Por Ernesto González Barnert
De su último período consular, es esta fotografía donde se ve a Neruda apuntando al héroe patrio, contenida en el artículo «Con Neruda de 8 a 12 de la noche»de Mario Gómez López.
Desde marzo de 1971 hasta fines de 1972, se extendió su último período en el Servicio Exterior de Chile, en calidad de embajador del gobierno de Salvador Allende. En compañía de Matilde Urrutia. Cuenta Volodia Teitelboim: «Vuelve al viejo caserón con fantasmas e historias de suicidas donde funciona en París la Embajada de Chile. Esa construcción pesada y tétrica de La Motte-Picquet, próxima a Les Invalides, no rima con su personal sentido arquitectónico ni con su necesidad de luz. De inmediato se siente prisionero en una jaula oscura» (Teitelbom, Volodia. Neruda. Santiago: BAT, 1944. p. 455). Sus tareas fueron específicas: tenía que renegociar la deuda externa. Sin embargo, aquejado de cáncer le costó realizar su trabajo, públicamente Pablo hablaba de Gota. Jorge Edwards, quien compartía labores con el poeta en ese tiempo, señala: «En la mañana conversaba un rato conmigo y comentábamos los télex y la correspondencia. Dictaba un par de cosas y recibía en audiencia a dos o tres personas. Si se trataba de asuntos de la embajada, siempre me pedía que participara en la conversación. También hacía lo mismo, en la gran mayoría de los casos, cuando se trataba de conversaciones políticas. Hacia las doce de la mañana ya estaba enormemente fatigado. Solía asomarse a mi oficina, pegada a la suya, y decirme: “No aguanto más. Voy a salir a dar una vuelta”. “Ándate”, le decía yo, “no te preocupes”. O le decía: “Recuerda que tienes un almuerzo a tal hora”, pero no era persona, salvo en algunos de los peores momentos de su enfermedad, de olvidar sus compromisos» (Adiós, poeta. Barcelona: TusQuets Editores, 2000. p. 251). En este período comenzó a escribir Confieso que he vivido y continuó su libro Geografía infructuosa, iniciado entre Isla Negra y Valparaíso. En Francia recibió la noticia del Premio Nobel de Literatura. Viajó hasta Estocolmo para ser galardonado el 10 de diciembre de 1971. Parte del dinero lo destinó a la compra de una casa en Normandía. Volvió a Chile en enero de 1973 y ya estaba muy enfermo de cáncer a la próstata.
Sobre Arturo Prat, héroe naval de Iquique, no hay mayores referencias escritas, dado el fuerte americanismo y antiimperialismo del poeta. Por otra parte, el lado civil, espiritual y humano de Arturo no estaba como hoy tan marcado dándole mayor profundidad humana a la gesta del marino y abogado. Abrimos para terminar, en el mes del mar, mayo, acá en Chile, con uno de tantos poemas donde Pablo Neruda canta al mar… porque le enseña, y no sabe si aprende música o consciencia, ante su magnificente presencia.
EL MAR
Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.
Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.
Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.