitalista, a la que podríamos llamar también el lumpen empresariat.  Esta clase  apoyaba sin reservas al presidente Boris Yeltsin «que era permisivo, tanto por inclinación como por embriaguez». Puntualiza  el autor que la corrupción no era una amenaza para el sistema, sino que era el sistema.

Parte considerable de la riqueza que fue a dar a la parte oscura de la economía mundial, procede de las privatizaciones de bienes públicos, que se produce con la caída del socialismo en los países que habían sido parte de la Unión Soviética. En el libro se dan ejemplos como el de una de las plantas de laminación de acero más grandes del mundo, instalada en Ucrania y  donde trabajaban 50 mil operarios. Un dúo de millonarios la compró en 70 millones de dólares: «Una tasación realizada cinco años más tarde estableció que su valor  era esa cifra multiplicada por diez», es decir US$ 700 millones.

 

Delincuentes de excelencia

En noviembre de 1983 un grupo de ladrones ingresó al depósito  de alta seguridad de un banco, amenazaron con quemar vivo al funcionario que tenía la clave de la bóveda y se llevaron un botín de oro y diamantes valorado en 20 millones de US $.  La amante del líder de los asaltantes compró una mansión en un millón de dólares, que se pagó desde una cuenta secreta de un banco suizo. Había aparecido una nueva clase de delincuentes que contaban con asesores profesionales especialistas en blanqueo de dinero. La banda fundió los lingotes de oro y lo reconstituyó con una pureza menor, para luego introducirlo en el mercado.

The Times decía que las inversiones con el dinero fueron tan bien hechas que «los instructores del caso quedaran atrapados en callejones sin salida creados por convenciones legales y bancarias que exigían confidencialidad para el cliente».

 

La clepto utopía

Otro capítulo de esta historia ocurrió en 2008, el año en que todo cambió, el fin de los viejos tiempos en el mundo financiero: «Los gobiernos que se habían gastado fortunas en rescatar a los bancos, vieron cómo el bolsillo público quedaba privado de ingresos fiscales a medida que las empresas despedían a sus trabajadores o cerraban directamente».

Al terminar el libro, Burgis anuncia el advenimiento de nuevos imperios privados embarcados en una empresa común: «hacerse con el poder valiéndose del miedo y de la fuerza del dinero para después privatizar ese poder».

Luego el autor afirma: «Quizá lo que los mueva a todos es el miedo: el miedo a que pronto no haya suficiente para seguir en pie, a que un planeta en ebullición se acerque al momento en que aquellos que han cosechado todo lo que han podido para sí mismos se liberen de los muchos, de los otros».

La disyuntiva es esta: «Solo puedes estar en un bando si quieres salvarte de la destrucción: el suyo. O estás con los cleptopianos o contra ellos. La tierra no puede mantenernos a todos. Estamos aprovisionándonos, estaremos listos. ¿Quieres aprender a amar la cleptopía y que te acoja intramuros? ¿O prefieres estar fuera, en los campos que antes llamábamos “común”, indefenso cuando suban las aguas. Elige».

 

Recuadro

Entre la multitud de servidores de la cleptocracia que despliega este libro, hay un tal Patrick Robertson que en una nota al abogado Peter Sahlas, ofrecía «operaciones encubiertas de diversa índole” entre la cuales enumeraba: ataques informáticos, operaciones sicológicas, reclutamiento de agentes de influencia, sobornos con toda clase de incentivos, intervención de las comunicaciones y sabotaje, infiltración, enlaces con enemigos comunes y “manipulación de los medios de comunicación a nivel global».

En otro párrafo se describe a este Patrick Robertson como: «un británico de barba bien recortada que se había pasado veinticinco años  dedicado a lo que él llamaba ¨asesoría en comunicaciones estratégicas”. Entre sus clientes se contaban el dictador chileno Augusto Pinochet y el desacreditado político británico Jonathan Aitken».

 

Dinero sucio. El poder real de la Cleptocracia en el mundo. Tom Burgis. (Barcelona. Ariel, 2022).

 

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