La revuelta popular develó las contradicciones internas y más soterradas de nuestra sociedad. Las hizo visibles, las expuso. Volviendo explícito lo implícito. La revuelta de Octubre pasado no fue, sin embargo, como señalan ciertos intelectuales de salón (Peña, Tironi), el resultado de una “frustración de expectativas”. El economicismo que se deriva de estos análisis exprés es creer que la rabia se produce por una especie de meritocracia truncada o fallida, reduciendo la revuelta popular a una especie de demanda de consumidores -¿por qué no conseguí el plasma que tanto quería?-.
A nivel de la ciencia y la cultura, la revuelta ayudó a visibilizar la cara hipócrita y hostil de nuestras autoridades, tan desinteresadas por estos temas, habitualmente. Así, el en ese entonces recién asumido Ministro de Ciencia, se excusaba en la revuelta, señalando que producto de esta era “necesario priorizar otras cuestiones en el presupuesto fiscal”. Poco decía el Ministro de las violaciones de DDHH. Poniendo una vez más en entredicho la distancia entre lo que se dice y lo que se hace. Lo que se dice, en rigor, es que la Ciencia es un asunto que a todos nos convoca y que la política nacional debe encauzarse por esta. Por el lado contrario, lo que surgió de las manifestaciones fue una especie de respuesta espontánea, con investigadores haciendo análisis sobre la composición química de los elementos represivos de Carabineros. Poco dijo en esa ocasión el flamante Ministro.
Pues bien, lo que ha ocurrido posteriormente es la continuidad del discurso, excusándose ahora en la pandemia. Esta estrategia no es solo local y también fue levantada por otros gobiernos que han recortado programas sociales, investigación e inversión en educación “producto de la priorización de gastos que exige la pandemia”. Ocurrió en Ecuador, en Brasil, en Uruguay y también en Chile. Precarizando nuestro sistema público de especialización a partir de la excusa de “la pandemia nos obligó a hacerlo”. Qué más se puede esperar. Un gobierno que piensa que el virus actúa como persona, debe también estar tomándose en serio las capacidades cognitivas del virus y su conocimiento en materia presupuestaria.
Así, el gobierno en 2020 ha recortado, por ejemplo, el programa Becas Chile, ha disminuido los beneficios de becarios nacionales y ha dejado a muchos becarios internacionales a la deriva y a la espera de la mantención de sus becas. Nuestro desafío generacional es desmontar las bases operacionales del modelo neoliberal que vivimos y sacar de la normalización a las políticas de austeridad como respuesta a las crisis.
Pero sobre este punto no podemos confundirnos. Cualquier perjuicio a la educación es una afrenta contra la cual debemos oponernos. Sobre este punto, es preciso recordar que Cultura y Ciencias suelen ser items postergados en los presupuestos anuales, en las decisiones políticas y en las prioridades de nuestros gobiernos, tan consumidos por el sueño neoliberal de la inversión en empréstitos y en más carros lanzagases. Recordemos que, al igual que en Ciencias, en Cultura muchos trabajadores han quedado a la deriva producto de la disminución de fondos, la falta de condiciones de trabajo estables y los recortes anuales. Recordemos que según el “Catastro de estado de los agentes culturales y artísticos /Covid-19”, realizado recientemnte por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio “la gran mayoría de los participantes de la consulta son trabajadores (as) independientes (85,1%), frente a un 10,7% de ellos que declaran trabajar bajo un contrato”.
Frente a ello, como izquierda, no podemos seguir pensando que la elitización se resuelve con una mayor fragmentación y precarización de estas realidades o respondiendo de manera pasiva cuando ello ocurre. La elitización de la ciencia y las culturas nacionales deben enfrentarse desde su defensa, ampliación y democratización, pero jamás desde la justificación de sus recortes. El arte no le pertenece a la élite y la ciencia no es privativa de los sectores acomodados –pese a que el neoliberalismo ha tendido a volver más aristocráticos estos campos- y es nuestro compromiso luchar para que ese estado de cosas cambie, en un continente tan desigual como el que –aún- tenemos.