Por Ernesto González Barnert
Tuve la suerte de toparme recién estos días con este fascinante documental en la plataforma Netflix sobre la vida del gran pintor y escultor polaco Stanislav Szukalski, que busca desentrañar y subrayar –en sus altos y bajos–, una trayectoria marcada por el sino del genio y la locura, la maestría y megalomanía, a la luz de los acontecimientos más brutales y significativos de gran parte del siglo XX. A los pocos años de nacer en Burbank, el artista, emigra con sus padres a Chicago, en EEUU, por la primera Guerra Mundial. Tras formarse en Chicago, causar cierto revuelo como joven talento radical, abandonar la escuela de arte vuelve a Polonia en Europa a ser punta de lanza artística del movimiento político social nacionalista polaco. Durante los años 20 fue considerado “el mejor artista vivo”. Por desgracia, gran parte de su obra y legado de esos años se pierde al ser bombardeado por los Nazis su atelier en Varsovia. Teniendo que regresar a EEUU, con lo puesto. Y donde no logra mantener el éxito y la consideración favorable de los medios y especialistas que terminan olvidando y relegando a esta figura prometeica y fulgurante que tan bien entrelazaba las influencias de culturas como la eslava, azteca y eslava, combinadas con elementos del art nouveau, de las diversas corrientes del modernismo europeo de principios del siglo XX: cubismo, expresionismo, futurismo y arte precolombino. Y que incluso llamaron la atención de Hitler que quiso un retrato suyo, pero recibió una obra sardónica, que no le gustó al Fuhrer ni a sus camaradas, desechando al trasto, el trabajo pagado. Así termina llevando una vida alejada de los grandes circuitos artístico nacionales e internacionales, hasta que es redescubierto al final de sus años por la contracultura de Los Ángeles, en California, donde se vuelve a poner en valor su vida, legado y pensamiento… a partir de retazos, conversaciones, etc. Donde poco a poco se va reconstruyendo la vida de este Miguel Ángel Polaco… de fuerte personalidad europeísta, con sus prejuicios y lecturas de la vieja escuela de principios de Siglo XIX, además de su temple ególatra. Un documental que nace gracias a la cercanía del padre de Leonardo Di Caprio quien fue uno de los norteamericanos que redescubrieron a este tremendo artista y de las cintas caseras que un joven e incipiente coleccionista de arte local tuvo la inteligencia de realizar de mutuo propio sin tener muy claro si era una aventura loca o sensata dado lo poco que había sobrevivido de sus mejores años de trabajo artístico. Leonardo, el actor, que tuvo la suerte de conocer de niño este artista de acento polaco, ayuda a revalorizar una obra a todas luces brillante, más allá de los grises de su biografía y carácter, en el panorama de la cultura mundial. Además, es sumamente interesante su mirada de Isla de Pascua, como centro del mundo. Parte de sus cenizas, están ahora en la isla chilena.
