Septiembre 7, 2024

Homenaje a Pablo Neruda en los 120 años de su natalicio

Kemy Oyarzún, Presidenta, Fundación Pablo Neruda

Estimadas amigas y amigos del litoral de  los poetas,  Carolina Arredondo, Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, autoridades, directorio de la Fundación Pablo Neruda:

Pablo  Neruda habría cumplido hoy 120 años.  Aquí me sumo a su presencia, con las rocosas grietas que tanto cantó, con el rumor de ese oleaje predilecto de su Isla Negra.

Nos reunimos para volver a escucharlo aquí, entre nosotros y nosotras, con dos grandes encargos.

Mi primer encargo es conmemorar su natalicio y los cien años de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, libro que se ha convertido en uno de los poemarios más leído en papel y el más leído últimamente en internet.

¿Por qué tal éxito? Se preguntarán muchas generaciones durante estos cien años. ¿Es que el amor de juventud no cambia a través del tiempo y la historia? Con sus escasos 19 años, Pablo Neruda abrió un erotismo inédito en la poesía chilena y latinoamericana de los años 20: «deseo, cuerpo, carne mía», insiste,  «mujer que amé y perdí», «cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme» (Poema 1).  El  homenaje al cuerpo, a la carne,  a la piel, emergía poéticamente, ya del silencio de la Razón Ilustrada,  ya de milenarias demonizaciones bíblicas. «Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!» dirá en el poema, «Déjame sueltas las manos».

El amor es puerto y nido para ese joven solitario que viajaría, como tantos y tantas,  del Sur a Santiago, para asumir: «soy el desesperado,  la palabra sin ecos/el que perdió todo» (Poema 8). Junto al desarraigo, las migraciones internas dentro del país mojados, caluroso estiércol,/y otra vez a nacer, a partir, lejos/del páramo y hacia otro se habían acelerado hacia fines del Siglo 19 y mediados del Siglo 20. Y Neruda, consciente de ese movimiento escribiría: «otra vez vida, muerte, desarrollo,/gritos páramo» («Migración»).

El motivo de las migraciones será persistente en su obra toda. Permítanme detenerme aquí un momento a conmemorar con Pablo Neruda los 85 años del Winnipeg, ese barco-poesía que en 1936,  que él reacondicionó con dos mil pasajeros, literas, salones, enfermería y guardería para acoger exiliados de la Guerra Civil española.

¿Quién no ha sentido ese amor-dolor a la hora de las pérdidas, el exilio y el viaje, «en la hora infinita del partir» («Canción Desesperada»). ¿A quién no ha atormentado la soledad existencial de las despedidas, allí cuando nos convertimos en sujetos, entre el sometimiento deseante y la autoafirmación, entre la autonomía de la subjetividad y el domino erótico de la sujeción?

II. Mi segundo encargo a su memoria es  homenajear en toda su obra posterior la presencia de la «materia, vegetal tesoro, fecundación». No querríamos dejar de escuchar hoy como ayer, la grandeza ecopoética, geofísica de su canto: «hierba, raíz, grano, corola…sílabas de la tierra” («Oda a la fertilidad de la tierra»). Pablo Neruda ha sido  el poeta del movimiento físico y metafísico.

Y es que en el amor y en la materia, Pablo Neruda no dejó  nunca de hablar de la «energía subceleste» (Poema 9), de la fuga persistente de las estrellas y su «luz de astral acetileno» («Oda a una estrella»). Todo movimiento el  de «las aguas errantes» (Poema 18), los rayos cósmicos, las corrientes telúricas, la geotérmica. Y de ahí al erotismo geofísico y poético, solo un paso: «quiero hacer contigo/lo que la primavera hace con los cerezos» enuncia en el Poema 14, avanzando hacia el final de los veinte poemas.

Pocos como él han deambulado entre la poética cuántica y la física poética (el cubismo de 1911 ocurrió antes que Einstein completara sus teorías). ¿Quién, me pregunto, quién no ha sentido «la delirante juventud de la abeja, /la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga»? (Poema 19). Entonces el vacío del abandono se llena de vibraciones y vorágines: giros inversos, fluctuantes,  volumen terrenal, sonidos, territorios, plurales existencias.

Entre esos contornos, se levanta nuestra historia toda, emergen las injusticias, las dignas rebeldías, las muertes y los destierros. Entonces nos dice: «dadme todo el dolor de todo el mundo, yo voy a transformarlo en esperanza” (“El hombre invisible»).

Y del agua nos dice: «ya vendrá un día en que libertaremos la luz y el agua, la tierra, el hombre, y todo para todos será, como tú eres» («Oda al agua»).

Creo, en fin, que el mayor homenaje que le podemos rendir hoy a Pablo Neruda es volver a poner las cultura, el arte  y los imaginarios críticos,  la música y la poesía, nuestros trazos pictóricos y fílmicos de país  plural junto a los hilos memoriosos de nuestra historia toda, con nuestros pueblos todos.

Para terminar este homenaje, nos dejo con la intemperada irreverencia nerudiana: «perdonadme, señores, que interrumpa este cuento que les estoy contando y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla» («Oda a la critica»)

Niños viajeros del Winnipeg (1936)

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