Enero 2, 2025

Poesía chilena actual: «Errabunda» de Nina Moure

Por Luan Ramírez

Viernes 4 de octubre fue el día en que la entonces no tan errante Errabunda, comenzó a errar con todas sus letras y la sustanciosa naturaleza que la posee, origina e identifica, esta vez en los imaginarios personales de quienes acudimos a su errancia y nos desplazó tal como advierte Carmen Berenguer a «escapar de una misma». 

La Pira Fantasmal que nos presenta la poeta Nina Moure sitúa, a quien sea que lea el comienzo de este tránsito deliberado y neblinoso, a un patio, es delimitado, concreta la idea de una imagen horrenda, impúdica de un contexto angustiante, como lo era entonces (por la fecha de marca) pandemia. La Pira yace en un patio, vértigo de lo trasero, de lo abundante y de lo apartado, oculto.  Patio feraz de mal de amores, pesadillas y tormentos. Estos patios transitorios nos aducen a pensar, que ha comenzado el ingreso al desplace o bien al studium sin reconocer intensidad característica, como para dar nombre.

La neblinosidad del errar reconoce una sintaxis que deviene figurativa, una escritura de alma que pende de un hilo a la desesperación. «Desperté tras el grito afónico de mi inútil intento para que volvieras, aniquilada…». Porque el errar no es sino introspectivo (bajo consciencia) solamente, también subyace en lo onírico. Errar, es escapar de una misma, y aquello no delimita dimensiones, todo lo contrario, la huida es adimensional, cambia de ejes, la poeta nos presenta el horizonte atravesado de rayos, para volver a la habitación.

Si bien la Pira, acumula el desazón de aquella libertad negada, el sufrimiento encontrado en el errar no huye como su naturaleza, sino que es «enfrascado» junto a las demás lágrimas. La voz poética representada conoce su dolor, es delicado, lo cuida, no lo lanza a la pira, aquel dolor reconocido es más importante que su vida, porque fueron las otras que entonces dolieron. Entregar las «lagrimas» a La Pira es vejar, perpetrar la experiencia terrenal. Esto así, se atiene.

Conforme pasan los días La Pira cambia, pero también la conexión casi umbilical de la poeta, transgreden las muertes diarias y la voz es «una toda» sin límites, por muy delimitada que parezca, de ahí su errar. Esta voz que presiente ha errado para acercar el dolor colectivo y luego transmutar «una toda» o la «una ella errante» y así «purificar» el horror unificado, que nos convierte en igualdad, elementalmente espirituales. El osario patio, el osario-intima, el dolor hecho cuerpo, son las causas sustanciales de la quema de la pira, que no llena aún, despersonalizada, ha creado salvación. «AL ENCUENTRO DE UN HOMBRE» es escritura de la memoria, pero también de estacionarse en esta, como una corporalidad cedida, a tal punto de somatizar la enervadura de las personajes representadas. Los detenidos desaparecidos tienen en común el punto vacío en la memoria, en la vida, en lo trunco. Errar, es huir, empero, hay zanjas, cárcavas del propio transito errante, que son aún incógnitas y por ello, reconocimientos. Errar, es también retornar al dolor del pasado.

Errabunda se divide en dos partes descritas; Pira Fantasmal y Errabunda. Me atrevería a declarar tres espacios. El inicio del errar existencial y corporal de La Pira Fantasmal, la Errabunda como tal y por último  «El retorno», que yace compuesto por «PESADILLA» y «¿QUÉ ES ESTA CASA?». Para revisar esto comentado, es menester acaecer en plena corriente, casi como una lectura yuxtapuesta a la potencia furiosa de la profunda forma errante en su cuerpo. «Decidir/ o ser llamada/ a un destino», «despertar errando/ en un verso/ a media noche/ sin poder volver/ a la que eras», da atisbos de un deseo que no se colma, el cual superpone la fuerza interior a una especie de ley furtiva, que busca angustiosamente un algo, repone sobre eso y devuelve su carrera a ser «llamada» por otro algo, quizá un síntoma profundo de libertad, de oxigenación etérea, de hambre violenta y vuelve a errar .«Salir a encontrar/ aquello que no buscas/ y sin embargo te alcanza». La errancia es casi aleatoria, se trastoca por los sentidos, revierte dolores, los transmuta, los quema por justicia, es un hambre de alma libre, pero también titubea, todo pasa en un segundo, en un oscuro instante al descenso, casi locura de advertir este deseo errante que no logra obtener jamás consuelo , «desear no ser vista», «al escribir/ desasir caminos andados». ¿No es acaso el «desasir» una transformación de esa remembranza, por la que la voz poética viaja?

Desapegar el síntoma oscuro, negado, como gaza sobre una herida abierta y pulsátil. No ser vista es escritura, pero no solo literal, sino implícito de su orden, que es también, desaparecer, esto amplifica la multiplicidad de lectura, ya que, no ser vista es errar, como desapegarse, como desaparecer. Su errar es amorfo, por eso escribe con signos y reproduce, elegantemente oscura, el sentido de lo que escribe. Este libro tiene un discurso instalado, sí, pero no es rematadamente fácil, porque su lectura global se suspende firme, es posible viajar interconectando experiencias comunes en escenas oscuras de la vida, reaparecer en dimensión escondida y matar, asesinar aquello que cupo un momento, aquello que dio una sintiencia de la cual ahora se aborrece, pero para ello (lo difícil), se debe también errar, mirar hacia dentro y ceñir lo desesperado.

Errabunda es humana. Su versada es descriptiva, muy lirica, intensa, provocadora, pasional y fría, a veces muy fría consigo misma, al punto de «re»construir la extrapolación de lo que siente y de lo que significa para sí en nuevas escenas etéreas, transmutables. Reivindicar visiones políticas sobre el cuerpo le suceden, «aquí estoy/ la renacida entre las muertas». Esta diría, mortandad también es la renovación de la figura femenina que dice «voy llegando», aparece en el «bramido de los trenes distantes», pero esto no quiere decir solo desambiguación de los signos que presenta, si no que, estos trenes son también despedidas, desaciertos y memoria, muchísima memoria, porque estos «trenes» vienen a lo lejos. Claro está, son imágenes, errabunda se convierte en luz, imantada origina su eficiente poderío viajante sobre el desierto; «caeré como un rayo», y ella toda territorio, toda cuerpo-política-territorio está ahí, quizá pulverizada bajo las grietas y extensiones solemnes de la tierra, viva y «renacida entre las muertas». La mujer ha sido ultrajada a lo largo de todo el territorio, hasta incluso en la supresión sobre lo definido como mujer (caso de las naciones indígenas).

Así es, Carmen Berenguer es sucedánea con su Sayal de Pieles, aparece, pero no define, es más bien, como una voz al oído de su letra errante. El padre son los padres, «padre fueres» inicia tajante, astillosa, cruel, las hojas caen «desoladas» o más bien «idas de sí», lo cual, fuera de sentido, sin orientación. Podríamos consultar ¿Dónde se encuentra ahora la errabunda? ¿A quien está mirando? Sabemos quizá que yace sobre (nuevamente) un desierto. Un padre-páramo que lamentablemente en su extensión, la persigue hasta hoy (desambiguación del significante «distancia»). Quiere irse, retirarse a la torrencia neblinosa de su andar, pero persiste ahí en decir, porque ha migrado esta vez por necesidad vital, «mil hijos tendría/ solo para nombrar». Se irresuelve, la sobrepasa y sobre ella, un poderoso silencio. Padre, es silencio. Dada su cualidad poco expresiva, puede también prescindir, «cualquier rostro en la calle/ bien podrías ser tú».

En este momento la trayectoria continua. A partir de aquí, como velo, aparece lo que llamo «El retorno». DESPERTAR, curiosamente, un abrir los ojos, un dejar de lado, mirar de reojo, retornar aquí. Pero el alma errante no está contenta, llega frenética, aberrada zarandea una fuerza anormal su cuerpo buscando un nuevo algo. Se concita metafísica, sí, pero también erra materialmente, se sabe sin límites, porque es voluble, oscuramente divina, y así persiste; «en este pedazo de inmensidad/ te busco/ en este suspiro de la historia», es como si se obcecara en un pedazo de tela que mira para siempre «en este suspiro».  Ella, la ahora sin límites, ha vuelto. Las afectaciones subyacentes de Errabunda, conforme hemos leído nos ha confabulado a su errar, que dicta sobre los designios mas oscuros del inicial prolegómeno, pero depositar para que decante en un libro la errancia es algo difícil, por no decir, doloroso, porque de alguna fuente hemos errado, según la velocidad con la que lo hayamos necesitado. Merecer el hoy es doloroso, porque una no es el ahora, ni los atavios que nos construyen.

Hay una suerte de cordones umbilicales que retrotraen a un viaje siempre necesitado para resolver, quizá, asuntos pendientes, que azoran, vibran la casa y lo que somos. De ahí también el aquel terremoto, de «NOCHE TRÉMULA». Cuando errabunda vuelve, es observadora, se sabe harta, pero sigue observando, las mujeres son para ella, vistas como bellas flores encarnadas, amarradas por sus «raíces» a un espectáculo hambriento, libidinoso, obsceno del «hambre de la carroña», la cual es una mirada varonil, o mejor dicho, obscenamente varonil. Luego ve las banderas, que no reciben juicio alguno puesto faltas de valor son irrepresentadoras. La ella sin limites critica, las banderas son cadáveres, estériles, sin vida. Amor efímero y apasionado, imposible de volver a experienciar, nos entrega en su «RIO». Que igual que los cauces, prosigue, cambia de forma, a veces torrencial, a veces pleno, «su espalda nunca más fue su espalda». Abrazar este cuerpo «rioso» es inconcebible, puesto ya no es más que un esbozo en la memoria. «PESADILLA» y «¿QUÉ ES ESTA CASA?» ocurren situados en el mismo lugar. En aquella habitación donde se guardan las lágrimas en un frasco, aquel lugar donde se consignó la Pira Fantasmal.

Este es su recorrido profundo. «En qué tiempo perdido quedé pegada» y «allá quedó encapsulada la memoria de nuestros ojos». Todo ha sido visto por ella y por lxs demás. La ella toda sin límites habla, vocaliza con su errar. Retornar es una pesadilla, y la casa con su ausente Pira, es también refugio, protección, una suerte de aeropuerto para la errancia existencial. La cadencia es triste, sobre todo en estos últimos poemas, pero la poeta ha sido piadosa con su Errabunda puesto le dio un lugar para ascender. «Mi soledad y yo/ yo y mi silencio / que extraña sueno en este silencio / este eco/ esta voz/ que no reconozco». Es otra, ha mudado, y aquí lo clave, porque en su escape de una misma, ha cambiado la piel, una errante seriada que la dejó y a su piel en las otras del pasado. ¿Hacia dónde retorna? No lo sabemos, puesto sobre el contexto dado, la forma es figuración constante, es necesidad de muda constante.

Ahora, una nueva, brillante, reluciente, más oscuramente divina errabunda aparece, por ello esplendente el panorama poético, que absorto, desde sus cajones decimonónicos, ve a la errabunda de Nina Moure escapar de su siglo, desmantelar vectorialmente la estructura a depurar el ultraje  que su presente decanta, para errar, eternamente, por la noche sagrada.

Luan Ramírez, 2024.

Luan Ramírez. Estudia tecnología médica mención bioanálisis clínico, es parte del circulo literario Manuel Durán Diaz y del Taller de literatura y genero de Carmen Berenguer.

Compartir:

Últimas Publicaciones