La Sebastiana es la casa que Pablo Neruda compró en obra gruesa, junto a sus amigos Francisco Velasco y Marie Martner, en la ciudad de Valparaíso, en 1959. Neruda le escribe a su amiga Sara Vial, poeta y periodista de Valparaíso, pidiéndole que buscara un lugar para instalarse allí:
Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movilización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?
La casa existía efectivamente. Había sido ideada y comenzada a construir por Sebastián Collado Mauri, un español avecindado en Valparaíso, que había nacido en Tamarit de Litera en 1879, y fallecido en Valparaíso en 1949, antes de concluir la edificación de la casa.
Aquella casa inconclusa permaneció durante 10 años sin que nadie se interesara en terminarla. Neruda bautizó la casa con el nombre de La Sebastiana, justamente en homenaje y recuerdo de Sebastián Collado. Este español construyó varias casas y edificios en las inmediaciones de La Sebastiana y fue propietario de una fábrica de baldosas, según cuenta la periodista y poeta Sara Vial, quien fue la que descubrió el lugar y llevó a Neruda para que viera la construcción inconclusa. Cuenta Sara Vial:
Al morir don Sebastián, los descendientes la heredaron desconcertados. Nadie quería llenar de pájaros el tercer piso. Las escaleras eran excesivas. Le faltaban cañerías, puertas, desagües, tablas en el piso. Al resolverse a venderla, el desconcierto fue mayor. Las familias con niños se paraban en seco al pie de los peldaños. ¡Qué casa tan disparatada, peligrosa, extravagante! Y allí se fue quedando a solas, cada vez más oscura, a través de los años, habitada por murciélagos, empapada por la lluvia y la niebla. Sin nombre ni destino.
Hasta que aparece Pablo Neruda, se enamora de la construcción, invita a sus amigos Francisco Velasco y Marie Martner a compartir la adquisición de la propiedad, que compran a María Antonieta Collado, una de las hijas de Sebastián Collado, en “cómodas cuotas mensuales”.
Dice al respecto Matilde Urrutia:
En esta casa de Valparaíso pusimos todo nuestro esmero, tenía que ser distinta a las otras. Recuerdo claramente el día que llegamos a esta casa. Estaba en obra gruesa. El dueño había hecho tres casas en ese mismo cerro, buscando la vista más hermosa; ahora, por fin, la había encontrado. Desgraciadamente, no pudo disfrutarla; murió, dejándola en obra gruesa. Estábamos fascinados, cuando subimos a su torre era como si hubiésemos estado suspendidos en el aire. Veíamos todo Valparaíso sin que nada estorbara nuestra visión. La familia Collado, que era la que vendía esta casa y tenía un recuerdo romántico de su padre, llegó a un acuerdo muy generoso con Pablo. Las cuotas que pagó eran como un arriendo. Unos amigos compraron los dos pisos de abajo, y Pablo los dos de arriba, muy pequeños; el último era una pajarera, ése fue nuestro dormitorio. De allí, Pablo veía entrar y salir los barcos. Era muy feliz en esta casa.