Septiembre 22, 2024

Universidad Mapuche

 

 

Por Bernardo Reyes

 

Por lejos parece ser que la mejor ubicación que podría tener la Universidad Mapuche es en alguna loma cercana a Puerto Saavedra, desde donde se pudiera ver el mar y el lago Budi, el único salobre de Sudamérica.

Y el día en que ocurra esta fundación universitaria, seguro arribarán  los barcos turísticos y comerciales remontando por el río Imperial hasta Carahue: las rutas mapuche y poéticas, serán cosa corriente.

Será cosa que draguen la desembocadura del río Imperial, como se hace con miles de ríos en el mundo, salvo en Chile. Pese a que en Carahue (“la ciudad que fue” en mapudungún) Pedro de Valdivia pensó en establecer la capital de Chile en 1552.

En la Cordillera de Nahuelbuta, que nace casi aledaña a la desembocadura del río Imperial, rica en farallones y escarpadas, donde el océano azota sin piedad, podrían construirse miradores para observar pájaros nidificando y los ciclos de vida y muerte de los lobos marinos, pingüinos y ballenas, o estudiar los comportamientos de las corrientes marinas, las mareas y los vientos, con el fin de desarrollar proyectos para la generación de energías limpias.

La construcción tendría que disponer de ventanales que acogieran afectuosamente los atardeceres, los arreboles subrayados por albatros y barcos somnolientos.

Para el maremoto de 1960, el mar penetró por el llano arrastrando casas, modificando el curso de los ríos y afluentes, y pese a que seguramente perviven lodazales salinos, la vida ha retornado: los cisnes de cuello negro, los pidenes, los patos, las carpas, las truchas nietas de las que pescábamos con mi padre. Los bellos humedales repletos de murmullos.

Una segunda opción, que cautiva, es Lobería, ubicada a unos pocos kilómetros al norte de Puerto Saavedra.

Entre los dos cerros de Lobería se podría instalar un teleférico, y en uno de ellos, un observatorio astronómico.

Por cierto, la arquitectura no sería un tema menor en esta universidad: habría que convocar a especialistas de verdad, que comprendieran los conceptos arquitectónicos propios de la cultura y cosmovisión mapuche, tan tremendamente desconocidos.

La arquitectura mapuche no es centralmente la palabra, como alguien sostuvo. Hay que valorar estos conceptos por su vigencia constructiva, por su relación afectuosa con el medio donde se fundan los cimientos: las arquitecturas físicas deben tener ciclos de vida y de muerte, como los cuerpos que habitamos transitoriamente entre dos silencios.

Mucho de esto podemos verlo en culturas milenarias. El ensamblaje de maderas de palacios enteros en Asia; la revalorización de la arquitectura africana mediante el uso de materiales existentes en entornos específicos; el trato conceptual de los iglús, resignificados en los actuales domos, actualmente de moda, etc.

Ni la ancestral agrafía mapuche, ni su condición de ser recolectores y cazadores a la llegada de los conquistadores, en vez de briosos productores, son necesariamente sinónimo de retraso evolutivo: se trata simplemente de opciones de vida que adoptaron como norma de vida, una relación poética y armónica con el entorno, la que hoy es estudiada con atención por el “mundo desarrollado” que tiene que reconocer que son las culturas indígenas de América las únicas que no han tenido conflictos con el medio ambiente ni lo han depredado.

Una cultura compleja en su cosmovisión, en sus sistemas contables, que le permitieron por cientos de años sostener una relación comercial fluída con los españoles, hasta la debacle de la Guerra de Pacificación, no debe ser mirada en forma simplista.

El historiador José Bengoa, con cifras indesmentibles demostró que las relaciones comerciales de la nación mapuche con los conquistadores, era comparable con el de naciones europeas en esos mismos años. Habría que agregar que por siglos se mantuvo una guerra subterránea, a veces escaramuzas, quema de fuertes, y a veces territorios mapuche reconquistados y viceversa.

Retomando el tema de la universidad, que convoca a estas palabras: parece que los elementos esenciales a tomar en cuenta para esta construcción, son de partida el viento capaz de desgarrar banderas. En segundo lugar, la lluvia, que habría que dejarla cantar cuando quisiera: las clases deberían suspenderse, o debería ser obligatorio que los alumnos no pronunciasen palabra alguna, para en cambio escribir lo que se les viniera a la cabeza cuando lloviera, que en el sur es casi siempre.

Ciertamente el lenguaje de las olas, de la sal congelada en los nidos de los colibríes, son de suma importancia, tanto como la práctica del kollellaulin (artes marciales mapuche), además del palín o la natación.

Para los más hábiles habrían cursos de construcción de canoas para adentrarse en el mar, mas que nada para refrescar la memoria de cómo los antepasados atravesaron mares, miles de kilómetros, en navíos en los que majaderamente se ha sostenido que era imposible realizaran viajes atravesando océanos: los chinos llegaron muchísimo antes que los conquistadores españoles, quizás mucho antes que los vikingos, y que otros solitarios navegantes perdidos en la mitología de la imaginación o de restos arqueológicos en islas, como la Isla Mocha por ejemplo.

Las artes manuales, tejidos, pintura, escultura, la música, el canto, las ciencias y la magia, serían ramos obligatorios, en los que sin embargo no existiría calificación en notas, ¿o es que acaso no existe otra forma de evaluar a un ser humano que no sea compitiendo con otro?

Pienso que junto con esta universidad se debería inaugurar un tren pequeño, de trocha angosta, para comunicarse con el resto del país. Nada de desgastarse con carreteras: esta Universidad no tendría el gigantismo de otras universidades, pues lo que se necesitaría es básicamente un lugar donde establecer un punto de encuentro con el arte, la ciencia, la medicina ancestral mapuche.

Cuando niño conocí en la Estación Ferroviaria de Temuco un pequeño bus-tren y, en museos ferroviarios, como el de Chiloé, he visto trenes de trocha angosta, que parecen juguetes.

¿Dónde radica el problema de enangostar una vía ferroviaria que estuvo abandonada por décadas y que unía, por ejemplo, Temuco con Carahue?

¿Acaso no existen aún las ruinas de una tornamesa en Carahue, cuando los trenes ya se proyectaban hasta Puerto Saavedra? (¿Alguien recuerda el Tren de la Poesía que hicimos por diez años en esas vías pobladas de maleza?)

¿Cuál es el límite del sueño? ¿No es un sueño justo y amable pensar que la prepotencia de la usura deje de ser el motor que contamine con su arrogancia a esta tierra que nos acoge?

No veo muy difícil la conformación de un directorio. Hay que partir por quienes son el vínculo de lo inconsciente con lo consciente: las machis tendrían un lugar central en el respeto poético del ser con lo invisible que nos habla por su voz.

Los científicos y artistas mapuche, su visión en distintas disciplinas, tendrán que enseñarnos que lo sagrado no es una palabra vacía, ni el establecimiento de nueva iconografía religiosa, sino una actitud de afecto y de respeto por la inmensidad y la diversidad.

En fin, no comprendo mucho más de la cultura mapuche, salvo por las generosas palabras de mis amigos y amigas mapuche. Pero este ejercicio de pensar una universidad mapuche, en los territorios de la Nación Mapuche, me parece válido en estos días en que la pugna educativa sólo tiene centralmente relación con la gratuidad económica, que desde luego es una cuestión de importante segregación al acceso a la educación superior.

De los pocos comentarios que se conocen sobre la Universidad Mapuche, destaca el del 12 de julio de 1973, y fue Volodia Teitelboim el que dejó el testimonio del saludo de cumpleaños a Neruda en Isla Negra. En la ocasión estaban presentes dos prominentes miembros del Partido Comunista de Chile, Gladys Marín y el diputado y poeta mapuche Rosendo Huenumán.

Volodia, que además de describir el lamentable estado de salud de Neruda, dos meses antes de su muerte, describe la conversación que tuviera Neruda con Huenumán en torno a esta universidad.

Pedro Cayuqueo, el destacado escritor y periodista mapuche, añade otros antecedentes (25/07/2008, “Punto Final”), señalando que Huenumán sostuvo que la idea ya había sido planteada a Salvador Allende.

Después, el proyecto quedó olvidado por la tragedia de la dictadura, y hasta estos días por diversos gobiernos abocados a resolver “el problema mapuche”.

Vagamente, cada cierto tiempo se hace mención a esta magnífica idea de la creación de la Universidad Mapuche. Pero por estos días, en los escasos espacios que con cicatería los medios les otorgan a los intelectuales mapuche, destaca una frase, dicha en escasos segundos por Elisa Loncón Antileo, destacada investigadora, docente en la Univ. de Santiago, escritora y traductora, con un doctorado en letras, y un macizo currículo, en la actualidad Convencional Constituyente de Chile.

Ella, nuevamente pudo hablar en un canal de televisión la idea de la Universidad Mapuche, la misma idea sostenida el escritor Rosendo Huenumán y por Pablo Neruda.

La misma idea que hasta hoy no ha podido ser comprendida por los operadores del poder, cuyo único lenguaje conocido es la usura.

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