Por Felipe Díaz
Ha muerto Hernán Miranda y la profundidad de su poesía, con el paso de los años, agrandará su figura.
Es lo que pasa con quienes ponen ojo al detalle: vaticinar que la poesía nos revela el ensamble de la realidad, y aún así caminar como insecto perdido entre los hombres, evidencia el monumento
del que somos capaces.
Humanidad, oficio, profesionalidad y dedicación. Su obra es la punta de un
iceberg transparente que nos deja imaginar la parte más azul de su canto.
Secreta alegría provoca ser testigo de su tiempo, celebrar su trabajo y rendirle un sentido adiós un poeta que vivió, compartió, y escribió con otros grandes de nuestra poesía, para finalmente posicionarse sin escándalo junto a ellos. Y esto no admite dobles lecturas: la vida y obra de este poeta me deja el sabor de la historia de Elías y Eliseo. Y Eliseo somos todos los que heredamos de él su manto: el del amor por la poesía, por el oficio, pero sobre todo por la esperanza y la vida.
