Por Jaime Pinos
Inicio estas líneas con las palabras que Pablo Neruda pronunciara en Barcelona, en junio de 1970, recordando los años de la República: Mi amor por España y por esa época sobrepasan los sufrimientos que todos tuvimos. España fue para mí la revelación de mi raíz más antigua. Yo llegué inocentemente, sin saber bien de qué se trataba. España no es fácil. En España hay que darse de cabeza contra los muros para entenderla y amarla. Yo he tenido varios golpes de muro en la cabeza o de cabeza en el muro como para mantener vivo el recuerdo, la fidelidad a mis principios, que pertenecen a su época republicana. Y, en fin, a todo lo español, puesto que todo me toca. Cito estas palabras, dichas por Neruda pocos años antes su muerte, porque reflejan la persistencia de ese amor español que va a expresarse a lo largo de toda su vida. Un amor que cambiará su poesía y su comprensión del mundo, tal como recuerda en Memorial de Isla Negra: A mi patria llegué con otros ojos/que la guerra me puso/debajo de los míos. Neruda siempre tuvo a España en el corazón.
En el contexto de esa larga relación de amor entre Neruda y España, la historia que conmemoramos hoy, la gesta política y humanitaria que hizo posible el arribo del Winnipeg a nuestro país, es uno de sus momentos más altos. Digo gesta porque me parece pertinente destacar hoy la extrema dificultad en que ese esfuerzo tuvo lugar. Desde luego, la complejidad de resolver, en esas dramáticas circunstancias históricas, toda la logística de preparación y realización del viaje. El arriendo y readecuación del viejo carguero francés, la selección y embarque de sus pasajeros, la satisfacción de sus necesidades durante la travesía.
Sin embargo, además de estas dificultades prácticas y concretas, la empresa humanitaria del Winnipeg, liderada por Neruda, va a encontrarse con la oposición de muchos que por sus prejuicios o por su posición política van a conspirar buscando su fracaso.
Una persistente campaña de los diarios de la derecha buscaba estigmatizar a los refugiados españoles y evitar su arribo a nuestras costas. Como escribe Julio Galvez en un texto referido a estas dificultades: La prensa de oposición presentó a los refugiados españoles como gente de mal vivir; asesinos, saqueadores de templos, violadores de monjas, anarquizantes en el orden político, peligrosos socialmente.
La campaña sistemática de los que se oponen al asilo español consigue cierto efecto. Tal como recuerda Neruda en sus memorias: Estaban ya a bordo casi todos mis buenos sobrinos, peregrinos hacia tierras desconocidas, y me preparaba yo a descansar de la dura tarea, pero mis emociones parecían no terminar nunca. El gobierno de Chile, presionado y combatido, me dirigía un mensaje: ‘INFORMACIONES DE PRENSA SOSTIENEN USTED EFECTÚA INMIGRACIÓN MASIVA ESPAÑOLES. RUEGOLE DESMENTIR NOTICIA O CANCELAR VIAJE EMIGRADOS.’ ¿Qué hacer? Una solución: Llamar a la prensa, mostrarle el barco repleto con dos mil españoles, leer el telegrama con voz solemne y acto seguido dispararme un tiro en la cabeza. Otra solución: Partir yo mismo en el barco con mis emigrados y desembarcar en Chile por la razón o la poesía. Antes de adoptar determinación alguna me fui al teléfono y hablé al Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país.
Tal como dije antes, me parece importante recordar todo esto, todas las dificultades que fue necesario sortear, ahora que conocemos el resto de la historia. El resultado positivo que tuvieron los grandes esfuerzos de Pablo Neruda, el gobierno de Pedro Aguirre Cerda y las organizaciones de apoyo y solidaridad con el exilio republicano. No sólo se concretó el arribo de más de dos mil refugiados españoles a bordo del Winnipeg. A 85 años de su desembarco en este puerto, es indiscutible el aporte que sus pasajeros han hecho en múltiples dimensiones del quehacer nacional. Solo por hablar del ámbito artístico y cultural, los nombres de José Balmes, Roser Bru, Leopoldo Castedo o Mauricio Amster, entre muchos otros, todos pasajeros del Winnipeg, son suficientes para dimensionar la profundidad e importancia de ese aporte.
La solidaridad. El humanitarismo. El respeto por la diferencia. Todos valores que, la mayoría de las veces en nuestra historia contemporánea, ha costado grandes riesgos y trabajos hacer prevalecer. Valores que, sin embargo, siempre han contado con defensores dispuestos a realizarlos, tal como hizo Neruda, por la razón o la poesía.