Por Ernesto González Barnert
Conversamos de varias facetas que reúne el trabajo artístico y escritural, de gestión cultural, que viene años trabajando sostenidamente, notablemente, Pablo Salinas (Santiago, 1969), radicado en Algarrobo. Un defensor del arte y la cultura, de la flora y fauna, todo ese ecosistema vivo, en su más alta expresión, del litoral de los poetas, donde él también se ha encargado de promoverlo más allá de los hitos obvios de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra y Adolfo Couve… Un escritor y artista visual que también viene de presentarnos una traducción crucial: Louise Michel, cartas y escritos (Autonomía & Creatividad Ediciones, 2022) sobre esta poeta francesa, educadora y anarquista. Una de las principales figuras de la Comuna de París en 1871. Amiga de Víctor Hugo. Además de ser la primera mujer en enarbolar la Bandera Negra, símbolo del Anarquismo hasta hoy.
–Partamos por tu último libro. ¿Cómo conociste a la poeta y anarquista francesa Louise Michel? ¿Y qué te motivó a emprender la empresa de traducirla? Me imagino que “todos esos que parlotean y no actúan.
—Conocí a Louise Michel a través, indirectamente, de Courbet. Porque a través de éste, el gran pintor realista, llegué a la Comuna. Todo esto, yo qué sé, hace unos veinte años atrás. Siempre me impresionó la vida del “«pintor-obrero» y la trágica forma cómo terminan sus días tras participar en esa primera tentativa mundial de gobierno popular. Y me animé en traducirla porque, una vez dentro de la Comuna, la figura de la Michel se te viene encima, como un faro de luz poderosa, la cual descubres nos dejó no poco material escrito, buena parte no solo sin versión al castellano, sino incluso totalmente inédito en su lengua original.
–Ahora bien, de qué manera se desarrolló la cocina literaria detrás de este libro que tradujiste y prologaste: Louise Michel, cartas y escritos (Autonomía & Creatividad Ediciones, 2022)?
—Es un interesante desafío, el de enfrentarte a este material, muchas veces escrito en condiciones durísimas, y hacer un volcado lo más pulcro posible. Exige, me parece, un esfuerzo de discreción importante. Por momentos uno se siente como un mensajero que se limita a permanecer callado mientras la señora —en este caso, la Michel— termina de escribir, para recibir el texto, la carta, y procurar que llegue a su destino con los menores trastornos posibles. Escuchar cómo le habla a Víctor-Hugo, ya en franco camino a convertirse en gloria nacional, con énfasis e intensidades propios del Romanticismo entonces reinante, pero siempre con naturalidad, nunca con exceso de protocolo, es un ejercicio de degustación y aprendizaje estilístico no menor.
–Qué es lo central, a tu juicio, del pensamiento o arte poética de esta educadora, además de poeta y escritora anarquista francesa, figura de la Comuna de París de 1871?
—Su radicalidad. La Michel es una persona de acción. Ella, en buena medida, quiere destacar por ello, por su capacidad de resolver, de poner en práctica. Tiene suficiente lucidez para tempranamente detectar las injusticias inherentes en el tramado social y en absoluto pretende aportar con nuevas teorías, con nuevos “parloteos”. Esta radicalidad suya me parece un rasgo no solo distintivo, sino bastante único, la verdad.
–Retrocedamos, si me lo permites, a tus trabajos anteriores, en el campo de la escritura como Diario de un virus y La tentación de la carne, qué puede encontrar el lector en esos libros?
—Son libros bien distintos uno del otro. «La tentación» tiene dos partes: una, consagrada a la literatura a secas, relatos cortos y no tan cortos de ficción, y la otra, a crónicas, con algún tinte ensayístico, referidas a cuestiones del arte y la cultura. “El diario”, en cambio, es efectivamente un diario, es decir, un conjunto de apuntes que fui escribiendo con cierta regularidad desde marzo a septiembre de 2020, a modo de reflexión a medida que el fenómeno de la pandemia del Covid se iba desarrollando. En su conjunto, ofrecen una mirada crítica que se enfrenta al relato oficial difundido hegemónicamente en los medios.
–Por otra parte, antes de entrar de lleno en tu pintura, quisiera un poco nos contaras de la gran tarea que empujas quijotescamente de rescate del Litoral de los poetas, más allá de Neruda [Isla Negra], Huidobro [Cartagena], Nicanor Parra [Las Cruces] o Adolfo Couve [Cartagena]… tanto de figuras centrales que vivieron en la costa central de Chile como de la cultura viva de la que eres un motor.
—Sí, esa me parece una tarea indispensable, Ernesto. En cierta medida, una obligación, habidas cuentas que la investigación en ese ámbito es escasa. Obligación que asumo con gusto, por cierto. Porque este litoral, entre Algarrobo y Cartagena, este territorio no demasiado extenso, concentra un peso específico, en términos de acervo cultural, verdaderamente notable. Se entiende que se le haya marcado con ese “de los poetas”, porque en Chile hay premios Nobel de por medio, pero la verdad esa restricción es bastante absurda. Porque acá también está Manuel Rojas, Enrique Soro, Valenzuela Llanos, es decir, piezas fundamentales de nuestra cultura provenientes de otras disciplinas artísticas.
–Cuáles son las directrices que cruzan tu trabajo visual, pictórico, artístico… hay una especie de “Arte poética” que aúna tu búsqueda con lo que plasmas en el área artística más personal de tu trabajo?
—Yo desde que me pongo a pintar, me alineo muy rápida y decididamente en el derrotero matriz de la pintura occidental moderna (con «pintura occidental moderna» me refiero a lo que inician los pintores del Quattrocento Italiano y de los grandes maestros flamencos). Y éste es la recreación de mundos alternativos al nuestro, de otros mundos. Un mundo sublimado, refinado, una Arcadia, puede ser, como también puede ser la expresión de realidades más lisérgicas, o más o menos distorsionadas, pero siempre más bien en clave de algo más ligero, más sutil que la realidad que nos circunda. Hay algo, me parece, de inclinación panteísta en todo esto. Con los años, es inevitable que esta inocencia se vaya perdiendo, o bien mutando en otros monstruos menos dulces.
–¿De qué manera Pablo Neruda te interesa hoy en el diálogo con tu obra y la de tus colegas y trabajo cultural? ¿Neruda sigue marcando a los artistas de Chile?
—Por cierto que sí. En los últimos años, como sabemos, su figura no ha escapado a esa fiebre de revisionismo histórico, que es un fenómeno mundial. En lo estrictamente personal, también hay ajustes, constantes, a través de los años. Te cuento una anécdota: a mediados de los ochenta, en el taller del pintor Gustavo Ross, escuché a un joven Gonzalo Contreras anunciar que su pasión por Mishima la reemplazaba por Neruda. Venía de leer Residencia en la tierra y le había dado vuelta la cabeza. Yo debo haber tenido unos 16 y su confesión me resultó perfectamente genuina, convincente. Más o menos desde entonces, Neruda se me mantuvo en la cima (además por esos años se emitía en televisión abierta «Alturas de Machu Picchu» y la música de Los Jaivas no hacía más que convencerte que esos versos eran la perfección). Pero luego, como es normal, viene la merma, incluso el desencanto. Hoy, es curioso, pero casi en paralelo con esa suerte de proceso de «ajusticiamiento» en las cortes de la moralina, mi valoración de Neruda ha ido en franca y sostenida alza. Y no solo en el terreno artístico, estilístico, sino también en lo que tiene que ver con su faceta como, por así decirlo, animador cultural. Su llegada a este litoral marca un hito, incontrarrestable, y como todo esfuerzo pionero, fundacional, nos deja a todos los ahora habitantes del territorio con una tarea por enfrentar y tratar de sacar adelante.
–¿Me gustaría ahondar en diez libros que fueron esenciales en tu educación sentimental, te marcaron a fuego, te hicieron enamorarte de este camino sin camino del arte?
—Madame Bovary, Los Demonios, Trópico de Cáncer, Las Mil y una noches, El Decamerón, El Barón Rampante, Vidas imaginarias, Rojo y Negro, Padres e hijos, El Horla… Todos leídos más o menos entre los 15 y los 25.
–¿Cuál es a tu juicio el mayor error que puede cometer un escritor o artista en su trabajo?
—Estar demasiado pendiente de lo que sucede fuera del ámbito de lo artístico.
–Cómo ves el futuro del Litoral Central?
—Lo veo bien. Con más gente, pero bien.
–¿A qué le temes?
—A un verano demasiado caluroso.
–¿Qué poema, canción, frase, te acompaña de mantra esta temporada?
—Soy relativamente melómano. Habitualmente me acompañan músicas. Ahora último me ha seguido Scriabin y puntualmente uno de sus preludios –el 11 del op.11- que es una maravilla de un minuto y medio. También un temazo de Radio Futura, que tiene una letra fantástica, ”han caído los dos en la boca de un dios tenebroso / que sonríe mostrando sus dientes de acero”.
–¿El color que menos te agrada?
—El «color esperanza», por lejos.
–¿Un olor qué te encanta?
—Aunque suene cliché, el de la mayoría de los libros, las revistas, el material impreso.
–Cuáles son tus planes para el resto del 2022 –si podemos adelantar algo–, viene alguna muestra, exposición, algún nuevo libro, etc?
—Este año viene seguro la publicación de mi libro de investigación sobre las figuras de la cultura vinculadas con este litoral. Y la exposición que se debería venir –estoy en plenas tareas de gestión- sobre los cuadros que Valenzuela Llanos pintó durante su estadía algarrobina entre 1924 y 1925.
–Por último, ¿qué es lo que más te gusta de Algarrobo?
—Aparte de su belleza natural, que me permite trabajar en paz.
Acá algunos trabajos visuales de Pablo Salinas: