Noviembre 21, 2024

“Sólo los tontos se apuran” Entrevista a Juan José Podestá

 

Por Ernesto González Barnert

 

Juan José Podestá Barnao (Tocopilla, 1979). Es escritor, periodista y magíster en literatura latinoamericana. Ha publicado Novela negra (Poesía, Cinosargo 2010), El tema es complicado (Cuentos, Narrativa Punto Aparte 20139), Playa Panteón (Cuentos, Narrativa Punto Aparte 2016) y Derechos de propiedad (Poesía, Editorial Aparte 2020). Ha participado en diversos festivales y encuentros literarios, tanto en Chile como en el extranjero: México, Bolivia y Perú. Su trabajo ha sido antologado, entre otras, en Tea Party (Poesía, Cinosargo 2012), Nunca salí del horroroso (Cuentos, Cinosargo 2013), Ciudad Fritanga (Crónicas, Bifurcaciones 2014) y Atópicos (Cuentos, Cinosargo 2019). Está reseñado en el Catálogo de Autores Regionales 2020, texto publicado por el Ministerio de las Culturas, Artes y Patrimonio de Chile.

 

Nos acercamos a este poeta que reside en Iquique, para conversar de su último trabajo, un volumen de poemas notables, cuya premisa es traer a colación la impronta brutal del lenguaje financiero, mercantil, económico, a la propia vida(s), en tono menor, del Chile y su democracia en la medianía de lo posible al estallido. Un libro crudo y brutal enrevesado a las pequeñas historias y emociones, pero escrito con el oficio y naturalidad que caracteriza la obra de Juan José Podestá, un autor que sin perder de vista el bosque, reconoce y delinea con maestría cada árbol dentro de él –pero claro mi metáfora es torpe porque el telón de fondo es un paisaje claramente desértico–. Una escritura siempre sensible, siempre perita que se hace cargo de las obsesiones del tocopillano, nuestro statu quo.

 

 

–¿En el amor nada escapa de la economía?

 

-Quisiera creer que sí hay formas de escape; mi intuición señala que no.

 

 

–¿Cómo ves tu trayectoria escritural, a saltos entre poesía y narrativa, hay un hilo conductual o buscas desenmarcarte de lo hecho con anterioridad con cada libro?

 

 

-Francamente Ernesto, cada libro mío nace de pulsaciones muy íntimas, de certezas que un día afloran, cual epifanías, y que voy trabajando lentamente. En el momento de la escritura se filtran mis paisajes, mis puntos cardinales sentimentales y geográficos, mis deseos y obsesiones, y ellos sí se repiten en todo mi trabajo. En el montaje final, trato que queden muchas de esas primeras marcas escriturales, de esas señas que unen finalmente todos mis textos, probablemente para subrayar la impresión de una marca continua, pero tampoco hay nada muy premeditado.

Sobre lo mismo, no pienso en desmarcarme ni en seguir una línea, hilo conductual como tú bien le llamas, sino proseguir en temas, obsesiones.

Ahora bien, parece que en mi dimensión narrativa dejo entrever marcas bien claras: lo policial, el norte como espacio simbólico y físico de la violencia y lo político. En mis trabajos poéticos todo es más difuso, y prefiero no explorar tanto. En la poesía radica una cosa –le llamare así, cosa– para mí inexplorada y conmovedora, y con eso basta.

Por último, señalar que cada vez estoy más convencido que la ESCRITURA, así, con mayúscula, es el genero.

 

 

–Sé que llevas tiempo trabajando este libro ¿Cómo fue el proceso escritural para capitular finalmente esta genial intuición de trabajo que aúna todo bajo el imperio de la economía?

Creo que era uno de los grandes temas ausentes en la literatura nacional, una lectura a rajatabla, sardónica, desde esa jerga, manera de entender el mundo.

 

-Si, efectivamente, llevo harto tiempo dándole al tema, hasta que el libro se publicó. Como más arriba señalé, todo inició con ciertas impresiones que fueron tomando lugar en cabeza, determinadas intuiciones que me acometieron sin previo aviso y por un montón de motivos, a la maleta como diríamos vulgarmente. Y en ese punto empieza a desarrollarse todo un trabajo mental cruzado ya de frentón por búsquedas vinculadas a esas primeras impresiones: investigas filmes que confirmen esas sospechas, lees cosas que crees van por la línea de aquello que ya crees tener entre manos, y elaboras finalmente un discurso que desemboca en el papel.

El dinero, y la falta de él, ha tenido sus momentos en la literatura nacional. El socio, de Jenaro Prieto, El roto, de Edwards. En Manuel Rojas, por ejemplo, hay un tema importante con el trabajo, con el modo de producción, abrumador. Siempre está insistiendo en cómo el modelo deja a algunos por afuera y a otros por dentro del modelo, y exhibe los resortes podridos del sistema como sólo lo puede hacer él. La misma María Luisa Bombal teje sus escenarios literarios evidenciándonos cómo la clase alta –por llamarla de alguna manera ya completamente insuficiente- vive una existencia angustiante, presa de un modelo asfixiante que genera ruina mental, enfermedad, y que lleva al descalabro vital. Ella misma fue un triste ejemplo de lo que digo. Trágicamente reflejó en su vida lo que narraba en sus notables novelas.

Ahora bien, en poesía podríamos nombrar a Enrique Lihn como un sutil y a la vez brutal crítico del sistema capitalista. Siempre nos está machacando el oprobio del que somos víctimas al vivir en un modelo que nos quita hasta el lenguaje. Su descreimiento con el lenguaje, finalmente viene dado por el desprecio al sistema político y económico. De ahí que siempre hable en muchos textos ensayísticos de la “cháchara” o de lo vacuo del discurso de los funcionarios. Lihn no es sólo el poeta de la sospecha de la palabra, sino también, y por ello mismo, el gran poeta político que tenemos, el tábano en el oído y el cuerpo del sistema.

 

 

 

–¿Crees que es el dinero el gran dios al que todo adoran y nadie nombra?

 

-Me temo que sí, pero hay niveles. Pienso más bien que estamos cruzados y colonizados en gran parte por lo bursátil, lo transaccional, y en ese sentido estamos dentro de un modelo que se recrea cada vez que llega a sus límites, y por tanto siempre nos subsume. Por cierto, esto nada tiene que ver con que vivamos experiencias hermosas, nos enamoremos y no quepamos de felicidad. Son experiencias que rompen la linealidad del modelo neoliberal, que van a contrapelo, aunque finalmente acaben colonizadas por lo económico. Sin embargo, la vida sigue y siempre hay puntos de fuga, y la gracia de la vida es en ir a por ellos.

 

 

–¿dónde encontraste compañeros de juego, intelectuales, en esta búsqueda o ampliación de nuestra mirada acerca de economía y negocios?

 

-Qué buena pregunta. Mira, tú eres un cinéfilo de primera, así que te cuento que vi “El color del dinero”, de Scorsese, un film lateral en su filmografía pero que los seguidores vemos como un punto capital en su obra. Hay una película en netflix que se llama “Diamante en bruto”, con Adam Sandler y dirigida por Benny y Josh Safdie, que es un genial relato sobre la circulación del capital, y del grado de absurdo que tiene finalmente la lógica neoliberal, que acaba matándonos justo por su falta de lógica, o lógica perversa. Leí crónicas de Edwards Bello, al que siempre le gusta ostentar sutilmente las ventajas económicas de su conspicua prole. Vi en la misma plataforma de streaming “Dinero sucio”, Steven Soderbergh, con Gary Oldman y Antonio Banderas: una hilarante y brillante metáfora de la volatibilidad del circulante, de la absoluta demencia –pero que se viste de orden y oportunidad- del capitalismo. Desempolvé viejos textos de Marx de mis años de estudiante de sociología –aguanté dos años- como “El trabajo enajenado” y los “Manuscritos económicos filosóficos de 1848”. Vi las noticias, leí a Paul Auster de nuevo, que está obsesionado con la plata, y muchas películas de robos de bancos. Miré con mucha atención documentales sobre Trump: puedes creer que hay multimillonarios que nunca han conocido el dinero, nunca han tocado un dólar. Toda su vida se mueve en el capital financiero, que es volátil y de alguna forma inexistente. Viven un simulacro de vida, que nada, pero nada tiene que ver con una normal. Es una perogrullada, pero es cierta y atendible. Ese alejamiento de la vida por medio de una especie de avatar bursátil me interesaba para la escritura de mi libro. Escuché mucho bossa nova también.

 

 

 

–¿Qué es lo único que no es un negocio?

 

-Ese breve instante que todos hemos experimentado: cuando miras por primera vez a la persona que sabes es aquella con la que tratarás de capear los embates del sistema. Dura poco, pero suficiente para saber que no todo está perdido.

 

 

 

–¿Qué significa escribir para ti?

 

-Saberme vivo.

 

 

 

–¿Cómo ves la escena escritural en el norte, existe algo así, o solo son escritores aislados, cada uno machacando su propio fantasma?

 

 

-Somos un lote bien diferenciado- algunos muy amigos- pero cuando tenemos que ir a por algo que nos interesa, vamos juntos y alegres, cantando antiguas canciones punks o riéndonos por cualquier tontera. Jonathan Guillén, Roberto Bustamante, Juan Malebrán, Rolando Martínez, Daniel Rojas Pachas, Markos Quisbert, Mauro Gatica y Tito Manfred (que ya no vive por estos pagos) y otros que se me quedan en el tintero son parte de una escena fragmentada pero que tiene puntos de articulación importante, como el festival Matute Poéticas Transfronterizas, el Tea Party en Arica, proyectos editoriales y otras instancias. Compartimos bandas musicales de los noventa, chistes repetidos, bromas inacabables, muchas lecturas y un gran cariño por la literatura, un inmenso respeto y ternura por la forma que elegimos de vivir, con sus pros y sus contras.

 

 

–¿Cómo has llevado estos días de Pandemia y Estallido Social?

 

-Han sido días calmos. Yo trabajo en la biblioteca de una escuela básica (trabajo que adoro, por lo demás), así que no tengo trabajo presencial. Muchas cosas a nivel personal cambiaron desde antes de la pandemia, y me han permitido retomar una calma que creía perdida, una sensación de bienestar muy grata. Hay momentos complicados, pero que se resuelven solos, por lo que en ese caso no son problemas, o no se resuelven, en cuyo caso tampoco son problemas, porque ya son una constante.

 

 

–¿Qué poema tuyo leerías en una sala de clases?

 

-Ninguno mío, Ernesto. Leería “Èpica del deseo” de Thomas Harris, acaso el poema de amor más bello escrito por un poeta chileno. O “Insectario” de Hernán Miranda Casanova.

 

 

 

–¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?

 

-Estoy leyendo nuevamente a Catulo, Una ola de Ashbery, Breve historia de la literatura española, de José María Valverde y los cuentos completos de Elena Garro, narradora que es un continente en sí misma, una montaña que divide a la literatura entre los que están antes que ella y los que vienen después, parafraseando una frase de alguien que no recuerdo. Escucho al saxofonista Paul Desmond, Frank Sinatra y Tony Bennet; desempolvé discos de los Ramones y The Clash, y he vuelto a escuchar mucho a Charly.

También estoy viendo algunas series animadas en Netflix y dándome un patache de Hitchcock, puesto que en HBOGO hay una colección dedicada a él, con más de diez filmes.

 

 

–¿Un verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?

 

-Sólo los tontos se apuran. Ancestral adagio oriental.

 

 

–¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?

 

-Varios, y creo que muchos de ellos debería haberlos seguido leyendo, puesto que no me gusta dejar cosas a medias.

 

 

–¿Un libro que te hubiese encantado escribir?

 

-“Para ángeles y gorriones”, de Teillier.

 

 

–¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?

 

-Pienso en Roxana Miranda, en Marcela Saldaño, en Gladys González, pienso en poéticas arriesgadas e imprescindibles como las de mi amigo Juan Malebrán, en los notables textos de Mario Verdugo, en las novelas de Felipe Becerra, en los libros que escribirán los jóvenes poetas iquiqueños Víctor Campos y Nicolás Guzmán Santos; pienso en Pepe Cuevas, Hernán Miranda y Carlos Decap, en los textos de Daniel Rojas Pachas, que empujan la cerca un poco más allá con cada libro; pienso en el poeta Markos Quisbert, que escribe sin esperar nada y sin desesperar (un día lo vi caminando en Arica, y llevaba una bolsa de pan y huevos. Ahí radica lo bello de todo, en la sencillez), en el notable poeta Rolando Martínez, en los viajes y poemas de Juan Carreño y la camaradería de Juan Carlos Urtaza. Claro, también pienso en Nicanor Parra, Rolando Cárdenas, Diego Maquieira, Thomas Harris, Elvira Hernández, Carmen Berenguer, Carlos Cociña, Roberto Bolaño, Carlos Henrickson, HH, Paula Ilabaca, Rodrigo Gómez, Fanny Campos y Cecilia Castillo; pienso en Gabriela Mistral, Cecilia Casanova y Juan Luis Martínez; en Ennio Moltedo, Tito Manfred, Javier García y Jaime Ceballos; en Marcelo Guajardo Thomas, Ernesto Gonzalez Barnert, Juan Pablo Pereira, Carlos Cardani, René Silva Catalán y Oscar Saavedra; en los potentes y hermosos textos de Daniela Catrileo y Priscilla Cajales, en el trabajo lúcido, potente y constante de Víctor Hugo Díaz, en Pablo de Rokha, Jorge Teillier y Rosamel del Valle, en los fascinantes versos de Pancho Ide y en la enorme poesía de Germán Carrasco. Pienso en Malú Urriola, Jaime Huenún y Leonel Lienlaf, y en los poetas y amigos Roberto Bustamante, Jonathan Guillén y Gonzalo Abrigo.

 

 

 

-¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?

 

-Tuve la suerte de vivir mucho tiempo atrás de una biblioteca de una fundación dedicada a las ciencias sociales, en la que había no poco de literatura. Allí, un verano de mis primeros veinte, encontré “Tentativa del hombre infinito” y “El hondero entusiasta”, que me volaron la cabeza. Leo a Neruda, es un tremendísimo poeta.

 

–¿A qué le temes?

 

-A la muerte de mis seres queridos.

 

–¿Qué viene ahora para el escritor JJPodestá?

 

-Hace poco leí una entrevista del poeta Juan Manuel Silva Barandica, en la que señalaba que no era de aquellos que tenían siempre un proyecto en el que estaban trabajando. Que las cosas de alguna forma las trabajaba al tun tun (sic), según iban saliendo. Me siento muy identificado con esa afirmación.

 

–Qué consejo le dirías a un poeta joven?

 

-Que lea un montón y no se apure.

 

 

 

 

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