Septiembre 22, 2024

Joaquín Cifuentes Sepúlveda: El poeta presidiario

 

Por Darío Oses

 

Los amigos de juventud de Neruda fueron histriónicos, extravagantes, encantadores. Algunos tuvieron una muerte trágica, pero sus vidas fueron una fiesta. Joaquín Cifuentes Sepúlveda fue la excepción.

Cifuentes se involucró en un homicidio. La cárcel fue su marca trágica. También lo fue su muerte temprana. Vivió solo 30 años. Cuando encontró a la mujer de su vida se casó con ella pero murió poco después.

Neruda lo describe como: «un aparecido / que en plena fiesta estaba / escondido en lo oscuro»…

 

Poco antes de su muerte, en abril de 1973, Pablo Neruda escribió un mensaje para los estudiantes universitarios, donde recordaba el fervor de su juventud y la hermandad que lo unió a los poetas de ese tiempo. Entre ellos citaba en primer lugar a Joaquín Cifuentes Sepúlveda, el más misterioso e inquietante, el más malogrado y fatal de cuantos participaron en la bohemia nerudiana.

Cuando tenía solo 18 años fue condenado y encarcelado. Esto se ha atribuido a errores judiciales, se ha dicho que tuvo que pagar por un crimen que no cometió, que «tras un penoso proceso fue condenado equivocadamente». El académico Jaime González Colville afirma que la verdad es otra, y que tiene que ver «más con la agresividad que con la poesía».

Volodia Teitelboim, en su biografía de Neruda, se refiere a Cifuentes como «el que mató por amor». Lo hace en el capítulo «La crisis de la bohemia», en el que aborda el momento en que el joven Neruda, aun sintiendo cariño y admiración por compañeros de juerga como Rojas Giménez, Cifuentes y «Ratón agudo», se da cuenta de que no pude seguir la suerte de ellos y decide partir «hacia las islas», es decir a oriente.

 

El húsar de la muerte

Las versiones sobre el carácter de Joaquín Cifuentes no concilian para nada con el perfil de un homicida. González Colville lo describe como «tímido, de vida interior fecunda y creativa» y agrega que: «desde muy niño lee con verdadera delectación, abriéndose al mundo de la poesía« y que «La paz de las tardes campesinas le atrae y ensimisma».

En su poema «Locos amigos», de Memorial de Isla Negra, Neruda lo recuerda así:

Y luego como un aparecido / que en plena fiesta estaba / escondido en lo oscuro/ llegó Joaquín Cifuentes/ de sus prisiones: pálida apostura, / rostro de mando en la lluvia, / enmarcado en las líneas del cabello / sobre la frente abierta a los dolores: / no sabía reír mi amigo nuevo: / y en la ceniza de la noche cruel/ vi consumirse al Húsar de la muerte.

Cifuentes Sepúlveda se incorporó a la bohemia nerudiana cuando fue dejado en libertad, después de cuatro años de prisión. Pero es posible que Neruda lo hubiese conocido antes. El académico González Colville señala que en la revista Claridad de noviembre de 1920, Cifuentes publica su poema «Los Cantos Nuevos» (Labradores del Pan), fechado en Talca y escrito sin duda, en prisión. La revista llega a Temuco, donde el jóven Neruda estaba a cargo de su distribución, de manera que éste podría ser «el primer atisbo que tiene Neruda del poeta de San Clemente».

Luego cuando Neruda llega a Santiago, en marzo de 1921, ya «está en librerías la tercera obra de Cifuentes, Noches, hilvanada, como las anteriores, en la prisión»- agrega González Colville. Finalmente a ambos se les dedican consecutivamente sendos artículos, en la sección “Los nuevos”que daba a conocer a los poetas emergentes, en los números 11 y 12 de Claridad.

 

Antes de la cárcel

José Joaquín Cifuentes Sepúlveda nació el 15 de marzo de 1899, en San Clemente, cerca de Talca, en el camino a la cordillera. Su familia era propietaria de «La Exposición» una de esas tiendas provistas de todo que había en las provincias.

Ingresa como interno al Liceo de Hombres de Talca en 1911. Ahí cursa las humanidades. En 1916, en la revista Prisma, de ese establecimiento, publica su primer poema. Algunos de sus versos dicen:

 

…Aquí estoy, en silencio, con mis sueños / y mis voces rebeldes, meditando… / No hay rumor en las aguas ni en los vientos. / El paisaje también le está esperando.

 

Ese mismo año concluye su primer libro, que no alcanzó a publicar, porque en abril de 1917 ocurrió aquel suceso infausto que terminó con el poeta en la cárcel.

 

El doble homicidio

Sucedió en San Clemente, en la casa de Belisario Martínez, quien tenía tres hijas adolescentes, dos de las cuales habían sido y tal vez seguían siendo cortejadas por Joaquín y su hermano menor, Carlos.

Jaime González Colville, quien dispone de un muy buen archivo histórico de la región del Maule, construyó un relato bastante detallado de este acontecimiento. Advierte González que a don Belisario no le simpatizaban los hermanos Cifuentes, ni le gustaba la idea de tener como yerno a un poeta. Consideraba como un partido mucho mejor a Joaquín Ramírez Salcedo, hombre de buena posición económica y social.

Todo se fue conjugando como si un director invisible pusiera en escena la tragedia: en Santiago, Héctor Ramírez, recién titulado de odontólogo, partió a San Clemente aprovechando el feriado de Semana Santa, para visitar a su primo Joaquín Ramírez. Entretanto Cifuentes salía del Internado en Talca, para irse por el fin de semana a su casa en San Clemente.

González Colville refiere que «el sábado 16 de abril de 1917, después de cenar en el amplio comedor de la casona, ubicada en al camino a Vilches, los Ramírez deciden visitar a las hermanas Martínez». Se fueron a caballo hasta el domicilio de las jóvenes. Joaquín Ramírez era apreciado por la familia, así es que fue bien recibido, aun cuando los padres no estuvieran en casa.

Alguien ha de haber ido a comentarles a los hermanos Cifuentes lo animada que estaba aquella velada en casa de las Martínez. Carlos se sintió vejado y traicionado. Le pidió a su hermano Joaquín que lo acompañara a vengar esa afrenta. Joaquín vacila, pero finalmente accede.

El relato de González Colville sigue así:

En la tienda del padre se arman de cuchillos destinados a cortar las antiguas barras de jabón. Se dirigen, en la oscuridad, al hogar de los Martínez. Carlos Cifuentes derribó de un empellón una puerta falsa, ingresando violentamente al inmueble. Sin mediar palabra – si hemos de seguir los coincidentes relatos de la prensa – el primero de los hermanos asestó una sola y mortal puñalada en el pecho a Joaquín Ramírez, quien cayó sin vida. Joaquín Cifuentes hizo lo suyo con similar presteza alcanzando a Héctor Ramírez en un costado. Carlos, entretanto, desocupado ya de su primer crimen, volvía a rematar a la otra víctima.

Mientras los hermanos huyen, las Martínez, horrorizadas, acuden a la policía. El Comandante de turno constata el doble homicidio, que confirma el médico del pueblo.

«No hubo, entonces, error judicial ni sentencia injusta» – concluye González Colville y agrega:

El juicio en contra de los hermanos – sustanciado por el magistrado Salvador Ramírez en medio de la mayor espectacularidad – no tiene atenuantes. Se ordenó la reclusión de ambos en la cárcel de Talca, donde cumplirían la condena.

Como ya lo hemos dicho, la revista Claridad dedicó la sección «Los nuevos» de su número 11, del 10 de enero de 1921, a Joaquín Cifuentes. En la nota de presentación, Antonio Rocco del Campo, refiriéndose al doble homicidio anota:

La croniquilla roja de los diarios de Talca dio cuenta del hecho, a grandes caracteres (…) Y fueron engrillados y metidos a la cárcel de Talca, a la inmunda cárcel de Talca. Ante tribunales muy ilustres y sabiondos, Carlos declaró la desnuda veracidad del hecho. Y expresó que a su hermano no le incumbía mayor responsabilidad que la de un simple testigo. Pero, como siempre, los jueces abusaron y hasta tergiversaron conceptos y declaraciones, condenándolos a 30 años, después a 20, si no me equivoco, y posteriormente a 16 años de prisión.

El poeta maldito

En los meses siguientes al encarcelamiento el caso cayó en el olvido. González Colville anota que la prensa no volvió a mencionarlo en 1917 ni en 1918. Agrega que a fines de este año la imprenta Talca publicó el libro Esta es mi sangre. Algunos de sus poemas llegaron a Santiago donde empezó a conocerse a su autor. Entonces se produjo cierto interés por el caso del poeta encarcelado. El hecho decisivo fue una entrevista que el escritor ecuatoriano Rafael Coronel le hizo a Cifuentes Sepúlveda, tras las rejas, y que fue publicada en el diario Las Últimas Noticias del 8 de julio de 1919.

Esta entrevista produjo una ola solidaria y una especie de transfiguración simbólica de la figura del poeta que pasó a ser paradigma del perseguido. Escribe González Colville:

De la cárcel salen las cuartillas de las “Letanías del Dolor”, editadas en Talca, en la primavera de 1920. Su sólo título es una llaga ardiente. Los versos se han escrito entre los orines de barrotes y candados, en papeles que sus amigos (González Bastías, especialmente) le llevan clandestinamente. Salen rumbo a la libertad, llevando un poco del alma del poeta. Cifuentes se convierte en el símbolo de los poetas malditos.

En su artículo de Claridad Antonio Rocco del Campo anota que desde hacía un tiempo, el poeta Jorge González Bastías, venía impulsando la creación de un movimiento de intelectuales a favor de la libertad del «poeta presidiario». Talvez a eso alude la breve nota biográfica de Cifuentes, que se incluye en la antología Poetas del Maule, cuando dice:

«Gracias a la intervención de los intelectuales chilenos, encabezados por Pablo Neruda, la justicia accedió a revisar la causa, dejándolo en libertad».

En efecto, Neruda publica en el n° 16 de la revista Juventud, un poema en el que interpela a los poetas de Chile, para advertirles que Joaquín, «está muriendo en una cárcel»: «Compañeros,/ los jueces lo mantienen encerrado/ sin sol, / sin luz, / sin aire, / por un delito que no cometió…» ( El poema completo va al final de este artículo.)

Por su parte, Rocco del Campo había llamado la atención sobre las condiciones traumáticas en que vivía y escribía el poeta en prisión:

Recluído en la cárcel de Talca, entre el zumbido hostil de las horas, su vida actual es una maraña, un laberinto de sensaciones, inquietudes, presentimientos y alaridos que se ahogan en un sollozo mudo (…)
De sus poemas fluye la sabiduría triste del análisis interno, sus voces tienen sabor de pesimismo. (…) Posteriormente el poeta ha evolucionado hacia una tendencia libertaria,…

 

«Sea que la sentencia ya estuviese cumplida, o que la palabra nerudiana fuese heraldo de esperanza, lo cierto es que Cifuentes es liberado a fines de septiembre de 1921 por buena conducta —escribe González Colville—. La salida de prisión, sin embargo, trae oscuros temores de venganza. La familia Ramírez la forman hacendados y hombres de arrojo y decisión y han jurado tomar desquite. Su retorno a San Clemente es casi a escondidas».

Como le resulta muy difícil vivir en San Clemente, parte a Santiago donde pasa a formar parte de la bohemia poética de esos años. En la fiesta de la primavera de 1921 participa en el certamen del Canto a la Reina. Ese año Neruda lo gana con «La canción de la fiesta», en tanto Cifuentes obtiene la primera mención honrosa, con su «Fiesta de la Primavera».

En mayo de 1923, aparece su libro La Torre: poemas y letanías del dolor. Mientras Raúl Silva Castro declara apreciarlo «como la obra de un poeta que es ya dueño de los recursos que necesita dominar» Neruda destaca el acento rodante de su poesía: «Mi amigo, el silencioso Zoermir Arasiz, cree descubierta por el poeta una nueva y difícil forma: el «terceto rodante!!». Neruda insistirá en esta apreciación muchos años después. Cuando esculpió los nombres de sus amigos muertos en las vigas el bar de su casa de Isla Negra, puso en el madero destinado al poeta presidiario: «Joaquín Cifuentes Sepúlveda cuyos tercetos rodaban como piedras del río».

Ese mismo año Cifuentes vive por un tiempo en Concepción. Allí recibe y festeja a Neruda y a Rubén Azócar, quienes luego siguen hacia el sur, con destino final a Ancud, Chiloé, donde Azócar había sido nombrado profesor.

Al parecer hubo un distanciamiento entre los dos amigos, «sin ningún incidente» como dice Neruda en el extracto de una carta que transcribimos en el párrafo subsiguiente. En 1927 Neruda parte a Oriente, a hacerse cargo de un consulado en Rangún. Ya no volverá a ver a Joaquín, quien ese mismo año se va a vivir a San Rafael, donde conoce a una profesora argentina que será el último y el gran amor de su vida. Se casa con ella en febrero de 1929, en Buenos Aires, donde había tenido que trasladarse por problemas de salud. Muere en el mes siguiente, y sus restos son sepultados en San Rafael.

 

El recuerdo persistente

A lo largo de su vida, Neruda siempre recordó a Joaquín Cifuentes. Así por ejemplo, en octubre de 1929, en una de las cartas que escribe desde Ceilán a su amigo, el escritor argentino argentino Héctor Eandi, Neruda pregunta:

… ¿sabe usted algo de un chileno, un poeta, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, que recién se acaba de morir en Buenos Aires? Me dicen que se había casado allí, seguramente pensaba tranquilizarse, porque en verdad hizo una dolorosa, desventurada vida. Tristeza! Era el más generoso y el más irresponsable de los hombres, y una gran amistad nos unió y juntos nos dedicamos a cierta vida infernal. Luego, sin ningún incidente ni explicación, conscientes lentamente de nuestras diferencias, nos separamos por completo y, ahora lo veo, para siempre. Mi triste y buen compañero¡ ¿De qué habrá muerto, le pregunto? Cómo vivió sus últimos días, semanas meses? Sus trabajos,¿ dónde están?. Si Ud, tiene tiempo de sobra y también paciencia, cuánto voy a quedarle agradecido si me cuenta esa historia. Tal vez vaya a encontrar enemistad y denuesto para su memoria porque fue tan bueno como malo.

El 6 de enero de 1930 Enadi responde que no ha conseguido noticias sobre Joaquín, pero que seguirá indagando. A lo que Neruda a su vez replica el 27 de febrero:

Escribo casi nunca, sin embargo aquí van los únicos versos de este año, a la muerte de Cifuentes. Sí, no me diga nada sobre él, he sabido, y su terrible muerte me enfermó de veras. Para aliviarme en algo he escrito esta necrología.

Los versos a los que se refiere Neruda son el poema «Ausencia de Joaquín» que incluyó en su libro Residencia en la tierra 1.

En 1968, en un artículo publicado en la revista Ercilla, el poeta recordarba:

Cuando escribí en Ceilán, en 1928, “Ausencia de Joaquín”, por la muerte de mi compañero Joaquín Cifuentes Sepúlveda, y cuando más tarde escribí “Alberto Rojas Jiménez viene volando”, en Barcelona, en 1931, pensé que nadie más se me iba a morir. Pero mis elegías continuaron.
(Las fechas que da el poeta están erradas: el poema del que habla Neruda fue escrito en 1930, y Rojas Jiménez murió a fines de mayo o a comienzos de junio de 1934.)

En 1964, al conmemorar su cumpleaños 60 con una conferencia titulada «Algunas reflexiones improvisadas sobre mis trabajos», Neruda dijo:

Por aquellos tiempos había llegado a Santiago la poesía de un gran poeta uruguayo, Carlos Sabat Ercasty, poeta ahora injustamente olvidado. La persona que me habló y me comunicó un entusiasmo ferviente por la poesía de Sabat Ercasty fue mi gran amigo, el malogrado Joaquín Cifuentes Sepúlveda. Por este joven y generoso poeta que guardaba una admiración perpetua por sus compañeros y una falta de egoísmo casi suicida que lo llevó, tal vez por aminorarse, a la destrucción y a la muerte, conocí yo los poemas de Sabat Ercasty.

Como puede apreciarse, las descripciones que hace Neruda de su amigo Joaquín Cifuentes muestran el desconcierto que el personaje suscitaba. Neruda habla de él sirviéndose de parejas de términos encontrados: «fue tan bueno como malo», «falta de egoísmo casi suicida», «generoso e irresponsable». Por otra parte hay insistencia en términos negativos para aludir a su vida: dolorosa , desventurada, destrucción y muerte. Todo esto junto a los datos de su biografía, nos hace pensar que Cifuentes Sepúlveda fue algo así como el oscuro medio de contraste que destacó la exaltación y la euforia de la bohemia juvenil de su tiempo, y la señal del fin trágico de varios de sus integrantes.

Darío Oses

 

Bibliografía:

  • González Colville, Jaime, Joaquín Cifuentes Sepúlveda: poemas de vida y muerte, Cuadernos, Fundación Pablo Neruda, n° 56, año 2005 .
  • Neruda, Pablo, Confieso que he vivido. Memorias.
  • Neruda, Pablo y Eandi, Héctor, Correspondencia durante Residencia en la tierra.
  • Rocco del Campo, Antonio, Los Nuevos, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, en revista Claridad, n.º 11, Enero 10 de 1921
  • Teitelboim, Volodia, Neruda

 

Brevísima antología

 

De Joaquín Cifuentes Sepúlveda

 

EL MOMENTO ROJO DE CHILE

 

Me dices: “Ya no me escribes, ¿estás enfermo?”

No estoy enfermo, amada, pero si estoy muy triste,

una angustia tremenda me está mordiendo el alma

y la palabra mía ya no se oye en la noche.

 

Aquí, junto a esta piedra donde inclino la frente.

Miro mi vida inútil, tal un molino en ruinas.

Ya en sus aspas el viento no enreda sus caprichos.

Horizonte rasgado, ya mi vida no vuela:

esclava de la suerte se golpea en la roca,

cae rendida, rueda, no se levanta, muere.

¿No ves que ya no puede la pobre con sus gritos?

 

Como escribirte amada, si hay vergüenza en mi rostro,

si mis manos se crispan y el dolor me enrojece:

nuestra casa, la casa donde jugamos libres,

donde cantamos libres, donde libre te amaba

ya no está, como entonces, alegre ni está sola.

La han invadido extraños que me muestran los dientes.

 

Con cadenas de fuego me sujetan los brazos.

estoy solo, en la noche, ciego, estoy como herido.

pero la voz me salta como un chorro de espumas,

canta en mis sangraderas una canción de espanto.

 

Tú, como una esperanza blanca en mi tarde lenta,

así, pequeña y dulce, débil como un recuerdo:

tu mano como un bálsamo en mi frente, tus ojos

como un lago lustral donde estoy yo y el cielo.

 

Tiendo sobre la huella de los soldados

mi cuerpo, como un himno a la tierra nueva.

 

Tú, de rodillas, símbolo, cúbreme con tus alas,

que no vean la angustia de mi boca apretada,

la fiebre de mis sienes, la herida de mi rostro,

la nieve de mis sueños hollada por la infamia,

la llaga de mi espíritu derrotado y confuso…

 

Cuando muera, tú debes gritarle al extranjero:

¡he aquí al poeta en el momento rojo de Chile!

 

De Pablo Neruda

 

 

A los poetas de Chile

 

Joaquín Cifuentes Sepúlveda

(no es un verso este nombre por sí solo?)

está muriendo en una cárcel.

Ya va llegando al verso de su boca

la sangradora queja desgarrada

de desesperación y de agonía.

 

Poetas de mi tierra:

su mirada

debiera acariciar el campo pleno,

las raigambres fecundas de la vida

el sol, la luz, el aire.

Sus manos deben de tactar el claro

cuerpo de la mujer de sus cansancios,

su boca descubrir el ritmo vivo

de los varones libres de la tierra.

Sus manos deben exprimir el oro

maravilloso de las uvas blancas.

Debe oír en la tarde campesina

las astrales campanas del crepúsculo

cayendo sobre el mundo como muchos

corazones sonoros…

 

Compañeros,

los jueces lo mantienen encerrado

sin sol,

sin luz,

sin aire,

por un delito que no cometió.

Y aunque lo hubiera cometido. Era

un poeta. Decidles a los jueces

el aleteo de sus versos hondos,

la suavidad de sus penas antiguas,

mostradles el azul del cielo libre,

los paisajes enormes de la tierra

que los jueces no miran. Pobres almas

de estampilla de impuesto!

 

Y si no saben

todavía del cielo ni del verso,

incendiadles sus casas,

robadles sus mujeres,

y que la dinamita milagrosa

fecunde las entrañas de la tierra,

revienten las murallas de la cárcel!

Que los mismos gusanos que comieron

la carne de Domingo Gómez Rojas

vayan comiendo carne de juzgado!

Si no hay jueces poetas que lo libren

haced que los poetas sean jueces!

Y Dios, sobre nosotros,

echará una mirada agradecida…

 

 

 

Ausencia de Joaquín

 

Desde ahora, como una partida verificada lejos,

en funerales estaciones de humo o solitarios malecones,

desde ahora lo veo precipitándose en su muerte,

y detrás de él siento cerrarse los días del tiempo.

 

Desde ahora, bruscamente, siento que parte,

precipitándose en las aguas, en ciertas aguas, en cierto

océano,

y luego, al golpe suyo, gotas se levantan, y un ruido,

un determinado, sordo ruido siento producirse,

un golpe de agua azotada por su peso,

y de alguna parte, de alguna parte siento que saltan y

salpican estas aguas,

sobre mí salpican estas aguas, y viven como ácidos.

Su costumbre de sueños y desmedidas noches,

su alma desobediente, su preparada palidez,

duermen con él por último, y él duerme,

porque al mar de los muertos su pasión desplómase,

violentamente hundiéndose, fríamente asociándose.

 

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