Noviembre 23, 2024

“Me gusta mantener el control de los materiales” Entrevista a César Cabello

 

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Conversamos con el poeta César Cabello (Santiago, 1976). Reciente ganador del Premio Internacional Nueva York Poetry Press de Poesía 2020. El poeta –curtido en La Frontera y unido a ella profundamente desde sus raíces y escritura–, Ha publicado Las edades del laberinto (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2008), Industrias CHILE S.A. (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2011), El País Nocturno y Enemigo (Santiago, Piedra de Sol Ediciones, 2013), Lumpen (Santiago, Tacto Editorial, 2016), Nometulafken, al otro lado del mar (Santiago, Lom Ediciones, 2017). Ha sido incluido en las antologías La memoria iluminada. Poesía mapuche contemporánea (Málaga, Cedma, 2008); Los cantos ocultos. Antología de la poesía indígena latinoamericana (Santiago, Lom, 2009); Memoria poética. Reescrituras de La Araucana (Santiago, Cuarto Propio, 2010); Escribir en la muralla. Poesía política mapuche (Buenos Aires, DLG Ediciones, 2011). En 2006 obtuvo el Premio Eduardo Anguita. En 2007, 2012, 2016 y 2019, recibió la Beca de Creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. En 2010 y 2012 se le concedió el Premio Mejores Obras Literarias de Autores Nacionales, por los libros Industrias CHILE S.A. y El País Nocturno y Enemigo.

 

 

Decías, a propósito de este último premio a tu obra, que los premios son accidentes y que, si te descuidas, te hacen caer en la trampa. ¿Te pasó eso alguna vez?

 

Supongo que la primera sensación al recibir un premio o cualquier otro tipo de reconocimiento es la del vértigo. En ese estado, la pérdida de los sentidos y del equilibrio te conducen a una suerte de abismo que te sumerge en una falsa idea de completitud e inmensidad que no son más que las fauces siempre atentas de lo real. Me pasó más de alguna vez y no sólo con un premio de poesía, con consecuencias negativas tanto para mí como para los que estaban a mi lado en ese momento. Por eso ahora me tomo las cosas de otra manera, no en vano existe la experiencia.

 

 

Escribes de forma seria desde hace 22 años, los mismos que pasaste en La Frontera, donde también estudiaste periodismo. ¿Cuál es tu visión del Wallmapu? ¿A qué te refieres cuando dices trabajar seriamente en poesía? ¿Extrañas o deseas volver, ya radicado en Santiago hace más de una década, a Temuco?

 

La anexión del Wallmapu a territorio chileno, por la vía de las armas, que también responde a lógicas extractivistas y meramente económicas, sin respeto por la naturaleza, por las tradiciones y por las creencias de las comunidades pertenecientes al pueblo mapuche que allí habitan y que hacen de ese espacio un lugar de sentido, ha demostrado ser una pésima (y hasta miserable) política estatal. Incluso el proyecto colonizador propuesto a través de la Ley de inmigración selectiva, en el siglo XIX, con el que se pretendió atraer a profesionales y a artesanos, principalmente alemanes al sur del país, que contribuyeran a la modernización de la zona, justificado hasta por una matriz biológica como lo fue «el mejoramiento de la raza», probó su inutilidad y fracaso en La Araucanía, donde suizos que se hacían pasar por alemanes, transformaron el espacio en uno de abuso y violencia del que vemos sus consecuencias hasta el día de hoy.

 

En cuanto a lo que me preguntas sobre trabajar seriamente en poesía, significa de una forma muy simple: trabajar quizás, en un sentido marxista en este oficio, reconociendo su finalidad transformadora del hombre y de la sociedad. En este sentido, el papel emancipador de la poesía se vuelve sumamente importante frente a la indiferencia y a la alienación económica, entre otras formas de hegemonía del capital, que absorve las distintas dimensiones de nuestra existencia, puesto que no sólo alberga un principio de resistencia al aparateje discursivo y simbólico del poder, sino que se vuelve liberadora para quien la escribe o la lee.

 

En este entramado de símbolos y lenguajes también cabe la memoria y la estética, componentes, a mi juicio, importantes en un texto literario que, a partir de tu tercera pregunta, se engarzan con una idea de restitución utópica que es la forma de la que podría hablar de La Araucanía, primero por el relato de mis ancestros, que son de allá y que tuvieron que emigrar en busca de un mejor futuro, y segundo, por mi experiencia habitando en la región de la que también tuve que irme por las mismas razones. Entonces, si me preguntas si volvería, pues claro que sí, aunque por ahora lo hago en la dimensión que te señalo, que es la que finalmente suple la distancia y el desarraigo.

 

 

¿Qué buscas como poeta o qué esperas que tus lectores encuentren en tu obra?

 

Busco tener una obra que sea coherente con mi experiencia, con los temas y con el lenguaje que escogí para representarla, el que dependiendo el libro que quiera escribir puede ser simbólico, críptico, documental y, también, lírico. Esto último en el entendido de la poesía como canto y en el poema como un objeto armónico en cada una de sus partes. De alguna forma me gusta mantener el control de los materiales. En otras palabras, que se note una conciencia de la elaboración y la busqueda de hablantes que excedan la mera expresión del yo. En el ámbito de la poesía creo en la biografía literaria, no así en la literal. Ahora bien, si esto no lo logro, al menos aspiro a tener uno o dos epígonos que me imiten en el buen vestir y en mi forma de jugar al trompo.

 

 

¿Cómo es tu relación con la obra nerudiana?

 

Es similar a la que tengo con la mayoría de la poesía que leo: la escucho, la aprehendo, no la obedezco. Lo digo porque obedecer viene de oír, de un acto que no es voluntario, ni que predispone los sentidos. Al más sensorial de los poetas, lo escucho, en silencio y de cerca, como se escucha a la tierra y al hombre.

 

 

Tienes 44 años, varios libros, premios nacionales y ahora un Premio Internacional de poesía ¿Qué crees que tienes ahora que salir a buscar como poeta a propósito de la línea escatológica, de búsqueda de la trascendencia y muerte que domina este último periodo en tu obra?

 

Eso que señalas sobre la escatología es un quiebre en mi trabajo. Es la adscripción a un tema que sobrepasa la dimensión del hablante desarraigado desde la que he construido la mayor parte de mis libros. Mi búsqueda en ese sentido la he establecido ayudado por el trabajo de Sergio Pizarro, poeta e investigador de la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, quien es el que define y estudia esta línea, estableciendo relaciones a partir de la muerte y del lenguaje en la obra de distitintos poetas chilenos, que se enmarcan tanto en el ámbito de la desacralización y ruptura con sus propias poéticas o con las de sus antecesores como con las diferentes cosmovisiones religiosas a las que adscriben, por explicarlo de un modo general.

 

Ahora bien, esta relación inversa, del poeta interesado en el estudio del investigador académico, me ha incentivado también a establecer mis propias relaciones de consanguinidad con el tema y con ciertos poetas, no desde el ámbito de la investigación científica, que no es lo mío, sino desde la poesía. Un primer avance en este camino se desprende del libro Nometulafken, al otro lado del mar, cuyas páginas prefiguran el diseño del espacio o del mundo mortuorio mapuche, a partir de ejemplos como La epopeya de Gilgamesh, el Libro tibetano de los muertos, el descenso de Ulises al inframundo, el viaje de Dante al infierno y otros textos tradicionales. Asimismo, desde el caso chileno, más que el interés por la ruptura que muestra Sergio, lo que a mí me mueve es el diálogo interno o la continuidad, si se quiere, entre los propios poetas, por ejemplo la relación de un poema como Enfermedades en mi casa, de Neruda, con Diario de Muerte, de Enrique Lihn, y Veneno del Escorpión Azul, de Gonzalo Millán; o la obra de Mahfus Massis con el libro de temática mapuche que te señalo; o la misma relación de Zurita con ese Neruda de Residencia en la Tierra que ve todo muerto.

 

 

¿Cómo ves la poesía mapuche en la actualidad? O ¿El panorama general en el ambiente nacional?

 

Desconozco el panorama general de la de poesía chilena, puesto que esta pareciera resolverse en sólo dos regiones, Santiago y Valparaíso, pero sí podría referirme en parte a la poesía mapuche, la que vuelve a destacar producto del Premio Nacional de Literatura a Elicura Chihuailaf.

 

Dando por descontado que la sola etiqueta de «poesía mapuche» es difusa, debido a la variedad de voces y registros que esta alberga, me parece que aquella que se define a partir de los esencialismos identitarios está cedidendo frente a la hibridez y a la consabida «condición urbana» que permite que se instale en un campo propio y a la vez compartido, como se infiere de tu pregunta. Ese rol discursivo, de lucha, que tomó en lo que puede considerarse el inicio del panorama actual de la poesía mapuche, a principios de los 90, hoy parece del todo instalado en una discursividad más amplia, que se ha dado su espacio y, a partir de esto, ahora se diversifica y se asume más en una textualidad que transgrede sus propios límites.

 

 

¿Qué libros te han marcado como poeta?

 

Son varios, pero podría señalar algunos que estoy releyendo ahora: Poemas completos de Dylan Thomas, Formas de la ausencia de Yannis Ritsos y Poemas del viejo, de Eugen Dorcescu.

 

 

¿Tres grandes libros que nunca terminaste de leer?

 

El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, de Fernand Braudel; El diván de la poesía árabe, oriental y andalusí, de Mahmud Sobh y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

 

 

¿Con qué poetas contemporáneos, sean vivos o muertos, te sientes afín?

 

Creo que eso se desprende de las respuestas que aparecen en esta entrevista, así como de mis gustos y opciones contenidas en las mismas.

¿Cuál es el compromiso del poeta hoy que es tironeado por la cuestión social no sin necesidad y urgencia?

 

El poeta no existe. Los poetas, sí, cada uno con sus propios compromisos y distancias. Ficcionando un poco y/o respondiendo desde una abstracción que se ajuste a tu pregunta pienso que, de haber un compromiso, debe ser –hasta el final– con el hablante lírico o, al menos, con el poema, con la urgencia que a ti te reclame el contexto social o el estado del mundo, en función de tu pensamiento. No me refiero con esto a no tener otro tipo de participación o voz opinante fuera del oficio, por supuesto, pero, en tanto poeta, el soporte del discurso está claro.

 

¿Cuál es tu mayor miedo como escritor?

 

Escribir con y por obligación.

 

 

¿Nos podrías compartir un poema a modo de coda?

 

 

 

Babel

 

 

Morí por el ataque de un águila.

Los cuervos enseñaron a mis padres qué hacer conmigo.

Los vistieron de luto hasta el fracaso de sus planes.

Abandonaron la ciudad a causa de la idolatría

por su hijo predilecto.

 

No sin locura, dijeron que mi cruz

fue fabricada con madera del árbol del Paraíso,

que multipliqué los panes, los peces,

las plagas, los amigos.

 

Mi madre creó el llanto; mi padre el dolor;

yo, las bocas hambrientas de deseo.

 

Hasta que vinieron otros que lloraron distinto.

Se lamentaban a su modo.

 

Fue entonces cuando la luz

entró en las grietas y en los rincones.

Tomó la forma del cáliz,

de la joya de la prostituta,

del cisne muerto.

 

El lugar del combatiente

olvidado en las trincheras.

 

El sufrimiento fue patrimonio personal e intransferible.

Hubo dolientes como naciones en el mundo.

 

Se necesitaron emisarios, institutrices,

agentes del espíritu que recorrieran el país

del aire al cuerpo,

del cuerpo al tiempo,

del tiempo a la ceniza.

 

Cada niño, al nacer,

era envuelto en una bandera blanca.

Su piel era la única frontera;

su lengua, el primer exilio.

 

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