Noviembre 22, 2024

Pablo Neruda –Semblanza que va desde los inicios del poeta chileno hasta su Canto General– Por Ramón Gómez de la Serna

Pablo Neruda –Semblanza que va desde los inicios del poeta chileno hasta su Canto General–

 

Por Ramón Gómez de la Serna

 

[Nuevos retratos contemporáneos. Buenos Aires: Sudamericana, 1945, pp. 269-286]

 

 

 

Fui de los primeros que se dieron cuenta de que él era portador de la verdad poética nueva en el castellano universal, ni el de allí ni el de acá, sino el que está por encima de todos en la estratosfera.

 

Muchos mezclaban las cosas más crudas a la poesía en una confusión inconcebible, pero el único que hizo eso de un modo concebible fué Neruda.

 

Pablo Neruda es un poeta con algo de mago que trasmuta las piedras.

 

Su aspecto es el de un pierrot muerto, aunque le han dicho que tiene “cara de launa engripada” y él ha definido su rostro herméticamente cerrado en un verso inolvidable:

 

“Cuando me ven llegar con mi cara de cárcel.”

 

¿En qué quedamos? Con Neruda no se puede quedar absolutamente en nada.

 

En su poesía se pisa en blando como si anduviésemos sobre un inmenso monstruo del que no podemos ver la cabeza ni la cola.

 

Neruda era un hombre solitario entre los hombres, que sin embargo se sentía entre ellos, y cantaba al hombre y a sus instintos de gran pirata.

 

En sus primeros libros no acaba de estar él sino sus atisbos, y el hallazgo va a tardar porque Neruda es ante todo el indolente, el apático, el que se queda sentado un año ante una cosa.

 

“No me interesa relatar cosa alguna”, dijo en el prólogo de “El habitante y su esperanza”, y en ese mismo prologo añadía: “Yo tengo un concepto dramático de la vida, y romántico; no me corresponde lo que no llega profundamente a mi sensibilidad”.

 

En ese libro, sin embargo, ya hay cosas nerudianas, y en sus páginas se destaca “un espejo de luna nublada de donde salen corriendo los días jueves”, y percibe como atravesando la tierra “un grave olor de espadas polvorientas”.

 

Como Voltaire dijo que “las cosas que no valen la pena de decirse se cantan”, Neruda, después de ese retrato, emprende con más vigor el camino del verso.

 

Ya en “Los 20 poemas y una canción desesperada”, el sol que amanece pega en la tapia.

 

“Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.”

 

Compara los blancos y suaves dedos con las uvas, y dice que “el agua anda descalza por las calles mojadas”.

 

La mujer corretona y apasionante pasa constantemente por sus poemas:

 

“Siempre, siempre te alejas en las tardes hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.”

 

Mira al mar de donde le ha de venir la consigna:

 

“El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.”

 

De esos éxtasis frente al mar, de marinearle a través de la gineta de la larga costa de Chile –que parece festonear medio mundo-, de sus viajes después por el Pacífico y el Atlántico, nace su definitiva poesía, la que escribe vestido de jerga marina, en los seguros puertos, y que aun tan influida por el mar se titulará “Residencia en la tierra”.

 

Hay ruido de mar, pero la mescolanza suprema la encontró en la cueva próxima a él, donde anidaba el eco de los vientos brujescos.

 

Tiene para la tierra ese beso que el aviador la da arrodillado y tumbado sobre ella cuando vuelve del más arriesgado vuelo.

 

Hay en su poesía por eso frenesí por lo terrestre y miedo al mar, y como en medio de todo es eminentemente chileno, hay en los valparaísos de sus versos esa rotura de temblor y terremoto que sufren los valles paradisíacos interrumpidos por cordilleras y abiertos al mar.

 

El verso comienza blando, pero en la curva de su cadera se siente el empujón que le da el acantilado y la ola.

 

Golpean sus versos como la ola en la escollera, y se ve que el poeta, que es un buzo sin escafandra, se mueve entre la cosas terrestres como un náufrago salvado que bebe vino.

 

Neruda con todo eso encontró lo épico sin sentido, lo épico de la pasión más que de la abstracción, y tramó sus cosas con la greda negra que es el orgullo de arte popular chileno.

 

Ya está lejos Rabindranath, el diablo amanerado y melindroso de mimosería, y se destaca Neruda con un perfume salitroso y salobre en medio de la poesía nueva con palomas y cáncer.

 

Hubo un momento sin embargo en que creí que peligraba de muerte cierta clase de poesía por haberse metido en el tremendal de las circunstancias, pero como ha dicho el poeta surrealista Artaud: “Cuando la guerra se va, la poesía entra.”

 

Ya la prosa esperaba engullirse a esa poesía, porque la prosa es la tierra a que va a parar el nuevo cadáver de la poesía, “el cadáver exquisito”.

 

Pero el jinete del caballo verde había salvado el abismo.

 

La biografía del nuevo adalid es breve.

 

Su verdadero nombre es el de Neftalí Reyes –que suena a árabe judesco de Toledo-, y nació en Parral (Chile) el 12 de Julio de 1904, de una maestra primaria –él que sólo querrá enrevesar las pedagogías- y de un maquinista de tren.

 

De niño pasa a Temuco donde cursa humanidades en el Liceo y donde adopta su seudónimo de Pablo Neruda-quizá en recuerdo del cuentista checo, autor de páginas arabescas y humorísticas, y de un libro de versos “Flores del Camposanto”-saturándose de lluvias, de viento y de mar en ese extremo meridional del mundo, asomado a los muelles de Carahue llenos de mástiles y velas.

 

No olvidará nunca su ostrícola acantilado como si en aquellas playas últimas hubiera visto llegar, traídas por el viento y el mar, las cosas envueltas en algas desgajadas, como en un naufragio del norte hacia el sur.

 

Allí mordió las imágenes como un pescador a diente limpio, inspirándose en bahías perdidas, en islas del hambre, entre piedras con ojos, en campos magnéticos, como un reminiscente de su isla chilena, de esa isla de Pascua en la que está las más grandes carátulas misteriosas.

 

En 1921 se traslada a Santiago donde llega a hacerse profesor en el Instituto Pedagógico renunciando poco después a su carrera.

 

Como libro que sólo queda en el registro de los críticos, está su “Canción de Fiesta” de 1921.

 

Después aparece “Crepusculario” (1923), siendo de la misma fecha aunque permanece inédito hasta 1933 “El hondero entusiasta”.

 

A continuación vienen los “Veinte poemas y una canción desesperada” (1924), la “Tentativa del hombre infinito” (1925), “Anillos”, en colaboración con Tomás Lago (1926).

 

En ese momento su destino va a tomar vuelo y Neruda va a ser el inconfundible Neruda.

 

Nombrado para una misión diplomática, pasa cinco años en Oriente, primero en Rangoon (Birmania), hasta fines del 27; después Siam, Cambodge, Anam, Japón, China, Calcuta, Ceilán, viviendo dos años en Colombo, en el suburbio de Wallawatha.

 

En 1930 fija su residencia en Java, donde se casa con una javanesa de origen holandés, hasta que en 1932, a bordo de un buque de carga, el Forofric, vuelve a Chile.

 

Es la hora de su libro capital y revelador “Residencia en la tierra”.

 

En Buenos Aires coincide con nuestro gran poeta García Lorca y los literatos más difíciles y mejores les reúnen en sus fiestas despilfarradoras.

 

El P. E. N. Club ofrece a entrambos un banquete y en los postres se levantan los dos poetas y lanzan un discurso en colaboración sobre Rubén Darío:

 

NERUDA. – Señoras…

 

LORCA. – … y señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada “toreo al alimón”, en que los dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.

 

NERUDA. – Federico y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y a responder esta recepción muy decisiva.

 

LORCA. – Es costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra viva, plata o madera, y saluden con voz propia a sus compañeros y amigos.

 

NERUDA. – Pero nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera en su hora marido deslumbrante. Nos vamos a esconder bajo su sombra ardiendo, vamos a repetir su sombra hasta que su poder salte del olvido.

 

LORCA. – Nosotros vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino al delicado poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran nombre sobre el mantel, en la seguridad de que se han de romper las copas, han de saltar los tenedores, buscando el ojo que ellos ansían, y de que un golpe de mar ha de manchar los manteles. Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España: Rubén.

 

NERUDA. – Darío. Porque señores…

 

LORCA. – Y señoras.

 

NERUDA. – ¿Dónde está en Buenos Aires la plaza de Rubén Darío?

 

LORCA. – ¿Dónde está la estatua de Rubén Darío?

 

NERUDA. – Él amaba los parques; ¿dónde está el parque de Rubén Darío?

 

LORCA. – ¿Dónde está la tienda de rosas de Rubén Darío?

 

NERUDA. – ¿Dónde está el manzano y las manzanas de Rubén Darío?

 

LORCA. – ¿Dónde está la mano cortada de Rubén Darío?

 

NERUDA. – ¿Dónde están el aceite, la resina, el cisne Rubén Darío?

 

LORCA. – Rubén Darío duerme en su “Nicaragua natal” bajo un espantoso león de marmolina, como esos leones que los ricos ponen en sus casas.

 

Así continuó el dialogo oratorio de los poetas definiendo las excelencias de Rubén Darío y ofrendándole el laurel del homenaje.

 

En 1934 va a Barcelona como cónsul de su país y en 1935 está ya en Madrid encargándose de ese mismo consulado en la capital de España.

 

Es cuando le conozco con más intimidad y me encaro con su rostro extraño de pierrot exclaustrado.

 

Concita todo el oleaje poético a su alrededor.

 

Supimos que había dicho con cierto orgullo “Mi llegada a España tendrá la importancia de la llegada de Rubén Darío hace años” y nos pareció bien su dicho.

 

Sólo un poeta, grande pero rijoso, Juan Ramón Jiménez, le salió al paso con saña. Era la mejor señal de que había llegado el poeta anunciador de los nuevos tiempos y enterrador de los otros. Ya lo dijo Oscar Wilde: “La poesía de un hombre es el veneno de otro hombre.”

 

Se veía que era el poeta que viene después y de cuyas adquisiciones ya no puede valerse el ex maestro porque son secretas e inauditas revelando otra elocuencia y otra emoción.

 

Juan Ramón ya no comprendía aquella trasmutaciones y llegó a creer que el poeta pegaba las cosas sin ton ni son en su tablero y habló de Whitman y empleó la palabra prohibida, la palabra mosaico. Está perdido para la futuridad por más que ya tenga ganado el pasado. Pagará caro el haber dicho de Neruda “es un gran mal poeta”.

 

Como desagravio se hizo una tirada especial de sus tres poemas inéditos, los admirabilísimos “Tres cantos materiales” y a la cabeza de esa tirada apareció este preámbulo firmado por los mejores poetas de la España contemporánea.

 

El preámbulo decía:

 

“Chile ha enviado a España al gran poeta Pablo Neruda, cuya evidente fuerza creadora, en plena posesión de su destino poético, está produciendo obras personalísimas, para honor del idioma castellano.

 

“Nosotros, poetas y admiradores del joven e insigne escritor americano, al publicar estos poemas inéditos –últimos testimonios de su magnífica creación- no hacemos otra cosa que subrayar su extraordinaria personalidad y su indudable altura literaria.

 

“Al reiterarle en esta ocasión una cordial bienvenida, este grupo de poetas españoles se complace en manifestar una vez más y públicamente su admiración por una obra que sin disputa constituye una de las más auténticas de la poesía de lengua española.

 

“RAFAEL ALBERTI, VICENTE ALEXAINDRE, MANUEL ALTOLAGUIRRE, LUIS CERNUDA, GERARDO DIEGO, LEÓN FELIPE, FEDERICO GARCÍA LORCA, Jorge GUILLÉN, PEDRO SALINAS.

 

“MIGUEL HERNÁNDEZ, JOSÉ A. MUÑOZ ROJAS, LEOPOLDO Y JUAN PANERO, LUIS ROSALES, ARTURO SERRANO PLAJA, LUIS FELIPE VIVANCO.”

 

Es engañarse con Neruda decir que sólo es un fenómeno americano cuando lo prodigioso en él es que vuelve a ser lo universal, el poeta que ha entendido el mensaje que va de ártico a ártico, señalando con flechas su corriente submarina y conservando su misterio templado por entre los mares fríos.

 

El verbo da su dictamen sin mirar a lo cercano, en una forma insuperable que no es cantar de mandolina, sino rumor de vuelta de la vendimia, de la pesca del delfín, de la vuelta del crimen, del olvido y dela huída, libre el hombre de nuevo al reintegrarse al puerto de su embriaguez desesperada, cuando lo material se presenta en forma de vaso de vino, pan y cuchillo.

 

Oigámosle en su borrachera, en lo entrecortado de su hablar porque está diciendo las palabras claves y no otras.

 

Rompió el becquerianismo andaluz que aún quedaba en Juan Ramón y volvió a hacer la poesía vagarosa.

 

Cuando aún muchos poetas miraban al cielo para obtener la revelación, Neruda encuentra la inspiración subceleste y subterránea.

 

Con la influencia de sus viajes, de sus lecturas, que enlazaban en cadena todo el arte contemporáneo –el “ángel de la sustitución” al “funesto alegórico”- y con la compañía de España, Neruda llega al canto material, a la entrada en las cosas –ni imagen, ni palabra sola, penetración- ya lejos de “la rodaja de la luna”.

 

¡Con qué naturalidad lanzó un día en Madrid sus “Tres cantos materiales”, que serán gloriosos poemas de la literatura antológica del futuro!

 

Así como Rubén alcanzó a Verlaine, Neruda llega a Baudelaire:

 

Hoy me he tendido junto a una joven

como a la orilla de un océano blanco,

como en el centro de una ardiente estrella

de lento espacio.

 

El poeta queda satisfecho y como gran nochero que recorre el Madrid nocturnal con los más alegres poetas, en la madrugada se le encuentra en una taberna de la calle de la Luna -¿qué mejor sitio para los lunáticos?- donde hay el mejor vino de la tierra y los mejores y más copiosos menudillos.

 

No es vana la residencia en la tierra del poeta que ha salvado a la realidad dándola curso ideal en su poesía.

 

Ha aparecido su revista “Caballo verde” y en ella escribe con el título de “Conducta y Poesía” su contestación al poeta vengativo, al iracundo T. N. T. de la poesía, a J. R. J.

 

“cuando el tiempo nos va comiendo con su cotidiano decisivo relámpago, y las actitudes fundadas, las confianzas, la fe ciega se precipitan y la elevación del poeta tiende a caer como el triste nácar escupido, nos preguntamos si nos ha llegado ya la hora de envilecernos.

 

“La dolorida hora de mirar cómo se sostiene el hombre a puro diente, a puras uñas, a puros intereses. Y cómo entran en la casa de la poesía los dientes y las uñas y las ramas del feroz árbol del odio.

 

“¿Es el poder de la edad o es, tal vez, la inercia que hace retroceder las frutas en el borde mismo del corazón, o tal vez lo “artístico” se apodera del poeta y en vez del canto salobre que las profundas olas deben hacer saltar, vemos cada día al miserable ser humano defendiendo su miserable tesoro de persona preferida?

 

“¡Ay, el tiempo avanza con ceniza, con aire y con agua! La piedra que han mordido el légamo y la angustia florece pronto con estruendo de mar, y la pequeña rosa vuelve a su delicada tumba de corola. El tiempo lava y desenvuelve, ordena y continúa.

 

“Y entonces, ¿qué queda de la pequeñas podredumbres, de las pequeñas conspiraciones del silencio, de los pequeños ríos sucios de la hostilidad? Nada, y en la casa de la poesía no permanece nada sino lo que fue escrito con la sangre para ser escuchado por la sangre.”

 

Editado por “Cruz y Raya” aparece en dos nutridos tomos su “Residencia en la tierra” con un gran éxito de librería.

 

Alguna noche de Pombo el poeta recita su poesía como en agonía, como dicen que habla de lenta y concienzudamente en su terruño, como en melopeya en que hace contraste la inmortalidad de que está dotados sus versos y la mortalidad del poeta y su voz de padre.

 

Toda la vida literaria está soliviantada por la presencia del gran poeta y se le discute en muchos sitios.

 

La “Revista de Occidente” acaba de publicar unos versos suyos y en la tertulia de la tarde un notario llega con su protesta:

 

-¿Qué es eso de “Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado”…? ¡Que conste que a mí no me asustan los lirios cortados!

 

Neruda impera. Tenía razón su autoprofecía.

 

Es la venosidad cósmica y va más allá de lo sensorial acostumbrado.

 

“Me limitan en vano mis sentidos

dulces flores que se abren al viento.”

 

Neruda es en poesía como río de cosas, de polvo, de lodos fértiles.

 

No ama ni deja de amar, no tiene clave, no es esotérico y su naturalidad es magnífica. Él sólo va arrastrado por la fuerza del sino y descubre el paisaje que ve desde su canoa sin remos. Ni se lamenta, ni llora –aunque lo diga- , sino que pasa y ve pasar.

 

“Estoy mirando, oyendo,

con la mitad del ama en el mar y la mitad del

alma en la tierra,

y con las dos mitades del alma, miro al mundo.”

 

Pertenece todo lo que muestra al confuso río de la material desmaterializado que pasa bajo los puentes a los que el poeta se asoma ensimismado viendo armarios de luna náufragos como alevines de estanques y charreteras convertidas en medusas de oro.

 

Su poesía es directa y terminante:

 

“Y water-closets blancos despertando con ojos de madera, como palomas tuertas, y sus gargantas anegadas suenan de pronto como cataratas.”

 

La poesía de Neruda es una especie de anunciación que chapotea en la cueva de los acantilados y tiene una baba marina inimitable.

 

Le ha llegado el eco y no hay nadie que se lo pueda quitar ni imitar. Preferible es que busquen otro eco y si no lo encuentran, que permanezcan en su sombra.

 

Cuando a él le dictan su poesía las vueltas zodiacales, Neruda no dice más que las palabras justas que oye al minotauro, al centauro, o al ser sirenaico.

 

Por eso al volverse contra él, Juan Ramón Jiménez se convirtió, el poeta español, en náufrago despeñado, golpeado contra las peñas de su orilla y me dio pena verle con la frente abierta, sangrante y cartígada, desfigurándose por momentos.

 

El mar de Rubén es bueno, pero el mar de Neruda es más sargacesco.

 

Rubén escribe en las costas normandas:

 

“Espejos de las vagas ciudades de los cielos,

blanco y azul tumulto

de donde brota un canto

inextinguible!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Magnífico, sonoro,

Se oye en las aguas como

Un tropel de tropeles,

¡tropel de los tropeles de tritones!”

 

Neruda amontona cosas y matices en sus versos del mar que no son versos de grandes tiradas y que abundan en la redundancia que es el horror del mundo:

 

EL RELOJ CAÍDO AL MAR

 

“Es un día domingo detenido en el mar,

un día como un buque sumergido,

una gota del tiempo que asaltan las escamas

ferozmente vestida de humedad transparente.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Los pétalos del tiempo caen inmensamente

como viejos paraguas parecidos al cielo,

creciendo en torno, es apenas

una campana nunca vista,

una voz inmunda, una medusa, un largo

latido quebrantado.”

 

Todo la ha hecho suyo Neruda y lo ha hecho suyo, como el navegante solitario la barca en que sale al poderoso mar.

 

Dominado por una fértil y frenética espiritualidad puede hablar de ratas y albañales y descubrir al sátiro. Horacio ya dijo que el poeta es el intermediario de los dioses y hace que se tornen benignos los del Olimpo y los del Averno.

 

Sus contestaciones a los enigmas son de una posibilidad más ardua y la medicina de sus imágenes trata de otra manera la jaqueca del siglo.

 

Las metáforas son extraordinarias:

 

“Y una satisfacción de casa vieja por sus murciélagos.”

“Carteles de los cines en que lucha la pantera y el trueno.”

“ Un rumor de medias de seda acariciadas.”

“Y una paloma muerta como un número.”

“Torres de aire verde.”

“Del río que durando se destruye.”

“Y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos.”

“Color azul de pájaro de olvido.”

 

La muerte le acecha con tenacidad y por eso está aludida en sus poemas, habiéndose inspirado la que es quizás su mejor poesía:

 

SÓLO LA MUERTE

 

Hay cementerios solos,

tumbas llenas de huesos sin sonido,

el corazón pasando un túnel

obscuro, obscuro, obscuro,

como un naufragio havia adentro nos morimos,

como ahogarnos en el corazón,

como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,

hay pies de pegajosa losa fría,

hay la muerte en los huesos,

como un sonido puro,

como un ladrido sin perro,

saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,

creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo sólo, a veces,

ataúdes a vela,

zarpar con difuntos pálidos, como mujeres de trenzas muertas,

con panaderos blancos como ángeles,

con niñas pensativas casadas con notarios,

ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,

el río morado,

hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,

hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte

como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,

llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,

llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan,

y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,

pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,

de violetas acostumbradas a la tierra,

porque la cara de la muerte es verde,

y la mirada de la muerte es verde,

con el verde enlutado de una hoja de violeta,

y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,

lame el suelo buscando difuntos,

la muerte está en la escoba,

es la lengua de la muerte buscando muertos,

es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres,

sopla un sonido obscuro que hincha las sábanas,

en los colchones lentos, en las frazadas negras

vive tendida, y de repente sopla,

y hay camas navegando en un puerto

en donde está esperando, vestida de almirante.

 

Nadie como él para variar la idea de las pesas y medidas y encontrar el nuevo matiz:

 

“Su ola de peso pálido.”

 

Tiene el asombro del reloj, como si fuera la delicada flor reorganizada de todo lo que aspira a volver y lo ve caer en el mar como una gran catástrofe después de deslizarse por tierra.

 

“El reloj que en el campo se tendió sobre el musgo y golpeó una cadera con su eléctrica forma.”

 

Está lleno de sustancias de vida y sustancias de muerte –mitad y mitad-, de despedidas entrañables, de responsos nuevos, debiéndose saber que dentro de la incongruencia hay dos clases, la incongruencia de oro y la incongruencia de plomo.

 

Es la lograda heterogeneidad con entrada en las cosas, que es algo más que entrar en los gabinetes, en los paisajes o en los bailes.

 

El poeta es el banquero alucinado y tenemos que tener fe en él cuando nos lleva hacia lo inanimado.

 

Neruda sabe como nadie que todo el Arte copia al hombre desde el más inverosímil al más verosímil.

 

Con esa fortaleza y sin egoísmo, es quizás el que más seriamente hace lo que hace.

 

Adolfo de Obieta acaba de decir que lo que hay que tener es “conciencia del Arte profundo y reflejo que no alude a la exigencia de inteligibilidad lógica sino al implacable rigor del artista en su concepción de la obra como finalidad y como totalidad esencial autónoma. Este rigor se manifiesta en doble sentido; por discriminación del objeto y por discriminación de los medios de realización”.

 

Las imágenes y los monstruos de Neruda crean una geografía fluida y desconocida.

 

“Fantasma de coral con pies de tigre.”

“Caigo en el imperio de los nomeolvides.”

“La noche ha abierto sus puertas de piano.”

“Salmones azulados de congelados ojos.”

“Silencio galopando en caballos sin patas.”

“Porque todas las aguas van a los ojos fríos del tiempo que debajo del

océano mira.”

“La Luna carcomida por los gritos del agua.”

“Y se cubren de escamas los pescados nupciales.”

“Cuando ríes con risa de arroz huracanado.”

“La espiga muerta yace con su olor a relámpago.”

“Las amapolas negras que nadie puede contemplar sin morir.”

“Color azul de exterminadas fotografías.”

 

Neruda en 1936, ha conseguido su mayor éxito y le veo por última vez, en vísperas de aquellos días luctuosos.

 

Vive en la llamada casa de las Flores, y al cambiar ideas nos encontramos en la misma posición de estilistas sentados sobre la columna, pero después a los pocos días sucede lo insólito y queda dopado de revolución, en un cambio brusco de pensamiento.

 

Refiriéndose a eso alguien le ha dicho hace poco: “usted ha cambiado su derecho a la primogenitura por un plato de hechos”.

 

Ciego como Homero, va a ir cantando por entre las multitudes a las que de pronto toma afición.

 

Por un extraño designio del destino la casa de la Flores es lo primero que arde en el Madrid subvertido.

 

Neruda, después describe su barrio y el suceso:

 

“Os voy a contar todo lo que me pasa.

Yo vivía en un barrio

de Madrid, con campanas

Desde allí se veía

con relojes, con árboles.

el rostro seco de Castilla

como un océano de cuero.

Mi casa era llamada

la casa de las Flores, porque por todas partes

estallaban los geranios, era

una bella casa

con perros y chiquillos.

Raúl, ¿te acuerdas?

¿Te acuerdas,

Rafael?

Federico, ¿te acuerdas

debajo de la tierra,

te acuerdas de mi casa con balcones en tanto

la luz dura de junio jugaba con tu pelo?

¡Hermano, hermano!

Todo

era grandes voces, sal de mercaderías,

aglomeraciones de pan palpitante,

mercado de mi barrio de Argüelles con su estatua,

como un tintero pálido entre las merluzas,

el aceite llegaba a las cucharas,

un profundo latido

de pies y manos llenas la calles,

metros litros, esencia

aguda de la vida,

pescados hacinados,

contextura de techos con sol frío en el cual

la flecha se fatiga,

delirante marfil fino de las patatas,

tomates repetidos hasta el mar.

Y una mañana todo estaba ardiendo,

y una mañana las hogueras

salían de la tierra

devorando seres,

y, desde entonces, fuego,

pólvora desde entonces,

y desde entonces sangre.”

 

Neruda vive su poesía cara a cara y sabe intentar el azar bello –que no es azar- de las palabras –el ornamento puro- que quita a la creación el asco de procrearse.

 

En su gran libertad de movimientos resulta a veces erótico, pero como no lo ha hecho premeditadamente sino con violación espontánea no resulta enseñado.

 

Es el que ha batido el récord del modo más universal en español viendo con más extensión y más en conjunto el tiempo que está más acá hacia el porvenir y todo sin redundancia que es el horror del mundo.

 

La verdad es que este poeta aficionado a la salmuera mantiene fresca y con el ojo dorado y transparente su poesía oceánica y así representa la única forma moderna y posible de ser poeta.

 

Práctica con fervor y prolijidad aquello que dijo Reverdy –no siempre vamos a citar a Valery- de que “la poesía es un amor desmesurado a la vida”.

 

Yo he dejado de verle hace años pero he sabido de sus triunfos y de su “Canto general a Chile”, alegre de volver a su patria.

 

“Voy a escoger la flora delgada del nitrato,

voy a hilar el estambre glacial de la campana.

Y mirando tu ilustre y solitaria espuma

un ramo litoral tejeré a tu belleza.

patria, mi patria.”

 

En México sigue su rumbo exterior representativo que no acabo de comprender en el poeta y por eso le hieren en la cabeza en el pueblo de Cuernavaca –y eso le hace subir a los estrados partidarios, pero el gran poeta y nochero vive las espléndidas noches mejicanas con su espiritual éxtasis.

 

En Méjico, escribe su “Canto para Bolívar”, que comienza con grandeza de esta forma:

 

Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire

de toda nuestra extensa latitud silenciosa,

todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada.

Tu apellido la caña levanta a la dulzura,

el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,

el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,

la patata, el salitre, las sombras especiales,

las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,

todo lo nuestro viene de tu vida apagada,

tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,

tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.

Tu pequeño cadáver de capitán valiente

ha extendido en lo inmenso su metálica forma,

de pronto salen dedos tuyos entre la nieve

y el austral pescador saca a la luz de pronto

tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes.

 

Por fin, establecido en Santiago de Chile, senador, premiado con el premio nacional de 100.000 pesos, con casa propia que ha alhajado con soñadas cosas, entre ellos los mejores caracoles del mundo, Pablo Neruda –pisapapeles logrado en cristal de roca con floridas submarinidades metidas por milagro dentro- ha encontrado un reposo que puede darle serenidad devolviendo al poeta su soledad ingente.

 

 

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