Noviembre 22, 2024

Entrevista a Camila Almendra: «Estoy experimentando los cruces entre la ciencia ficción y el taoísmo»

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

 

Camila Almendra Flores Rivera, nace en Osorno pero fue criada en Valdivia. Es profesora de Lenguaje y Comunicación y Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea, ambos en la Universidad Austral de Chile, Valdivia. Se desempeña como Encargada de Área de las Mujeres y Diversidad de la Municipalidad de Valdivia, además, es docente de asignaturas de género para el Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales de la Facultad de Filosofía y Humanidades UACh. Autora del libro «Trabajando por una educación integral y libre de violencias» (DAEM Paillaco, 2021). Sus publicaciones literarias, están en revistas como CERES (2014-2021), la antología Silvestres y eléctricas, poetas latinoamericanas (Cartonera Helecho, 2016) y en Maraña: panorama de la poesía chilena joven (Editorial Alquimia, 2019). Publica la plaquette El viaje de la Heroína (Editorial Alto Horno, 2016) y Provinciana en colores (Ediciones Kultrún, 2022).

 

 

—¿Qué libros, álbumes, series, pelis, artistas, marcan tu educación sentimental como persona y poeta, el trabajo poético detrás de Provinciana en colores” y antes El viaje de la Heroína, son referentes esenciales en tu mesa de trabajo?

—Me recuerdo buscando poemas beatnik escritos por mujeres, encontrando a Marge Piercy, Denise Levertov, Lenore Kandel, Elise Cowen, Diane Di Prima. Crucé la escritura como un ejercicio de libertad improductiva. Conocí fuera de la escuela a Cristina Peri Rossi y Pedro Lemebel. Me encontré con las pinturas de Remedios Varo y Leonora Carrington. Y yendo más atrás, me crié leyendo muchísimo el Apocalipsis y analizando canciones de Raffaella Carrá.

—Vemos ciertamente atisbos de la situación in situ en tu libro de la escritura en provincias, los colores del tira y afloja, personal, colectivo. ¿Cómo ves desde ahí el panorama actual de la poesía chilena?

Provinciana en colores fue escrita en diez años vagando, entre la crónica y la poesía, el habitar sureño sin pensar en una posición literaria más que el arte-política. Es una obra que pensé como provocación hacia un centro y de souvenir junto a la cerveza artesanal. Hay que tensar la higienización poética, a la publicación como acto capitalista.

 –¿Cuál poema hoy leerías de tu libro en una sala de clases?

— Crisoprasa. «Aquella acróbata niña perdida en La Luma» que aparece entre los versos, fue mi estudiante cuando era profesora de género rural itinerante. Ese poema en particular se compone de retazos de aquellos viajes. Una vez lo leí detrás de furgones escolares, me grababa la asistente de los furgones que también invoco en ese color.

–¿A qué es lo que más temes como escritora, artista?

—Temo a la sensación de angustia por trascender, a ser adscrita en algo, lo que podría nublar mi creatividad y mi locura.

–¿Un olor que ames?

—El olor del mar gris en invierno, me vuelve al tiempo presente.

–¿Qué libro detestas?

Mala onda de Alberto Fuguet. El protagonista tenía exactamente la misma edad que yo y con problemas de ricos que no entendí.

–¿Cuál es tu mirada de los talleres de poesía o literatura?

—Resultan instancias muy valiosas para algunas personas, encontrarse en sentidos estéticos y edición conjunta. Solo tendría cuidado con las mapaternalidades literarias, de ahí que la metodología, quién realiza el taller y los productos finales me parecen elementos que se cruzan para recién dar una opinión casuística de un taller.

–Quisiera preguntarte ¿de qué manera crees la disciplina poética colabora en una vida libre de violencias y en una educación integral…temas que trabajas profesionalmente?

 —Creo que el mayor estadio de un aprendizaje es el pensamiento crítico y cuando la poesía se encapsula en una sola forma interpretativa en la escolarización, se distancia del estudiantado y de quien enseña «porque no la entiende», pierde la potencia imaginativa, factor protector de la real realidad.

De ahí la importancia de mediar lecturas, leer, comparar e investigar. Esa multiplicidad de experiencias frente al texto que subvierte la lectura sugerida por el Ministerio y la pregunta de “qué quiso decir el autor”, como si fuera un zombi.

–¿Qué significó en lo personal esta pandemia, estallido social?

Ambas no me parecen comparables.

La pandemia para mi vida privilegiada por no tener a nadie bajo mi cuidado, con teletrabajo y el silencio entre los árboles, fue una oportunidad para dedicarme al cultivo de mi amor propio, creaciones y nuevas relaciones con mi entorno, como la huerta. Me hice ovillo y me rehice varias veces en ciclos sin necesidad de dar explicaciones.

Distinto al estallido como una urgencia de la acumulación de tantas semillas que sembramos intentando recomponer tejidos sociales. Vi el caos como una posibilidad.

–¿Un verso no tuyo que te sirve de mantra, de apoyo, que siempre te repites cuando necesitas un faro o brújula de sentido?

Más que un verso, es casi un poema entero de Maha Vial. Se llama Situación de estado: “me arrastro/ por las sucias calles/ del territorio/ una fina lluvia/ comienza a caer/

y el azulísimo cielo/ se torna en un abrir y cerrar de ojos/ en masa negra y pesada/ trato de incorporarme/ quiero ser mariposa”.

–¿Quisiera ahora irme a tu relación con la obra poética de Pablo Neruda, existe un dialogo y si lo hay de qué manera se produce?

—Cuando tenía diez años pensé que la poesía eran sonetos nerudianos y que la mujer era musa y lacónica. Como era demasiado disruptiva para inspirar versos, adopté el rol de escribir y no ser descrita.

Hoy nuestro diálogo pendiente con Pablo Neruda es sobre su abandono a Malva Marina y sus recuerdos en Ceilán.

En el poema Gris Océano recuerdo a su hija.

–¿De qué manera la perfomance trabaja con el texto escrito en tu caso?

—Desbordar el género poético, mixturar la crónica y la mirada, fue algo que ocurrió sin intención. Fue, más bien, un desborde emocional.

Expresar con el cuerpo me permite ser instrumento y ritmo de mis palabras, instalarlas en objetos, cristalizarse en un momento irrepetible en el que participo a diferencia de cuando me leen.

–¿En qué te encuentras trabajando poéticamente hoy?

—Estoy experimentando los cruces entre la ciencia ficción y el taoísmo. No sé qué resultará después de algunas lecturas, mancias y arte marcial, pero ha sido un viaje de mucho aprendizaje interior que espero ver a la luz en marzo, al menos, una primera parte.

–Por último, ¿Qué canción o poema te sube el ánimo?

—«Al final la vida sigue igual» de Sandro.

 

 

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