Por Ernesto González Barnert
Alí Calderón (Ciudad de México, 1982) es uno de los poetas y críticos literarios que más sabe, generoso, estudioso, aplicado. Un poeta enorme cuyo libro “Las Correspondencias” (Visor, 2015), tiene una pulseada interesantísima del presente y lo contemporáneo con la literatura colonial, esa suma que aún hoy, nos da tiro, cancha y lado, donde se enfrentan los hechos y mitos de los derrotados y vencedores para abrir un nuevo portal lingüístico y emocional donde se juega nuestra consciencia e inconsciencia americana, sin que pierda en el caso de Alí Calderón, la dimensión personal de ese enfrentamiento que afila su y nuestra lengua. Un poeta decidido y central en el panorama latinoamericano que oímos estos días difíciles, del que aprendemos tanto siempre.
–¿Cómo vives la pandemia en México?
Ernesto, me he acordado mucho de Ernst Bloch. Un día le leí que el preso, el proletario, el imposibilitado, sueña siempre con la movilidad, el vuelo, el viaje. Recientemente recordé los sándwiches de lomito palta mayo que me comí en La Fuente Alemana en los días del taller latinoamericano de la Fundación Neruda. Recordar y leer. Estoy construyendo una antología de poesía panhispánica (Latinoamérica y España). Me la paso leyendo poetas, buscando poemas, datos. Eso ayuda a exasperarme un poco menos con la gran polarización que existe entre el gobierno de centro y la derecha de mi país. Creo que en México estamos un poco agobiados porque esta disputa, además, se da en el pico de la enfermedad. Tenemos días terribles, cientos de muertos por el virus y otros tantos por la violencia desatada. Así que recogernos un poco no nos viene nada mal.
–Hace poco le recordabas a los jugadores del Barcelona que, a veces, esto se trata de pegarle a la portería, ¿Qué le recordarías a los nuevos poetas?
Veo que el Barcelona se repite mucho. Confía demasiado en sí mismo. Y le sale mal. Y aburre. Y puede ser muy exitoso, pero aburre. No pasa nada con ellos. Yo creo que vale lo mismo para los poetas. A veces siento que la poesía en español es muy uniforme: un lenguaje coloquial muy plano, exposición de sentimientos o anécdotas, mucha ironía, mucha distancia crítica, o máquinas textuales que te aburren a las dos páginas (¡Y te falta leer 10!). Puedes, en el mejor de los casos, encontrar una fórmula, una dicción exitosa, efectista. Que guste. Y claro, para qué vas a cambiar si ya diste en el clavo. Pero creo que la poesía es un asunto de aventura estética, de intentar cosas. No veo ningún sentido en repetir o maquillar de modo acrítico lo que ya hicieron nuestros referentes (Paz, Parra, Lihn, Teillier, o neobarrocos como Perlongher, que nos enseñaron tanto). Y claro: ahí vienen los problemas de verdad. ¿Cómo le hacemos para no repetir?
–¿Cuáles son algunas de las grandes directrices de la escena mexicana en estos días
a nivel conceptual, si existen a tu juicio?
Hay muchos lenguajes. Hay gente que trabaja muy bien el monólogo dramático (Francisco Hernández, Balam Rodrigo, Mijail Lamas, Christian Peña, Gustavo Osorio). Hay quienes, desde la poesía, reinterpretan la historia y cuestionan la verdad oficial (Mario Bojórquez, María Rivera. De algún modo es la tradición de Pacheco, y del propio Paz). Hay muchas poetas jóvenes que vale la pena leer, muy interesantes, que van desde lo que llaman en Estados Unidos composite poem (poemas que se construyen en torno a datos muy particulares de la ciencia o la historia de la cultura) hasta la crónica de la violencia y el feminismo (Elisa Díaz Castelo, Esther M. García, Tania Carrera, Irene Ruvalcaba, Valeria Guzmán, Clyo Mendoza, Andrea Rivas, etc.). Hay poetas que se mueven en los límites del lenguaje y de la literariedad (Rocío Cerón, Karen Villeda, Eduardo Milán) y otros que se mantienen en diálogo constante con ese estado de experiencia que llamamos tradición y que suelen autonarrarse en el poema (Marco Antonio Campos, Vicente Quirarte, José Vicente Anaya, Efraín Bartolomé, Álvaro Solís, etc).
–¿Qué poema tuyo leerías o dibujarías en un cuerpo en una sala de clases?
Hay un poema mío que se llama “Democracia mexicana”. Elegiría su segunda parte. Uso arcaísmos del siglo XVI, a manera de la Crónica de Indias, y construyo un contrapunto entre la violencia contemporánea y los sacrificios humanos frente al dios Huitzilopochtli en el templo mayor de Tenochtitlán en el momento en que llegaron los españoles. Ese usaría.
–En tu caso, ¿Qué le dice el académico al poeta, y viceversa, se llevan bien?
Doy clase sobre poesía, a veces me dedico al eje crítico y a veces al teórico. Me sirve mucho para leer y releer, para discutir poemas y procedimientos, para ver la trayectoria de los autores o los estilos de época. Lo que de verdad me interesa es entender cómo es el pensamiento poético de tal o cual autor, cómo le hizo para construir ese poema tan bueno que me vuela la cabeza y me emociona tanto. A veces, claro, me aburro, y entonces me voy a ver futbol o videos de viejos partidos. El otro día recordé a mi ídolo de la infancia, un chileno, Jorge el Mortero Aravena.
–Cómo es llevar en lo personal uno de los sitios web más grandes e importantes del mundo español y del mundo, Círculo de poesía?
Es divertido porque somos un equipo de gente que todo el tiempo está pensando cosas de poesía (Mario Bojórquez, Mijail Lamas, Roberto Amézquita, Adalberto García López, Gustavo Osorio), quiero decir, pensamos en modos de leer la poesía contemporánea. Lo más sencillo sería publicar muchos autores y “democratizar” la escena de lo que circula. Por supuesto. Eso es algo que hemos hecho durante diez años y así construimos un buen archivo de poesía en español. Pero ahora estamos más interesados en la interpretación de todo ese corpus. Construir sentido a partir de ese magnífico caos de los muchos autores. Y siempre buscamos cosas que estén vinculadas a la sorpresa: poetas en otras lenguas, poetas aún desconocidos entre nosotros, textos sobre poética, constelaciones, es decir, textos que se asocian entre sí, etc.
–¿Qué libros, arte, música le estás hincando el diente esta temporada?
Terminé hace poco Albucius de Pascal Quignard. Ficción, historia, comentario filológico, todo en la clave de Marcel Schwob. Una maravilla. Me leí el nuevo libro de la poeta colombiana Andrea Cote, En las praderas del fin del mundo. Es notable. Me gustó. Soy aficionado de las conversaciones con poetas. Me gustan los chismes que cuentan y el modo de ofrecer sus ideas un contexto relajado. Me divertí con La poesía sirve para todo de Víctor Rodríguez Núñez. Tiene conversaciones magníficas con Adoum, con Cisneros, con Blanca Varela, con Fernández Retamar, etc. En música me dio por volver a los discos de Soundgarden, al Insecticide y al From The Muddy Banks… de Nirvana, en general a versiones en concierto de Pearl Jam y los Smashing Pumkins. Regresó la adolescencia. Vi otra vez The Sopranos, me dieron ganas. Me impresionó una película rusa sobre la Segunda Guerra Mundial, Beanpole de Kantemir Balagov. Tiene una escena que todavía no logro superar. La tengo en la cabeza. Es casi insoportable.
–¿Un verso o frase llevas como un mantra dentro de ti en estos días aciagos?
Más bien es una pregunta que se hace el poeta español Luis García Montero y que me parece importante plantear de cuando en cuando: ¿qué se dice cuando se dice yo? ¿Quién soy en este confinamiento? ¿Qué tipo de ciudadano o militante debo ser cuando recuperemos la calle? Y así en todas las circunstancias de la vida pública y privada: ¿Qué se dice cuando se dice yo?
–¿Cómo resumirías tu arte poética, se mantiene desde tu libro “Las Correspondencias”?
Escribo pensando en Carl Jung. Tiene un concepto: masa confusa. Lo inconsciente. Un espacio sin tiempo o más bien, donde convergen todos los tiempos. De ahí, pienso, es de donde un poeta extrae su lenguaje. La unión de palabras de distintas épocas, arcaísmos y neologismos, y la música de las palabras del día a día, etc. Creo que con esa fuente verbal se puede dar cuenta de la estructura de la realidad: los puntos de contacto, las correspondencias, entre lo inconsciente y la conciencia. Trabajo con la idea de que lo inconsciente no es únicamente psíquico sino que tiene una naturaleza psicoide (cuasi física) y que los objetos que están a nuestro alrededor, las personas, las imágenes, todo en el entorno mantiene relaciones simbólicas con nuestra vida. Me interesa dar cuenta de estas coincidencias significativas.
–¿Qué poetas o escritores nos recomiendas leer de México?
Yo pienso que hay dos libros magníficos para recuperar la fe en la poesía: Cuadernos contra el ángel de Efraín Bartolomé y El diván de Mouraria de Mario Bojórquez. Muy intensos, con mucho trabajo de construcción. Creo que vale mucho la pena volver a un poeta que ya es de culto en México: Abigael Bohórquez. Tiene usos de lenguaje rarísimos, construcciones de gran imaginación. Libros como Digo lo que amo, Navegación en Yoremito y Poesida no te dejan indiferente. Y creo que las poetas jóvenes que te mencioné antes merecen mucha atención. Creo que hay poetas que no han sido leídos fuera del país pero Baudelio Camarillo con Memoria del reino y Mario Calderón con Suma poética tocan las fibras de lo singular. Baudelio tiene un gran lirismo. Calderón hace unos poemas muy extraños que recurren al sentido etimológico de las palabras. Raros en verdad.
–¿Un libro que nunca has podido terminar de leer?
Gringo viejo de Carlos Fuentes. Es insufrible. En México se hace la broma de que nadie nunca ha leído Incurable de David Huerta. Voy en la página 130, me falta más de la mitad. Quizás algún día lo logre. O quizás no.
–¿Qué viene a tu mente cuando piensas en “poesía chilena”?
Vitalidad y compromiso. Acabo de leer Objetivo general de Yanko González. Me gustó su búsqueda de lo diferente. La ironía que barniza todos los poemas. Hace un par de años estuve en Concepción y ahí conocí más a Rosabetty Muñoz. Creo que es una voz necesaria. Canto a su amor desaparecido de Zurita es un libro que me acompaña de muchas maneras. Hay poemas que son importantes para mí: “Día de muertos” de Omar Lara y “Yo Juan llamado de la Cruz” de Jaime Quezada. Yo creo que hoy es importante leer poemas de Oscar Hahn, de Elvira Hernández, también leer autores como Malu Urriola, Teresa Calderón, Germán Carrasco, Mario Meléndez. O poetas de otras generaciones como Gloria Dünkler, Gladys González, Enrique Winter, Ernesto González Barnert, de Tamym, de Fernanda Martínez Varela o de Francisco Javier Martinovich.
Hernán Lavín Cerda creó toda una escuela en México, creo que se le debe un modo de ser de la poesía mexicana. Y en realidad, yo, de muy joven, empecé a escribir poemas un día después de que leí “Nathalie” de Enrique Lihn. Por cierto, el primero que reseñó mi primer libro fue Juan Cameron. Le estoy muy agradecido.
–¿Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?
Vuelvo siempre a Neruda. Guardo como un tesoro esa edición facsimilar que hicieron RIL y la Fundación Pablo Neruda de Residencia en la tierra. “El tango del viudo”, “Walking around” u “Oda con un lamento” son tres de los pocos poemas que me sé de memoria. ¡Imagínate mi relación con Neruda! A mí me deslumbró el modo de construir poemas de ese periodo. Y al escribir, claro, sobre todo cuando uno es más joven, es necesario defenderse amorosamente de un monstruo como Neruda. De algún modo, su lectura me enseñó algo en el primer libro: aprender a no parecerte a quienes amas.
–¿Qué recuerdas de tu experiencia como poeta invitado al Taller Latinoamericano de la Fundación Pablo Neruda?
Recuerdo el talento de los becarios. Era 2016. Los escuché y luego los leí con mucha atención. Recuerdo la camaradería y el poder de convocatoria de la Fundación. Las lecturas del Espacio Estravagario. También me acuerdo que Federico Díaz Granados y yo estábamos fascinados en las distintas casas de Neruda, imaginábamos el tiempo y las circunstancias en que fueron habitadas, rastreábamos anécdotas y traíamos a la memoria poemas. Tamym y tú fueron magníficos anfitriones. Me gustó mucho un momento. Era Valparaíso. Una terraza. Cae la tarde. Estamos conversando Jaime Quezada, Federico y yo. Lo mejor de todo, siempre, es escuchar a los maestros.
–Un jugador chileno de futbol que te gustaría jugara en tu equipo de tus amores, el Chivas?
Hoy me gusta mucho Gary Medel. Hay tres chilenos tatuados en la memoria. Jugaron en el equipo de mi ciudad cuando era niño. Salieron campeones e hicieron el mejor futbol que haya visto en México: Carlos Alberto El búfalo Poblete, Edgardo Fuentes y el Mortero Aravena. Después vino el 7-0. Pero es otra historia…