A principios de junio del 2018, el barco Aquarius de la ONG SOS Mediterranée, recoge frente a las costas de Libia a 629 inmigrantes, de los cuales 123 eran menores de edad no acompañados, 11 niños pequeños y siete mujeres embarazadas. El barco de rescate, ante la negativa de ser recibidos por Italia y Malta, permaneció en el mediterráneo en una angustiosa deriva, con su frágil cargamento humano, constituyéndose en una pregunta abierta para las democracias europeas su compromiso con los acuerdos de Dublín, acerca del trato a los refugiados.
El artista Manuel Marchant R. reflexiona, en la manera de una carta, acerca de estos hechos, tomando como referente la obra “La balsa de La Medusa” del artista francés Theodore Gericault.
Camaradas les escribo desde un lejano y extraño país, un país que no tiene orillas para recibir a los náufragos, ni bordes desde los cuales admirar la naturaleza compasiva del ser humano, sin embargo, construyen hermosas torres de piedra en las que fraguan conspiraciones y traiciones indecibles, que se extienden como pavorosas nubes perdidas en un cielo que aún no logro definir. Recuerdo la Carta del Errante y ese inquietante párrafo “…se trata una vez más de la relación entre la poesía y la realidad…”. No deja de sorprenderme la correspondencia entre el imaginario del Arte, los porfiados hechos de la historia y la contingencia política y social.
Cómo en una ópera delirante se suceden los hechos, las situaciones y los acontecimientos parecieran adoptar los gestos y escenografías incorporadas en el imaginario colectivo, escenografías que corresponden al mundo real mediatizado e in mediatizado por las redes sociales y los medios de comunicación masivos, hoy ya no podemos quedar indiferentes, no podemos decir: No sabía… sin embargo inexplicablemente damos vuelta el rostro con el gesto amargo y despiadado del verdugo.
Lo que hoy me inquieta, es el caso de La Balsa de la Medusa, el magnífico lienzo de Theodore Gericault expuesto por primera vez en el Louvre en agosto de 1819, pintado hace 200 años atrás entre noviembre de 1818 y junio de 1819. Para hacerlo, durante esos 8 meses Theodore, entrevistó a los dos náufragos sobrevivientes, investigó en la morgue el color de los muertos, mandó a fabricar la balsa y prácticamente recreo la tragedia de La Medusa en su taller. Gericault estaba poseído por una capacidad de ver, interpretar y plasmar los signos de su época y es así como dedicó su sensibilidad e inteligencia a pintar una de las grandes tragedias del egoísmo humano y de la indiferencia de las estructuras de poder. Sin duda vivió en carne propia la atrocidad que quiso llevar al lienzo. Aún nos estremece ver la belleza y la tragedia presente en la gran obra del joven pintor.
El cuadro describe la tragedia de La Medusa, barco francés que, en 1816, navegaba hacia las costas de Senegal y que naufraga frente a las costas de Mauritania. La recientemente restaurada Monarquía Francesa, no fue capaz de reaccionar y asumir la responsabilidad y luego de al menos dos semanas a la deriva, de los aproximadamente 147 sobrevivientes solo fueron rescatados vivos 15. Quienes sobrevivieron al horror del hambre y el abandono. La tripulación ebria y negligente los abandonó a su suerte. Theodore establece con su lienzo una crítica que aún nos conmueve y nos sorprende. La imagen en su verdad y angustia significó una gran crisis política. Fue en su época un escándalo que Gericault de manera valiente y creativa inmortalizó en ese gran lienzo que nos señala que quizás…200 años después seguimos siendo los mismos.
Camaradas: ¿escuchan los lamentos de los migrantes en la cubierta del Aquarius, que errante en las aguas del Mediterráneo, hoy en junio del 2018, asombrosamente, nos recuerdan que, a pesar del tiempo transcurrido, no somos muy distintos a los contemporáneos de La Medusa?
LA BALSA DE LA MEDUSA
THEODORE GERICAULT (1791 – 1824)
Louvre, París, Francia
Óleo 419 X 717 cm
EL AQUARIUS A LA DERIVA EN EL MEDITERRANEO
200 años de la Tragedia de La Medusa
JUNIO 2018
Montaje Digital
Manuel Marchant