Noviembre 7, 2024

A 50 años del Premio Nobel: La presencia invisible

 

Darío Oses

 

En Estocolmo, donde fue a recibir el Premio Nobel de Literatura, en diciembre de 1971, Pablo Neruda además de su discurso de agradecimiento personal, pronunció otro a nombre de todos los premiados de ese año. Este último fue breve y en él enfatizó su pertenencia al colectivo humano.

 

En el primero comienza hablando en el plural que corresponde a la representación de los galardonados: “Venimos de muy lejos, de fuera o de adentro de nosotros mismos, de idiomas contrapuestos, de países que se aman. Aquí nos encontramos en este punto, en esta noche central del mundo (…) Venimos de la oscuridad de nuestros laboratorios a enfrentarnos con una luz que nos enceguece. Para nosotros, laureados, se trata de una alegría y de una agonía.”

Más adelante el poeta va a expandir ese sujeto colectivo en nombre del cual habla, hasta abarcar “a los olvidados de la tierra”, a los que califica como: “ más verdaderos que mi expresión, más altos que mis cordilleras, más anchos que el océano.”

Pero antes se remonta a sus propios orígenes:

“Vuelvo a las calles de mi infancia, al invierno del Sur de América, a los jardines de lilas de la Araucanía, a la primera María que tuve en mis brazos, al barro de las calles que no conocían el pavimento, a los indios enlutados que nos dejó la Conquista, a un país, a un continente oscuro que buscaba la luz. Y si esa luz se prolonga desde esta sala de fiesta  y  llega a través de la tierra a iluminar mi pasado, está iluminando también el futuro de nuestros pueblos americanos que defienden su derecho a la luz, a la dignidad, a la libertad y a la vida.”

Finalmente afirma su pertenencia “a la multitud humana” agregando  que se siente “rodeado por su presencia invisible.”

La idea del poeta como la voz del colectivo humano, estaba ya desde hacía mucho tiempo en su obra, y la reiteró en los dos discursos a los que hemos aludido.

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