Por Darío Oses
Hace ya un siglo, en 1922, aparecieron cuatro obras que se convirtieron en hitos de la literatura mundial. La primera de ellas fue el Ulisses, de James Joyce. Aun cuando tiene detractores, la mayor parte de la crítica la considera una de las novelas más importantes, estudiadas, comentadas e influyentes de la narrativa contemporánea.
Desde su título la novela muestra una fuerte carga simbólica vinculada principalmente con la Odisea, es decir, con los orígenes de la narrativa en Occidente y con los arquetipos del viaje y la aventura. Pero el título también insinúa una intención irónica, porque los protagonistas del Ulises, Leopold Bloom, publicista, y Stephen Dedalus, profesor, no tienen nada de heroicos: existen en ámbitos urbanos donde la aventura del viaje ha sido suplantado por la reiteración de los circuitos cotidianos. La novela relata lo que les sucede a ambos en Dublin, en un día de sus vidas: el 16 de junio de 1904. Se dice que Joyce escogió esa fecha porque en ella inició el cortejo a Nora Barnacle que terminó convirtiéndose en su esposa.
El evidente simbolismo homérico contrasta con las descripciones naturalistas del escenario de la novela, que es la capital de Irlanda a principios del siglo XX. Se ha considerado a Ulises como una de esas novelas en la que la protagonista es una ciudad: el Londres de Dickens; el Berlín de Berlín Alexander Platz, de Alfred Döblin; el Nueva York, de Manhattan Transfer, de John Dos Passos; el Buenos Aires de Borges y el París de una larga lista de autores. Pero Ulises es mucho más que la ciudad donde transcurre el día de Bloom y Dedalus.
Para el crítico Harold Bloom «Ulises, como novela, tiene más que ver con Hamlet que con la Odisea». Advierte el crítico que: «El coraje de Joyce al basar su Ulises simultáneamente en la Odisea y Hamlet fue extraordinario» puesto que Ulises y el príncipe de Dinamarca, no tiene nada en común. Mientras el Ulises de Homero quiere volver a su casa, «Hamlet no tiene casa, ni en Elsinore ni en ningún sitio». Lo que hace Joyce es construir el personaje de Leopold Bloom como una amalgama de Ulises y el fantasma del padre de Hamlet, y el de Stephen Dedalus como otra mezcla, esta vez de Hamlet con Telémaco, el hijo de Odiseo.
Con estas duplicaciones de los personajes y sus referencias literarias, Joyce construye una obra que, «posee suficiente esplendor verbal como para alimentar a una legión de novelas». Sin embargo, reflexiona Harold Bloom, la posición central que alcanzó Ulises en el canon literario de Occidente, no puede explicarse solo por los estilos que Joyce despliega en la novela, y «en todos los cuales se muestra magistral» acota Bloom.
De modo que Ulises sigue siendo un enigma.
En su Ulises Joyce usa con singular eficacia técnicas como la corriente de conciencia, que reproduce la forma caótica, espontánea y torrencial del pensamiento de los seres humanos en la vida cotidiana. La novela se cierra con uno de los pasajes más notables de la narrativa del siglo XX: el monólogo interior de Molly Bloom, la esposa de Leopold.
De la nada a la nada
Tal vez el detractor más importante del Ulises fue el sicoanalista Karl Gustav Jung, para quien Ulises, el personaje de Joyce, es «en rigurosa oposición con su antiguo homónimo, una conciencia inactiva…» En tanto el libro del mismo nombre, dice Jung, «fluye a lo largo de 735 páginas», que son «una corriente de 735 días, compuestos de un único y vacuo día de la vulgaridad cotidiana de todo el mundo, el intrascendente 16 de junio de 1904, en Dublin, en el que, en el fondo, nada sucede. El raudal empieza en nada y acaba en nada».
Si estas apreciaciones no se hubieran formulado en términos de crítica, serían una buena aproximación a lo que es el mundo que construye el libro: el lugar de la intrascendencia y de la vacuidad de la experiencia cotidiana, donde a fuerza de pasar siempre lo mismo, queda la sensación de que no ocurre nada. Y cuando suceden cosas que podrían considerarse extraordinarias, éstas se sumen en el vacío del flujo de la vida profana, monótono como el de un río.
Pero en Ulises también queda espacio para la locura. En una de sus vagancias por la ciudad, Bloom encuentra a Dedalus borracho, derrochando dinero en un prostíbulo donde ve levantarse de la tierra el cadáver de su madre. Bloom alucina también con su hijo muerto. Pero estos descensos al mundo de los muertos no tienen mayor relieve: se mimetizan con la regularidad de la vida diaria.
En Ulises los tiempos y los espacios sagrados, que rompían la regularidad de la vida en los tiempos arcaicos, se confunden con la planicie del mundo profano: uno de los capítulos se cierra cuando Bloom va al WC. En otra escena Dedalus suspende transitoriamente sus reflexiones filosóficas para escarbar el contenido de su nariz. La reflexión se mimetiza con la parodia que hace el autor de las retóricas de la reflexión.
Jung escribe: «Bajo el cinismo del Ulises ocúltase la gran compasión, el gran sufrimiento de un mundo que ni es bueno ni hermoso; que, peor aún, carece de esperanza, porque va rodando por una cotidiana vulgaridad eternamente repetida que arrastra consigo a la humana conciencia a través de las horas, de los meses, de los años (…)».
«Quiere parecerme ahora como si todo lo negativo, lo impasible, lo fútil y extravagante, lo grotesco e infernal, fueran virtudes de la obra de Joyce, que obligan a alabarla. El terrible tedio, la espantosa monotonía de un lenguaje de imponderable riqueza y millones de facetas y de capítulos que se arrastran, largos como tenias, es épicamente grandioso, un verdadero Mahabharata de la impotencia de un mundo tortuoso y de sus bajos fondos diabólicamente dementes».
Ulises obsceno
Para Jung y para muchos era difícil conciliar la complejidad, la extensión, la diversidad de niveles de lectura de esta obra, y la frustración de la expectativa de sentido de sus lectores, con su éxito editorial. Agotó 10 ediciones en poco tiempo. Posteriormente se convirtió en un clásico de las vanguardias y hasta se han hecho dos películas basadas en su argumento.
Una explicación de su éxito inicial, pudo haber sido el cartel que se le colgó de libro obsceno. Su edición fue prohibida en Inglaterra y en los Estados Unidos, mientras se publicaba en sucesivas ediciones en Francia. Como el mismo Joyce lo cuenta en una carta de 2 de abril de 1932: «Envíos de ejemplares de Ulisses se hicieron a América y Gran Bretaña, con el resultado de que todos los ejemplares fueron secuestrados y quemados por las autoridades de las aduanas de Nueva York y de Folkestone».
Esto creó una situación muy especial. Joyce no podía obtener el copyright de Ulises en los Estados Unidos porque, como el mismo lo relata; «estaba impedido de cumplir con los requisitos de la ley del copyright de América que exige la reedición en los Estados Unidos de cualquier libro en idioma ingles publicado en cualquier otra parte del mundo…» Así, y como el interés por el libro aumentaba, «cualquier persona inescrupulosa podía hacerlo imprimir y vender clandestinamente», cosa que ocurrió, es decir, el Ulises empezó a circular en los Estados Unidos en ediciones piratas.
Finalmente, en una sentencia memorable, y curiosa por las consideraciones literarias con que se alternaban las judiciales, el juez John M. Woolsey, el 6 de diciembre de 1933, dictaminaba que si bien el efecto sobre de la lectura del Ulises es indudablemente “algo emético”, es decir, vomitivo, “en ninguna parte tiende a ser afrodisíaco”. Por lo tanto podía ser admitido en los Estados Unidos.
Joyce en Neruda.
Pablo Neruda nació el 12 de julio de 1904, casi un mes antes del día en el que ocurre el Ulises de Joyce, 16 de junio de 1904.
Neruda recuerda que sus años de estudiante, más precisamente 1925, «era el tiempo en que escribíamos sin puntuación y descubríamos Dublín a través de las calles de Joyce». Volodia Teitelboim apunta que en esos años de bohemia estudiantil, en las reuniones en torno a las mesas de tabernas y cabarets, «se dijeron por primera vez en Chile los nombres de Marcel Proust y James Joyce», y que Neruda «tradujo entonces al castellano algunos poemas de Joyce».
Cuando vivía en Oriente el poeta afianzó el dominio del idioma inglés. El profesor Hernán Loyola señala que «por sus cartas y memorias sabemos que leyó ávidamente – por meses no tenía otro quehacer – a James Joyce, a David, Herbert Lawrence y a Aldous Huxley entre muchos otros escritores contemporáneos».
En carta del 31 de octubre de 1929, desde Ceylán, a su amigo argentino Héctor Eandi, le comenta que «son interesantísimos estos nuevos escritores ingleses», mencionando a los tres a los que ya aludimos.
En 1933, Neruda tradujo al español fragmentos de los poemas de Música de cámara, de Joyce, que se publicaron en los números 6 y 7 de la revista Poesía, de Buenos Aires.
El profesor Loyola anota que en ese tiempo Neruda: «volvió a leer a Joyce, incluyendo naturalmente el Ulysses, y ello se manifestó oblicua y secretamente en la escritura del poema “Walking Around”, de la segunda Residencia: de ahí el título en inglés y la modulación misma del motivo que este título señala y nombra».