–Antología recientemente aparecida en el 2019, por la editorial española Visor, realizada por el escritor chileno Francisco Véjar, amigo personal del poeta de Lautaro–.
Por Francisco Véjar
“Entre un lord inglés y un boxeador contra las cuerdas”, como lo caracterizara Jorge Boccanera, así era el poeta chileno Jorge Teillier. Nació en Lautaro, región de la Araucanía, el día del año nuevo mapuche. Lautaro es una ciudad que está ubicada en una zona conocida como La Frontera. Fue fundada y poblada por colonos europeos que conviven con la etnia originaria, por lo que se habla castellano, francés, inglés, alemán y mapudungun. Haciendo honor a su tendencia nostálgica, tan presente en su poesía, a Teillier le gustaba mencionar que había llegado a este mundo el día de la muerte de Carlos Gardel, el legendario cantor de tangos argentino fallecido el 24 de junio de 1935.
Jorge Teillier empezó a escribir a temprana edad. Los poemas que forman parte de su primer libro, titulado Para ángeles y gorriones (1956), los publicó cuando tenía 21 años y sorprenden por su madurez y calidad poéticas. De aquel tiempo data “Nieve nocturna”. Allí Teillier escribió: “¿Es que existe algo antes de la nieve? / Antes de esa pureza implacable como el mensaje de un mundo que no amamos / pero al cual pertenecemos / y que se adivina en ese sonido / todavía hermano del silencio”.
Estos versos fueron escritos sobre su pupitre de escolar. Por esos días gravitaba enormemente la obra de Pablo Neruda, sobre todo el Canto General (1950), y se acogía su llamado a las juventudes a que asumieran el compromiso político a través de la escritura. En 1954 Nicanor Parra irrumpe con Poemas y antipoemas. Este libro representa una nueva forma de poetizar que rompe con el canon nerudiano. El mérito de Teillier fue haberse mantenido inmune a las influencias de Neruda y Parra y haber conseguido crear un lenguaje y un universo propios.
En el prólogo al libro Muertes y maravillas (1971), apuntó: “Mi mundo poético era el mismo donde ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado, por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son la sombra de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel mundo poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo (…). Pero sí, quiero establecer que para mí lo importante en poesía no es el lado puramente estético, sino la poesía como creación del mito, de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. La poesía es para mí una manera de ser y actuar (…). Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa”.
Perteneciente a la “Generación del 50” junto a Enrique Lihn y Jorge Edwards, inauguró en Chile la poesía lárica que se vincula con la revalorización del hogar y con el retorno a las raíces. Dicha concepción Teillier la toma de Rainer María Rilke, quien, en una epístola, fechada en 1929, escribe lo siguiente: “Para nuestros abuelos, una torre familiar, una morada, una fuente, su propia vestimenta y su manto, eran aún infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de lo humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan cosas vacías, llegadas de EE.UU. Una morada en la acepción americana, o una viña, nada tienen de común con la morada, el fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y la meditación de nuestros abuelos… Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y de no fiar), sino su valor humano y lárico”.
Leer a Teillier es hacerse cómplice de su aventura y visitar una realidad secreta signada por el asombro y la ensoñación, donde aún hay caminos de barro y trenes que parten bajo la lluvia hacia el fin del mundo.
Sin embargo, esa mirada de asombro ante la naturaleza, mezclada con la historia de sus antepasados franceses que llegaron el siglo diecinueve al sur de Chile, desde Bordeaux, se vio fracturada por el golpe de estado en Chile, acaecido el 11 de septiembre de 1973. Sus padres partieron al exilio y él, como Enrique Lihn, sufrieron el destierro interno. Salieron de Chile, pero esporádicamente. De ahí surgen poemas de Teillier, como “Adiós al Führer” o “Sin señal de vida”. En este último apunta: “Aprende a portarte bien / en un país donde la delación será una virtud. / Aprende a viajar en globo / y lanza por la borda todo tu lastre: / los discos de Joan Baez, Bob Dylan, los Quilapayún, / aprende de memoria los Quincheros y el 7° de Línea. / Olvida las enseñanzas del Niño de Chocolate, Gurdjieff o el Grupo Arica, / quema la autobiografía de Trotski o la de Freud / o los 20 poemas Amor en edición firmada y numerada por el autor”.
Lo cierto, es que el paso inevitable a la contingencia política de aquellos días, se sumó la devastación del lar. Es decir, desaparece la aldea como espacio de encuentro y el poeta vive desterrado en la capital, bajo una dictadura feroz que censura a los escritores y envía al exilio a sus compatriotas. El poema que mejor refleja ese estado es “A mi madre”, quien estaba exiliada en Rumania. Teillier escribe: “Vuelvo a mirarte / en una ciudad tan lejana, / tan fría tan ruidosa, / Añorando los cerezos de tu patio” (de “Hotel Nube”, 1996).
Sus últimos años, los vivió en El Molino del Ingenio, un fundo ubicado en la región de Valparaíso. Allí llevó una vida campestre y de retiro. Alrededor de la medianoche, junto a dos chimeneas y acompañado de algunos amigos, solía releer y comentar poemas de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Rosamel del Valle y Óscar Hahn. Otras veces recitaba de memoria a Henry Treece o Cesare Pavese. Lo veo en aquellos predios, traduciendo temas de Pink Floyd y observando ensimismado a su gato Pedro: “Sabio budista zen / que mira la lluvia / porque sabe que la lluvia existe”. En sus más de diez años alejado de la capital, escribió Cartas para reinas de otras primaveras (1985) y El molino y la higuera (1993), dos libros decisivos en la culminación de su escritura.
El universo poético al cual adhirió está habitado por fantasmas, duendes, viejas cajas de música, estaciones de trenes, películas del cine mudo y por diversos seres y cosas teñidas de pasado. Todo esto en el espacio de un sur chileno, a la vez real e imaginario, en el que vivieron sus antepasados. El poeta Jorge Teillier murió el 22 de abril de 1996 en Viña del Mar, Chile. Dejo a los lectores esta selección de poemas suyos en los que “la realidad secreta brilla como un fruto maduro”.