Noviembre 22, 2024

Tomás Manuel Fábrega: Poesía y memoria

 

Tomás Manuel Fábrega es un estudiante de historia, a quien le agradezco mucho este espacio de conversación en tiempos difíciles. Tomás es poeta y se ha destacado con premios y una activa participación en revistas y colectivos. Sin embargo, mi aprecio viene por el lado humano, por cómo se ha desempeñado en su camino, con una vida llena de preguntas, interrogantes y búsquedas. En esta entrevista, comparte con nosotros sus inquietudes y reflexiones acerca del pasado y presente de Chile, así como también ese de arte que vive dentro de él como su verdadera pasión: la poesía.

Por Tamym

 

Obtuviste el Premio en el Concurso Juvenil de Poesía Pablo Neruda en 2013, participas del “Colectivo Caminante” y de la revista virtual la “Traición del Hombre Topo”. Tu trabajo poético es activo y fructífero. Cómo ha sido en tu vida el tránsito por la poesía, cómo la descubriste, cómo te descubrió ella a ti.

Bueno Tamym, muchísimas gracias por la oportunidad. Es primera vez que me hacen una entrevista y agradezco mucho que abras este canal para que podamos cultivar uno de nuestros mayores vicios que es el conversar. Claro, he sido un privilegiado porque no he estado solo. Mi pequeño andar poético ha sido esencialmente colectivo. Recuerdo perfectamente cuando leí mis primeros poemas ante quienes hoy conforman el Colectivo Caminantes, fue el 2012, mira hace casi 10 años. Los leí desde toda mi interioridad, en mi pieza, desde mi cama y mostrando algunas cuestiones que más que nada eran apuntes con pretensiones líricas. Fue un momento muy tenso, pero desde ahí he sido otra persona. De manera que he estado acompañado de una generación hermosa de jóvenes poetas con los cuales hemos convivido generosa e intermitentemente todos estos años, hablo de Yair Gómez, Xabier Usabiaga, Antonia Breull, Flor Vila y Luis Vicente Fresno. Ellos hoy son promesas, pero yo vivo con la convicción de que ya son grandes poetas.

Por otra parte, debo reconocer que la poesía no era algo cercano en mi casa, no me leían poemas para dormir ni mucho menos. Pero mi abuelo escribía y era un gran nerudiano. Bueno, él ha sido muy influyente en mi vida y siempre me mostró que la poesía era algo muy respetable. Entonces, desde niño supe que Neruda era algo más denso que ese ídolo al que todos le prendían velas. Al mismo tiempo, mi abuela declamaba poesía y se sabía un par de poemas de memoria.

 

Hablemos de historia. Como estudiante de esta carrera, te has destacado en tus trabajos historiográficos investigando sobre la reciente historia de Chile, pre y post golpe de estado. Cómo entiendes el proceso que se dio en Chile para llegar al gobierno de la Unidad Popular, ese período único de 1950-1970. ¿Intuyes que quizás hoy estamos viviendo transformaciones profundas a la luz de la inmensa desigualdad en que seguimos viviendo?

No creo que la historia sea cíclica, pero como dicen por ahí, rima. Claro que hay temas que hoy vuelven a resonar, por ejemplo, el enfrentamiento está desvelado, se muestra a cara descubierta. No era mal intencionado el discurso de la Concertación acerca de los consensos, pero en muchos sentidos era iluso. Con aquellos que defienden las tropelías del gran empresariado, con los que nunca han querido cambiar nada en este país y que tienen solo entre una de sus últimas grandes locuras haber apoyado a Pinochet claro que hay que dialogar y ojalá comprenderlos, pero lo fundamental siempre será combatirlos y tratar de ganarles.

Hoy también se está conformado un pueblo. Antes de octubre era inmensa la cantidad de jóvenes que odiaban nuestro país y cada vez que lo mencionaban decían “este país”, ni siquiera Chile. Bueno, hoy muchos de ellos ven con orgullo que no es cierto que en este país había una tolerancia tremenda a las injusticias. Muy por el contrario, hay un colectivo inmenso que está dispuesto a entregar la vida por vivir en un territorio con mucho mayor igualdad. Pero siento que todavía faltan muchas cuestiones importantes, a los días del estallido social hubo un Golpe de Estado en Bolivia y casi nadie fue capaz de decir algo. En los ’60 el progresismo chileno estaba preocupado de Vietnam ¡Imagínate! Estábamos preocupados del destino de un país asiático y hoy se dan situaciones desquiciadas en los países vecinos y ni nos inmutamos.

 

Cómo observas el desarrollo de la historia de América Latina, cuéntanos un poco de tus investigaciones al respecto.

 Bueno, yo estudié Historia en la Escuela de Historia de Universidad Diego Portales y su sello es el interés por la historia latinoamericana. Me quedó muy grabado de mi profesor Claudio Barrientos que todo latinoamericanista debe manejarse ampliamente en la historia y en los debates historiográficos de por lo menos tres países. En ese sentido, me interesa mucho la historia de Venezuela y México, pero también la de Bolivia y Perú. Por lo tanto, trato continuamente de interiorizarme en esos países y leer sobre sus propios procesos.

A mí me hace mucho sentido una idea que defienden de los sociólogos argentinos Waldo Ansaldi y Verónica Giordano de que América Latina es una unidad analítica. Porque pese a todas las diferencias con nuestras hermanas y hermanos del continente, vivimos ciclos siempre similares: nos independizamos juntos, derrotamos a nuestras oligarquías juntos y ahora recibimos la arremetida de nuestras élites nuevamente en tiempos similares. Sufrimos a la misma potencia mundial que intenta dominarnos. Porque estas cosas hay que decirlas, hay gente que cree que con la Caída del Muro de Berlín muchísimos problemas se resolvieron y quedaron anclados en el siglo XX. Perdón, pero con la caída de la URSS fue derrotada una versión del socialismo. Pero la dominación y el imperialismo siguen, al tiempo que se caía el muro aquel en Alemania, Clinton levantaba un muro contra México y todo el Sur, y hoy por hoy vemos como el muro de Palestina e Israel sigue intacto.

Aquí siempre hemos renegado de la región. De verdad, desde nuestro ombliguismo creemos que los argentinos son los odiados por todos los vecinos, cuando en realidad somos nosotros. Siempre nos hemos creído lo máximo y pienso que la historia tiene mucho que decir en la estrategia fallida que tomó Chile en el Coronavirus. Cuando Mañalich dedicaba un tercio de sus conferencias para decir que estábamos mejor que todos los vecinos, lo acompañaban las ideas de que somos el jaguar y el oasis latinoamericano. Ahí no están sólo las órdenes del presidente Piñera, sino que también las voces de Alberto Edwards y otros historiadores que pensaron genuinamente que Chile tenía una historia excepcional.

Pero no sé, también pienso con cierto remordimiento que en verdad todas las conversaciones y todos los saberes debiesen estar direccionados hacia comprender y frenar el ecocidio global o cambio climático que estamos experimentado. Por lo tanto, que deberíamos estudiar historia pensando en ese problema. Hemos visto que estos últimos meses hemos tratado de manera monotemática al Coronavirus. De verdad, me pregunto cuánto habríamos avanzado si durante estos últimos años a lo largo del mundo hubiésemos abordado durante un mes, un mísero mes, el tema del ecocidio como único tema ¿Cuántos negacionistas habrían cambiado de postura? ¿Cuántas Greta Thunberg y cuántas Berta Cáceres hubiesen surgido?

 

Suele existir en Chile, en nosotros y sobre todo en nuestras generaciones pasadas, una nostalgia del Chile pre-golpe. Claramente, se entiende el por qué: era el Chile pre-neoliberalismo, que ensanchó como nunca sus derechos y donde su cultura brillaba con esperanzas y sueños de futuro. Era el Chile sin Pinochet y sus postreros fantasmas que viven hasta hoy. Cómo podrías hacer una lectura de aquella época en la que, sin embargo y pese a todos los esfuerzos, la oligarquía seguía, como hoy, gobernando a sus anchas el país.

Claro, aunque ahora todos dicen que no hay que romantizar nada. Personalmente, estoy muy en desacuerdo con esa afirmación, si no romantizara algunos de los elementos más bellos de la vida se me haría mucho más insoportable vivir el día a día. Sin embargo, romantizar todo pasado es un error grave y una ofensa para muchos. Pienso en las mujeres y en las disidencias sexuales, todas ellas hoy están mucho mejor hoy que hace 10, 20 y qué decir 50 años atrás.

Sin embargo y para ser justos debo decir que este no es un interés historiográfico que he desarrollado. Es más bien un interés político, ciudadano y existencial que ido abordando poco a poco. Pienso que por el trauma del golpe y de la dictadura le renovación de la izquierda llegó al extremo de renegar el esfuerzo de la Unidad Popular. No me parece sano. No me parece sano que ningún colectivo niegue sus mejores momentos. Creo que, sinceramente, que salvo el Partido Comunista -colectividad que admiro, pero con la cual también tengo varias distancias- no hay partido político que mire con orgullo esos mil días. Porque admirar al presidente Allende como figura aislada no es lo mismo. En cualquier caso, sin quedarme en la nostalgia, creo que es importante reencontrarnos con ese pasado. Evidentemente tenemos que ser críticos, pero me gustaría que seamos capaces de mirarnos sabiendo que el golpe era evitable, que la primera imagen que tengamos de la Unidad Popular sean millones de personas bailando “La batea” en la Alameda y no necesariamente las largas colas de los años 1972 y 1973.

Lo importante, en todo caso, es saber diferenciar esta nostalgia frente a una adicción a todo pasado. Es decir, está lleno de personajes que añoran el siglo XIX, yo ahí me imagino los latifundios desregulados, la invasión a La Araucanía, el machismo y el clasismo más radical. A decir verdad, hay argumentos para ver las décadas centrales del XX con cierto orgullo. Me gustaría comentarte que ahora me encuentro dentro un proyecto de libro que lidera el profesor Cristián Pérez sobre el diario El Clarín y ahí te das cuenta de la energía que tuvimos. Clarín, un diario de centroizquierda era el con mayor circulación ¡Sobrepasaba por mucho a El Mercurio! Hoy con todo lo que hemos visto desde octubre y antes, cuánta falta nos hace un medio de comunicación progresista poderoso que sea capaz de desviar la agenda noticiosa conservadora.

Pero también hay que mirar esto desde otro punto de vista. El progresismo y la izquierda de ese entonces lo único que querían era cambiar ese Chile que hoy algunos de nosotros miramos con cierta “nostalgia”. Esto nos debe invitar a pensar ¿De verdad vamos a decir que todo ha sido malo deficiente en estos últimos 45 o 30 años? No sé, yo creo que en materia de fomento a la cultura claro que nos falta un Estado más comprometido, pero lo que ha hecho la gente desde abajo es espectacular. Dos ejemplos, el cine chileno está en buen momento y la literatura también ¡El boom de editoriales independientes es una maravilla! Y hasta hace poco, en Santiago era más probable ver el nacimiento de nuevas librerías que el cierre de ellas. Quiero decir que la historia no solo enseña a contextualizar y a mirar los fenómenos con una perspectiva de largo aliento, sino que a también ver siempre en las zonas grises desconfiando de los blancos y los negros.

 

Retomando la poesía, que es tu gran pasión junto a la historia, cuéntanos sobre el proyecto que estás desarrollando actualmente que une estas dos disciplinas. Hacia dónde van los caminos de Tomás.

Estoy hace un tiempo escribiendo un poemario santiaguista sobre Santiago de Chile y con varios guiños a la historia. Pero es un Santiago imaginario, forestado como antes de la colonia, con los avances en derechos que tenemos hoy, con un Santiago que tiene arepas y ceviches a la vuelta de la esquina, pero con la bohemia que había entre los años ’50 y ‘73. Ese Santiago no existe, no existió y por ahora, nunca existirá. Sólo vive en aquella rotonda en donde convergen mis nostalgias, mis esperanzas y mis miedos. Es algo así como un larismo pero citadino y no rural. Como hemos conversado, no me identifico con esa generación que quiere matar al padre, o quizás sí, pero fundamentalmente me interesa que dejemos bien vivos a los abuelos y los escuchemos atentamente. De manera que me interesa mucho la poesía lárica, pero no sólo por Jorge Teillier que por suerte hoy es un poeta que atrapa a muchísimos lectores, sino que, también Rolando Cárdenas, Efraín Barquero y Marino Muñoz Lagos, quien tiene, por ejemplo, el poema más hermoso que jamás he leído sobre los almacenes.

Entonces es un poemario que tratará de pensar esta ciudad histórica y personalmente. Es un poema que reflexiona sobre el arraigo y las pasiones que genera la capital. Creo que las preguntas sobre el arraigo son muy válidas hoy, pero sobre todo son urgentes. Nuestra ciudad está en serios riesgos de secarse por completo e integrase al Desierto de Atacama, este año si uno revisa las estadísticas las lluvias han sido auspiciosas, pero ¿Qué pasará si en 20 años más el Embalse del Yeso deja de poder abastecer a Santiago? ¿Abandonaremos la ciudad? ¿Santiago será un pueblo fantasma? Bueno si es así, creo que tenemos la obligación de cantar la historia de esta ciudad.

En eso he andado. Voy lento. Trato de leer mucha historia y crónica. Ha sido un proyecto que ha requerido de muchas horas de caminata que ahora están prohibidas, pero no sé, para captar bien el espíritu de esa vieja bohemia hay que leer harto. Me inspira mucho Thoreau para quien bastaba con viajar al interior de la casa, el proyecto tiene algo de eso, un viaje desde Santiago hacia el corazón de Santiago. No estoy apurado, pero a veces me asusto porque ya quisiera tener consolidada mi propia voz. Por otro lado, pienso que mis grandes referentes ya tenían libros publicados a los 23 años y me baja cierta ansiedad. Pero quién sabe, de repente me doy cuenta de que tratar de cantarle a la ciudad de uno y dedicar un poema largo que pueda sonar como un elogio no vale la pena y no publico nada. También tengo ese temor, que ese futuro poemario sea leído solo como un canto admirador de las bellezas de la ciudad y no como una voz disidente frente a la desforestación, la desigualdad y la ciudad neoliberal que destruye vorazmente nuestro patrimonio.

 

 “La ciudad se despierta / la herida se abre” decía Gonzalo Millán, en “La ciudad”. Quizás ese libro tuyo futuro tenga más de denuncia que de nostalgia. Lo que ha sucedido con el estallido social y la pandemia nos hacer repensar todo. Nos despertamos, “¿y ahora qué?”, resuena como un mantra interno. Para ir cerrando esta buena conversación, Tomás, ¿podrías darnos una última reflexión sobre cómo ves el Santiago de hoy y compartirnos algunos versos de esta obra?

Creo que lo que canta Millán permite insistir en lo que conversamos antes, estoy seguro de que, si él viera la ciudad que tenemos hoy sentiría cierta nostalgia por aquella otra ciudad que aún no había expulsado a todos los pobres a las periferias, que no conocía los guetos verticales y que aún tenía a su haber a muchísimas personas dispuestas a “perder el tiempo” departiendo solo por el amor a conversar en el Café Sao Paulo o en Il Bosco. De hecho, creo que Millán es probablemente el primero que propone desde la poesía el pensar el golpe como un hecho evitable y en el mismo libro esta ese poemazo que es el Poema 48, ahí dice “La ciudad donde paulatinamente todo regresa hacia la vida previa al golpe. El río invierte el curso de su corriente/ El agua de las cascadas sube/ La gente empieza a caminar retrocediendo/ Los caballos caminan hacia atrás/Los militares deshacen lo desfilado/Las balas salen de las carnes”.

Sin embargo, como hemos conversado romantizar no puede implicar idealizar. Imprimirles amor a los elementos más sencillos de la vida no tiene que convertirnos de pronto en seres acríticos y pasivos. Tú lo dices muy bien, el país ha “despertado” y en ese despertar hay muchísima belleza. En este pueblo que nos ha coloreado la Alameda todos los años por alguna causa distinta hay una energía y una riqueza imposible de cuantificar, pero a la cual la poesía no puede sino aproximarse. Ese es nuestro desafío, hallar belleza en esa rebeldía y no solo adorar como estatuas gastadas a las joyas patrimoniales de la ciudad. Pienso, jugando con Millán, que quienes hemos cultivado amistad con la poesía debemos saber mirar esa herida y aportar en encontrar -como nos enseñó Stella Díaz Varín- la palabra escondida. Te comparto mi poesía, es el cierre de uno de los poemas del proyecto.

 

¡Hemos de recorrer otra vez

todo lo imaginado desde Chile!

para que vuelva a ser normal,

para que vuelva a ser normal

que los niños vayan a dormirse pensándose

sobre barcos tremendos y navegando

cruzando estrechos, inventando mundos

para que vuelvan a ser normal,

invertir tiempo en conversaciones sin destino

y en fundar jardines en el desierto.

 

* * *

Tomás Manuel Fábrega (1996).

Nieto de Urit, Elena, Juan Carlos y Manuel. Licenciado en Historia y estudiante de Periodismo, ambas en la Universidad Diego Portales. Latinoamericanista, colocolino, jardinero aficionado, actualmente trabaja en el proyecto de poemario Las primeras avenidas.

(Entrevista realizada en Junio de 2020).

 

 

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