Noviembre 22, 2024

Entrevista al poeta Eduardo Bustamante: «Los premios no son importantes al escribir».

 

Por Ernesto González Barnert

 

—¿Cómo recibes la mención honorífica en el Premio Roberto Bolaño 2021?

—Recibo la mención muy contento, porque uno sabe que al final los premios no son lo importante al escribir, o debería saberlo para no «perder el norte», pero sí es verdad que ayudan. Dan visibilidad y reconfortan, es bonito sentirse reconocido. Insta a seguir escribiendo, en mi caso. A responder con escritura la confianza que le otorgan quienes eligen reconocerla. Hace años, cuando aún iba en la enseñanza media, recibí una mención en un concurso de esta Fundación [Pablo Neruda], fue el primer concurso literario en que participé de hecho, y fue un incentivo muy potente para perder el miedo a mostrar mi escritura, y para tomármela con más seriedad.

 

—¿De qué manera visualizas tu búsqueda poética?

—Mi búsqueda poética tiene cauces variados, pero podría enfocarme en tres líneas centrales que he tratado, y que de hecho se cruzan: lo que implican las relaciones afectivas en general, el cómo la tecnología incide en nuestra vida en la actualidad, y en la relación entre las personas y los animales. El amor de pareja y de padre – hijo aparece en esas tres líneas. Este año compartí un breve poemario de hecho, “Th”, que va, diciéndolo en pocas palabras, sobre amor. Amor de pareja. Es digital, está liberado para descarga gratuita.

 

 

—¿Puedes compartirnos 3 poemas de tu obra galardonada?

 

Mortal Kombat  II

 

Jax estrangula a Kitana

y con el otro brazo una sarta de golpes

 

la violencia policial desde siempre

viendo monstruos cuando se requiera

de civil, claro.

 

El grupito de la población y mis primos mayores jugando

en la casa del niño que tenía un almacén

y en un rincón mis manos apostando la vida

mediante un control desconectado

 

se suponía que la inexperiencia no me permitía

ingresar al territorio de lo real

a pesar de que miré atentamente y descubrí

los botones con los que el jhony liberaba los movimientos

 

lecciones de vida, simples pero certeras:

 

no sirve tener los controles sin la destreza y el conocimiento de saber pulsar

no sirve saber pulsar si no logras ver quién conecta o no los controles

no sirve perfeccionarse demasiado, los sistemas siempre cambian

 

luego las condicionantes se agravan

aparece Kintaro o Shao Khan para desbaratar cualquier estrategia

o el paso al 3D cambia por completo la dinámica de ataque

y ahí es necesario entender que el juego trata de otra cosa

una lucha entre egos o tardes que ahora, en la memoria, se fugan hacia rincones

blancos de luz muerta que nada útil puede iluminar

 

me tomé en serio aquellos desafíos, logré manejar las técnicas

y cuando volví con mi propio control todos habían crecido

 

alguno de mis primos jugó acaso un poco más en una ps2

por una suerte de selección natural oficiada por el capitalismo

 

el jhony, en tanto, tomó demasiado en serio su movimiento estrella

→ → + B

y apenas cumplidos los veinte mató a su pareja a golpes

 

 

 Space impact

 

Los ataques de fiebre

resguardan como marcas en una pared

la memoria de mi crecimiento.

 

Cada uno fue intenso

pero lejano de lo que supondría su sucesor

lo que es mucho decir

dadas las circunstancias del que las imágenes

de mi cabeza ofrecen como el primero:

 

tapado casi hasta la boca por el cubrecamas

que acompaña también mis primeras fotos desnudo

dejando solo el espacio suficiente

para sujetar la bombilla del kapo que tomaba sin conciencia

pensaba en ladrillos, estructuras gigantes, pixeles

monocromos que mediante avanzaban los minutos

acrecentaban el pánico de verme aplastado, minúsculo

bajo figuras ancestrales que conocí por la pantalla

del nokia 3310 que mi mamá me cedió.

 

Cuando llegó a la pieza con un plato

de sopa de fideos con huevo

no se enteró de mi temor, no entendía

los disparos imaginarios que quise esquivar

aferrándome a la toalla húmeda que vi en sus manos

 

yo alucinaba con aquellos extraterrestres

al final de cada nivel, indiscernibles

si se miraban demasiado cerca

 

me hería el espacio entre los dedos

con los bordes del envase al apretarlo

la fuerza como un intento de escapar

lo mismo la presión desaforada

al cerrar  los ojos.

 

Años después supe que esa parte de la mano

se llama membrana interdigital.

 

Creo entender por qué

pero mi intuición me lleva por otro camino

y pienso en mis manos

en la memoria digital que cargan;

cómo esta época

las formó y deformó

al ritmo de sus novedades.

 

Nunca fui muy bueno en ese juego

a pesar de que me esforzaba

los botones de goma lucían

las marcas de frustración de mis uñas.

 

 

La última vez que lo jugué

no pude avanzar demasiado

fue durante un día en que llevé

unos cuántos celulares antiguos a mi colegio

en mi casa había un par

y quise impresionar a mis amigos

pero los vieron los chicos que se sentaban detrás

uno en especial se ensañó con ellos

me arrepentí de mencionar su dureza

cuando lo vi intentar destruirlos  casi toda la clase.

 

Eso fue en los primeros días de marzo

de un octavo básico que me abrió al dolor

 

poco después golpeó a un profesor de inglés

que tuvo un ataque de pánico y dejó el colegio

él también se fue por supuesto

y fue la primera vez que escuché la palabra Sename

poco después vino la palabra suicidio

pero esa ya la había escuchado

y la tanteaba cuando llegaba por la tarde

a golpear mis cojines como él aquellos teléfonos

como sus amigos a veces mi rostro.

 

 

El nokia 3310 fue el único que logré esconder en mi parka

esa tarde no llegué a mi casa a dejar la impotencia en los cojines

me dispuse, concentradísimo

a dar lo mejor de mí en el juego.

 

Creo que llegué a la tercera pantalla

la nave desplazándose sobre un fondo vacío

que emulaba un paisaje desértico.

 

Toda la carga, todo el peso, convertidos

en la anulación de toda imagen; un disparo

inútil no por debilidad ante un gran enemigo

sino por su desvarío ante la extensión.

 

La última gran fiebre que sufrí

fue de algún modo similar

privado de enhebrar cualquier idea coherente

sostuve con fuerza la toalla húmeda

gritándole a mi madre lo que pensé

súplicas pero solo eran sonidos.

 

Supongo que no hay diferencia

ante ese panorama, en el que sentí

que de soltar aquella toalla moriría

perdido en aquel vasto horizonte

perlado de cuadrados granos de sal.

 

Dark World

 

Cuando vencí  a Aganhim, brujo cabeza de cerdo azul

y pensé que superaba así la aventura

para que de pronto la melodía principal del mapa cambiara

develando los extensos objetivos restantes

algo se marcó en mí;

una especie de enseñanza

una idea concreta y clara para mis pocos años

sobre qué esperar de las vueltas de la vida.

 

Las opciones, es cierto, son pocas.

Afrontar la inesperada y nueva pendiente

o forjar comodidad en ángulos difíciles.

 

Pero el precio de oír una nueva melodía

en un bucle irresistible quizá lo valga

 

eso es lo que sucede, el querido Koji Kondo

acompasando el sudor de mi piel

antes de entrar a una entrevista de trabajo

y, con los audífonos sonando,

valorar la audacia de Link.

 

 

 

Biografía

Eduardo Bustamante Fernández (1996, Puente Alto, Chile). Licenciado en Literatura con mención en escritura de guiones. Trabaja como librero. Publicó Th (2021, autoedición digital). Textos suyos aparecen en las antologías Mi canto no termina. 5 Años del Concurso Juvenil de Poesía Pablo Neruda (Fundación Neruda, 2018) y ARDE: Acción revolucionaria de escritorxs (Antiyó, 2020). Escribe regularmente en Japonistas Chile, La Juguera, Liberoamérica y Masticadores Sur, entre otros sitios. Algunos de sus dibujos han sido expuestos en galerías virtuales como Aquí no hay arte o Galería Serendipia. Ha recibido menciones y ha resultado finalista en algunos concursos literarios, y sus obras han aparecido en diversas revistas y sitios.

Página web: https://linktr.ee/Eduardo_Bustamante  /  @edustamantej (Instagram)

 

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