Por Sergio Muñoz
Vicente Bianchi (1920-2018) fue un pianista, compositor, radiodifusor, arreglador, director de orquesta y coro. Obtuvo el Premio a la Música Chilena el año 2000, el Premio Apes a la Trayectoria el 2008 y el Premio Nacional de Artes Musicales el 2016. Compuso más de 150 obras para piano, canto y orquesta, y grabó más de 300 obras. Trabajó en Chile, Argentina y Perú, y grabó muchas veces para Emi-Odeón y Capitol Records. En 1955, mientras vivía en Lima, recibió una carta de un amigo que le enviaba un poema del Canto General de Neruda. Vicente Bianchi se entusiasmó y le puso música. Se trataba de un poema titulado “Manuel Rodríguez: Vida, pasión y muerte”, formado por tres cuecas. Cada una con su cuarteto y la seguidilla, compuesta por versos de 7 y 5 sílabas, que recogen por ejemplo, las cinco sílabas de: Ma-nuel-Ro-drí-guez. Sin embargo, Bianchi compondrá las “Tonadas de Manuel Rodríguez”. Luego en Santiago, le muestra a Neruda la canción en una cena, interpretada por Silvia Infantas y Los Baqueanos. Cuenta Bianchi: “Neruda empezó a ponerse pálido, de todos colores. Nunca lo habíamos visto tan multicolor. Muy alegre, muy contento, me abrazó y me dijo: “¡Esto es lo que yo siempre soñé! Porque la gente me lee, me conoce, pero esto es lo que me gusta a mí. Llegar con algo, con música, con algo al pueblo. No saco nada con que me lea mucha gente que no sabe más que leer”. Terminó esa noche cantándose como diez veces el Manuel Rodríguez… Terminamos abrazados como a las tres de la mañana”. De esa colaboración saldrán más adelante: “Romance de los Carrera”, “Canto a Bernardo O`Higgins” y “A la Bandera de Chile”, ganadora del segundo lugar en el Festival de Viña del Mar de 1973. Bianchi también musicalizará cuatro de los Cien Sonetos de Amor, el Poema XV y el poema Salitre. El último poema de Neruda que musicalizó fue “Las noches de Chillán”, ganadora del Festival de la Canción de Viña del Mar el año 1998. Cuenta Bianchi: “La última vez que lo vi fue el año 73. Le llevé una grabadora con algunos discos para que escuchara, pero ya estaba muy enfermo. Estaba en un sillón grande, con un chal encima. Conversamos de música y Matilde Urrutia me invitó a almorzar. Cuando terminamos, Neruda tomó una libreta y empezó a escribir. Cuando terminó, me dice: Ponle música cuando quieras”. Era el texto inédito “Las noches de Chillán”.
El grupo Aparcoa se formó en 1965 al alero de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile, y existió entre 1965 y 1977. En 1971 presentaron su segundo disco, con musicalizaciones del libro Canto General de Pablo Neruda. El nombre del grupo, no tenía un significado precolombino, sino que era la unión de las primeras sílabas de los apellidos de los fundadores: Alegría, Parma, Córdova y Avendaño. El grupo pretendía mostrar la dignidad de la creación popular. Para esto, se vincularon con grandes recopiladores de música como Margot Loyola y Héctor Pavez. Se acercaron también a la cueca chilenera con Hernán Nano Núñez. En 1974, tras el Golpe Militar, el conjunto se rearmó en Rostock, en la República Democrática Alemana. En estos 4 años de trabajo europeo, el grupo grabó tres nuevas versiones del “Canto General” para los sellos Le Chant du Monde (Francia), Movieplay (España) y Amiga (República Democrática Alemana).
El “Canto General” de Aparcoa inspiró también al músico griego Mikis Theodorakis a escribir una versión propia, después de haber escuchado a Aparcoa en Valparaíso, el año 1972. Theodorakis estrenó su “Canto General” en París durante 1974. Con 105 personas en escena, incluyendo orquesta y coro.
“Alturas de Machu Picchu” es el séptimo álbum de Los Jaivas. Editado en 1981, es la obra más popular de su discografía. En abril de 2008, la edición chilena de la revista Rolling Stone ubicó a este álbum en segundo lugar dentro de los 50 mejores discos chilenos, sólo detrás de Las últimas composiciones de Violeta Parra. Originalmente fue también, como en el caso de Bianchi, la idea de otra persona. En esta ocasión, el productor peruano Daniel Camino, quien llegó a París, donde vivían Los Jaivas, con la idea de componer una gran cantata latinoamericana con los versos del Canto General de Neruda. Después de nueve meses de trabajo, concluyeron la composición de la obra, seleccionando algunos poemas y fragmentos de la segunda parte del Canto General, titulada también “Alturas de Machu Picchu”. En septiembre de 1981, el grupo realizó una histórica grabación en las ruinas de Machu Picchu, en Perú. Se trataba de una producción conjunta entre Canal 13 de Chile y Radio Televisión Peruana, presentada por el escritor Mario Vargas Llosa. Sin embargo, en esa ocasión la obra no fue tocada en vivo. Se trató de un doblaje, debido a las condiciones técnicas y a que los músicos estaban con la obra todavía fresca. Sin embargo, años más tarde, el 7 de julio de 2011, el grupo, renovado por el fallecimiento de algunos de sus integrantes originales, presentó en vivo, y en forma íntegra, la obra. Nuevamente desde las ruinas incaicas durante la celebración de los 100 años del descubrimiento de la ciudadela. El éxito del álbum ha sido absoluto. Representado en numerosas y sucesivas ediciones en Latinoamérica y Europa, convirtiéndose en el disco más popular y vendido de Los Jaivas alrededor del mundo.
En la música clásica chilena, resulta relevante constatar que ciertos rasgos particulares en la obra de algunos compositores de la segunda mitad del S. XX, logran entenderse mejor desde un análisis temporal y social, que tome en cuenta las determinantes sociales y políticas que se sucedieron en Chile desde el año 1938 con el triunfo del Frente Popular y el Presidente Pedro Aguirre Cerda, y que van a llegar a un clímax trágico y sangriento con el derrocamiento del Presidente Salvador Allende en 1973.
Gran parte de la producción musical de aquellos compositores chilenos nacidos desde la década del 20 en adelante, es decir, aquellos que bordean los veinte años en el momento del triunfo del Frente Popular: Juan Orrego Salas (1919), Eduardo Maturana (1920), Juan Amenábar (1922), Carlos Botto (1923), Leni Alexander (1924), Gustavo Becerra (1925), Roberto Falabella (1926), Juan Allende-Blin y Juan Lemann (1928), Fernando García (1930), León Schidlowsky (1931), José Vicente Asuar (1933), Luis Advis (1935), Cirilo Vila (1937) y Sergio Ortega (1938), así como también algunos posteriores, van a realizar un sugestivo trabajo de asimilación del serialismo, incorporando a su vez, elementos propios, más o menos vinculados a una tradición americana, telúrica, que no desconoce una vertiente social y política.
En un estudio sobre la obra musical del maestro Fernando García, el musicólogo Jorge Martínez Ulloa se refiere a este hecho de la siguiente manera:
“En armonía con Roberto Falabella, León Schidlowsky, Eduardo Maturana, Celso Garrido-Lecca y Sergio Ortega, su verso musical se estilizará y conformará una expresión característica de aquella mítica generación de los ’60, una idea de vanguardia que absorbe y hace propias las adquisiciones y reflexiones lingüísticas de la vanguardia cosmopolita pero que las vive desde un domicilio vernáculo y americano. Es así que la dodecafonía, o mejor dicho, el serialismo weberniano de marca Boulez-Leibowitz, asumido en Chile desde las experiencias de Free Focke, es recreado por estos compositores como una polimodalidad, más que como una reproducción acrítica, según es particularmente evidente en Falabella, Garrido-Lecca, Schidlowsky y García”.
De esta manera, resulta posible afirmar que hay rasgos estilísticos propios de esta generación de compositores que están firmemente vinculados a contextos extramusicales que adquieren coherencia al verificar el desarrollo social y político de Chile desde el ascenso al poder del Frente Popular en 1938, y hasta el Golpe Militar en 1973. Obviamente no me refiero sólo a la correlación de gobiernos en Chile, que se verá “interrumpida” en su devenir hacia la izquierda por tres gobiernos sucesivos: el de González Videla (1946-1952), el segundo período de Ibáñez (1952-1958) y el gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964). Aún cuando estos tres gobiernos no representan únicamente a la derecha, fueron gobiernos que remaron claramente contra los partidos y los pensamientos de izquierda. Me refiero más bien, a esa corriente subterránea que le da 222.000 votos a Pedro Aguirre Cerda el 38; 52.000 votos el 52; 356.000 votos el 58; 977.000 votos el 64 y finalmente 1.070.000 votos el 70 a Salvador Allende Gossens.
Aquella, es una fuerza que se manifiesta en la totalidad de la sociedad y la cultura chilena entre esos años, y claramente, los compositores chilenos de música docta y música popular, se vieron influidos por este proceso histórico, social y políticamente relevante.
En este sentido, resultan relevantes para tanto para la Nueva Canción Chilena como para la producción musical docta, la publicación del Canto General de Pablo Neruda. Al respecto, escribe el musicólogo Jorge Martínez Ulloa:
“El clima estético generado por la edición del “Canto General” de Pablo Neruda, detonará en este grupo de artistas marxistas un nuevo sentimiento identitario y americanista. Esta sensibilidad vernacular, telúrica, se convertirá en el espacio ideal de esa renovación lingüística y del compromiso sociopolítico.”
Entre los compositores que musicalizan poemas de Neruda, podemos citar entre otros, a: Fernando García, con “América Insurrecta: Cantata para Recitante, Coro mixto y Orquesta”.
León Schidlowsky, con “Caupolicán: Cantata para recitante, pianos, percusión y coro (1958), y “Monumento a Bolívar”.
https://www.youtube.com/watch?v=qZeKWioASbc
Gustavo Becerra, con los Oratorios “Machu Picchu” y “Lord Cochrane de Chile”.
Roberto Falabella, con la Cantata “La Lámpara en la Tierra”.
Sergio Ortega, primero con la musicalización de la obra de teatro “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”, y luego, con la composición de la Ópera homónima en 1998.
En esta década, de los sesenta, comenzará a notarse de manera explícita, una nueva cultura, una nueva manera de concebir el mundo y el arte. Al respecto, señala el musicólogo Rodrigo Torres:
“En lo que va corrido del siglo, la década de los sesenta es una de las etapas más intensas y ricas en experiencias de la música chilena. Por una parte, estos años constituyen un momento de culminación en el país de un proyecto cultural y artístico nacional, que surgió en los años cuarenta y que a grandes rasgos se caracteriza por un sólido amparo estatal-universitario; un marcado proceso de profesionalización, tanto de los artistas como del sistema de difusión y producción artística; el afán innovador y de estar al día respecto al movimiento cultural-artístico del resto del mundo; la vocación de representar y proyectarse al conjunto de la sociedad (carácter nacional); y la concepción del arte como momento reflexivo y del artista como conciencia crítica de la sociedad”.
Tenemos entonces, que este hito de la poesía nerudiana, el Canto General, publicado en 1950, comienza a expandirse hacia otras artes, hacia otros registros y hacia otras latitudes, porque esto no ocurrirá sólo en Chile, sino en toda América. El influjo que tendrá en la década siguiente en toda la producción artística de latinoamérica será decisivo en el cambio de una creación cultural mayoritariamente dependiente de Europa, a una creación y a una cultura que empieza a mirar los propios y nuevos referentes americanos. Al respecto, dice Eugenia Neves:
“El “Canto General” propone una imagen particular de nuestra propia Historia (latinoamericana y chilena). Es decir, propone a cada uno de sus lectores, en especial a los de este continente y de su propio país, una nueva imagen de la Historia. Una Historia que cambia el valor de los hechos de la Historia tradicional para dar paso a un punto de vista diferente, que deja en evidencia una suerte de “malformación” en el relato de la Historia de los países latinoamericanos. Vale decir, que en “Canto General” surge una imagen literaria y poética del pasado del Nuevo Mundo, que deja en evidencia ciertos equívocos de la imagen de “la realidad” que poseían en general los latinoamericanos de mediados del siglo XX. Este cuestionamiento se refiere muy en especial a la imagen de la historia precolombina, al igual que a la de la conquista, de la colonización y a la imagen y nómina de los libertadores. El “Canto General” contiene un fuerte cuestionamiento cultural. Una obra poética que ha podido realizar la proeza cultural de adelantarse en mucho a recientes investigaciones que están demostrando de un modo u otro que nuestro continente y cada uno de nosotros hemos conocido una interpretación de la historia que adolece de grandes deficiencias. Los poemas de “Canto General” provocan un cuestionamiento de la verdad de nuestro pasado y remece las bases mismas de la formación cultural que cada latinoamericano ha adquirido como memoria colectiva del pasado nacional o continental…”.
Aún hoy, a 70 años de su publicación, resulta impresionante la magnitud del proyecto de Neruda. No se trata sólo de una obra poética, o histórica. Sino más bien, de la conjunción de parte de la obra escrita hasta entonces, que se amalgama en una obra monumental, como es el Canto General. Que contiene gran poesía existencial: “Alturas de Machu Picchu”; poesía de orden histórico: “La lámpara en la tierra”, “Los conquistadores”, “Los libertadores”; diálogo con el resto de América: “América, no invoco tu nombre en vano”; diálogo poético, histórico y social con Estados Unidos: “Que despierte el leñador”; presencia de Chile: “Canto General de Chile”, “Las flores de Punitaqui”; poesía política: “Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas”; etc.
¿Cómo nos acercamos hoy a esa manera de concebir la poesía, y a las múltiples repercusiones, poéticas, estéticas y de todo orden que un libro así es capaz de generar?
Al menos en la música chilena, popular o docta, el libro tendrá una repercusión innegable y definitiva.